Una mañana de los días en que el monte Fuji
era adorado como un dios y como el más divino de todos los hijos de la
naturaleza, un joven tejón, lleno de la alegría y del calor del primer sol de
primavera, brincaba a sus anchas por un tejano brezal. Empezó a hacer
piruetas, a dar saltos mortales, a brincar por encima de los matorrales silvestres
y a gritar de placer al revolcarse por la alta yerba. A ratos se paraba para
golpearse el estómago con sus dos patas delanteras como si fuese un tambor, un
juego que los tejones gustan de practicar cuando están contentos. Tiene el
alegre sonido del «pon-poko-pon-pon» y si hay niños alrededor éstos van a
divertirse con el juego de los grotescos tejones.
El tejón de nuestra historia no se preocupaba
de otra cosa sino de su propia felicidad, por lo que saltando una de las veces
sobre un montón de mullida hierba, no vio que de una rama de bambú colgaba una
cuerda de paja en cuyo extremo inferior había un lazo corredizo. El lazo se
deslizó por los hombros del animal y éste se sintió atrapado fuertemente.
Aterrorizado intentó escaparse, pero con ello lo único que consiguió fue que el
lazo se le apretase más y cuanto más luchaba más fuerte se sentía cogido.
-¡Ay, ay! -gritaba-. ¡Ay, ay!
Sus chillidos llegaron a oídos de un calderero
remendón que en aquel momento regresaba a su casa atravesando el brezal.
Rápidamente se deshizo de su gran cesta de bambú y fue corriendo a ver qué
pasaba.
-¡Ahí va! -exclamó el calderero sorprendido-.
¡Un pobre tejón cogido en una trampa!
Y en seguida se dispuso a liberar al pequeño
animal.
-Ahora, tejón Chan, vete rápidamente a tu casa
antes de que caigas en otra trampa maligna -le advirtió bondadosa pero
firme-mente el calderero.
Después alisó la piel del tejón herida porel
lazo, le dio unas afectuosas palmaditas, y le dijo otra vez:
-¡Hala, ya te puedes ir!
El tejón se sentía tan emocionado por la bondad
del calderero, que rompiendo a llorar agradecido, dijo:
-¿Cómo voy a poder pagarte lo que has hecho?
-Regresando sano y salvo enseguida a tu casa
-replicó el calderero.
Y acariciando de nuevo al tejón, reemprendió
su camino.
El tejón permaneció un rato viéndole marchary
preguntándose qué podría hacer él para favorecer a su salvador. De repente se
le ocurrió una idea, y poniendo en práctica su poder mágico, empezó a
transformarse en una bella y ornamentada tetera. Su cuerpo creció de volumen y
se hizo más redondo, y su pelo se alisó hasta convertirse en el rico y
lustroso color bronceado de una vieja tetera. Su rabo se curvó como un mango y
sus cuatro peludas pezuñas se transformaron en las cuatro patas de la tetera.
Y precisamente su puntiaguda nariz se proyectó adonde debía estar el caño de
desagüe.
Luego, aprovechando una pausa que había hecho
el calderero, quien se había detenido para ajustarse la cesta en la espalda, el
tejón-tetera brincó vivamente dentro de ella y el confiado calderero continuó
su marcha.
-Esposa, ya he regresado -gritó el calderero
cuando llegó a su casa.
Su mujer vino corriendo y se inclinó para saludarle
mientras que él ponía la cesta de bambú en la galería de madera que había
delante de su pequeña cabaña. Cuando el marido se quitaba las sandalias ella se
dio cuenta de la presencia de la tetera.
-¡Ahí va, ahí va! ¿Qué es eso?
Y ambos miraron asombrados la tetera.
La llevaron a su habitación y la pusieron en
el suelo, donde su lánguido resplandor resaltaba contra la pobre y raída estera
de paja. Se arrodillaron, junto al objeto y lo miraron fijamente con silenciosa
admiración.
-¡Es verdaderamente un milagro, un milagro!
-murmuró el calderero.
-No existe una tetera más hermosa en todo el
Japón -respondió su esposa-. ¿Dónde la has encontrado?
