Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 4 de junio de 2012

Shreser dahbú

Había una familia que había tenido siete hijos, todos ellos varones. Pasó el tiempo y los muchachos crecieron. Todos deseaban tener una hermana. Cuando supieron que su madre se hallaba de nuevo encinta, todos querían que fuese una niña.
Al llegar el día en que su madre sintió los primeros dolo­res de parto, los muchahos le dijeron a la criada:
-Nosotros vamos a alejarnos. Estaremos junto al rebaño de camellos. Si nace una niña levantas la cuchara y si es un niño el musaad [1].
Aguardaron impacientes la señal de la criada, pues habían acordado que si nacía otro varón se irían de allí para no vol­ver nunca más.
Alzó la criada el musaad y ellos se marcharon. Pero la cria­da se había equivocado al hacer la señal, pues había nacido una hermosa niña, a la que llamaron Shreser Dahbú.
Pasó el tiempo y ésta creció. Hizo amistad con los niños vecinos y jugaba siempre con ellos. Hasta que un buen día empezaron a criticarla y le decían:
-¡Mira la niña a la que dejaron sus hermanos! Tú eres la culpable, si fueras buena no se habrían ido.
Shreser Dahbú estaba cada día más triste. Perdió el apeti­to y las ganas de jugar. Y pasaba las horas llorando sola en un rincón.
Su madre se dio cuenta de que algo le pasaba a la niña y le preguntó qué ocurría.
-Los niños del vecindario ya no quieren ser mis amigos. Dicen que por mi culpa se marcharon mis hermanos -explicó.
-No hija, no es cierto. Eso es una mentira -contestó la madre para calmarla y hacerla callar.
Pasó el tiempo y la chica creció. Parecía haberse tranquili­zado, pero un día le dijo a su madre:
-Ya no puedo seguir viviendo aquí, donde no están mis hermanos. Voy a ir a buscarlos.
La madre le equipó bien un camello. Llamó a la criada, Kumba, le dio las riendas y le dijo:
-Ayuda a Shreser Dahbú a encontrar a sus hermanos. Partieron las dos, la muchacha montada en el camello y la criada a pie. Estuvieron andando, andando, durante mu­cho tiempo, hasta que la criada se cansó y dijo:
-Shreser Dahbú, déjame montar contigo.
Y decían las piedras:
-No, no lo hagas.
Siguieron andando, andando y la criada dijo de nuevo:
-Shreser Dahbú, móntame contigo.
Y decían las plantas:
-No, no lo hagas.
Siguieron andando, andando, hasta que la criada, ya muy cansada, volvió a insistir:
-Móntame.
Y decían las montañas:
-No, no la subas.
Y siguieron caminando. Hasta que llegaron a un uad lle­no de dátiles. Cogieron cuantos necesitaban para su sustento y reanudaron su camino. Después de haber cruzado el valle, cada vez que la criada le pedía que la montase las voces se oían más lejos. Al llegar a un lugar más alejado, Kumba obli­gó a Shreser Dahbú a bajarse y se montó ella.
-Coge las riendas y camina -dijo.
Siguieron andando, andando, hasta que encontraron un uad de leche y Kumba ordenó:
-Detén el camello.
Descendió de él y se sumergió en la leche. Cuando salió, su piel negra se había vuelto completamente blanca. Volvió a montarse y dijo:
-Shreser Dahbú, coge las riendas y sigue andando.
Después de un buen trecho, la muchacha estaba cansada y suplicó:
-Kumba, deja que me monte contigo.
La criada no le hizo ningún caso y siguieron caminando hasta que Shreser Dahbú tuvo que andar a cuatro patas por­que no se podía tener en pie. Kumba iba dándole golpes y le decía:
-Sigue llevando las riendas.
Encontraron un uad lleno de alquitrán y Kumba le orde­nó que se metiera en él para convertirla en negra, como ella era antes.
Salió Shreser Dahbú con la piel completamente negra y Kumba le mandó coger las riendas y seguir caminando.
Llegaron a un lugar habitado, en el que encontraron a va­rias personas, animales, un mercado... Iban preguntando a quienes hallaban:
-¿No habréis visto a siete hermanos, que siempre andan juntos y el mayor se llama Ahmed?
Quienes los conocían les iban indicando el lugar donde po­dían encontrarlos. Siguieron caminando. Shreser Dahbú, ne­gra, guiando el camello, y Kumba, blanca, montada en él. Hasta que llegaron al frig [2] en el que vivían los siete hermanos.
-Yo soy vuestra hermana -dijo Kumba-, y ésta ha ve­nido para guiar el camello.
Los hermanos se alegraron mucho de saber que tenían una hermana y organizaron un banquete en su honor. Mientras, Shreser Dahbú hacía de esclava y tenía que recoger leña, fre­gar, cocinar, guardar el ganado...
Estuvo mucho tiempo así. Cuando llegaba a las jaimas, después de una dura jornada de trabajo, se sentaba fuera. Si le daban comida comía, si no, no.
Salía por la mañana con el ganado y se pasaba el día llo­rando. Cuando decía a sus hermanos que ella era su hermana no la creían.
Un día Ahmed salió a ver cómo pastoreaban los caballos. Llegó donde estaba Shreser Dahbú y la encontró llorando y cantando. Como tenía la voz tan hermosa, los caballos baila­ban al ritmo de su canción y ni siquiera comían.
