Había
una vez un príncipe, musulmán fiel, valiente, buen cazador, que tenía varios
hijos. Al mayor de ellos le dio un principado para que lo regentase.
Un día
el hijo menor se dirigió a su padre y le dijo:
-Padre,
deseo ir en peregrinación a La Meca.
-Eres
aún muy joven, esta vez iré yo y la próxima vez irás tú -le respondió.
El hijo
no aceptó la solución. Esperó a que su padre se fuese a cazar, preparó una
caravana y fue a despedirse de su hermana. Esta le dijo:
-Yo no
puedo quedarme aquí sin ti. Quiero irme contigo.
Y así
fue. Se marcharon los dos en la caravana hacia La Meca. Pasado mucho tiempo,
cuando iban a preparar el regreso, el herma-no cayó enfermo y tuvieron que
retrasar la vuelta de la caravana. Habitaban en una cueva, su hermana se
ocupaba de él y tuvo que vender todas sus joyas y pertenencias para poder
cuidarlo. Cuando se quedaron sin nada, la hermana iba al pueblo y recogía todo
lo que las familias le daban para poder alimentarse, hasta que una vez ya no
encontró nada.
Un día
que estaba paseando por el pueblo se le acercó un nómada y le dijo:
-Yo
tenía una esposa y unas hijas, pero la madre falleció y ahora estoy buscando
una mujer para cuidar de esas niñas, si quieres ir conmigo yo voy a ayudarte y
te daré cada día lo que necesites para tu hermano.
-De
acuerdo, voy contigo -dijo la muchacha.
Partió
con él y le siguió hasta salir del pueblo, en donde encontraron dos camellos
sentados. Al llegar a ellos el hombre ató las manos de la chica, la subió en
uno de los camellos, se montó él en el otro y se la llevó lejos del pueblo.
El
hombre no tenía suficientes provisiones para el viaje, sólo un poco de trigo,
que guardaba para él. Al acercarse a una ciudad la dejó junto a unas rocas y
partió solo. Al entrar encontró a unos comerciantes y les ofreció la chica:
-Tengo
una esclava y busco quien quiera comprarla -les dijo.
El grupo
de comerciantes fue con él para ver la mercancía y a uno de ellos le gustó la
chica porque era muy hermosa. Habló con ella y siempre respondió adecuadamente
a todas las preguntas que le formulaba. La compró, la llevó a un baño turco, le
compró bellos vestidos y hermosas joyas y la trató muy bien.
Unos
días después, el comerciante fue ante el príncipe de la ciudad y le dijo:
-Yo
tengo una esclava bellísima, lista, inteligente... -y le detalló todas las
cualidades de la muchacha.
El
príncipe, sin verla, la compró por un precio muy elevado, llamó a los notables
de la ciudad y les comunicó que se casaría con la esclava que acababa de
comprar. Se celebró la boda con grandes festejos.
Mientras
esto sucedía, en la cueva donde se hallaba el hermano enfermo se presentó un
hombre que lo trató muy bien y se quedó con él hasta que hubo sanado. El chico
le explicó que tenía nostalgia de su tierra y que quería regresar a ella. El
hombre le respondió que hablaría con su mujer para vender todas sus
pertenencias y acom-pañarlo en su viaje. La mujer aceptó. Vendieron la casa,
sus perte-nencias y prepararon todo lo necesario para la larga marcha: mulos,
provisiones...
Salieron
del pueblo y, después de unos meses de camino, a medida que se iban
aproximando a su destino, el muchacho sentía cada vez mayores deseos de
llegar, y empezó a recitar poemas.
En
tanto, llegó al príncipe una carta de su padre diciéndole que desde la boda no
podía dormir, que estaba triste, nostálgico, sin ilusión, pues se acordaba de
los hijos que había perdido en el peregrinaje y no sabía lo que les había
ocurrido ni dónde se hallaban.
A la
llegada de esta carta, ya habían tenido una hermosa niña. El príncipe adivinó
que su esposa era su propia hermana. La llamó y dijo:
-Después
del gran pecado que hemos cometido, entregaremos la niña a los esclavos para
que la críen y eduquen. Tú te quedarás aquí como mi hermana y, transcurridos
tres meses y diez días, según la costumbre, te haré la esposa de un hombre de
gran sabiduría, amigo mío, y te irás con él.
Así
ocurrió. La chica se casó con el hombre sabio y se fueron hacia su ciudad.
Cuando se hallaron cerca, acamparon en un lugar donde ya había una jaima. Al poco de estar allí la chica
escuchó a un muchacho que recitaba y cantaba bellas historias de su ciudad.
Envió a una de sus esclavas para que preguntase quién era el que recitaba esas
poesías. Cuando llegó la esclava a la jaima
se encontró con un chico llamado Aluacat que estaba guardando al muchacho y le
preguntó:
-¿Quién
es ese que está recitando poesías?
-Es uno
que está de camino -le contestó Aluacat, sin revelar el nombre del muchacho,
pues temía que pudieran perseguirlo. Y dirigiéndose a él le dijo:
-No
recites más poesías, estamos en el desierto, esa gente pregunta por ti, no
sabemos quiénes son ni qué quieren.
-Yo
recito poesías para recordar a mi país y a mi familia. No molesto a nadie -le
contestó.
La
esclava regresó junto a su dueña y le contó que no había encontrado a nadie.
El muchacho seguía recitando y, como la muchacha lo escuchaba de lejos, volvió
a enviar a su esclava con cien dinares [1]
para que los entregara al recitador y le dijese que se acercaría a escucharlo.
La
esclava llegó a la jaima y entregó
los cien dinares a Aluacat.
-Mi
dueña me ha entregado ese dinero -le dijo- porque quiere escuchar esas poesías
de cerca.
Aluacat
llevó los cien dinares al muchacho y le contó la historia. Juntos se fueron donde
estaba la mujer. Al llegar, la muchacha les dijo:
-Quiero
escuchar esas poesías de cerca.
El chico
empezó a recitar y ella escuchaba atentamente hasta que en un verso se citó su
nombre y ella le preguntó:
-¿Perdiste
a alguien o te ocurrió algo?
El chico
le contó toda su historia: la peregrinación, su enfermedad y la pérdida de su
hermana. Y así fue como pudieron reconocerse.
051 Anónimo (saharaui)
[1] Dinar: Unidad monetaria de varios países árabes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario