Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 1 de junio de 2012

El joven que vendió su alma al diablo


Anónimo
(españa)

Cuento

Érase una vez un joven de familia campesina que se fue a cumplir el servicio militar. Una vez que termin6 el servicio, volvió al hogar, donde le recibieron con alborozo porque se incorporaba a la casa de la que había salido. Pasadas las fiestas de la recepción del mozo, éste se puso a trabajar en la hacienda familiar y a poco decidió que el trabajo del campo no le gustaba, que prefería dedicarse a otra cosa. Estuvo cavilando qué haría y al final decidió hacerse cazador. Cogió su escopeta, se la echó al hombro y se fue al monte a cazar, y la verdad es que no le iba mal en su nuevo oficio.
Un día en que andaba cazando, se echó a dormir la siesta a la sombra de un árbol y de pronto oyó muchos ruidos y vio que se acercaba una fiera dispuesta a devorarlo. El mozo, que era valiente, se echó la escopeta a la cara, apuntó bien y mató a la fiera. Apenas hubo hecho esto, escuchó una voz que al pronto no sabía de dónde venía, una voz que dijo:
‑Ya veo que eres un hombre bien plantado, y aquí vengo para hacer un trato contigo.
Quien hablaba era, el diablo. Y el mozo dijo:
‑Veamos ese trato y yo te diré si quiero o no quiero hacerlo.
Dijo el diablo:
‑Yo quiero que me vendas tu alma. Durante cinco años, tu alma estará pendiente de mí. En el caso de que mueras antes de que los cinco años se cumplan, tu alma es mía. Si pasan los cinco años sin que mueras, quedas libre y puedes hacer lo que quieras.
El mozo se lo pensó y dijo:
‑Si acepto, ¿qué me das a cambio?
Y respondió el diablo:
‑A cambio te doy este abrigo que traigo aquí. Este abrigo te dará todo el dinero que necesites en este tiempo; tú sólo tienes que meter las manos en los bolsillos y sacarás lo que te haga falta. Pero tengo otra condición que añadir y es ésta: en esos cinco años no podrás pelarte, ni afeitarte, ni lavarte; así irás por el mundo y siempre llevarás el abrigo encima.
El mozo volvió a pensar y dijo:
‑Está bien. Acepto el trato.
‑Pues ya sabes ‑dijo el diablo‑, en este mismo sitio nos encontraremos dentro de cinco años si es que no has muerto antes.
Y cada uno se fue por su lado después de este arreglo.
Fueron pasando los años y, al cuarto de ellos, el mozo se paseaba por el mundo convertido en un espantajo por su aspecto horripilante, pues ni se había cortado el pelo, ni afeitado, ni lavado en todo ese tiempo. Su vida era difícil porque todo el que le veía, huía horrorizado de él.
Una noche llegó a un pueblo y decidió dirigirse a la posada. Nada más entrar, el posadero se pegó tal susto que no sabía si echar a correr o pegarle un tiro. El espantajo le habló entonces con buenas palabras y le pidió posada para esa noche, ofreciendo pagar mucho dinero. El dueño de la posada, que vio el dinero, dijo que podía darle un cuarto apartado que tenía, pero con la condición de que se encerrase allí y no se presentara a los demás huéspedes, porque si éstos le veían sería su ruina. El espantajo aceptó el trato y se fue a dormir al cuarto aquel.
Al cabo del rato, llegó otro caminante a la posada y pidió cama, pero como la posada estaba llena el posadero le dijo que no tenía. El hombre insistió, y como era vecino de un pueblo cercano, y conocido, el posadero se atrevió a ofrecerle la otra cama del cuarto donde dormía el espantajo.
‑No me queda más que una cama en un cuarto apartado que tengo ‑le dijo‑, pero tengo durmiendo en él a un hombre tan horrible que yo no pasaría la noche en su compañía.
El caminante le contestó que eso no le importaba, porque estaba tan cansado que dormiría en la cueva de un ogro si hiciera falta. Y el posadero le condujo al cuarto apartado.
Entró el caminante en el cuarto y apenas vio el aspecto del espantajo se le encogió el corazón; pero el cansancio y la necesidad pudieron más y se acostó en la otra cama. El caso es que al poco rato se pusieron a hablar los dos y como el caminante estaba muy preocupado por su suerte, le contó al espantajo que se encontraba, en aquel pueblo por un pleito, que lo había perdido y que todas su propiedades no le daban para pagar lo que el juez le pedía. Entonces el espantajo le preguntó cuánto dinero necesitaba y cuando el otro se lo dijo, echó mano al bolsillo y sacó aquella cantidad y se la dio, para que pagase la deuda y volviera tranquilo a su casa y a sus tierras.
El caminante se quedó atónito al ver todo ese dinero y, después de dudarlo mucho, y animado por el espantajo, lo aceptó con una condición:
‑Mire usted ‑le dijo‑, yo le acepto el dinero, pero usted se viene a mi casa conmigo. En mi casa tengo yo tres hijas y les voy a contar lo que usted ha hecho por mí. ‑Y si después de eso alguna de ellas quiere casarse con usted, pues yo no tengo inconveniente.
Conque a la mañana siguiente, el caminante se fue para su casa y en cuanto llegó anunció a sus hijas lo que le había sucedido y el trato que había hecho.
Como este hombre se había adelantado al espantajo, las dos hijas mayores tuvieron tiempo de acicalarse para recibir la visita. La más pequeña, en cambio, como la tenían siempre metida en la cocina, no tuvo tiempo ni de lavarse siquiera.
Por fin, cuando ya caía la tarde, el espantajo llegó a la casa. Las tres hijas del caminante estaban esperándole en el salón de la casa. Y así que apareció, las dos mayores huyeron des-pavoridas al ver su horrible aspecto. La más pequeña, en cambio, se le quedó observando con curiosidad y no se movió de allí.
Y dijo el espantajo:
‑Ya veo que esta niña no se asusta de mí. ¿Es que acaso me quiere por marido?
Y dijo la hija pequeña:
‑Sí que lo quiero, que mi padre me ha contado el bien que nos ha hecho y yo no me asusto de usted.
El espantajo, entonces, se sentó junto a ella y le contó el porqué de su aspecto, el pacto que tenía hecho con el diablo, y que aún le quedaba un año para cumplirlo. La hija pequeña le escuchó atentamente y cuando terminó le dijo que por ella no se preocupase, que ella le esperaría el tiempo que hiciera falta.
‑Muy bien ‑dijo el espantajo‑, pues serán dos años; uno porque tengo que cumplir mi pacto, y el otro porque tengo que recoger el dinero que he ido guardando durante todo este tiempo. Y para que me reconozcas cuando vuelva, voy a partir en dos este anillo que llevo; tú guardarás una mitad y yo la otra; a mi vuelta emparejaremos las dos partes del anillo y así nos reconoceremos.
Así lo acordaron y él salió de la casa y siguió recorriendo el mundo.
Un día se cumplió el quinto año y el espantajo volvió al lugar donde se encontrara con el diablo; y el diablo, que le estaba esperando, dijo:
‑Reconozco que no he podido conseguir tu alma y el plazo ha vencido. Devuélveme el abrigo y aquí terminamos.
Entonces el espantajo, cuyo aspecto era más horrible que nunca, le dijo al diablo:
‑Yo te daré el abrigo, pero antes has de dejarme como el día en que nos encontramos.
Aceptó el diablo y el espantajo se convirtió en un mozo tan fuerte y hermoso que daba gusto verlo.
Entonces el joven se dedicó a recorrer todos aquellos lugares en los que había ido guardando el dinero obtenido del abrigo y al cabo del año tenía reunida una buena fortuna. Cogió su fortuna y se dirigió a la casa de las tres hermanas. Esta vez, cuando llegó, las dos hermanas mayores se quedaron prendadas de él y estaban las dos a cual más acicalada y más atenta a sus deseos, para agradarle y que se fijara en ellas. La pequeña, en cambio, ni le vio, de lo atareada que la tenían en la cocina.
Y dijo el joven:
‑¿No hay más muchachas en esta casa?
Y contestaron las dos mayores:
Solamente nosotras, y la criada, que está en la cocina.
Y dijo el joven:
‑Pues quiero ver a la criada.
Las dos hermanas volvieron a decir:
‑Para qué vamos a llamar a la criada, si está todo el día del fuego a la ceniza y de la ceniza al fuego, que no hay quien la mire de lo sucia que está.
Volvió a decir el joven que no le importaba, que a pesar de todo quería verla, y las otras dos, que bien sabían que era su hermana pequeña, no consentían en que la viera, pero él se empeñó tanto que no hubo más remedio que llamarla. Entró la hermana pequeña en el salón donde estaban los demás y no reconoció al joven, de tan arrogante y guapo que estaba; y el joven se acercó a ella y le dijo!
‑¿No tendrá usted un pedazo de anillo que hace dos años le entregó un espantajo que sacó a su padre de un apuro muy grande que tenía?
Ella contestó:
‑Sí, aquí lo tengo.
Conque sacó el pedazo de anillo de la faltriquera y entonces el joven sacó el pedazo suyo y vieron que casaban a la perfección y hacían juntos un anillo entero.
‑Yo soy aquel espantajo ‑dijo el joven‑ y ahora vengo a buscar a la que no se asustó de mí y me quiso para casarme con ella.
En vista de lo cual, se celebraron las bodas del joven con la hermana pequeña y las celebraciones duraron cinco días y cinco noches comiendo y cenando y bailando sin parar y todo el pueblo estuvo invitado.
Al ver todo esto, las dos hermanas mayores tuvieron tal ataque de envidia que un día, sin poderlo resistir más, fueron y se tiraron juntas a un pozo cercano, donde murieron ahogadas.
Y se dice que cuando murieron las dos hermanas, el joven escuchó una voz, que era la voz del diablo, que le cantaba alegremente esta copla:

‑Al final he vencido yo,
que por tu alma he ganado dos.


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