Breve noticia sobre el Sahara occidental
Los
acontecimientos políticos y la guerra que se ha de- El pueblo sarrollado en el
Sahara occidental desde 1975 han hecho saharaui saltar a la actualidad
internacional la existencia y la identidad del pueblo saharaui, habitante de
este trozo del desierto; pero su historia, sus vicisitudes y su especial modo
de vida se remontan muchos siglos atrás. Dos son las características
peculiares de este pueblo: su absoluta independencia, hasta la llegada de la
coloniza-ción española, de todo poder estatal, y su economía y supervivencia,
basadas en el nomadeo de sus ganados en busca constante de los mejores pastos.
Esta
característica de independencia de todo poder, así como el nomadeo, han
determinado la idiosincrasia y la cultura saharauis a través de los tiempos,
configurándolos absolutamente distintos de sus vecinos marroquies del Norte y
de los habitantes de los núcleos sedentarios o seminómadas de la actual
Mauritania. Entre las mues-tras de esta peculiar cultura destacan los cuentos
populares, cuya tematica recurre reiteradamente al medio geográfico del
desierto circundante, al camello como elemento básico de transporte y
supervivencia y a los constantes desplazamientos de los nómadas.
En
líneas generales, el territorio habitado por los saharauis desde una época
precolonial está delimitado al Norte por el río Dra, constituyendo una
absoluta frontera natural que separa el desierto de Marruecos; al Sur, los
límites son la región de Uadibe, Cabo Blanco, el Adrar Sotuf y el Azefal
arenoso y, por el Este, la sebja o
depresión salina de Iyil, Bir Um Grein y la hamada o llanura de Tinduf.
Pero el
Sahara occidental, como todo el Gran Desierto, Prehistoria no fue siempre una
zona árida desprovista de vegetación perma-nente. En épocas prehistóricas, el
Sahara estuvo poblado por elementos sedentarios, quienes han dejado abundantes
huellas de una cultura lítica, correspondiente tanto al Paleolítico como al Neolítico,
así como grabados en piedra de los animales que poblaban la zona: cérvidos,
avestruces, rinocerontes e incluso elefantes. A las glaciaciones clásicas
europeas corresponden períodos pluviales africanos, lo que llevaba consigo una
abundante vegetación y una amplia red hidrográfica, cuyo testimonio lo constituyen,
hoy día, los cauces secos de los ríos saharianos. En la progresiva desecación,
que más tarde se convertiría en desertización, los habitantes hamitas blancos
emigraron con preferencia hacia el Norte, mientras que los antecesores de los
negros emigraban hacia el Sur.
Algunos
grupos de pastores blancos, nómadas y jinetes, se mantuvieron, sin embargo, en
las zonas desecadas, adaptándose a una vida errante; hasta el principio de la
era cristiana, el Sahara podía aún alimentar a sus caballos. En la época de
los Tolomeos de Egipto, a partir del 323 a. C., tiene lugar la introducción en
el desierto de un elemento fundamental, el camello, o más exactamente el
dromedario, de una joroba. Trashumando así por los itinerarios jalonados de
pozos y siguiendo las lluvias, los nómadas mantuvie-ron el contacto con los
negros sudaneses y los intercambios hacia el litoral mediterráneo.
Al
comienzo de la era cristiana, sobre el 25 a.C., las últimas teorías de
historiadores canarios, como Alvarez Delgado, señalan el poblamiento de las
islas las Afortunadas, conocidas desde tiempo antes, con habitantes del oeste
africano, en contra de la teoría que situaba el poblamiento canario a finales
del neolítico europeo (2500-2000 a. C.). La tesis de tal poblamiento,
propiciado y dirigido por los romanos, según Delgado, y la relación de la costa
atlántica sahariana con las islas, se asienta sobre varios testimonios
etnológicos y arqueológicos. En análogos términos se manifiestan otros historiadores
como Balout, Camps y Diego Cuscoy. El hecho de que los canarios prehispánicos
desconociesen la navegación y de que las siete islas fueran pobladas en la
misma época por idénticas gentes, sin conexión posterior entre sí, que 1.400
años más tarde, durante la conquista española, hablasen formas dialectales,
parece avalar la veracidad de esta migración, dirigida posiblemente por los
romanos, de los que también han quedado en las islas huellas arqueológicas.
En
cuanto a la lingüística, son tan evidentes los paralelismos de la toponimia
entre lugares del Sahara occidental (Tafraut, Tigsert, Tuifidiret, Tuifinad,
Tifariti, etc.) y otros de las Canarias (Tenerife, Teror, Tuineje, Timanfaya,
Teguise, Tías, Tirajana, Telde, Tejeda, Tegueste, Tejina, Teide), en los que el
prefijo bereber te-ti-tui se repite
insistentemente, que la existencia de un substrato idiomatico común parece
evidente. Según Georges Marcy (Une
province lointaine du monde berbére: les Iles Canaries), la misma palabra
«guanche» procede del bereber wantcha,
«indígena».
También
han quedado huellas de la cultura bereber en la epigrafía canaria. El alfabeto
de los antiguos bereberes, unos 30 caracteres de tipo geométrico, extendido por
todo el noroeste africano, se ha perpetuado hasta nuestros días en el Sahara
central, en la forma conocida como tifinar, que es usada aún por los tuareg del
Hoggar para cortas frases grabadas sobre las rocas, en las armas y en las
joyas.
Pues
bien, las epigrafías en alfabeto tifinar en Canarias son abundantes en todas
las islas, menos en Tenerife y Gomera. Los creadores o transmisores de estas
inscripciones, cuyo contexto de frases cortas es muy similar al del Sahara,
habrían llegado en arribada posterior, situándola Pérez de Barradas entre los
siglos VIII y IX d. C. La inscripción en tifinar sobre un tablón funerario,
caso muy especial, hallada en 1973 en El Hierro, se remonta al año 750 d. C.,
según la datación por el carbono 14. Una prueba más de la interesante relación
entre Canarias y la próxima costa africana bereber.
Pero
esta etnia y cultura van a ser progresivamente ane- Invasión gadas en el Sahara
por las invasiones árabes. En el 640, árabe sólo ocho años después de la muerte
del Profeta, los árabes musulmanes, conducidos por el califa Omar, penetran en
Egipto y empiezan a extenderse por el norte de África. En el 681, Sidi Ocba ben
Nafi, primer gobernador, en nombre del califa omeya de Damasco, realiza una
incursión hasta los valles del Sus y del Dra y, según sus historiadores,
llega hasta el nacimiento de la Saguia el Hamra, siendo éste el primer contacto
árabe con los bereberes de las zonas predesérticas y desérticas, con resultados
de una escasa islamización y ninguna arabización. En general, los dominadores
árabes sienten muy poco interés por el desierto, donde casi no penetran.
Al
principio del siglo XI va a tener lugar el curioso fenómeno de la islamización
del Sahara por sí mismo. Yahia ben Ibrahim regresa en el 1040 fanatizado de su
peregrinación a La Meca y, en contacto con el letrado y teólogo de Sijildmassa,
Abdalah ben Yasin, empieza la predicación de un islamismo rigorista. Sus
primeros esfuerzos son mal acogidos y tiene que refugiarse con pocos compañeros
en una isla del Senegal o de Río de Oro, punto en el que varían las
interpretaciones, donde fundan un convento o cofradía, almorabetin, de donde procederá luego el nombre de almorávides.
Algunos meses más tarde ya son un millar de fieles y, en 1042, se lanzan a la
conquista y conversión de sus hermanos de raza. Hacia el Norte invaden todo
Marruecos, fundan Marrakech en 1062 y, al año siguiente, conquistan Fez. Hacia
el Sur dominan todo el Sahara y llegan hasta los países negros. Con la petición
de ayuda hecha por los reyes de taifas de Sevilla, Badajoz y Granada, los
almorávides se trasladan a la Península y, al vencer a Alfonso VI en Zalaca el
año 1086, dominan un inmenso imperio que se extiende desde Castilla hasta el
Níger.
Pero los
nómadas almorávides se desinteresan del Sahara, su cuna de origen, y el imperio
se desintegra. En 1147, el último soberano es aniquilado por los bereberes montañeses
masmuda, quienes consquistan Marrakech; surge entonces una nueva concepción
islámica, el movimiento almohade, que se impone en todo el Mogreb y en parte de
la Península, hasta su derrota en Las Navas de Tolosa en 1212.
Ni los
almohades ni la dinastía de los Beni Merin tienen actuación en el desierto,
pero en la época de éstos se produce la lenta arabización del mismo. En el
siglo XI, los soberanos fatimidas han enviado al norte de África distintas
tribus puramente árabes, como los Beni Hilal y Beni Maquil, que propagan por
doquier la destrucción, instalándose más tarde en el Tuat, en los límites
occidentales del desierto. Hacia 1250 alcanzan los valles del Sus y del Dra,
llegando hasta el Atlántico. Los sultanes merinidas rechazan a estas tribus
árabes, propagadoras de la anarquía, hacia el sur del Dra, y en los siglos
XIII-XV, estos árabes nómadas en constante oposición a los bereberes del Norte
se expanden lentamente por el desierto, no como una invasión en masa, sino en
pequeños grupos, desbordando o subyugando a los pobladores y llegando hasta el
recodo del Níger. Los Beni Hassan de los Maquil son los que más se infiltran
hacia el Sur y los que darán lugar al nacimiento de las tribus saharauis
llamadas hassan o arab, así como a la propagación de un idioma propio, el hassanía,
más próximo al árabe literal. Las simbiosis entre árabes y bereberes, lejos de
la autoridad de los sultanes, va a dar lugar progresivamente a la formación de
la sociedad sahariana.
Entre
los siglos XIV y XV tiene lugar el primer contacto de los pueblos del Sahara
con los europeos. Las Canarias, conocidas de los romanos, habían caído en el
olvido durante el Bajo Imperio y la Alta Edad Media; es preciso llegar hasta
1312 para encontrar la fecha del arribo a las islas del genovés Lanceloto
Malocello, quien conquistó la que lleva su nombre, Lanzarote, aunque es muy
dudoso que pasara al continente; antes, en 1291, la expedición también
genovesa de los hermanos Vivaldi habla desaparecido en las costas occidentales
de África, en su búsqueda de un nuevo camino para comerciar con la India. De
abril de 1342 son las expediciones a las islas de la Fortuna, «nobellament
trobades», de los mallorquines Francesc Desvalers y Domingo Gual, aunque no se
tiene constancia de sus resultados. En agosto de 1346, salió de Mallorca una
nave dirigida por Jaume Ferrer, «per anar el riu de l'Or», pero se perdió y
nunca más se tuvieron noticias de esta expedición. Este Río de Oro, que ya
empieza a aparecer en las crónicas y en los mapas, no era más que el Senegal,
de cuya cuenca muy al interior procedía el oro que llegaba por tierra hasta el
Mediterráneo; pero más tarde, equivocadamente, tal denominación fue asignada a
la bahía y península donde luego se asentaría Villa Cisneros, Dajala hoy día.
Las
primeras expediciones castellanas a las islas y a la vecina costa de Berbería
son de 1385 o de 1393, según distintos autores; a partir de estas fechas la
presencia de naves castellanas en esta zona es muy frecuente, naves dedicadas
con preferencia al intercambio de productos y a la captura de esclavos. En
1449, Juan II de Castilla concede al duque de Medina Sidonia un amplísimo
señorío sobre la costa «desde el cabo de Aguer hasta la Tierra Alta y el cabo
de Bojador, con todos los ríos y pesquerías y rescates», aunque no existen
trazas de la intervención del duque en aquellos parajes.
Los
verdaderos descubridores de la costa sahariana son los portugueses, en su propósito
de llegar a Guinea y conseguir nuevas tierras, oro y esclavos. El impulsor del
descenso a lo largo de las costas africanas, que más tarde llegará hasta la
India con paciencia y método, es el infante don Enrique el Navegante, desde la
escuela náutica de Sagres. En 1434, Gil Eanes dobla por primera vez el cabo de
Bojador, un punto esencialmente difícil por las corrientes y los vientos
contrarios para el regreso. En 1436, Baldaia alcanza una bahía de la costa a
la que llama Río de Ouro, creyendo haber encontrado el origen del codiciado
metal. En 1441, Antao Gonçalves y Nuno Tristao tocan en cabo Blanco, Uadibe,
donde comprueban haber llegado al límite del mundo de habla árabe porque el
intérprete ya no es comprendido por todos.
No deja
de sorprender que sean los europeos los primeros en navegar por las islas y
las costas del Sahara, que se encontraban al alcance de la mano para los
habitantes de Marruecos. Los navegan-tes árabes, que conocían bien el
Mediterráneo, tenían muy pocas informaciones sobre la costa atlántica, aunque
sabían de la existencia de las Afortunadas, Al Khalidat, por las
reminiscencias llegadas desde Tolomeo; pero nunca trataron de localizarlas.
Sólo navegaban hasta algo más al sur de Agadir, porque, aunque resultaba fácil
seguir la costa, para retornar era necesario adentrarse en una navegación de
altura poniendo rumbo al Noroeste para evitar los alisios costeros del
Nordeste. Al final de la Edad Media, los árabes no navegaban en el África
occidental más allá que durante los primeros siglos del Islam.
Coincidiendo
con la conquista de Gran Canaria por los Reyes Católicos, en 1478 se establece
la primera fortaleza castellana en el litoral sahariano, llamada Santa Cruz de
Mar Pequeña, construida por Diego García de Herrera, señor de las Canarias
menores, y situada, según las más verosímiles interpretaciones, en la boca del
río Chebeica, entre el Dra y cabo Juby. Más tarde, se construyeron otras
torres, también portuguesas, pero no hay seguridad sobre su localización. La
edificación tenía más bien un carácter defensivo y político, intentando crear
una zona de influencia y de tráfico comercial; a ella acudirían los nativos
para trocar ganados, cueros y oro contra el trigo, el azúcar o las telas de
Canarias. Muy distintas eran las entradas o cabalgadas que se producían en
gran número en la costa africana desde mediados del siglo XV, propiciadas por
los señores y caballeros de Canarias y más tarde por los adelantados. Las
cabalgadas iban en busca de botín en los campamentos nativos, ganado, cueros,
armas, esclavos berberiscos o negros y el polvo de oro, el marfil o las plumas
exóticas procedentes del sur sub-sahariano, que se pudieran encontrar.
La torre
de Santa Cruz de Mar Pequeña siguió manteniendo su influencia hasta su
desaparición de la historia entre 1524 y 1527, perdiéndose luego hasta la
memoria de su emplazamiento; en 1860 serviría como base para la concesión de
Ifni a España por parte de Marruecos, aunque era muy poco probable que hubiese
estado allí la desaparecida torre.
El comercio
con el Sahara quedó anulado y las entradas o cabalgadas fueron prohibidas por
una Real Cédula de Felipe II de febrero de 1572. Aunque hay alguna que otra
acción guerrera posterior, las entradas en Africa terminan con el siglo XVI y
toda relación desaparece con esta centuria, si no es la de los pescadores
canarios, que faenaban en aquellas costas desde tiempos de la conquista por la
gran abundancia de pesca en el litoral sahariano. Con el permiso de los jefes
de la zona, desembarcaban para salar y secar su pescado y buscar agua y
víveres. Esta relación se man-tendría hasta la nueva llegada de España en el
siglo XIX.
Durante
el siglo XVI se consolida la sociedad saharaui; realizada la simbiosis
árabe-bereber, unas tribus se precian de su mayor pureza en la ascendencia
árabe, y son las llamadas hasan o arab, compues-tas por hombres guerreros con
características de violencia y orgullo; habitan con preferencia en la zona del
Río de Oro. Otras son de linaje santo, cherif, como descendientes del Profeta,
hasta cuyo nombre puede remontar su ascendencia un saharaui de este reconocido
linaje. Varios prestigiosos y milagrosos fundadores se establecen en esta
época en la Saguia el Hamra, que es conocida como tierra de santos.
Las
tribus más guerreras o poderosas se asientan en el interior, en las mejores
zonas de pastos, hasta la llamada Jat al Jaof, frontera colectiva del Este, o
línea de peligro; al Norte, esta frontera es el río Dra. A su resguardo están
las tribus zuaia, la gente de libros, compuestas de juriscolsultos de
prestigio y expertos en cuestiones coránicas, que se dedican a la enseñanza y
al estudio. Otras tribus no guerreras, que gozaban de la protección de las más
fuertes, a las que pagaban tributo, nomadeaban sus ganados en la zona costera.
Esta composición y distribución tribal es característica del Sahara y no tiene
relación con el entramado social marroquí del norte del Dra, en cuyos avatares
intervienen los fenómenos políticos internos de su país, sobre todo en relación
con el apoyo o ataque a las diferentes dinastías reinantes.
La
unidad cultural saharaui se configura a lo largo de los siglos en su economía,
su lengua y literatura, la música, el derecho y las costumbres. Mientras en
Marruecos la moneda entraba en el circuito económico mediterrá-neo, en el Sahara
no se utilizaba tal instrumento de cambio, difundido sólo con la llegada de
los europeos a fines del XIX. La economía sahariana se basaba en el trueque; no
se conocía la acumulación de capital, y la riqueza consistía en la posesión de
seres vivos, camellos, ovejas, cabras, esclavos, o en la de joyas, vestidos,
armas y objetos domésticos. Un hombre poseedor de cien camellos era un hombre
rico.
Al sur
del Dra existía una lengua propia, el hasanía, más próximo al árabe literal que
las variantes habladas en el norte de África. La literatura del Sahara posee
unas características peculiares, tanto se trate de una obra culta como de la
tradición popular. En la primera destacan los eruditos del Tiris, procedentes
de tribus zuaias, que en el siglo XVIII y principios del XIX producen
importantes obras de derecho, gramática y poesía. Entre la literatura popular
destaca el género llamado lejna, poemas guerreros que se recitaban incluso en
las batallas. El cuento popular tiene sus raíces, como dijimos, en el medio
circundante y en la forma de vida nómada. Pero también influyen en él la
religiosidad islámica y los hechos milagrosos, la valía del hombre enfrentado a
un entorno hostil y su ingenio, así como las hazañas guerreras y la fantasía oriental.
La música saharaui posee sus propios instrumentos y su ritmo característico,
así como una figura básica, el iggauen, poeta, bardo o trovador, quien dirige
un concierto personal dividido en cinco partes inalterables.
Creadas
por las tribus saharauis nacen unas instituciones que desempeñan la
administración del poder. La yemaa,
o asamblea de notables, tiene funciones legislativas y gubernativas y, en
general, interviene en todas las cuestiones importantes que afectan a la
supervicencia del grupo. Sus decisiones de tipo democrático son obligatorias y
el que no las acepta es segregado de la unidad social. El shej es el jefe de la tribu, aunque en las tribus grandes sólo se
tiene en cuenta al shej de la
fracción. Es una figura de prestigio por su ascendencia, sabiduría y
religiosidad, y es también un jefe de guerra, pero con carácter básicamente
ejecutivo y las decisiones de la yemaa
tienen primacía
La
escasa actividad agrícola que ha podido mantenerse es típica del desierto. No
existe una propiedad reconocida sobre la tierra. Las graras de terreno apto
para el cultivo son pequeñas extensiones donde siembran cebada los miembros de
un mismo grupo después de las lluvias, dejando una parte libre para el que
llega más tarde.
En un
pueblo fundamentalmente nómada no existe la vivienda estable, salvo en la
avanzada colonización. La habitación es la tienda o jaima, una gran cubierta formada por tiras entretejidas de pelo de
camello o cabra, sostenida por diversos palos, a cuyo alrededor se sitúan
arbustos espinosos para protegerse de algún animal salvaje; cerca se colocan
los ganados, sobre todo las cabras y ovejas. Una característica especial del
desierto es la hospitalidad: la jaima se abre tanto para el amigo, el pariente,
el desconocido o el enemigo, que se encontrará en un recinto sagrado; lo mejor
de su comida o de sus escasos bienes será puesto a disposición del recién
llegado. La alimentación, que está condicionada por el medio, es característica
del Sahara. Leche de camella o cabra, harina de cebada y, más tarde, de trigo
europeo, algo de carne en circunstancias especiales, algunas verduras y los
escasos frutos de una vegetación desértica; la carne de camello es despreciada
fuera del Sahara. El gran consumo de té y azúcar, que eleva la baja tensión,
son probablemente fruto del tráfico caravanero introducido en el siglo XIX.
El
Sahara occidental permanece sumermgido en sí mismo, casi olvidado de la
historia, durante los siglos XVII, XVIII y gran parte del XIX. Los sultanes
marroquíes envían en estas épocas algunas expediciones esporádicas, sin
dominio efectivo, al interior del desierto mauritano y argelino, pero sin
adentrarse en el Sahara occidental, porque en el sur de Marruecos las
poblaciones comprendidas entre el río Sus y el Dra constituían el bled siba, el territorio insumiso al
sultán, que le impedía el paso. También ha desaparecido la relación del Sahara
con los europeos. Hay que llegar hasta los últimos años del siglo XIX y primeros
del XX para encontrar de nuevo la relación del Sahara con Europa.
De esta
época, es también la presencia española con carácter continuo, presencia que
corresponde a diferentes motivaciones: la Conferencia de Berlín de 1884 sobre
el reparto de África entre los europeos, la factoría inglesa de cabo Juby, que suponía
una alarma para Canarias y el aumento de la actividad pesquera de las islas en
la costa sahariana. Ya en 1881 se había fondeado un pontón junto a la península
de Río de Oro para facilitar el trabajo de los pesqueros. Por su parte, también
los ingleses habían visitado Río de Oro con la intención de establecerse allí.
El gobierno de Cánovas decidió antici-parse y envió a Emilio Bonelli, militar
y arabista de prestigio, con tres barcos que reconocieron la costa desde cabo
Bojador a cabo Blanco. Finalmente, se estableció una factoría en la península
de Río de Oro, siendo llamada Villa Cisneros. La proyección política del
estableci-miento sería muy amplia. Bonelli firmó con los nativos un tratado por
el cual éstos colocaban el territorio bajo el protectorado de España, tratado
del que arrancaron los derechos españoles sobre el Sahara. En diciembre de
1884, el gobierno español comunicaba a todas las potencias que tomaba bajo su
protección los territorios de la costa occidental de África comprendidos entre
cabo Bojador y cabo Blanco. Ninguna nación, incluida Marruecos, presentó
controversia alguna sobre el protectorado español y sólo Francia especificó la
necesidad de fijar los límites meridio-nales, que afectaban a su progresión en
Mauritania.
También
la expedición de José Álvarez Pérez recorrió en 1886 la costa desde el Uad Nun
a cabo Bojador con tres barcos enviados por las sociedades africanistas. Álvarez
Pérez entró en contacto con los naturales de la Saguia el Hamra y algunos jefes
se trasladaron a Lanzarote y extendieron ante notario un documento por el que
se colocaban bajo la protección de la Sociedad Española de Geografía
Comercial. Pero el gobierno de Sagasta no quiso hacerse responsable de tales
acuerdos por la indefinición de la zona y de los jefes que dominaban en ella.
Otra expedición, en mayo del mismo año, fue propiciada por la citada sociedad
y dirigida por el capitán Julio Cervera, el naturalista Francisco Quiroga y el
arabista Felipe Rizzo. Desembarcaron en Villa Cisneros y, el 12 de julio, llegaron
a la salina de Iyil, siendo los primeros europeos en alcanzar tal punto, donde
firmaron con los jefes nativos un tratado según el cual se anexionaban a España
los territorios que se extendían hasta la costa. Pero el gobierno de Sagasta,
tal como había ocurrido con Alvarez Pérez, se negó a la publicación oficial de
los tratados y a hacerse cargo de los mismos, por las complicaciones que podría
acarrear la fundación de un establecimiento fijo en el interior.
En
octubre de 1902, Francia organizaba el Gobierno General del África Occidental
Francesa y el Territorio Civil de Mauritania. Los emiratos mauritanos al sur
del Sahara occidental constituían entidades políticas bastante estables, con
habitantes nómadas y sedentarios, en las cuales la autoridad del emir se
perpetuaba en una misma familia. Surge entonces el fuerte rechazo y la
hostilidad decla-rada de las tribus saharianas contra la penetración francesa.
