Había
una vez un judío que era muy rico y era vecino de Yuha. Éste se sentía molesto
porque el judío, a pesar de tener muchas riquezas, nunca le había ofrecido
nada.
Un día
se subió arriba a la azotea y se puso a gritar con todas sus fuerzas:
-¡Ay,
Dios! ¡Dame cien monedas! ¡Y si falta sólo una no las cogeré!
El judío
escuchó las palabras de Yuha y se dijo:
-Voy a
poner noventa y nueve monedas en el lugar donde se pone siempre Yuha, para ver
lo que ocurre.
Y así lo
hizo.
Al
llegar Yuha para repetir sus súplicas vio las monedas y se las metió en el
bolsillo sin dudar un instante. En éstas, llegó el judío rico y le dijo:
-¡Venga,
dame mi dinero!
-¿Qué
dinero? Yo nada tengo que ver contigo. He encontrado unas monedas en el tejado
y simplemente las he recogido -respondió amablemente Yuha.
-Ese
dinero es mío. O me lo devuelves o nos vamos ante un juez.
-Sólo si
me das tu mulo y la vestimenta que llevas puesta te acompañaré, si no, no.
-Está
bien. Ponte mis ropas, monta en el mulo y vámonos ya.
Llegaron
por fin ante el juez y éste le mandó a Yuha que le contara el motivo de su
visita:
-Yo,
señor juez, subí a la azotea y le pedí a Dios que me concediera cien monedas,
sin que faltara ni una. Me dio sólo noventa y nueve, así pues, me dejó sin una.
Además, ahora tengo miedo por lo que pueda ocurrirles a mi mulo y a las ropas
que llevo puestas.
-Dime
qué te ha sucedido a ti -ordenó el juez al judío.
-Yo,
señor juez, encontré a este hombre en la azotea y pedía a Dios cien monedas,
diciendo que si faltaba sólo una no las tocaría. Dejé allí noventa y nueve
monedas, vino él y las cogió.
-Pero si
Yuha no te había pedido nada a ti, no podía saber que eran tuyas. O sea que no
es culpable de nada. Asunto resuelto. Ya podéis marcharos -sentenció el juez.
Y Yuha
partió orgulloso hacia su casa con las monedas en el bolsillo, las ricas
vestiduras puestas y montado sobre el mulo.
051 Anónimo (saharaui)
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