Se acercó a ella y le dio una paliza. Fueron tantos los gol­pes y arañazos, que salpicó sus ropas con sangre de la chica.
Al regresar las lavó varias veces, pero la sangre no se mar­chaba. Se dio cuenta de que ocurría algo extraño.
Fue a donde había un cadí [3] y le contó toda la historia. Después de escucharla atentamente éste le dijo:
-Esto indica que hay lazos de sangre entre vosotros.
-¿Qué debo hacer? -preguntó Ahmed.
-Vuelve donde está ella. No la toques ni le digas nada. Debes preparar una jaima con siete venias [4], colocándolas una encima de otra. Matarás un cordero y no dejarás ninguna parte por cocer. Cuando lo tengas todo servido, invitarás a las dos muchachas a comer. Tú las observarás por un agujero y así sabrás cuál es tu hermana.
Ahmed hizo todo lo que había indicado el cadí. Cuando hubo servido la comida a las dos muchachas, se retiró a ob­servar lo que sucedía.
Kumba, la criada que se hacía pasar por hermana, cogió la cabe-za, las vísceras y todas las partes menos nobles para comérselas.
Shreser Dahbú escogió una costilla y al tenerla entre los dedos exclamó:
-¡Ay, quién pudiera llevarle esta costillita a su madre, a la que dejó abandonada!
Kumba, con un golpe, le dijo:
-¡Cállate!
Shreser Dahbú volvió a dejar la costilla en el plato y se quedó mirándola pensativa, sin comérsela.
Mientras, Kumba siguió devorando el cordero hasta sa­ciarse.
Ahmed, que las había estado observando en silencio, adi­vinó en seguida el engaño. Quitó las siete venias y abrazó a su hermana. Cogió a Kumba y le dio una paliza diciéndole:
-¡Ahora vas a contarme la verdad!
Kumba le explicó lo que había sucedido durante el viaje y cómo lo había hecho para cambiar el color de la piel de las dos, para hacerse pasar por su hermana.
Ahmed, muy encolerizado, fue a ver a sus vecinos del frig y les pidió a cada uno un camello. Amarró los brazos y las piernas de Kumba en camellos distintos y los fustigó para que se separaran y volvieran cada uno con su dueño. Kumba quedó descuartizada.
Ahmed volvió a ver al juez para preguntarle cómo podría devolver a su hermana el color blanco de su piel, y éste le respondió:
-Llévala al uad de leche y báñala allí.
Así lo hizo y Shreser volvió a ser blanca y hermosa como antes. La llevó a vivir a su jaima, pero como era tan bella, todas las mujeres le tenían envidia y se inventaban historias extrañas sobre ella. Siempre estaban pensando qué maldad podrían hacerle.
Un día le trajeron un huevo de una serpiente e hicieron que se lo comiese a la fuerza. Luego fueron a ver a Ahmed y le dijeron que su hermana se encontraba embarazada. Este dijo:
-¿Cómo puede ser? Seguro que es una patraña vuestra. Siempre andáis inventando cuentos sobre ella.
-La verdad es que está embarazada. Si no lo crees ve, pídele que te rasque la cabeza y te acuestas sobre su regazo. Verás cómo oyes el corazón del niño.
Ahmed lo hizo así y oyó el ruido de las serpientes dentro del vientre de su hermana. Se la llevó a un pozo cercano y la echó dentro. Después lo derrumbó.
Pero Shreser Dahbú pudo refugiarse en una especie de gruta que había en la pared. Permaneció allí durante mucho tiempo y el pelo le fue creciendo hasta que salió por encima de la tierra.
En las cercanías habitaba un hombre muy rico, que tenía muchos camellos y muchos caballos. El pastor acostumbraba a llevarlos a pacer cerca del pozo. Cuando los caballos comían la hierba se encontraban con los cabellos de Shreser Dahbú. Al intentar comerlos, ésta les gritaba desde abajo:
-¡Por favor, por favor, caballos! ¡No comáis mi pelo!
Cuando los caballos la oían no podían comerlo. Y ella se pasaba todo el día cantando. Lo mismo le ocurría al pastor, que cuando oía su voz, se sentaba cerca del pozo para escu­charla.
Shreser Dahbú seguía cantando hasta el anochecer. Cuan­do se callaba, los caballos se iban sin haber comido.
El hombre rico se dio cuenta de que algo les ocurría a sus animales, pues cada día estaban más flacos. Llamó al pastor y le preguntó qué pasaba. Éste le contestó:
-No sé qué ocurre. Yo cada día los llevo a los pastos y hay mucha hierba. No sé por qué no comen.
Pasado algún tiempo, y viendo que sus caballos no en­gordaban, volvió a insistir:
-Tienes que contarme lo que les pasa a mis animales. Aquí ocurre algo raro.
-Se oye una voz donde pastan los caballos, que los deja embrujados. Se paran a escucharla y no comen. Es una voz muy hermosa que sale de la tierra -explicó el pastor.
-Me cuesta creer esa historia. Si es mentira, pagarás con tu cabeza -contestó el señor.
Fueron juntos a los pastos, a ver qué ocurría. Al llegar oye­ron la voz que salía de la tierra, cantando una triste canción. Excavaron en el lugar y encontraron a una mujer muy her­mosa, con una larga cabellera y una piel blanquísima. Se la llevaron a casa y el señor se casó con ella.

Los hermanos, después de haberla enterrado en el pozo, se trasladaron a vivir a otro lugar. Uno de ellos, que había oído la extraña historia de una mujer bellísima que un hombre ha­bía rescatado de un pozo, decidió volver al lugar donde habían vivido y descubrió que se trataba de su hermana.
Se quedó a vivir allí. Pero un día que había salido a pa­sear se tropezó con un águila que intentaba matar a una serpiente. Con su bastón ahuyentó al ave y salvó a la serpiente, quien, en agradecimiento, se hizo su amiga y prometió ayu­darle siempre que estuviera en apuros.
Varias veces, en sus paseos, procuraba acercarse a la casa de su hermana, que había tenido ya un hijo, para verla y char­lar con ella, sin confesarle nunca que era su hermano.
El marido se enteró de estas visitas y decidió espiarlos la próxima vez que fuera a ver a su mujer para matarlo. Cuan­do iba a clavarle su cuchillo apareció la serpiente, que se le enroscó en el cuello y abrió su enorme boca frente a la de él.
-Si me dejas marchar, la serpiente no te hará nada -dijo el muchacho.
El hombre ordenó a sus criados que lo soltasen. La ser­piente se desenroscó y se escondió.
El chico fue en busca de sus hermanos a contarles lo que había sucedido.
Mientras tanto, el marido se había enterado de la existen­cia de los siete hermanos y del trato que habían dado a su mujer. Decidió pedir ayuda a sus amigos para vengarse.
Una noche, los hermanos llegaron cerca del frig donde vi­vía Shreser Dahbú y acamparon allí.
Shreser Dahbú se enteró de su llegada, pero no pudo ver­los porque su marido le había prohibido que saliese sola de la jaima.
El marido también supo que habían llegado forasteros y que eran los hermanos de su mujer. Convocó a sus amigos y urdieron un plan para matarlos cuando estuviesen dormidos. Shreser Dahbú lo oyó todo y se quedó pensando cómo podría avisarlos, sin salir de la jaima y con su marido durmien­do al lado. Cogió una aguja y pinchó con ella a su hijo pe­queño para que llorara. Se puso a consolarle cantándole:

¡Ahmed, Ahmed, hijo de mi madre!
¡Huye, huye, que la gente es enemiga!
iReída, Reida, la gente es enemiga!
ilnflad las guerbas [5] y dejadlas acostadas!
¡Salek, Salek, monten los caballos
y dejen los camellos!

Cada vez que lo repetía, sus hermanos la oían. Ahmed hizo que se levantaran todos y empezaron a elaborar un plan para ponerse a salvo. Siguieron las indicaciones de Shreser Dahbú, pusieron las guerbas infladas en el lugar donde ellos estaban durmiendo, cogieron los caballos más veloces, deja­ron los camellos amarrados junto a su jaima y salieron hu­yendo.
Cuando llegó el marido acompañado de sus amigos, em­pezaron a golpear las guerbas hasta que descubrieron el enga­ño. Buscaron por los alrededores sin encontrar a nadie, hasta que se dieron cuenta de que habían logrado escapar.

 051 Anónimo (saharaui)



[1] Musaad: Cuchara grande para remover la harina.
[2] Frig: Grupo de jaimas que viajan y acampan juntas.
[3] Cadí: Juez, persona que interviene en la resolución de los conflictos.
[4] Venia: Cortina de tela fina que recubre el interior de la jaima.
[5] Guerba: Odre de piel de cabra, usado para guardar agua o leche.

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