Su principal impulsor es el jefe religioso Ma El Ainin, de origen mauri-tano, que
sobre 1870 se había establecido en la Saguia el Hamra; entre 1898 y 1902 funda
la ciudad de Smara, la primera ciudad del desierto, de donde parten los ataques
contra la penetración francesa y que intentaba convertirse también en un
centro comercial carava-nero y en un foco religioso.
En marzo
de 1912 se establece el protectorado de Francia y España sobre Marruecos, y
los hijos de Ma El Ainin, a la muerte de su padre en 1910, continúan la lucha
contra los europeos, tanto en el desierto como en aquel país. El mayor, El
Heiba, se proclama sultán en mayo de ese año, apoderándose de Marrakech más
tarde, aunque es derrotado en septiembre por los franceses. En 1919, al morir
El Heiba, su hermano Marabbi Rebbu se proclama también sultán, siendo conocido
generalmente como el Sultán Azul. La lucha continúa tanto en el sur de
Marruecos como contra los destacamentos franceses de Mauritania, hasta que en
1934, ante fuerzas muy superiores de Francia y del sultán marroquí, Marabbi
Rebbu se refugia en el cabo Juby español, muere en 1943 y es enterrado en la
Saguia.
Estas
circunstancias fueron determinantes para que la coloniza-ción española no
pasara de algunos puntos costeros. Ocupada la península de Río de Oro en 1884,
cuando el gobernador Francisco Bens llega a Villa Cisneros en 1904 apenas se
conocían los contornos de la bahía. En 1907, Bens pasa a Aargub, al otro lado
del entrante marino, y en 1910 realiza una expedición a Atar, bajo dominio
francés ya. Hasta 1916 no se ocupa cabo Juby, en calidad de protectorado, y en
1920 Bens ocupa La Güera, en cabo Blanco, que serviría de base de apoyo para
los pesqueros canarios. La implantación española no pasó de tales puntos hasta
1934, en que cesa la resistencia saharaui contra los europeos. En ese año se
ocupa Daora, cerca de la frontera de Marruecos, y en julio se iza la bandera
tricolor de la II República en la mítica Smara, la ciudad que los europeos no
conocían. Para ello, fue necesaria la aceptación generalizada de los nativos.
Anteriormente,
los límites internacionales del Sahara habían sido fijados en los tratados con
Francia de 1900, 1904 y 1912. Por este último se definía ya totalmente la
delimitación a base de meridianos y paralelos, no apartándose excesivamente de
lo que los saharauis consideraban su territorio, pero asignando a Marruecos,
aunque bajo portectorado español, la provincia de Tarfaya, comprendida entre
el río Dra y el paralelo 27° 40', en el cual se encontraba cabo Juby.
Sólo
durante la Guerra Civil española, y por necesidades militares, se empieza a
recorrer todo el territorio y se fundan nuevos puestos y poblados; El Aaiun, en
1938, por el teniente coronel De Oro, Tantan en Tarfaya, Guelta, Auserd, etc.
En 1956,
la independencia de Marruecos supone amplias alteraciones en el territorio. El
ejército de liberación marroquí, que ha contribuido a esta independencia luchando
contra los franceses, penetra en el Sahara en 1957, manipulado, dirigido y
pagado por el gobierno de Mohamed V; para Marruecos es un brazo armado con el
que intenta anexionarse las regiones que reivindica, Mauritania incluida. En
febrero de 1958 tiene lugar la reacción europea mediante la «Operación
Ecouvillon», llamada «Teide» en las fuerzas españolas, con la colaboración de
éstas y de las fuerzas francesas de Mauritania. La operación, llevada a cabo
con fuertes efectivos, se realiza primero en la Saguia el Hamra y luego en Río
de Oro. Las bandas de liberación son destruidas o forzadas a refugiarse en
Marruecos. A partir de entonces la reivindicación de Marruecos sobre el Sahara,
y sobre Mauritania hasta 1969, será constante, tanto en sus relaciones con
España como en la ONU.
En esta
época, el gobierno español está dispuesto a una perma-nencia indefinida en el
territorio, según las tesis de Franco y de Carrero, análoga-mente a la posición
de Portugal en sus colonias, sin un proyecto político determinado. De acuerdo
con ello, en enero de 1958, el Sahara es convertido en provincia española, con
capital en El Aaiun y con una legislación específica. A partir de entonces se desarrolla
una época de relativo progreso con el aumento y crecimiento de los poblados,
los pozos y las obras públicas. La población saharaui comienza a
sedentarizarse, creando problemas de falta de viviendas y de puestos de
trabajo. La sociedad nómada entra en crisis y, para 1970, se ha convertido en
un 80 por 100 en urbana y rural.
