El quirquincho
Anónimo
(argentina)
Cuento
El quirquincho[1]
fue un tejedor tan hábil como haragán. Una vez, como llegaba el invierno y no
tenía con qué abrigarse, decidió tejerse un poncho.
Preparó la urdiembre[2]
en su telar de palos[3]
y comenzó a tejer con su maestría de siempre. La tela salía fina, apretada,
flexible. Sería seguramente su obra maestra; él lo comprendía, y la miraba con
orgullo.
A los dos días de trabajo
firme y entusiasta, la pereza lo dominó y descuidó el tejido. No sólo iba
quedando floja y desprolija la trama, sino que, para terminar pronto, agregó
hilos gruesos y groseramente retorcidos.
Con el tejido burdo aligeró
el trabajo y ganó tiempo.
Pronto estuvo la tela casi
terminada. Antes de sacarla, el tejedor tuvo un remordimiento de conciencia, y
volvío a tejer apretadamente y a manejar con prolijidad los hilos; pero la
lista[4]
delicada constrastó visiblemente con le resto de la prenda basta.
Cuando para castigar su
haraganería y falta de prolijidad Dios lo convirtió en animal, el quirquincho
llevaba puesto su poncho ridículo, que se endureció en forma de caparazón. Las
placas pequeñas y apretadas de los extremos contrastan con las grandes y
desiguales del medio.
Las tejedoras comarcanas,
que conocen la historia del quirquincho, ponen todo su amor y se celo en las
hermosas mantas criollas que trabajan.
Tomado del libro: Antología
Folklórica Argentina para las Escuelas de Adultos - Consejo Nacional de
Educación. (1940)
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