Érase
una vez cuatro hermanos con su padre.
El padre
les dijo:
-Hijos,
voy a repartir entre vosotros una parte de mi fortuna que no conocéis.
A
continuación les ordenó que se ausentaran y, una vez solo, empezó a hacer las
distintas partes que corresponderían a cada uno de sus hijos.
Cogió
cuatro jarras. En la primera metió huesos, en la segunda papeles, en la
tercera piedras y en la cuarta oro.
Al
recoger cada uno su parte no estuvieron de acuerdo con el reparto y decidieron
acudir ante un juez.
En el
camino se encontraron con un asno que estaba en una raida [1]
a punto de morirse de hambre y quedaron muy sorprendidos.
Siguieron
andando hasta que encontraron otra raida en la que había dos mulas que se
estaban comiendo la una a otra y se sorprendieron aún más.
Siguieron
su camino y vieron diez ovejas de las que mamaba un solo corderito; y más
adelante encontraron diez corderitos que mamaban de una sola oveja hasta saciarse
y aún sobraba leche.
No
habían salido de su asombro cuando vieron una serpiente que acaba de salir de
su madriguera y no podía volver a entrar en ella.
Después
de andar un buen trecho, se hallaron ante la Piedra Sagrada y cavaron un gran
hoyo para esconderla y preservarla de los malhechores, pero cuando lo hubieron
terminado no podían mover la piedra de su sitio.
Más
adelante encontraron un pájaro que se balanceaba entre dos arbustos: cuando
tocaba uno, éste se ponía verde y se secaba el otro, y así alternativamente una
vez tras otra.
Su
extrañeza siguió creciendo cuando, al reanudar su marcha, encontraron a un
viejo tan viejo, que tenía que sujetarse las cejas con una cinta de tela. Le
preguntaron si sabía dónde estaba el juez y él les contestó:
-El
hombre que buscáis es mi padre. Ahora está con los que adiestran y montan
caballos.
Al
llegar donde les había indicado el viejo, les dijeron que estaba ocupado y que
deberían esperarlo en otro lugar.
Al caer
la noche llegó el juez, los saludó y le dijo a su mujer que les trajese la
cena. Cuando ésta la hubo servido la probó, la tiró al suelo y le mandó:
-Mujer,
vuelve a traernos la cena.
Ella
obedeció y apareció al cabo de un rato con una nueva comida. El juez la probó
y volvió a tirarla. De nuevo le dijo:
-¡Tráenos
otra cena!
Se fue y
apareció con otra comida. Cenaron y el juez les preguntó:
-¿Qué os
ha traído hasta aquí?
-El
motivo de esta visita es el reparto que hizo nuestro padre de la herencia. Lo
hizo sin estar nosostros presentes y no sabemos a quién corresponde cada parte.
Nos preocupa que la jarra de oro sea sólo para uno de nosostros y los demás se
queden sin nada.
-¿Qué
hay en la herencia?
-Yo
encontré una jarra llena de piedras.
-Yo, una
llena de papel.
-Pues yo
una llena de huesos.
-Y yo la
encontré llena de oro.
-Lo que
vuestro padre ha hecho es justo -contestó el juez-. El que de vosotros encontró
la jarra con oro debe dedicarse a los negocios, al comercio, a comprar y
vender. El que la encontró con papel debe ir en busca de alguien que le
proporcione un buen trabajo. El que tenía los huesos está claro que debe
dedicarse a la ganadería. Y por último, al que e tocaron las piedras debe irse
a vivir a la ciudad y allí labrarse su futuro.
Una vez
tranquilizados los hermanos con las explicaciones del juez, éste añadió:
-¿Qué
habéis encontrado en el camino?
-Un
viejo tan viejo, tan viejo que no se podía levantar y tenía que sujetarse las
cejas con una cinta. Nos dijo que eras su padre, pero no puede ser porque tú
eres un hombre fuerte y vigoroso que todavía montas a caballo. Danos una explicación.
-Lo que
os dijo el viejo es cierto. Está así porque tuvo una mujer mala que le ocasionó
muchos disgustos y esto le ha roto el corazón.
-También
hallamos una piedra que no se podía enterrar.
-Ésta es
la voz del derecho que no se puede acallar ni confundir.
-Vimos
una serpiente que no podía volver a meterse en su hoyo.
-Ésa es
la palabra del mal. El mal sale de la boca del ser humano y ya no puede volver
atrás.
-Hemos
visto también un pájaro que saltaba entre dos árboles. Cuando tocaba uno
reverdecía, mientras que el otro quedaba inmediatamente seco y viceversa.
-Esto es
la poligamia.
-Vimos
también cómo una sola oveja amamantaba a diez corderitos y aún sobraba leche,
mientras que diez ovejas no bastaban para alimentar a uno solo.
-Cuando
a alguien le pisan sus derechos o se comete con él una injusticia, ocurre que
los demás reconocen y se convencen de sus propios derechos.
-Había
también unos mulos que se comían el uno al otro.
-Son los
hombres, que se destruyen en inútiles reyertas.
-Y un
asno que en una raida se moría de
hambre.
-Éste es
el comerciante que no es honrado y el día del juicio final habrá perdido su
hasenat [2].
El juez
dio por acabada la conversación y despidió a sus huéspedes, pero el muchacho
al que habían correspondido los papeles le espetó:
-Yo no
voy a marcharme. Tienes que proporcionarme trabajo.
Cuando
sus hermanos se hubieron marchado, el juez le proporcionó una habitación donde
albergarse mientras duraba el contrato.
Una vez
finalizado éste, el muchacho no quiso marcharse y se presentó ante el juez:
-Mi
trabajo se acabó. Yo voy a irme, pero debes concederme la mano de tu hija.
Tras un
momento de reflexión, contestó:
-Te voy
a dar a mi hija, pero no tiene ni pies ni manos, ni come, ni se la puede llevar
en un saco.
-No importa,
la acepto.
El juez
le concedió la mano de su hija diciéndole:
-Es
tuya, pero con una condición: no debes verla durante el viaje.
Les
preparó un camello y una fiel esclava y los despidió.
El nuevo
matrimonio inició el viaje. Cuando faltaba sólo un día para llegar a la ciudad
a la que se dirigían, acamparon en un uad [3]
muy verde para almorzar y descansar.
Después de haber reposado un buen rato, mandó a la esclava a ver cómo estaban
las cabalga-duras y aprovechó su ausencia para entreabrir la cortinillas y ver
a su esposa.
En el
mismo momento en que las apartaba vino un pájaro, que cogió el rosario de la
chica y se lo llevó volando. Lo persiguió para recuperarlo, corriendo debajo
de él hasta que, sin darse cuenta, tropezó y se cayó en un pozo.
Las mujeres
estuvieron esperando a que volviese durante todo el día, y al anochecer, viendo
que no regresaba, decidieron continuar el camino hacia su destino.
La hija
del juez, que era una muchacha muy hermosa y muy inteligente, dijo:
-Voy a
hacer lo necesario para que me confundan con un hombre.
Se
vistió con la ropa de su marido y se cortó los cabellos para pasar
desapercibida entre los hombres de la ciudad.
Al
llegar, se dispuso a buscar trabajo para poder ganarse la vida. Los habitantes
se quedaron sorprendidos de su extraña belleza y de su diligencia y se lo
comunicaron al jefe de la ciudad, quien mandó llamarla. Cuando ella compareció,
le preguntó:
-¿Qué te
ha traído hasta aqui?
-Estoy
buscando la forma de ganarme la vida -contestó.
-¿Qué
clase de trabajo prefieres?
-Deseo
trabajar en un sitio donde no haya mujeres.
-Pues
bien, puedes hacer de juez.
-Prefiero
que me encuentres otro trabajo.
-Quiero
que hagas únicamente de juez.
La chica
aceptó por miedo a que el jefe la echase de la ciudad o no pudiese encontrar
ninguna otra forma de ganarse el sustento.
Alcanzó
un gran prestigio como juez, ya que sabía resolver todos los conflictos que la
gente le presentaba. Hasta que un buen día el jefe recibió la noticia de que su
juez no era un hombre sino una mujer.
Alarmado
por esta noticia y para salir de dudas, le llamó y le dijo:
-Has
conseguido ya una buena posición y el reconocimiento a tu trabajo, ahora lo
que tienes que hacer es buscarte una esposa.
-Naturalmente
que lo haré, hace un tiempo que pienso en ello.
El juez
volvió a su trabajo y dio órdenes a sus ayudantes de que atendiesen a cualquier
persona que viniera a exponer sus problemas, fuera el momento que fuera. Dicho
esto, empezó a trabajar día y noche, sin que le quedase un sólo instante
libre. Pero al mismo tiempo había dado órdenes a sus colaboradores para que le
preparasen la jaima [4]
para la boda, pues habían acordado ya con el jefe la fecha para su celebración.
Éste,
después de conocer los preparativos, llamó a los que le habían informado de que
el juez era una mujer y mandó matarlos. El juez siguió absorto en su trabajo y
el jefe continuó convencido de que era un hombre.
Mientras
tanto, el marido había permanecido durante algún tiempo en el pozo, hasta que
un gazi [5]
llegó de noche a buscar agua y un soldado lo sacó en una vasija. Sorprendidos
de verle, le preguntaron:
-¿Tú qué
haces aquí?
-Yo sólo
iba en busca de mis camellos, tuve sed y bajé al pozo para beber. Ahora
vosotros me habéis salvado la vida.
El jefe
del gazi lo tomó como esclavo y
siguieron viajando hasta la ciudad en la que su mujer hacía de juez. Decidieron
permanecer en ella algún tiempo.
Un día,
mientras paseaba por el mercado, vio al juez y reconoció en él a su mujer.
Meditando para sí, tomó la decisión de separarse de su amo y buscar un trabajo
en la ciudad. Con esta intención fue a verle y le dijo:
-Si
tienes algo para mí, dámelo.
-Yo te
encontré en un pozo y te he alimentado. Nada tengo para ti. Eres libre, si
quieres puedes marcharte -le contestó su amo.
Dicho
esto, el marido se fue. En su recorrido por la ciudad encontró una posada,
entró en ella y le dijo al dueño:
-Dame,
por favor, algo que comer.
-Todo lo
que hay aquí se compra -le respondió el posadero.
-No
tengo dinero para pagarte, pero sí unas cuentas de rosario muy valiosas. Te voy
a dar una de ellas a cambio de comida y alojamiento.
Pasó la
noche allí y al día siguiente fue a ver de nuevo al dueño y le dio otra cuenta
para poder pasar otro día en la posada.
Después
de comer salió fuera de la ciudad y pasó el resto del día tumbado bajo una talja [6].
Mientras descansaba observó un nido de árbol sobre su cabeza. Cogió un palo y
lo atravesó con él.
Al
instante cayó el resto del rosario, lo recogió, lo puso en su bolsillo y
regresó a la ciudad. Volvió a la posada para cenar, le dio la tercera cuenta al
posadero, comió y se fue a dormir.
Al día
siguiente por la mañana encontró trabajo. Por la tarde le pagaron, y con este
dinero se fue a pagar al posadero. Éste dijo que no le conocía, que no le
debía nada, y no quiso devolverle las cuentas del rosario.
El
hombre se fue a ver inmediatamente al juez, pero encontró primero al jefe de
la ciudad y le contó lo que acababa de ocurrirle. El jefe le contestó:
-Preséntame
las pruebas de tu acusación contra este hombre.
-Yo sólo
quiero que me mandes ante el juez para que haga justicia.
-Al que
mienta de vosostros dos se le cortará la cabeza -advirtió el jefe.
Cuando
por fin se halló ante el juez se reconocieron inmediatamente. El hombre le
mostró el rosario, le contó todo lo ocurrido y volvió a guardarlo. El juez
mandó llamar al posadero y le ordenó que trajera las cuentas para investigar
el caso. El dueño de la posada depositó las cuentas y el hombre hizo lo mismo
con el resto del rosario.
El juez
condenó a muerte al posadero y devolvió las cuentas al dueño del rosario. Una
vez a solas le contó con detalle su historia y la mujer decidió ir a hablar con
el jefe de la ciudad. Cuando estuvo ante él le dijo:
-Si
tienes algo que echarme en cara, algo que yo haya hecho mal, me lo dices.
-No
tengo nada contra ti. Al contrario, estoy muy satisfecho de tu trabajo
-respondió el jefe.
-Voy a
contarte algo si prometes no castigarme.
-Puedes
contármelo y puedes estar tranquilo, puesto que nada va a ocurrirte.
Ella le
contó toda su historia y los motivos por los que se había vestido de hombre y
había aceptado el trabajo de juez. Acto seguido presentó su dimisión. El jefe,
que la había escuchado atentamente, la perdonó y le agradeció todo lo que había
hecho por su ciudad.
La mujer
volvió con su marido y vivieron juntos y felices muchos años.
051 Anónimo (saharaui)
[1] Raída: Zona de verde pasto.
[2] Hasenat: Premio que se recibe en el paraíso por las buenas obras
realizadas en esta vida.
[3] Uad: Lecho de un río del desierto, a veces seco, en el que suele
haber vegetación.
[4] Jaima: Tienda hecha con pelo de camello, usada por los nómadas del
desierto.
[5] Gazi: Pelotón de jinetes armados que cabalgan por el desierto.
[6] Talja: Árbol de la familia de las acacias que vive en el desierto.
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