En 1963
se descubre un importante yacimiento de fosfato en Bu Cra, aunque las
investigaciones se remontaban a años atrás; ello, junto con las posibilidades
petrolíferas que se investigan en múltiples prospecciones y la riqueza
pesquera, convierte al Sahara en un país con grandes posibilidades económicas.
El 17 de
junio de 1970 surge un brote importante de nacionalismo en una manifestación
saharaui en El Aaiun, cuyos dirigentes, encabezados por Bassiri, exponen sus
propósitos de tomar las riendas de la política en su propio país, ante el
acoso reivindicativo de Marruecos, la actuación de las Naciones Unidas y la
pasividad española. El movimiento, enraizado en un partido clandestino, pero
insuficientemente fortalecido, termina con la disolución de la manifestación
por fuerzas del Tercio, que causan algunas víctimas. Pero el gobierno español
continúa en su postura inmovilista y no toma medida alguna para la evolución
política del Sahara hacia su auto-determinación, como preconizan las
resoluciones de las Naciones Unidas.
En mayo
de 1973 el nacionalismo, que ha aumentado su fuerza e implantación en la
clandestinidad, vuelve a resurgir con un renovado vigor, planteando claramente
la independencia. Se concreta entonces en la creación del Frente Polisario,
(Frente Popular de Liberación de Sagula el Hamra y Río de Oro), de
características básicamente anticoloniales. Se producen a partir de entonces
una serie de ataques contra puestos, patrullas y convoyes españoles, ataques
que continuarán al año siguiente y hasta junio de 1975. El movimiento de
liberación adquiere pronto una extensión y una aceptación generales; su
principal dirigente, nombrado más tarde para el cargo de secretario general, es
El Ueli uld Mustafa, originario de la Saguia, que ha realizado estudios en el
extranjero. Pero al mismo tiempo, gran parte de la juventud y de las mujeres se
van uniendo también a la corriente nacionalista e independentista.
El
gobierno español, que había mantenido la línea de una permanencia indefinida
hasta la muerte de Carrero Blanco a fines de 1973, comienza al año siguiente
una trayectoria distinta, con objeto de llevar al país hacia una independencia
tutelada. Fruto de ello es la elaboración de un estatuto de autonomía, pero
éste ni siquiera ve la luz oficial a causa de las presiones que Marruecos lleva
a cabo en Madrid, oponiéndose al nacimiento de un Estado independiente en su
frontera sur.
España
cambia de política y el 20 de agosto de 1974 anuncia que realizará durante los
seis primeros meses de 1975 un referéndum de auto-determinación, bajo el control
de la ONU, para que los saharauis elijan su propio destino; tal referéndum
había sido solicitado por las Naciones Unidas desde 1966. Ante lo que se puede
prever como un referéndum de marcada tendencia independentista, Marruecos
maniobra en las sesiones de las Naciones Unidas a fines de ese año y ofrece a
Mauritania claramente el reparto del territorio; ello, unido a la colaboración
de los países occidentales en apoyo de Marruecos, conduce a una votación en la
que se decide enviar el contencioso del Sahara al Tribunal Internacional de
justicia de La Haya, para que determine los lazos que unían al territorio con
Marruecos y con el conjunto mauritano en la época de la llegada española, 1884,
al tiempo que se solicita a España que paralice el anunciado referéndum.
A
mediados de 1975 finalizan los enfrentamientos del Frente Polisario con las
fuerzas españolas. El 16 de octubre, el Tribunal de La Haya hace público su
dictamen según el cual no se han encontrado lazos de soberanía de Marruecos ni
de Mauritania sobre el territorio, y solamente alguna relación de dependencia
de las tribus que llegaban en sus nomadeos hasta Marruecos y algunos derechos
de Mauritania sobre zonas de pastos. No hay nada que se oponga a la
autodeterminación saharaui.
Pero
ello es suficiente para que Hassan II ponga en acción sus propósitos
preparados desde meses antes, con ayuda de los EE.UU. y de medios financieros
árabes, anunciando ese mismo día su derecho a recuperar el Sahara por medio de
una marcha civil de 350.000 personas, la llamada Marcha Verde.
El 17 de
octubre, el gobierno español, en decisión secreta, firma la orden para evacuar
el Sahara a partir del 10 de noviembre, dejándolo en manos de los marroquíes.
La Marcha Verde supone una cobertura para el abandono de la idea de
autodeterminación mantenida en la ONU y prometida a los saharauis, porque la
línea geopolítica occidental es opuesta al nacimiento en esta zona del Atlántico
de un Estado independiente, propiciado y ayudado por Argelia y Libia y dentro
de la línea progresista árabe; al mismo tiempo, el Alto Estado Mayor Español
teme que un Sahara inde-pendiente sea un peligro político para Canarias.