-No tengo ni idea de donde procede -contestó
el calderero-. Antes de ahora nunca había visto este objeto.
Volvieron a callarse con los ojos extraños
para todo menos para la deliciosa forma de la pequeña tetera.
-Es lo suficientemente exquisita como para
ofrendarla al templo de Morin -pensó el calderero.
Y luego dijo en voz alta:
-¿Qué dices tú, mujer? ¿Debemos ofrecerla al
templo de Morin?
-Es demasiado buena para nosotros y sé que el
sacerdote se pondrá muy contento de recibir tal tesoro -replicó su esposa.
El calderero cogió con cuidado la tetera, la
envolvió en un trozo de tela, y partió para el templo. Cuando el sacerdote vio
la tetera quedó gratamente sorprendido porque a primera vista podía notar que
era un valiosísimo tesoro y no podía imaginar cómo un hombre tan pobre como el
calderero la había, conseguido. Todavía le sorprendió más la historia que le
contó el calderero, y como por lo visto no había manera de encontrar a su
dueño, la aceptó prestamente para el servicio de la vieja Ceremonia del Té que
se celebraba en el templo.
Cuando el calderero se hubo marchado, el sacerdote
examinó la tetera con más detenimiento y pensó para sí:
-Realmente es una tetera de exquisita rareza.
Invitaré a algunos amigos y cambiaremos impresiones sobre ella.
Llenos de curiosidad por lo que pudiera ser el
nuevo tesoro del templo, los amigos llegaron. Se sentaron sobre un círculo de
grandes cojines que había en el suelo. Las puertas y persianas de papel fue-ron
bajadas y cerradas por completo y la habitación se convirtió en seguida en
parte del jardín con sus cuidadas escaleras de piedra, su enorme lámpara de
piedra y sus diminutos pinos. Era un día perfecto para tratar asuntos como
aquél.
Después de tomar las primeras tazas de verde
té que les había servido, el sacerdote trajo un delicado trozo de tela que
extendió en el suelo. Sobre él colocó la tetera para que los invitados pudieran
examinarla y alabar su simplicidad de líneas, su simetría y el lustre de su
metal. Todos sintieron una grandísima curiosidad por saber dónde la había
adquirido el sacerdote y escucharon alelados la histo-ria que les contó del
calderero.
-Una tetera verdaderamente bella y digna de
ser usada en el templo para la Ceremonia del Té -dijeron los invitados.
-En efecto, en efecto -contestó el sacerdote-.
Esta tarde celebraremos la Ceremonia del Té y la utilizaré por primera vez.
Contribuirá a la pureza y al refinamiento de nuestro ritual. Venid esta tarde,
amigos míos, dos horas antes de que se ponga el sol, y celebraremos la
Ceremonia del Té.
Aquella tarde, dos horas antes de la puesta
del sol, los amigos se congregaron en la pequeña choza exterior de los
invitados que había en el jardín. El sacerdote llenó la tetera de agua y la
colocó en el brasero de carbón. Iba ya a colocar los utensilios de la Ceremonia
del Té en el orden prescrito cuando oyó un agudo chillido que decía:
-¡Demasiado caliente, demasiado caliente!
Y para asombro de todos cuantos estaban allí,
la tetera salió zumbando del fuego y saltó al suelo. De ella estaba surgiendo
la puntiaguda nariz, el suave rabo y las velludas pezuñas del tejón. Brincaba
y saltaba por toda la sala dejando, tras sí un rastro de vapor mientras seguía
gritando:
-¡Demasiado caliente, demasiado caliente!
El sacerdote retrocedió atemorizado y farfullando:
-¡Es un fantasma! ¡Está hechizada!
Ya pretó a correr fuera de la habitación
seguido muy de cerca por sus invitados. Sus jóvenes monaguillos, al oír los
gritos, vinieron corriendo en seguida provistos de las escobas y plumeros y
con la intención de defenderlo mientras decían:
-¿Dónde está el fantasma? ¿Qué le han hecho a
usted, padre?
Temblando de miedo, el sacerdote y sus invitados
se asomaron al quicio de la puerta y miraron temerosos a la tetera que ahora
había recuperado su forma y estaba reposando inocentemente en un rincón.
