Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 4 de junio de 2012

Shej gub-ba, el valiente cobarde


Erase una vez un hombre que vivía en una ciudad. Era muy pobre, sólo poseía una guitarra y era amigo de una mu­jer vieja que le daba de comer.
En aquel lugar hacía tiempo que se libraban continuas lu­chas entre dos pueblos vecinos, que se atacaban mutuamen­te: empeza-ban unos y después seguían los otros, y al revés. Y así año tras año.
Una vez, recorriendo los alrededores, el hombre encon­tró un lugar muy verde que despertó su inspiración y aprove­chó para echarse un rato y descansar en tan maravilloso lugar.
Pasados unos minutos se quedó dormido. Sólo las mos­cas que revoloteaban a su alrededor consiguieron sacarle de su sueño. Se despertó furioso, dándose un golpe en la cara con la manga de su derrah [1] y así consiguió matar a varias moscas.
Sé le ocurrió contarlas, y al ver que había matado a no­venta y nueve moscas, cogió su guitarra y grabó en ella:

Shej Gub-ba quitó noventa y nueve vidas
de un solo golpe, entre el canto y el silencio.

Unos soldados del pueblo, que acababa de ser atacado, pasaban por allí cerca y vieron al hombre, dormido de nue­vo. Se acercaron y leyeron el poema de Shej Gub-ba escrito en su guitarra. Decidieron ir a comunicárselo inmediatamen­te a su rey.
Le dijeron:
-Hemos encontrado a un hombre que tiene grabado en su guitarra:

Shej Gub-ba quitó noventa y nueves vidas
de un solo golpe, entre el canto y el silencio.

Debe de ser un guerrero muy valiente. Tenemos que con­vencerle para que luche a nuestro lado.
-De acuerdo, hablad con él y le decís que necesito verle -respondió el rey.
Los soldados cumplieron el encargo del rey y le comuni­caron su deseo.
-Si quiere hablar conmigo vuestro rey, debe venir aquí -contestó Shej Gub-ba.
Los soldados así se lo comunicaron y el rey, tras escuchar­los, ordenó:
-Ensillad mi caballo y preparad un gazi para que me acompañe.
Llegó donde estaba el hombre y se quedó muy sorprendi­do de su aspecto: mal vestido, pelo largo, sin afeitar, sucio...
El rey ordenó a sus soldados que lo arreglaran y lo con­dujesen a su presencia.
Unas horas más tarde el hombre compareció de nuevo ante el rey, esta vez con ricos ropajes, limpio y aseado.
-A mi gente le amenaza un león. Cada vez que alguien llega al uad donde habita, el león lo devora. Si tú puedes ma­tarlo, nosotros te recompensaremos -le explicó el rey.
-Esperadme aquí. Voy a intentarlo -les dijo Shej Gub-ba.
Se fue pensando en el aprieto en que se había metido y cómo podría salir de él. Se acordó de su vieja amiga y decidió ir a visitarla para pedirle consejo.
-No debes preocuparte. Yo lo cojo vivo y tú se lo entre­gas al rey -le dijo la mujer.
Preparó un brebaje, lo llevó al uad donde estaba el león y lo dejó allí. Éste lo olfateó en seguida y se acercó rápida­mente. Lo bebió y al instante se quedó dormido.
La vieja lo amarró y lo puso dentro de una red. Después llamó a su amigo:
-Shej Gub-ba, aquí tienes tu león. Entrégaselo al rey.
Lo llevó a la gente del pueblo, quienes hicieron una gran fiesta para celebrar la captura del león, pues era para ellos una gran ame-naza. Para demostrar a Shej Gub-ba su agradecimien­to, quisieron ponerlo a sus pies, pero éste, para esconder el miedo que sentía, exclamó:
-¡Oh, no! ¡No puedo estar cerca de ninguna persona o animal amarrado de esta manera! ¡Apartadlo de mi vista!
La gente del pueblo lo aclamó, lo vistieron de forma es­pecial y le comunicaron que se casaría con la hija del rey.
Celebraron la boda y se quedó a vivir en aquel pueblo, donde era tratado como un príncipe. Al cabo de un tiempo, fueron asaltados por un gazi. La princesa, al enterarse, le dijo:
-¡Levántate! Tienes que defendernos.
-Tenéis que amarrarme bien encima del caballo porque soy un peligro viviente. En la lucha me enfurezco y arremeto contra todo el mundo. No puedo andar suelto.
Cogieron una larga cuerda y siguieron al dedillo sus ins­trucciones. Lo montaron en un caballo muy especial, que ha­bía pertenecido a un valiente guerrero y que cuando entraba en combate salía al galope hacia las filas del enemigo.
Cuando hubieron finalizado todos los preparativos para la batalla, se dirigieron al lugar donde los esperaba el gazi. Su jefe era un príncipe llamado Kai-Go, famoso, entre otras cosas, por su fiereza.
Al llegar, el caballo en el que iba montado Shej Gub-ba salió directo hacia el centro de las filas enemigas, galopando y girando a un lado y a otro, tal como le había enseñado su anterior amo. Shej Gub-ba, muy asustado por los bruscos mo­vimientos de su motura, y creyendo que se caería sin reme­dio, empezó a gritar:
-¡Dónde caigo! ¡Dónde caigo!
El enemigo creyó que iba a atacar directamente a su jefe y empezó a huir despavorido. Cuando Shej Gub-ba llegaba cerca de un grupo de soldados y éstos le oían gritar, se caían del caballo de puro terror y salían corriendo.
Así, a pesar del enorme miedo que sentía, logró Shej Gub­ba derrotar a sus adversarios.
Pero ocurrió que el caballo seguía corriendo y avanzando a su aire. Los habitantes del pueblo lo esperaron, lo espera­ron y no volvía.
Regresaron preocupados a sus casas y al anochecer apa­reció Shej Gub-ba totalmente destrozado.
Le bajaron de su caballo y empezaron a curarle. Lo lava­ron, le aplicaron pomadas y le hicieron reposar.
Cuando estuvo totalmente recuperado llegó un nuevo gazi a atacar el pueblo y de nuevo fueron a buscar su ayuda. Ama­blemente, les contestó:
-Yo no puedo matar a nadie más. No puedo volver al combate porque soy demasiado peligroso. Esta vez irás tú, es­posa mía. Como ya me conocen, no se atreverán a hacerte nada. No debes tener miedo.
Su esposa se preparó para el combate y montó en el ca­ballo guerrero. Se dirigieron al lugar de la batalla y obtuvieron una gran victoria.
La noticia corrió por todo el país y la población recuperó su prestigio de guerrera e invencible y ya nadie volvió a ata­carlos nunca más.

 051 Anónimo (saharaui)


[1] Derrah: Especie de túnica amplia, vestido típico de los hombres saharauis y mauritanos.

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