Pues, señor, este era una vez un vicio labrador que cultivaba un campo
allá en las montañas. Un día su mujer fué llevarle la comida, según tenía por
costumbre; pero vino un maligno tejón y se comió la merienda. El pobre viejo,
indignado (y con razón), no descansó hasta que cogió vivo al ladrón, y se lo
llevó á su casa, colgándolo allí de una viga por las cuatro patas. Y dijo á su
mujer: "Esta noche comeremos sopa de tejón. Prepárala mientras yo salgo y vuelvo."
Y se marchó otra vez á su labor.
La mujer se quedó majando su cebada y cantando para acompañarse.
El astuto tejón, viéndose perdido, dijo á la buena mujer: “Si me
salvas la vida, te prometo majar toda la cebada." La buena mujer accedió,
conmovida por los lamentos del animal, desató la cuerda y le dejó libre.
Mas apenas lo había hecho (¡ojalá no lo hiciese!) el ingrato tejón
saltó sobre ella, la mató é hizo sopa con su cuerpo. Después cambió su
apariencia por la de la desdichada é imprudente anciana, y se sentó á esperar
que el viejecito volviese de su labor.
Llegado que hubo, y cuando empezaba con fruición á gustar la sopa, el
tejón recobró su forma primitiva y
gritó: "¡Ahí te quedas viejo infame, devorador de tu propia mujer!
¿No has visto sus huesos bajo el fregadero?" Y lanzando una carcajada
impudente, se lanzó á la puerta y desapareció.
El pobre viejecito arrojó espantado los palillos con que estaba
comiendo y se echó á llorar á moco tendido.
Sucedió que un conejo, ya de años y muy ladino, que vivía en la misma
montaña, al oír los lamentos del infeliz anciano acudió á él y trató de
consolarle. "Yo vengaré”, le dijo, la muerte de tu compañera. Verás.
Dame unas cuantas habas tostadas." El viejo tostó las habas, se
las dio al conejo y éste las metió en una bolsa diciendo: "Ahora me voy al
monte otra vez." Y al decir esto, salió escapado.
El goloso tejón no tardó en olfatear su manjar favorito y se acercó al
conejo diciéndole humildemente: «¿Quieres darme un puñadito de esas habas?” El
conejo, que contada con esto, le respondió: "Con mucho gusto, si me llevas
un haz de heno hasta aquella montaña." "No tengo
inconve-niente," replicó el astuto tejón; "pero dame primero las
habas." Insistió en esta condición, pero el conejo no cedió. "Te las
daré cuando me hayas llevado el haz." Cargó, pues, al tejón con el heno y
le hizo marchar delante, sacó su pedernal y su eslabón é hizo saltar una chispa
que prendió fuego en el heno. Al oír el chasquido, el tejón, algo alarmado,
preguntó: «¿Qué ruido es ese?" "Nada," dijo el conejo, “que
estamos en la
Montaña Kachi-kachi ,"
que quiere decir Montaña de la
Victoria.
Rápidamente se avivó el fuego; propagándose á todo el heno seco.
Cuando el tejón oyó los crujidos, volvió, á preguntar: "¿Que ruido es
ese?” Y el conejo respondió: “Nada; que estamos en la Montaña Bo-Bo ”, lo cual significa Montaña de la Derrota. Pero ya
entonces el fuego se había extendido tanto, que llego á la espalda del tejón,
achicharrándosela.
Aullando de dolor, el animal se revolcó en el suelo, logré desprenderse
de su peligrosa carga y se escapó corriendo como un condenado, hasta perderse
de vista. No satisfecho con esto el conejo, hizo un parche con pimienta roja,
se puso un sombrero, y salió voceando parches para curar ampollas y quemaduras.
Cuando lo oyó el tejón, que estaba acostado, medio muerto de dolor y
con la espalda en carne viva, pensó que aquella era la medicina que él
necesitaba. Pero no hay que decir que al aplicar el emplasto infernal á su
dolorida piel, dio un salto tal que por poco rompe, el techo con la cabeza, y
se revolcó después por los suelos aullando desesperadamente.
Al cabo de veinte días la llaga se cicatrizó y el tejón salió á dar
una vuelta.
Encontrándose con el conejo, que á la sazón construía un barco, le
preguntó: "Amigo Conejo, ¿qué vas á hacer con ese barco?" Para
engañarle, el conejo respondió: “Pienso dedicarme á la pesca." El tejón
sintió envidia, pero, como no era hábil para las obras de carpintería, dijo
para su capote:
“También yo haré un barco, pero de arcilla." Y habiéndolo hecho
como lo pensó, cierto día el tejón y el conejo salieron mar adentro, cada cual
en su barco. Naturalmente, al poco rato el barco del tejón comenzó á hundirse,
y cuando el conejo lo vio, enarboló su remo y con él dió un golpe mortal á su
enemigo. De este modo quedó vengada la muerte de la mujer del buen viejecito.
040 Anónimo (japon)
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