Había
una vez un frig que se estaba
trasladando a un nuevo lugar de acampada. Iban todos andando alrededor de los
camellos y charlando entre ellos. Detrás iba una mujer con su pequeño a
hombros. Se paró un instante al divisar un bulto que le pareció extraño y se
acercó a ver qué era. Al llegar vio que eran huevos de avestruz y quiso avisar
a los del frig. Llamó a grandes voces pero no la oyeron porque se habían
alejado mucho.
Decidió
dejar a su hijo junto a los huevos e ir corriendo a buscar a los hombres del frig para explicarles su hallazgo.
Cuando
iban todos en busca de los huevos, empezó a soplar un fuerte siroco [1].
No sabían en qué dirección debían andar y no encontraron por ninguna parte ni
al niño ni a los huevos de avestruz.
Buscaron
y buscaron y no apareció nada...
Esperaron
a que cesara el viento y siguieron buscando sin ningún resultado.
Pasados
unos días el frig decidió seguir su
camino en busca de pastos, esperando que el niño se encontraría sano y salvo en
algún lugar.
Mientras
tanto el avestruz, que había regresado de buscar comida, encontró al niño y lo
colocó entre los huevos. Durante el día salía a buscar comida y alimentaba al
niño. Por la noche lo cubría junto con los huevos para que nada malo le ocurriera.
Y así
hasta que nacieron las crías del avestruz.. Pasaban el día juntos, jugando y
enseñándole a andar, hasta que fue capaz de correr tan rápido como ellos.
El niño
creció haciendo vida de avestruz: comiendo su misma comida, gritando en vez de
hablar, corriendo como ellos, sano y feliz.
Pasó el
tiempo y una vez un pastor que estaba buscando sus camellos vio a lo lejos a
los avestruces. Los siguió para cazarlos y al acercarse vio a un hombre que
corría junto a ellos, con un pelo larguísimo, que comía como ellos y que daba
sus mismos gritos. Observó también que al mediodía se posaban bajo la sombra de
una talja para descansar.
Regresó
junto a su familia y les contó lo que había visto. Estaba tan sorprendido que
iba contándolo a todos los que encontraba, hasta que un buen día lo contó por
casualidad a la familia del niño que había desaparecido junto a los huevos de
avestruz.
Ésta, al
enterarse, decidió acudir donde aquel buen hombre había visto a los avestruces
para intentar recuperar a su hijo. Por la velocidad a la que corrían era
imposible atraparlos, por lo que decidieron que uno de ellos se apostaría en
una rama de la talja bajo la cual descansaban los avestruces cada día. Con una
rama intentaría apresarlo por el pelo.
Así lo
hicieron y lo llevaron con ellos al frig.
Pero los avestruces no querían separarse de su compañero y le siguieron. Se
pasaban el día yendo y viniendo del frig para estar junto a él.
Su
familia empezó a cuidarlo: le cortó el pelo, lo lavó, le enseñó a comer con
ellos y también a hablar. Pero no había manera que aprendiese.
Una vez
encontraron a un hombre sabio que les dijo que debían llevarlo a un pozo y
meterlo en él cabeza abajo, pero sin llegar a tocar el agua para que no se
ahogase. De esta forma se le desharía el nudo que tenía en la garganta y que
le impedía hablar.
Así lo
hicieron y el muchacho empezó a hablar. Se convirtió en un hombre normal, se
casó y se llama Hadara.
Y éste
es un cuento verdadero.
051 Anónimo (saharaui)
[1] Siroco: Viento del desierto que levanta grandes tempestades de
arena.
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