Señalándola con el dedo, el sacerdote dijo:
-Puse esa tetera en el fuego para que se calentara
el agua y de repente empezó a saltar y a gritar: «¡demasiado caliente,
demasiado caliente!», y se lió a dar vueltas por la sala.
Los monaguillos cuchichearon entre ellos sobre
este milagroso suceso y cautelosamente pincharon a la tetera con sus escobas y
plumeros de largo mango. Uno de ellos se agenció una mano de almirez de piedra
y con ella pinchó las redondeces de la tetera diciendo:
-¡Vamos, fantasma! ¡Enséñanos tus cuernos y
tus pezuñas!
Pero nada pasó y la tetera siguió tan inmóvil
y tan inocente como antes.
El sacerdote empero había sufrido tan brutal
conmoción que decidió devolver la tetera al calderero. Y uniendo la acción al
pensamiento, mandó llamar al calderero, le explicó todo lo que había pasado y
le rogó que cogiera la tetera y que se la llevara.
-Bueno, bueno, ésta sí que es una tetera notable
-dijo el calderero.
La envolvió cuidadosamente en la tela y se la
llevó a su casa.
Aquella noche, después de que su esposa extendiera
en el suelo sus esteras de dormir, el calderero colocó la tetera junto a su
almo-hada y se retiró a descansar. Durante la noche, el calderero oyó una voz
que le despertó:
-Calderero San, calderero San, ¡despiértate!
Todavía medio dormido, se frotó los ojos y
cuando los abrió vio con gran sorpresa que de la tetera había surgido la aguda
y peluda cara de su pequeño amigo el tejón, así como su blando rabo y sus
velludas pezuñas.
-Estaba tan agradecido por tu desinteresada
salvación -dijo la pequeña criatura- que decidí ayudarte de alguna forma. Por
eso me transformé en tetera y me escondí en tu cesta. Yo pensaba que
probablemente tú me venderías y al menos por una temporada dejarías de ser
pobre. Pero tu naturaleza ha demostrado ser más generosa de lo que yo incluso
había soñado y tú y tu mujer lo único que pensasteis fue en entregarme al
sacerdote del templo. Pero mi único interés érais vosotros. Por eso inventé
aquel truco con el fin de que el sacerdote me devolviera a vosotros.
El pequeño y peludo tejón sonrió para continuar:
-Algún día espero terminar mi existencia en la
segura protección de un templo; pero mientras tanto yo os aseguro que juntos
pode-mos hacer muchísimo. Ahora os pido que abráis un espectáculo público y yo
actuaré para vosotros con el fin de que os hagáis ricos. ¡Os aseguro que soy un
actor muy bueno!
Diciendo esto el tejón-tetera se lió a
ejecutar tan asombrosas danzas y saltos acrobáticos que el calderero quedó
encantado y comprobó que realmente había grandes posibilidades en lo que había
dicho el tejón.
Al día siguiente compuso una barraca para espectáculos
públicos y colocó carteles por todas partes que decían: «¡La tetera viviente!»
«¡La única tetera viva que baila y anda por la cuerda floja!»
Las noticias se extendieron con la velocidad
del viento a través de toda la comarca, y enormes multitudes acudieron de cerca
y de lejos para fijarse en los llamativos carteles y en las brillantes y
coloristas cortinas del tabladillo. El calderero se sentó en un alto escabel a
la entrada y gritaba:
-¡Bienvenidos, bienvenidos honorables señoras
y caballeros! Es vuestra única oportunidad de ver a una tetera viviente que
baila con la gracia de una temblorosa hoja de bambú. ¡Bienvenidos, bienvenidos
honorables señoras y caballeros!
Y ni él ni su esposa daban abasto casi a
vender las entradas que la gente les pedía para entrar.
Dentro de la barraca la atmósfera estaba tensa
de expectación. Las jovencitas iban vestidas con sus brillantes y coloristas
quimonos, y las jóvenes damas con el pelo peinado en moños que resplandecían
de ornamentos parecían bandadas de estorninos. Las madres con sus hijos atados
a las espaldas cuchicheaban incesantemente con cualquiera que estuviese
dispuesto a escucharlas. Y los campesinos con sus cónicos sombreros de paja
de arroz no charlaban, menos que sus esposas. Era un océano de colores y murmullos
y el único tema de las charlas era el milagro de la tetera viviente.
