Anónimo
(españa)
Cuento
Érase una
vez un joven de familia campesina que se fue a cumplir el servicio militar. Una
vez que termin6 el servicio, volvió al hogar, donde le recibieron con alborozo
porque se incorporaba a la casa de la que había salido. Pasadas las fiestas de
la recepción del mozo, éste se puso a trabajar en la hacienda familiar y a poco
decidió que el trabajo del campo no le gustaba, que prefería dedicarse a otra
cosa. Estuvo cavilando qué haría y al final decidió hacerse cazador. Cogió su
escopeta, se la echó al hombro y se fue al monte a cazar, y la verdad es que no
le iba mal en su nuevo oficio.
Un día en
que andaba cazando, se echó a dormir la siesta a la sombra de un árbol y de
pronto oyó muchos ruidos y vio que se acercaba una fiera dispuesta a devorarlo.
El mozo, que era valiente, se echó la escopeta a la cara, apuntó bien y mató a la fiera. Apenas hubo
hecho esto, escuchó una voz que al pronto no sabía de dónde venía, una voz que
dijo:
‑Ya veo
que eres un hombre bien plantado, y aquí vengo para hacer un trato contigo.
Quien
hablaba era, el diablo. Y el mozo dijo:
‑Veamos
ese trato y yo te diré si quiero o no quiero hacerlo.
Dijo el
diablo:
‑Yo
quiero que me vendas tu alma. Durante cinco años, tu alma estará pendiente de
mí. En el caso de que mueras antes de que los cinco años se cumplan, tu alma es
mía. Si pasan los cinco años sin que mueras, quedas libre y puedes hacer lo que
quieras.
El mozo
se lo pensó y dijo:
‑Si
acepto, ¿qué me das a cambio?
Y respondió
el diablo:
‑A cambio
te doy este abrigo que traigo aquí. Este abrigo te dará todo el dinero que
necesites en este tiempo; tú sólo tienes que meter las manos en los bolsillos y
sacarás lo que te haga falta. Pero tengo otra condición que añadir y es ésta:
en esos cinco años no podrás pelarte, ni afeitarte, ni lavarte; así irás por el
mundo y siempre llevarás el abrigo encima.
El mozo
volvió a pensar y dijo:
‑Está
bien. Acepto el trato.
‑Pues ya
sabes ‑dijo el diablo‑, en este mismo sitio nos encontraremos dentro de cinco
años si es que no has muerto antes.
Y cada
uno se fue por su lado después de este arreglo.
Fueron
pasando los años y, al cuarto de ellos, el mozo se paseaba por el mundo
convertido en un espantajo por su aspecto horripilante, pues ni se había
cortado el pelo, ni afeitado, ni lavado en todo ese tiempo. Su vida era difícil
porque todo el que le veía, huía horrorizado de él.
Una noche
llegó a un pueblo y decidió dirigirse a la posada. Nada más
entrar, el posadero se pegó tal susto que no sabía si echar a correr o pegarle
un tiro. El espantajo le habló entonces con buenas palabras y le pidió posada
para esa noche, ofreciendo pagar mucho dinero. El dueño de la posada, que vio
el dinero, dijo que podía darle un cuarto apartado que tenía, pero con la
condición de que se encerrase allí y no se presentara a los demás huéspedes,
porque si éstos le veían sería su ruina. El espantajo aceptó el trato y se fue
a dormir al cuarto aquel.
Al cabo
del rato, llegó otro caminante a la posada y pidió cama, pero como la posada
estaba llena el posadero le dijo que no tenía. El hombre insistió, y como era
vecino de un pueblo cercano, y conocido, el posadero se atrevió a ofrecerle la
otra cama del cuarto donde dormía el espantajo.
‑No me
queda más que una cama en un cuarto apartado que tengo ‑le dijo‑, pero tengo
durmiendo en él a un hombre tan horrible que yo no pasaría la noche en su
compañía.
El
caminante le contestó que eso no le importaba, porque estaba tan cansado que
dormiría en la cueva de un ogro si hiciera falta. Y el posadero le condujo al
cuarto apartado.
Entró el
caminante en el cuarto y apenas vio el aspecto del espantajo se le encogió el
corazón; pero el cansancio y la necesidad pudieron más y se acostó en la otra
cama. El caso es que al poco rato se pusieron a hablar los dos y como el
caminante estaba muy preocupado por su suerte, le contó al espantajo que se
encontraba, en aquel pueblo por un pleito, que lo había perdido y que todas su
propiedades no le daban para pagar lo que el juez le pedía. Entonces el
espantajo le preguntó cuánto dinero necesitaba y cuando el otro se lo dijo,
echó mano al bolsillo y sacó aquella cantidad y se la dio, para que pagase la
deuda y volviera tranquilo a su casa y a sus tierras.
El
caminante se quedó atónito al ver todo ese dinero y, después de dudarlo mucho,
y animado por el espantajo, lo aceptó con una condición:
‑Mire
usted ‑le dijo‑, yo le acepto el dinero, pero usted se viene a mi casa conmigo.
En mi casa tengo yo tres hijas y les voy a contar lo que usted ha hecho por mí.
