Érase una vez un tejón que vivía en lo más espeso de un bosque con una
raposa que tenía un raposito.
No había en todo el bosque otros animales: los cazadores con sus
flechas y sus traidores cepos los habían matado todos. Gamos, jabalíes,
liebres, martas y armiños habían sucumbido en las trampas ó heridos por los
dardos agudos, hasta que, finalmente, no quedaron más que el tejón y la raposa
con su hijito, los cuales, no atreviéndose á salir de su guarida por miedo á
las celadas, apenas tenían qué comer.
¿Qué hacer, dónde ir en busca de alimento? Después de reflexionar
profundamente, dijo el tejón:
"Se me ocurre un medio. Me voy á hacer el muerto; tú raposa,
tomas la apariencia de persona, me llevas al pueblo y me vendes; con el dinero
que te den, compras comestibles y los traes al bosque.
Yo me escapo á la primera ocasión que se presente, y me reúno con
vosotros para comer; pero mucho cuidado con empezar el festín antes de que yo
venga. La semana próxima te tocará á ti hacerte la muerta y á mi venderte. ¿Qué
te parece?”
La raposa pensó que, en efecto, el plan era excelente. Así, pues, en
cuanto el tejón se hizo el muerto, dijo á su hijito: "No salgas de la
guarida hasta" que: yo vuelva: se bueno, ten paciencia, y te traeré cosas
muy ricas para comer". Enseguida tomó la figura de un leñador, ató al
tejón por las patas, se lo echó á cuestas y emprendió el camino del pueblo.
Allí vendió el tejón bastante bien, y con el dinero obtenido compró un poco de
pescado, tofu (requesón de judías) y
algunas legumbres.
A toda prisa volvió al bosque, donde recobró su figura natural, y
entró en su guarida para ver si su hijito estaba bueno: allí le encontró, muy
tranquilo pero hambriento é impaciente por probar el tofu. "¡No, no!” le dijo su madre. "La honradez ante
todo: debemos cumplir nuestra promesa y esperar al tejón."
No tardo éste en llegar, jadeante. "Espero," dijo al entrar,
“que no habréis comido todavía. Imposible venir antes: el hombre á quien me
vendiste llamó á su mujer para que me viese, y ha estado jactándose de haberme
obtenido casi de balde. Deberías haber pedido el doble. Pero, en fin, me
dejaron solo un momento, y aquí estoy."
Los tres animales se sentaron á la mesa é hicieron una comida muy
agradable. No hay que decir que el tejón se apropió los mejores bocados.
Pocos días después, agotadas las provisiones y vacíos los estómagos,
el tejón dijo á la raposa: "Ahora te toca á ti: ¡ea, hazte la
muerta!" La raposa se sometió á lo convenido; el tejón se la echó al hombro,
y se dirigió al pueblo, convertido en cazador. No tardó en hacer negocio,
vendiendo la raposa en una cantidad bastante bonita. Ya habréis comprendido que
el tejón era avaro y egoísta. ¡Qué creéis que se le ocurrió! Pues, para
quedarse con todo el dinero y disfrutar por completo de la comida, murmuró al
oído del comprador: " Le advierto que esa raposa se hace la muerta, pero
está viva: tenga cuidado no se escape."
"No hay cuidado," dijo el hombre. Y con un pesado mazo
golpeó la cabeza de la raposa, y la mató.
Inmediatamente el tejón gastó todo el dinero en las cosas más
deliciosas que pudo encontrar, marchó con ellas al bosque y las devoró sin dar
ni un pedacito al pobre raposillo, que, solo y muerto de hambre, lloraba y
preguntaba tristemente por su madre. ¡Pobre raposito huérfano!
Pero nuestro joven raposo era, por suerte, un animal sumamente astuto:
así que, al cabo de reflexionar y calcular un rato, quedó convencido de que el
tejón era el culpable de la pérdida de su madre. Por lo tanto, resolvió castigar
al traidor, y, como no era bastante fuerte para emplear la violencia, tuvo que
acudir á otros medios.
Sin dejar traslucir su cólera, dijo al tejón en el tono más amistoso:
“Vamos á jugar á transformarnos en hombres. Si V. puede transformarse tan bien que
yo no le reconozca, V. gana; y, por el contrario, si yo soy el más hábil en el
disfraz, V. pierde. O, si lo prefiere V., cambiaremos el orden, y voy yo
primero á tomar la figura de un gran señor, puesto que lo mismo me
cuesta."
El tejón aceptó la proposición. Pero el astuto raposillo, en lugar de
transformarse, se escondió detrás de un árbol para ver lo que ocurría.
Sucedió casualmente que un Señor, ó daimio, que con todo su acompañamiento de servidores y hombres de
armas se dirigía á la ciudad, cruzó en aquel momento el puente próximo.
El tejón, convencido de que aquel daimio
era el burlado raposillo, corrió al palanquín ocupado por el Señor y gritó:
“¡Ah! Te he reconocido, te he reconocido: ¡gané el juego!” “¡Un tejón!
¡Cortadle al punto la cabeza!”, exclamó el daimio.
Inmediatamente, uno de los servidores sacó su espada y cortó á cercén
la cabeza del tejón, mientras el raposillo, oculto detrás del árbol, reía para
su capote, saboreando la venganza.
040 Anónimo (japon)
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