«¡Kachi-kachi-kachi!» El timbrado sonido de
los golpes que anun-ciaban el comienzo del espectáculo silenció el excitado
parloteo. La audiencia se hallaba tensa de anticipaciones cuando se corrió el
telón que mostraba al calderero arrodillado en el centro del pequeño escenario.
Estaba vestido con un delicioso quimono nuevo para la ocasión,y se inclinó saludando
a la audiencia. En ese momento el tejón-tetera llegó corriendo hasta el
escenario, se colocó junto al calderero y saludó profundamente con la gracia y
los modales de una dama. Un susurro parecido al ruido que hacen los tallos
secos de arroz corrió entre los espectadores.
-¡Mirad, mirad! i La tetera nos está
saludando!
Con un gesto, el calderero pidió silencio a
sus complacidos parro-quianos, y con la voz altisonante y digna de un
presentador, anunció:
-¡Honorable pueblo! ¡Esta rara, maravillosa y
única tetera viviente va a danzar para ustedes!
Inmediatamente el tejón-tetera abrió un pequeño
abanico y ejecutó una antigua danza infantil japonesa para deleite de los
espectadores. Cuando terminó de bailar, el calderero tuvo que elevar la voz
hasta el máximo para anunciar por encima de los aplausos:
-¡Y ahora, honorable pueblo, la principal
atracción de la noche! ¡La única tétera viviente del mundo que camina por la
cuerda floja!
El tejón-tetera se ató entonces una banda de
algodón alrededor de la cabeza como señal de que iba a ejecutar algo realmente
impor-tante y peligroso. El calderero lo izó hasta una cuerda que cruzaba a
través de todo el escenario y le entregó un quitasol y un abanico. El
tejón-tetera realizaba tales travesuras y saltos espectaculares sobre la cuerda
floja, que la multitud rugía de placer y aprobación, al mismo tiempo que pateaban
y juntaban sus manos en un explosivo aplauso.
La tetera se hizo famosa y todos los días se
reunía una multitud procedente de las ciudades y los pueblos, de las montañas y
las costas, para verla actuar. Y el calderero y su esposa se hicieron pronto
más ricos de lo que jamás hubieran podido imaginar.
Un día, el calderero, que cada vez apreciaba
más a su pequeño amigo, le dijo:
-Mi querido y pequeño colega, ya has hecho
demasiado por noso-tros y me temo que te estés cansando o que trabajes
demasiado por nuestra causa. Puedes estar seguro de que ahora tenemos más de
lo que necesitamos para vivir, y aunque nos apenará muchísimo separarnos de
ti, deseamos que vuelvas a tu forma primitiva, cualquiera que fuese, y que
regreses a tu casa con los tuyos.
Desde aquel día se cerró la barraca y no
dieron más espectáculos. El tejón-tetera, que realmente se hallaba muy cansado,
estaba contentísimo porque su plan de ayuda al calderero había resultado ser
un completo éxito y ahora no deseaba otra cosa sino acabar sus días en la
callada quietud del templo. Así que, con muchas reverencias y saludos, se
despidió de sus amigos humanos y adoptó definitivamente la forma de tetera.
Con mucho cuidado el calderero transportó a su
querido y pequeño compañero al templo de Morin, y allí narró al sacerdote con
todo detalle todo cuanto le había acontecido desde su última visita.
El buen sacerdote estaba lleno de remordimientos por haber juzgado tan a la ligera al tejóntetera, pero se alegró muchísimo de
la buena fortuna que había traído sobre el bondadoso calderero.
-Ciertamente esta tetera es muy rara y valiosa
-dijo el sacerdote- y nunca jamás la volveré a poner sobre el carbón ardiente
del brasero.
Al contrario, la colocó en un sitio de honor
en el templo donde permaneció durante muchísimos años. Y por lo que yo sé, es
posible que aún continúe allí.
Traducción:
Angel García Fluixá
040 Anónimo (japon)
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