Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

lunes, 4 de junio de 2012

La peregrinación


Había una vez un príncipe, musulmán fiel, valiente, buen cazador, que tenía varios hijos. Al mayor de ellos le dio un principado para que lo regentase.
Un día el hijo menor se dirigió a su padre y le dijo:
-Padre, deseo ir en peregrinación a La Meca.
-Eres aún muy joven, esta vez iré yo y la próxima vez irás tú -le respondió.
El hijo no aceptó la solución. Esperó a que su padre se fuese a cazar, preparó una caravana y fue a despedirse de su hermana. Esta le dijo:
-Yo no puedo quedarme aquí sin ti. Quiero irme contigo.
Y así fue. Se marcharon los dos en la caravana hacia La Meca. Pasado mucho tiempo, cuando iban a preparar el regre­so, el herma-no cayó enfermo y tuvieron que retrasar la vuel­ta de la caravana. Habitaban en una cueva, su hermana se ocupaba de él y tuvo que vender todas sus joyas y pertenen­cias para poder cuidarlo. Cuando se quedaron sin nada, la hermana iba al pueblo y recogía todo lo que las familias le da­ban para poder alimentarse, hasta que una vez ya no encontró nada.
Un día que estaba paseando por el pueblo se le acercó un nómada y le dijo:
-Yo tenía una esposa y unas hijas, pero la madre falleció y ahora estoy buscando una mujer para cuidar de esas niñas, si quieres ir conmigo yo voy a ayudarte y te daré cada día lo que necesites para tu hermano.
-De acuerdo, voy contigo -dijo la muchacha.
Partió con él y le siguió hasta salir del pueblo, en donde encontraron dos camellos sentados. Al llegar a ellos el hombre ató las manos de la chica, la subió en uno de los camellos, se montó él en el otro y se la llevó lejos del pueblo.
El hombre no tenía suficientes provisiones para el viaje, sólo un poco de trigo, que guardaba para él. Al acercarse a una ciudad la dejó junto a unas rocas y partió solo. Al entrar encontró a unos comerciantes y les ofreció la chica:
-Tengo una esclava y busco quien quiera comprarla -les dijo.
El grupo de comerciantes fue con él para ver la mercancía y a uno de ellos le gustó la chica porque era muy hermosa. Habló con ella y siempre respondió adecuadamente a todas las preguntas que le formulaba. La compró, la llevó a un baño turco, le compró bellos vestidos y hermosas joyas y la trató muy bien.
Unos días después, el comerciante fue ante el príncipe de la ciudad y le dijo:
-Yo tengo una esclava bellísima, lista, inteligente... -y le detalló todas las cualidades de la muchacha.
El príncipe, sin verla, la compró por un precio muy eleva­do, llamó a los notables de la ciudad y les comunicó que se casaría con la esclava que acababa de comprar. Se celebró la boda con grandes festejos.
Mientras esto sucedía, en la cueva donde se hallaba el her­mano enfermo se presentó un hombre que lo trató muy bien y se quedó con él hasta que hubo sanado. El chico le explicó que tenía nostalgia de su tierra y que quería regresar a ella. El hombre le respondió que hablaría con su mujer para ven­der todas sus pertenencias y acom-pañarlo en su viaje. La mujer aceptó. Vendieron la casa, sus perte-nencias y prepararon todo lo necesario para la larga marcha: mulos, provisiones...
Salieron del pueblo y, después de unos meses de cami­no, a medida que se iban aproximando a su destino, el mu­chacho sentía cada vez mayores deseos de llegar, y empezó a recitar poemas.
En tanto, llegó al príncipe una carta de su padre diciéndo­le que desde la boda no podía dormir, que estaba triste, nostálgico, sin ilusión, pues se acordaba de los hijos que había perdido en el peregrinaje y no sabía lo que les había ocurrido ni dónde se hallaban.
A la llegada de esta carta, ya habían tenido una hermosa niña. El príncipe adivinó que su esposa era su propia herma­na. La llamó y dijo:
-Después del gran pecado que hemos cometido, entre­garemos la niña a los esclavos para que la críen y eduquen. Tú te quedarás aquí como mi hermana y, transcurridos tres meses y diez días, según la costumbre, te haré la esposa de un hombre de gran sabiduría, amigo mío, y te irás con él.
Así ocurrió. La chica se casó con el hombre sabio y se fue­ron hacia su ciudad. Cuando se hallaron cerca, acamparon en un lugar donde ya había una jaima. Al poco de estar allí la chica escuchó a un muchacho que recitaba y cantaba bellas historias de su ciudad. Envió a una de sus esclavas para que preguntase quién era el que recitaba esas poesías. Cuando lle­gó la esclava a la jaima se encontró con un chico llamado Alua­cat que estaba guardando al muchacho y le preguntó:
-¿Quién es ese que está recitando poesías?
-Es uno que está de camino -le contestó Aluacat, sin revelar el nombre del muchacho, pues temía que pudieran per­seguirlo. Y dirigiéndose a él le dijo:
-No recites más poesías, estamos en el desierto, esa gente pregunta por ti, no sabemos quiénes son ni qué quieren.
-Yo recito poesías para recordar a mi país y a mi familia. No molesto a nadie -le contestó.
La esclava regresó junto a su dueña y le contó que no ha­bía encontrado a nadie. El muchacho seguía recitando y, como la muchacha lo escuchaba de lejos, volvió a enviar a su escla­va con cien dinares [1] para que los entregara al recitador y le dijese que se acercaría a escucharlo.
La esclava llegó a la jaima y entregó los cien dinares a Aluacat.
-Mi dueña me ha entregado ese dinero -le dijo- por­que quiere escuchar esas poesías de cerca.
Aluacat llevó los cien dinares al muchacho y le contó la historia. Juntos se fueron donde estaba la mujer. Al llegar, la muchacha les dijo:
-Quiero escuchar esas poesías de cerca.
El chico empezó a recitar y ella escuchaba atentamente has­ta que en un verso se citó su nombre y ella le preguntó:
-¿Perdiste a alguien o te ocurrió algo?
El chico le contó toda su historia: la peregrinación, su en­fermedad y la pérdida de su hermana. Y así fue como pudie­ron reconocerse.

 051 Anónimo (saharaui)



[1] Dinar: Unidad monetaria de varios países árabes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario