Había
una familia que había tenido siete hijos, todos ellos varones. Pasó el tiempo y
los muchachos crecieron. Todos deseaban tener una hermana. Cuando supieron que
su madre se hallaba de nuevo encinta, todos querían que fuese una niña.
Al
llegar el día en que su madre sintió los primeros dolores de parto, los
muchahos le dijeron a la criada:
-Nosotros
vamos a alejarnos. Estaremos junto al rebaño de camellos. Si nace una niña
levantas la cuchara y si es un niño el musaad [1].
Aguardaron
impacientes la señal de la criada, pues habían acordado que si nacía otro varón
se irían de allí para no volver nunca más.
Alzó la
criada el musaad y ellos se marcharon. Pero la criada se había equivocado al
hacer la señal, pues había nacido una hermosa niña, a la que llamaron Shreser
Dahbú.
Pasó el
tiempo y ésta creció. Hizo amistad con los niños vecinos y jugaba siempre con
ellos. Hasta que un buen día empezaron a criticarla y le decían:
-¡Mira
la niña a la que dejaron sus hermanos! Tú eres la culpable, si fueras buena no
se habrían ido.
Shreser
Dahbú estaba cada día más triste. Perdió el apetito y las ganas de jugar. Y
pasaba las horas llorando sola en un rincón.
Su madre
se dio cuenta de que algo le pasaba a la niña y le preguntó qué ocurría.
-Los
niños del vecindario ya no quieren ser mis amigos. Dicen que por mi culpa se
marcharon mis hermanos -explicó.
-No
hija, no es cierto. Eso es una mentira -contestó la madre para calmarla y
hacerla callar.
Pasó el
tiempo y la chica creció. Parecía haberse tranquilizado, pero un día le dijo a
su madre:
-Ya no
puedo seguir viviendo aquí, donde no están mis hermanos. Voy a ir a buscarlos.
La madre
le equipó bien un camello. Llamó a la criada, Kumba, le dio las riendas y le
dijo:
-Ayuda a
Shreser Dahbú a encontrar a sus hermanos. Partieron las dos, la muchacha
montada en el camello y la criada a pie. Estuvieron andando, andando, durante
mucho tiempo, hasta que la criada se cansó y dijo:
-Shreser
Dahbú, déjame montar contigo.
Y decían
las piedras:
-No, no
lo hagas.
Siguieron
andando, andando y la criada dijo de nuevo:
-Shreser
Dahbú, móntame contigo.
Y decían
las plantas:
-No, no
lo hagas.
Siguieron
andando, andando, hasta que la criada, ya muy cansada, volvió a insistir:
-Móntame.
Y decían
las montañas:
-No, no
la subas.
Y
siguieron caminando. Hasta que llegaron a un uad lleno de dátiles. Cogieron cuantos necesitaban para su
sustento y reanudaron su camino. Después de haber cruzado el valle, cada vez
que la criada le pedía que la montase las voces se oían más lejos. Al llegar a
un lugar más alejado, Kumba obligó a Shreser Dahbú a bajarse y se montó ella.
-Coge
las riendas y camina -dijo.
Siguieron
andando, andando, hasta que encontraron un uad
de leche y Kumba ordenó:
-Detén
el camello.
Descendió
de él y se sumergió en la leche. Cuando salió, su piel negra se había vuelto
completamente blanca. Volvió a montarse y dijo:
-Shreser
Dahbú, coge las riendas y sigue andando.
Después
de un buen trecho, la muchacha estaba cansada y suplicó:
-Kumba,
deja que me monte contigo.
La
criada no le hizo ningún caso y siguieron caminando hasta que Shreser Dahbú
tuvo que andar a cuatro patas porque no se podía tener en pie. Kumba iba
dándole golpes y le decía:
-Sigue
llevando las riendas.
Encontraron
un uad lleno de alquitrán y Kumba le
ordenó que se metiera en él para convertirla en negra, como ella era antes.
Salió
Shreser Dahbú con la piel completamente negra y Kumba le mandó coger las
riendas y seguir caminando.
Llegaron
a un lugar habitado, en el que encontraron a varias personas, animales, un
mercado... Iban preguntando a quienes hallaban:
-¿No
habréis visto a siete hermanos, que siempre andan juntos y el mayor se llama
Ahmed?
Quienes
los conocían les iban indicando el lugar donde podían encontrarlos. Siguieron
caminando. Shreser Dahbú, negra, guiando el camello, y Kumba, blanca, montada
en él. Hasta que llegaron al frig [2]
en el que vivían los siete hermanos.
-Yo soy
vuestra hermana -dijo Kumba-, y ésta ha venido para guiar el camello.
Los
hermanos se alegraron mucho de saber que tenían una hermana y organizaron un
banquete en su honor. Mientras, Shreser Dahbú hacía de esclava y tenía que
recoger leña, fregar, cocinar, guardar el ganado...
Estuvo
mucho tiempo así. Cuando llegaba a las jaimas,
después de una dura jornada de trabajo, se sentaba fuera. Si le daban comida
comía, si no, no.
Salía
por la mañana con el ganado y se pasaba el día llorando. Cuando decía a sus
hermanos que ella era su hermana no la creían.
Un día
Ahmed salió a ver cómo pastoreaban los caballos. Llegó donde estaba Shreser
Dahbú y la encontró llorando y cantando. Como tenía la voz tan hermosa, los
caballos bailaban al ritmo de su canción y ni siquiera comían.
Se
acercó a ella y le dio una paliza. Fueron tantos los golpes y arañazos, que
salpicó sus ropas con sangre de la chica.
Al
regresar las lavó varias veces, pero la sangre no se marchaba. Se dio cuenta
de que ocurría algo extraño.
Fue a
donde había un cadí [3]
y le contó toda la historia. Después de escucharla atentamente éste le dijo:
-Esto
indica que hay lazos de sangre entre vosotros.
-¿Qué
debo hacer? -preguntó Ahmed.
-Vuelve
donde está ella. No la toques ni le digas nada. Debes preparar una jaima con siete venias [4],
colocándolas una encima de otra. Matarás un cordero y no dejarás ninguna parte
por cocer. Cuando lo tengas todo servido, invitarás a las dos muchachas a
comer. Tú las observarás por un agujero y así sabrás cuál es tu hermana.
Ahmed
hizo todo lo que había indicado el cadí. Cuando hubo servido la comida a las
dos muchachas, se retiró a observar lo que sucedía.
Kumba,
la criada que se hacía pasar por hermana, cogió la cabe-za, las vísceras y
todas las partes menos nobles para comérselas.
Shreser
Dahbú escogió una costilla y al tenerla entre los dedos exclamó:
-¡Ay,
quién pudiera llevarle esta costillita a su madre, a la que dejó abandonada!
Kumba,
con un golpe, le dijo:
-¡Cállate!
Shreser
Dahbú volvió a dejar la costilla en el plato y se quedó mirándola pensativa,
sin comérsela.
Mientras,
Kumba siguió devorando el cordero hasta saciarse.
Ahmed,
que las había estado observando en silencio, adivinó en seguida el engaño.
Quitó las siete venias y abrazó a su
hermana. Cogió a Kumba y le dio una paliza diciéndole:
-¡Ahora
vas a contarme la verdad!
Kumba le
explicó lo que había sucedido durante el viaje y cómo lo había hecho para
cambiar el color de la piel de las dos, para hacerse pasar por su hermana.
Ahmed,
muy encolerizado, fue a ver a sus vecinos del frig y les pidió a cada uno un camello. Amarró los brazos y las piernas
de Kumba en camellos distintos y los fustigó para que se separaran y volvieran
cada uno con su dueño. Kumba quedó descuartizada.
Ahmed
volvió a ver al juez para preguntarle cómo podría devolver a su hermana el
color blanco de su piel, y éste le respondió:
-Llévala
al uad de leche y báñala allí.
Así lo
hizo y Shreser volvió a ser blanca y hermosa como antes. La llevó a vivir a su jaima, pero como era tan bella, todas
las mujeres le tenían envidia y se inventaban historias extrañas sobre ella.
Siempre estaban pensando qué maldad podrían hacerle.
Un día
le trajeron un huevo de una serpiente e hicieron que se lo comiese a la fuerza.
Luego fueron a ver a Ahmed y le dijeron que su hermana se encontraba
embarazada. Este dijo:
-¿Cómo
puede ser? Seguro que es una patraña vuestra. Siempre andáis inventando cuentos
sobre ella.
-La
verdad es que está embarazada. Si no lo crees ve, pídele que te rasque la
cabeza y te acuestas sobre su regazo. Verás cómo oyes el corazón del niño.
Ahmed lo
hizo así y oyó el ruido de las serpientes dentro del vientre de su hermana. Se
la llevó a un pozo cercano y la echó dentro. Después lo derrumbó.
Pero
Shreser Dahbú pudo refugiarse en una especie de gruta que había en la pared.
Permaneció allí durante mucho tiempo y el pelo le fue creciendo hasta que salió
por encima de la tierra.
En las
cercanías habitaba un hombre muy rico, que tenía muchos camellos y muchos
caballos. El pastor acostumbraba a llevarlos a pacer cerca del pozo. Cuando los
caballos comían la hierba se encontraban con los cabellos de Shreser Dahbú. Al
intentar comerlos, ésta les gritaba desde abajo:
-¡Por
favor, por favor, caballos! ¡No comáis mi pelo!
Cuando
los caballos la oían no podían comerlo. Y ella se pasaba todo el día cantando.
Lo mismo le ocurría al pastor, que cuando oía su voz, se sentaba cerca del pozo
para escucharla.
Shreser
Dahbú seguía cantando hasta el anochecer. Cuando se callaba, los caballos se
iban sin haber comido.
El
hombre rico se dio cuenta de que algo les ocurría a sus animales, pues cada día
estaban más flacos. Llamó al pastor y le preguntó qué pasaba. Éste le contestó:
-No sé
qué ocurre. Yo cada día los llevo a los pastos y hay mucha hierba. No sé por
qué no comen.
Pasado
algún tiempo, y viendo que sus caballos no engordaban, volvió a insistir:
-Tienes
que contarme lo que les pasa a mis animales. Aquí ocurre algo raro.
-Se oye
una voz donde pastan los caballos, que los deja embrujados. Se paran a
escucharla y no comen. Es una voz muy hermosa que sale de la tierra -explicó el
pastor.
-Me
cuesta creer esa historia. Si es mentira, pagarás con tu cabeza -contestó el
señor.
Fueron
juntos a los pastos, a ver qué ocurría. Al llegar oyeron la voz que salía de
la tierra, cantando una triste canción. Excavaron en el lugar y encontraron a
una mujer muy hermosa, con una larga cabellera y una piel blanquísima. Se la
llevaron a casa y el señor se casó con ella.
Los
hermanos, después de haberla enterrado en el pozo, se trasladaron a vivir a
otro lugar. Uno de ellos, que había oído la extraña historia de una mujer
bellísima que un hombre había rescatado de un pozo, decidió volver al lugar
donde habían vivido y descubrió que se trataba de su hermana.
Se quedó
a vivir allí. Pero un día que había salido a pasear se tropezó con un águila
que intentaba matar a una serpiente. Con su bastón ahuyentó al ave y salvó a la
serpiente, quien, en agradecimiento, se hizo su amiga y prometió ayudarle
siempre que estuviera en apuros.
Varias
veces, en sus paseos, procuraba acercarse a la casa de su hermana, que había
tenido ya un hijo, para verla y charlar con ella, sin confesarle nunca que era
su hermano.
El
marido se enteró de estas visitas y decidió espiarlos la próxima vez que fuera
a ver a su mujer para matarlo. Cuando iba a clavarle su cuchillo apareció la
serpiente, que se le enroscó en el cuello y abrió su enorme boca frente a la de
él.
-Si me
dejas marchar, la serpiente no te hará nada -dijo el muchacho.
El
hombre ordenó a sus criados que lo soltasen. La serpiente se desenroscó y se
escondió.
El chico
fue en busca de sus hermanos a contarles lo que había sucedido.
Mientras
tanto, el marido se había enterado de la existencia de los siete hermanos y
del trato que habían dado a su mujer. Decidió pedir ayuda a sus amigos para
vengarse.
Una
noche, los hermanos llegaron cerca del frig
donde vivía Shreser Dahbú y acamparon allí.
Shreser
Dahbú se enteró de su llegada, pero no pudo verlos porque su marido le había
prohibido que saliese sola de la jaima.
El
marido también supo que habían llegado forasteros y que eran los hermanos de su
mujer. Convocó a sus amigos y urdieron un plan para matarlos cuando estuviesen
dormidos. Shreser Dahbú lo oyó todo y se quedó pensando cómo podría avisarlos,
sin salir de la jaima y con su marido
durmiendo al lado. Cogió una aguja y pinchó con ella a su hijo pequeño para
que llorara. Se puso a consolarle cantándole:
¡Ahmed, Ahmed, hijo de mi madre!
¡Huye, huye, que la gente es enemiga!
iReída, Reida, la gente es enemiga!
ilnflad las guerbas [5] y dejadlas acostadas!
¡Salek, Salek, monten los caballos
y dejen los camellos!
Cada vez
que lo repetía, sus hermanos la oían. Ahmed hizo que se levantaran todos y
empezaron a elaborar un plan para ponerse a salvo. Siguieron las indicaciones
de Shreser Dahbú, pusieron las guerbas
infladas en el lugar donde ellos estaban durmiendo, cogieron los caballos más
veloces, dejaron los camellos amarrados junto a su jaima y salieron huyendo.
Cuando
llegó el marido acompañado de sus amigos, empezaron a golpear las guerbas hasta que descubrieron el engaño.
Buscaron por los alrededores sin encontrar a nadie, hasta que se dieron cuenta
de que habían logrado escapar.
051 Anónimo (saharaui)
[1] Musaad: Cuchara grande para remover la harina.
[2] Frig: Grupo de jaimas que viajan y acampan juntas.
[3] Cadí: Juez, persona que interviene en la resolución de los
conflictos.
[4] Venia: Cortina de tela fina que recubre el interior de la jaima.
[5] Guerba: Odre de piel de cabra, usado para guardar agua o leche.
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