En
cierta aldea, ignoro si hace poco o mucho tiempo, vivía un campesino testarudo
y violento, llamado Demyan. Era duro, bronco y colérico y siempre buscaba la
ocasión de disgustarse con cualquiera. Imponía su voluntad a puñetazos cuando
no bastaban las palabras. Invitaba a un vecino a su casa, y le obligaba a
comer, y si el vecino rehusaba un bocado por vergüenza o cortesía, el campesino
se disgustaba y le gritaba: "¡En casa ajena obedece al dueño!"
Y
un día sucedió que un mocetón entró como convidado a casa de Demyan, y el
campesino le puso una mesa llena de exquisitos manjares y de los mejores vinos.
El joven comía a dos carrillos y despachaba plato tras plato. El campesino
estaba admirado y cuando vio la mesa limpia y las botellas vacías, se quitó la
levita y le dijo:
-¡Quítate
la blusa y ponte mi levita! -porque pensaba: "Rehusará y entonces sabrá
para qué tengo los puños".
Pero
el joven se puso la levita, se la ciñó bien y haciendo una reverencia, dijo:
-¡Y
bien, padrecito! Gracias por el regalo. No me niego a aceptarlo, porque en casa
ajena hay que obedecer al dueño.
El
campesino estaba furioso. Deseaba provocar una pendencia a toda costa y con tal
objeto condujo al mozo al establo y le dijo:
-Nada
es poco para ti. ¡Ea, monta en mi caballo y llévaselo como si fuera tuyo!
-porque pensaba: "Rehusará y habrá llegado el momento de darle una
lección".
Pero
el joven volvió a decir:
-¡En
casa ajena hay que obedecer siempre al dueño!
Y
cuando estuvo bien montado, se volvió al campesino Demyan y gritó:
-¡Hasta
la vista, amigo! ¡Nadie te ha obligado, pero has caído en tu misma trampa! -Y
dicho esto, salió galopando.
El
campesino se quedó moviendo la cabeza y dijo: "La guadaña ha dado contra
una piedra", con lo que quería decir que había hallado por fin la horma de
su zapato.
062 anonimo (rusia)
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