‑Y si después de eso alguna de ellas quiere casarse con usted, pues yo no tengo
inconveniente.
Conque a
la mañana siguiente, el caminante se fue para su casa y en cuanto llegó anunció
a sus hijas lo que le había sucedido y el trato que había hecho.
Como este
hombre se había adelantado al espantajo, las dos hijas mayores tuvieron tiempo
de acicalarse para recibir la
visita. La más pequeña, en cambio, como la tenían siempre
metida en la cocina, no tuvo tiempo ni de lavarse siquiera.
Por fin,
cuando ya caía la tarde, el espantajo llegó a la casa. Las tres hijas del
caminante estaban esperándole en el salón de la casa. Y así que apareció,
las dos mayores huyeron des-pavoridas al ver su horrible aspecto. La más
pequeña, en cambio, se le quedó observando con curiosidad y no se movió de
allí.
Y dijo el
espantajo:
‑Ya veo
que esta niña no se asusta de mí. ¿Es que acaso me quiere por marido?
Y dijo la
hija pequeña:
‑Sí que
lo quiero, que mi padre me ha contado el bien que nos ha hecho y yo no me
asusto de usted.
El
espantajo, entonces, se sentó junto a ella y le contó el porqué de su aspecto,
el pacto que tenía hecho con el diablo, y que aún le quedaba un año para
cumplirlo. La hija pequeña le escuchó atentamente y cuando terminó le dijo que
por ella no se preocupase, que ella le esperaría el tiempo que hiciera falta.
‑Muy bien
‑dijo el espantajo‑, pues serán dos años; uno porque tengo que cumplir mi
pacto, y el otro porque tengo que recoger el dinero que he ido guardando
durante todo este tiempo. Y para que me reconozcas cuando vuelva, voy a partir
en dos este anillo que llevo; tú guardarás una mitad y yo la otra; a mi vuelta
emparejaremos las dos partes del anillo y así nos reconoceremos.
Así lo
acordaron y él salió de la casa y siguió recorriendo el mundo.
Un día se
cumplió el quinto año y el espantajo volvió al lugar donde se encontrara con el
diablo; y el diablo, que le estaba esperando, dijo:
‑Reconozco
que no he podido conseguir tu alma y el plazo ha vencido. Devuélveme el abrigo
y aquí terminamos.
Entonces
el espantajo, cuyo aspecto era más horrible que nunca, le dijo al diablo:
‑Yo te
daré el abrigo, pero antes has de dejarme como el día en que nos encontramos.
Aceptó el
diablo y el espantajo se convirtió en un mozo tan fuerte y hermoso que daba
gusto verlo.
Entonces
el joven se dedicó a recorrer todos aquellos lugares en los que había ido
guardando el dinero obtenido del abrigo y al cabo del año tenía reunida una
buena fortuna. Cogió su fortuna y se dirigió a la casa de las tres hermanas.
Esta vez, cuando llegó, las dos hermanas mayores se quedaron prendadas de él y
estaban las dos a cual más acicalada y más atenta a sus deseos, para agradarle
y que se fijara en ellas. La pequeña, en cambio, ni le vio, de lo atareada que
la tenían en la cocina.
Y dijo el
joven:
‑¿No hay
más muchachas en esta casa?
Y
contestaron las dos mayores:
‑Sol amente nosotras, y la criada, que está en la
cocina.
Y dijo el
joven:
‑Pues
quiero ver a la criada.
Las dos
hermanas volvieron a decir:
‑Para qué
vamos a llamar a la criada, si está todo el día del fuego a la ceniza y de la
ceniza al fuego, que no hay quien la mire de lo sucia que está.
Volvió a
decir el joven que no le importaba, que a pesar de todo quería verla, y las
otras dos, que bien sabían que era su hermana pequeña, no consentían en que la
viera, pero él se empeñó tanto que no hubo más remedio que llamarla. Entró la
hermana pequeña en el salón donde estaban los demás y no reconoció al joven, de
tan arrogante y guapo que estaba; y el joven se acercó a ella y le dijo!
‑¿No tendrá
usted un pedazo de anillo que hace dos años le entregó un espantajo que sacó a
su padre de un apuro muy grande que tenía?
Ella
contestó:
‑Sí, aquí
lo tengo.
Conque
sacó el pedazo de anillo de la faltriquera y entonces el joven sacó el pedazo
suyo y vieron que casaban a la perfección y hacían juntos un anillo entero.
‑Yo soy
aquel espantajo ‑dijo el joven‑ y ahora vengo a buscar a la que no se asustó de
mí y me quiso para casarme con ella.
En vista
de lo cual, se celebraron las bodas del joven con la hermana pequeña y las
celebraciones duraron cinco días y cinco noches comiendo y cenando y bailando
sin parar y todo el pueblo estuvo invitado.
Al ver
todo esto, las dos hermanas mayores tuvieron tal ataque de envidia que un día,
sin poderlo resistir más, fueron y se tiraron juntas a un pozo cercano, donde
murieron ahogadas.
Y se dice
que cuando murieron las dos hermanas, el joven escuchó una voz, que era la voz
del diablo, que le cantaba alegremente esta copla:
‑Al final
he vencido yo,
que por
tu alma he ganado dos.
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