Entre
estas fechas y el 14 de noviembre, se perfilan los acuerdos de Madrid por los
que se da entrada en la administración del Sahara a Marruecos y Mauritania,
que más tarde se repartirán el territorio, retirándose España el 28 de febrero
de 1976. Mientras tanto, y a partir del 30 de octubre, bajo la cortina de humo
de la Marcha Verde, las fuerzas marroquíes han invadido el territorio por
varios puntos al Este, en medio del silencio y la pasividad españolas, que no
denuncian estos hechos ni a la opinión pública ni a la ONU. El 6 de noviembre,
la Marcha Verde penetra en el Sahara sólo diez kilómetros en dirección a El
Aaiun, según el acuerdo con el gobierno español, perma-neciendo en esta zona
tres días y retirándose luego. A partir del 30 de octubre se producen los
primeros combates de los saharauis contra las fuerzas marroquíes en Hausa,
Echdeiría y Farsía.
La
población huye en masa de las ciudades y poblados ante la invasión extranjera y
se refugia en varios campamentos del desierto; estos campamentos son
bombardeados por la aviación marroquí en febrero y marzo de 1976, causando
numerosas víctimas, principal-mente en Um Dreiga y en Tifariti. Los saharauis
huyen entonces a territorio argelino, refugiándose en otros campamentos
improvisados cercanos a Tinduf. Pero los que llegan hasta allí lo hacen en
condicio-nes desastrosas, heridos y agotados, después de haber dejado
numerosas bajas por el camino; en los primeros meses, las condicio-nes
sanitarias y de alimentación fueron pésimas, hasta que llegó la ayuda internacional
y argelina sobre todo. A lo largo de 1976 su número fue aumentando hasta
sobrepasar los 100.000 refugiados.
El 27 de
febrero, ante el vacío jurídico que creaba la salida de España, se proclamaba
en el Sahara aún libre de invasores la República Árabe Saharaui Democrática y,
el 4 de marzo, se formaba el primer gobierno. Se promulgaba también una
Constitución pro-visional, de marcado carácter social y progresista, según la
cual el poder supremo correspondía al Comité Ejecutivo del Frente Polisario.
A partir
de entonces se iniciaba una larga guerra contra la invasión, en la que los
saharauis recibirían la ayuda de liberación de Argelia. En 1979, Mauritania,
con grandes dificultades internas causadas por una guerra que no podía
sostener, a pesar de la intervención directa realizada por Francia en 1978, se
veía obligada a retirarse de la lucha y renunciaba a cualquier reivindicación
sobre el Sahara. Los saharauis continuaron su combate contra el enemigo único
marroquí en una guerra de guerrillas que, no obstante, utilizaba también un
avanzado armamento moderno, eligiendo sus puntos de ataque y los momentos más
adecuados en un terreno que conocían perfectamente. Inclusive, los ataques
fueron llevados al interior de Marruecos contra las ciudades de Tantan, Assa,
Saac, Akka y Tata, poniendo al gobierno marroquí en serios apuros.
Desde
1980 a 1987, los marroquíes, con objeto de controlar el territorio, procedían
a la construcción de una inmensa línea de fortificaciones, con elementos de
detección a base de radares, que partiendo del este del río Dra en una longitud
de más de 2.000 Km, llegaba hasta el norte de La Güera. La estrategia de los
muros convirtió la guerra del Sahara en una serie de ataques esporádicos
contra las posiciones estables marroquíes, las cuales no salían de unas
fortificaciones que les servían tanto de defensa como de cerco. Sin una
solución militar posible, se imponía una solución política.
La
República Saharaui había sido reconocida hasta 1990 por 74 Estados, principalmente
africanos y americanos; ingresó en la Organización de la Unidad Africana en
1982 y obtuvo, a partir de 1979, una progresiva aceptación en la ONU, que
propugnaba constantemente en sus resoluciones un referéndum de
autodeterminación y unas conversaciones preliminares entre Marruecos y el
Frente Polisario para llegar a un alto el fuego. Aunque Marruecos se negaba a
ello, finalmente, en enero de 1989, Hassan II recibió a los responsables del
Frente, pero sin que se alcanzaran resultados positivos.
Los
esfuerzos del secretario general de la ONU, Pérez de Cuéllar, hasta 1991 daban
forma por fin a un plan para el Sahara, que, en abril de ese año, Marruecos se
veía obligado a aceptar y que el Frente Polisario también admitía. Las
resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU avalaban también el plan de
paz de Pérez de Cuéllar. El punto fundamental era la realización de un
referéndum de autodeterminación de los saharauis, con las opciones de independencia
o integración en Marruecos, bajo el control y los auspicios de la ONU. El plan
era muy detallado y comprendía el alto el fuego, canje de prisioneros, libertad
de detenidos políticos, retirada de parte de las fuerzas marroquíes,
confinamiento de los combatientes, regreso de los exiliados, confección de un
censo electoral, libertad de propaganda, anulación de leyes represivas, etc. La
larga trayectoria de un pueblo, con una personalidad y una cultura propias y
una tradición de independencia a través de los siglos, llegaba así a un punto
crucial de su historia, tras enormes y dolorosas vicisitudes.
José Ramón DIEGO AGUIRRE
Fuente: Carme Aris/Lluisa Cladellas
051 Anónimo (saharaui)
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