Erase
una vez un hombre que vivía en una ciudad. Era muy pobre, sólo poseía una
guitarra y era amigo de una mujer vieja que le daba de comer.
En aquel
lugar hacía tiempo que se libraban continuas luchas entre dos pueblos vecinos,
que se atacaban mutuamente: empeza-ban unos y después seguían los otros, y al
revés. Y así año tras año.
Una vez,
recorriendo los alrededores, el hombre encontró un lugar muy verde que
despertó su inspiración y aprovechó para echarse un rato y descansar en tan
maravilloso lugar.
Pasados
unos minutos se quedó dormido. Sólo las moscas que revoloteaban a su alrededor
consiguieron sacarle de su sueño. Se despertó furioso, dándose un golpe en la
cara con la manga de su derrah [1]
y así consiguió matar a varias moscas.
Sé le
ocurrió contarlas, y al ver que había matado a noventa y nueve moscas, cogió
su guitarra y grabó en ella:
Shej Gub-ba quitó noventa y nueve vidas
de un solo golpe, entre el canto y el
silencio.
Unos soldados
del pueblo, que acababa de ser atacado, pasaban por allí cerca y vieron al
hombre, dormido de nuevo. Se acercaron y leyeron el poema de Shej Gub-ba
escrito en su guitarra. Decidieron ir a comunicárselo inmediatamente a su rey.
Le
dijeron:
-Hemos
encontrado a un hombre que tiene grabado en su guitarra:
Shej Gub-ba quitó noventa y nueves vidas
de un solo golpe, entre el canto y el
silencio.
Debe de
ser un guerrero muy valiente. Tenemos que convencerle para que luche a nuestro
lado.
-De
acuerdo, hablad con él y le decís que necesito verle -respondió el rey.
Los
soldados cumplieron el encargo del rey y le comunicaron su deseo.
-Si
quiere hablar conmigo vuestro rey, debe venir aquí -contestó Shej Gub-ba.
Los
soldados así se lo comunicaron y el rey, tras escucharlos, ordenó:
-Ensillad
mi caballo y preparad un gazi para que me acompañe.
Llegó
donde estaba el hombre y se quedó muy sorprendido de su aspecto: mal vestido,
pelo largo, sin afeitar, sucio...
El rey
ordenó a sus soldados que lo arreglaran y lo condujesen a su presencia.
Unas
horas más tarde el hombre compareció de nuevo ante el rey, esta vez con ricos
ropajes, limpio y aseado.
-A mi
gente le amenaza un león. Cada vez que alguien llega al uad donde habita, el león lo devora. Si tú puedes matarlo,
nosotros te recompensaremos -le explicó el rey.
-Esperadme
aquí. Voy a intentarlo -les dijo Shej Gub-ba.
Se fue
pensando en el aprieto en que se había metido y cómo podría salir de él. Se
acordó de su vieja amiga y decidió ir a visitarla para pedirle consejo.
-No
debes preocuparte. Yo lo cojo vivo y tú se lo entregas al rey -le dijo la
mujer.
Preparó
un brebaje, lo llevó al uad donde estaba el león y lo dejó allí. Éste lo
olfateó en seguida y se acercó rápidamente. Lo bebió y al instante se quedó
dormido.
La vieja
lo amarró y lo puso dentro de una red. Después llamó a su amigo:
-Shej
Gub-ba, aquí tienes tu león. Entrégaselo al rey.
Lo llevó
a la gente del pueblo, quienes hicieron una gran fiesta para celebrar la
captura del león, pues era para ellos una gran ame-naza. Para demostrar a Shej
Gub-ba su agradecimiento, quisieron ponerlo a sus pies, pero éste, para
esconder el miedo que sentía, exclamó:
-¡Oh,
no! ¡No puedo estar cerca de ninguna persona o animal amarrado de esta manera!
¡Apartadlo de mi vista!
La gente
del pueblo lo aclamó, lo vistieron de forma especial y le comunicaron que se
casaría con la hija del rey.
Celebraron
la boda y se quedó a vivir en aquel pueblo, donde era tratado como un príncipe.
Al cabo de un tiempo, fueron asaltados por un gazi. La princesa, al enterarse, le dijo:
-¡Levántate!
Tienes que defendernos.
-Tenéis
que amarrarme bien encima del caballo porque soy un peligro viviente. En la
lucha me enfurezco y arremeto contra todo el mundo. No puedo andar suelto.
Cogieron
una larga cuerda y siguieron al dedillo sus instrucciones. Lo montaron en un
caballo muy especial, que había pertenecido a un valiente guerrero y que
cuando entraba en combate salía al galope hacia las filas del enemigo.
Cuando
hubieron finalizado todos los preparativos para la batalla, se dirigieron al
lugar donde los esperaba el gazi. Su jefe era un príncipe llamado Kai-Go,
famoso, entre otras cosas, por su fiereza.
Al
llegar, el caballo en el que iba montado Shej Gub-ba salió directo hacia el
centro de las filas enemigas, galopando y girando a un lado y a otro, tal como
le había enseñado su anterior amo. Shej Gub-ba, muy asustado por los bruscos movimientos
de su motura, y creyendo que se caería sin remedio, empezó a gritar:
-¡Dónde
caigo! ¡Dónde caigo!
El
enemigo creyó que iba a atacar directamente a su jefe y empezó a huir
despavorido. Cuando Shej Gub-ba llegaba cerca de un grupo de soldados y éstos
le oían gritar, se caían del caballo de puro terror y salían corriendo.
Así, a
pesar del enorme miedo que sentía, logró Shej Gubba derrotar a sus
adversarios.
Pero
ocurrió que el caballo seguía corriendo y avanzando a su aire. Los habitantes
del pueblo lo esperaron, lo esperaron y no volvía.
Regresaron
preocupados a sus casas y al anochecer apareció Shej Gub-ba totalmente
destrozado.
Le
bajaron de su caballo y empezaron a curarle. Lo lavaron, le aplicaron pomadas
y le hicieron reposar.
Cuando
estuvo totalmente recuperado llegó un nuevo gazi
a atacar el pueblo y de nuevo fueron a buscar su ayuda. Amablemente, les
contestó:
-Yo no
puedo matar a nadie más. No puedo volver al combate porque soy demasiado
peligroso. Esta vez irás tú, esposa mía. Como ya me conocen, no se atreverán a
hacerte nada. No debes tener miedo.
Su
esposa se preparó para el combate y montó en el caballo guerrero. Se
dirigieron al lugar de la batalla y obtuvieron una gran victoria.
La
noticia corrió por todo el país y la población recuperó su prestigio de
guerrera e invencible y ya nadie volvió a atacarlos nunca más.
051 Anónimo (saharaui)
[1] Derrah: Especie de túnica amplia, vestido típico de los hombres
saharauis y mauritanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario