El Oso,
el Lobo y el Zorro construyeron sus respectivas casas a muy corta distancia una
de otra. Y el Lobo y el Zorro decidieron constituir una sociedad.
-Lo
primero que debiéramos hacer -dijo Pekka, el Lobo, es hacer un claro en el bosque
y sembrar algunas semillas.
Mikko,
el Zorro, estuvo de acuerdo con la proposición, y al día siguiente ambos empezaron
a trabajar. Los dos tenían una jarrita con cierta cantidad de mantequilla para
la comida y las dejaron casi sumergidas en la fresca agua de la fuente del
bosque y a corta distancia del lugar en que se disponían a trabajar.
Como la
faena de cortar árboles era muy dura, el Zorro se cansó muy en breve y, valiéndose
de una excusa, se alejó. Al regresar, dijo al Lobo:
-Mira,
Pekka, los habitantes de la granja tienen bautizo y me han invitado.
-Es una
lástima, porque hoy tenemos mucho trabajo -contestó el Lobo.
-A pesar
de todo, he de asistir -insistió el Zorro. Han sido siempre muy buenos vecinos
y se ofenderían si no fuese.
-Bien,
en tal caso, vete -contestó el Lobo. Pero vuelve cuanto antes, porque tenemos
mucho que hacer.
Alejóse
el Zorro, pero no más allá de la fuente donde habían dejado la mantequilla.
Tomó la jarrita perteneciente al Lobo, lamió la capa superior de la mantequilla
y, al poco rato, volvió al claro.
-Qué,
¿ya ha terminado el bautizo, Mikko? -preguntó el Lobo.
-Sí.
-¿Y qué
nombre han dado al niño?
-Capa
superior.
-¡Vaya
un nombre raro!
A los
pocos minutos el Zorro se alejó y volvió diciendo que había otro bautizo en la
granja y que también lo habían invitado.
-¿Otro
bautizo? -exclamó el Lobo, asombrado.
-Sí,
parece que ha nacido otro niño.
De mala
gana el Lobo dió su consentimiento y el Zorro se alejó. Dirigióse a la fuente
y se comió una buena parte de la mantequilla perteneciente al Lobo. Hecho esto
regresó al lado de su socio.
-Bueno,
¿y qué nombre le han puesto al segundo chico? -preguntó el Lobo.
-A éste
le han llamado Medio.
-¿Medio?
¡Vaya nombre raro para un chiquillo!
Por
espacio de unos minutos el Zorro fingió trabajar de firme, pero luego echó a
correr otra vez y, al regresar, dijo:
-Mira,
Pekka, en la granja van a celebrar otro bautizo y acaban de invitarme con
mucha insistencia.
-¿Otro
bautizo? ¡Eso ya es demasiado, Mikko! ¿Cómo es posible?
-Pues, mira,
esta vez, la madre es la nuera.
-Eso no
importa -contestó el Lobo, no puedes ir. Aun tienes mucho trabajo por hacer.
-Tienes
razón, Pekka -contestó el Zorro, suspirando-. Realmente tengo demasiado
trabajo y no puedo abandonarlo. Y si esa gente no fuesen nuestros más próximos
vecinos, ya habría contestado que no. Pero temo que se ofendan, si no voy.
Mira, me llegaré allá y volveré en seguida.
Así, por
tercera vez, el Zorro salió trotando hacia la fuente y, una vez allí, dejó
limpia de mantequilla la provisión del Lobo. Luego, despacio, regresó al claro,
y el Lobo le preguntó qué nombre habían dado al recién nacido.
-A éste
lo han llamado Fondo -contestó el Zorro.
-¿Fondo?
-preguntó el Lobo.¡Qué nombres tan raros ponen ahora a los niños!
El Zorro
fingió trabajar de firme durante algunos minutos y luego se tendió en el
suelo, exhausto.
-¡Oh! -exclamó,
dando un bostezo. Estoy tan cansado y hambriento que, sin dada, ya es hora de
comer.
-Sí -contestó
el Lobo mirando hacia el sol. Vámonos a comer. Salieron los dos en dirección a
la fuente cada uno de ellos tomó su tarro de mantequilla, pero el Lobo observó
que el suyo esaba limpio por completo.
-Oye,
Mikko, ¿te has comido mi mantequilla?
-¡Yo! -replicó
el Zorro en tono ofendido. ¿Cómo habría podido comerme tu mantequilla,
cuando sabes muy bien que he estado trabajando a tu lado toda la mañana, a
excepción de los momentos en que asistí a los tres bautizos? Con toda seguridad
te la has comido tú mismo y no te acuerdas.
-Pues,
mira, estoy seguro de que no es así -contestó el Lobo indignado. Y apuesto lo
que quieras a que el culpable eres tú.
El Zorro
fingió el mayor enojo.
-¡No te
permito que digas tal cosa, Pekka! -gritó-. Y es preciso aclarar esto -dijo-.
Voy a decirte lo que haremos. Tú y yo nos tenderemos al sol y su calor
derretirá y hará correr la mantequilla. Si sale de mi hocico, yo seré el que
se la ha engullido, pero si te ocurre a ti, ya no podrás negar que tú mismo te
la has comido. ¿Estás conforme?
El Lobo
dió su conformidad y, por con siguiente, ambos se tendieron al sol. Habí
trabajado el Lobo con tanta intensidad, que, se sentía fatigadísimo, de modo
que, a losl pocos instantes, estaba profundamente dormido. Entonces el Zorro
se acercó a él, con el mayor silencio, y le restregó un poco de mantequilla en
la punta del hocico. El sol la derritió y, como es natural, ante esta prueba,
todo el mundo creería que manaba de la nariz del Lobo.
-¡Eh,
Pekka, despierta! -gritóle el Zorro. Tienes el hocico untado de mantequilla.
El Lobo
abrió los ojos y se pasó la lengua por el hocico.
-¡Caramba,
Mikko! -exclamó sorprendido, a más no poder. Es verdad. Bueno, sin duda me he
comido la mantequilla sin darme cuenta, aunque te doy mi palabra de que no
recuerdo haber hecho tal cosa.
-¡Pues
bien -le contestó el Zorro fingiendo aún cierto enojo, así aprenderás a no
dudar de mí!
En
cuanto volvieron al claro, el Lobo se dispuso a quemar la maleza que había
arrancado y luego llamó al Zorro para que le ayudase a realizar la operación.
-Tú
prende fuego -le contestó Mikko, y yo me quedaré vigilando aquí para que no se
encienda el bosque.
Conformóse
el Lobo, y el Zorro, mientras tanto, echó una siestecita. Cuando se trató de
sembrar, Mikko se ofreció para vigilar a los pájaros para que no devorasen las
semillas, y así el Zorro pudo seguir durmiendo mientras su compañero
trabajaba.
LA
COSECHA
Llegó la
época en que el campo de cebada cultivado por el Lobo y el Zorro, estaba ya a
punto para la siega. Los dos amigos se ocuparon en este menester y
transportaron el grano a su casa. Pero cuando llegó el momento de la trilla,
llamaron a Osmo, el Oso, para que los ayudase.
Este
último se prestó de buena gana, y en cuanto iban a empezar la operación, el Zorro
solicitó un momento de atención para deliberar acerca de cómo se haría el
reparto de la cosecha. Subióse a las vigas del henil del granero y desde allí
dijo:
-Yo
permaneceré aquí sosteniendo las vigas, con lo cual nos evitaremos un grave
peligro. Vosotros dos, mientras tanto, podéis trabajar tranquilos.
Osmo y
Pekka empezaron a trabajar con la mayor actividad y, de vez en cuando, el Zorro
les arrojaba astutamente alguna astilla y cuando ellos, alarmados, le rogaban
que tuviese cuidado, él se excusaba diciendo que tenía que hacer los mayores
esfuerzos para sostener el peso de las vigas.
Así
continuaron las cosas y en cuanto hubieron terminado la trilla, el Zorro saltó
al suelo, quejándose del esfuerzo realizado.
-Bueno -le
dijo Pekka-, ahora se trata de averiguar cómo repartiremos la cosecha.
-Pues
voy a decíroslo -les contestó el Zorro. Aquí mismo hay tres montones. El
mayor, naturalmente, corresponderá al Oso, que es el más corpulento, el
segundo, será tuyo, Pekka, y el más pequeño mío.
El Oso y
el Lobo, que eran tontos a más no poder, aceptaron la pro-posición.
Osmo se
quedó con un gran montón de paja. Pekka con las ahechaduras y Mikko, el muy
sinvergüenza, se quedó con el grano. Luego los tres se dirigieron al molino
para hacer moler sus respectivas partes.
Cuando
empezó a girar la muela sobre el grano, produjo un ruido muy distinto que al
moler la paja. Lo notó el Oso y entonces el Zorro les aconsejó que mezclasen un
poco de arena, con lo que, en efecto, el ruido fué muy distinto y tanto el Oso
como el Lobo lo consideraron muy satisfactorio.
LAS
GACHAS
Hecha la
molienda, los tres consocios se dispusieron a probar las gachas que saldrían de
cada una de las tres partes. A Osmo le resultaron negras y nauseabundas y, en
extremo disgustado, fué al encuentro de Mikko a pedirle consejo.
El Zorro
estaba revolviendo sus propias gachas, que aparecían suaves y blancas.
-¿Qué
les habrá pasado a mis gachas? -preguntó el Oso. Me han resultado realmente
repugnantes.
-¿Te
acordaste de lavar la harina antes de echarla a la olla? -preguntó el Zorro.
-¿Que si
he lavado la harina? No. ¿Cómo lo haces?
-¡Muy
fácil! La llevas al río y la echas al agua y, cuando ya está limpia, la sacas.
El Oso
salió apresuradamente y, tomando la paja molida, la arrojó al río. Como se comprende,
se desparramó sobre la superficie de la corriente y desapareció. Así se quedó
Osmo sin su parte de la cosecha.
Pekka,
el Lobo, tampoco tuvo suerte con sus gachas y, como el Oso, acudió a Mikko, a
fin de pedirle consejo.
-No sé
lo que me ha sucedido -dijo, pero no he logrado hacer unas buenas gachas.
¡Ojalá me hubieran salido como a ti! Voy a fijarme bien en tu sistema. ¿Me permites
que ponga mi olla sobre tu fuego? Así imitaré todo lo que tú hagas.
-¡Con
mucho gusto! -le contestó el Zorro. Cuelga tu olla de esta cadena y así la
tuya y la mía hervirán a un tiempo.
-Tus
gachas son blancas y agradablesobservó el Lobo, y las mías parecen una
verdadera porquería.
-Antes
de que tú llegases, me encaramé por la cadena y permanecí un rato suspendido
sobre la olla -observó el Zorro. El calor del fuego derritió la grasa de mi
rabo y la hizo caer dentro de la olla. Por eso las gachas tienen tan buen
aspecto.
Pekka,
que casi era idiota, se apresuró a seguir el consejo. Suspendióse de la cadena
y por encima de su olla. Pero no permaneció allí mucho rato, porque las llamas
lo socarraron y, mal de su grado, se cayó al suelo, dándose una tremenda
costalada. Por esta razón, todavía en nuestros días, el Lobo siempre tiene
dificultades en volverse en redondo, pues tiene un costado dolorido. Y también
por eso su pelaje huele a chamusquina.
En cuanto
Pekka hubo recobrado el aliento, probó de nuevo sus gachas para ver si habían
mejorado, pero no fue así, porque eran tan malas como antes.
-No
encuentro ninguna diferencia -dijo. Deja que pruebe las tuyas, Mikko.
El
Zorro, disimuladamente, tomó una cucharada de las gachas del Lobo y la arrojó
a su olla.
-Toma tú
mismo una cucharada -dijo. Ya verás qué buenas son.
Pekka
tomó una cucharada de la parte superior de las gachas y, después de saborearlas,
observó, disgustado:
-Es muy
raro, pero tampoco me gustan tus gachas. Sin duda, tengo mal sabor de boca. Y
aun quizá no sea aficionado a este manjar.
Dicho
esto emprendió el camino de regreso, muy desalentado, en tanto que el grandísimo
pillo de Mikko se reía para su sayo, diciéndose:
-No
comprendo cómo no le gustan las gachas a Pekka, porque son estupendas.
002. Anónimo (finlandia)
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