Un
Príncipe muy rico y poderoso casó con una Princesa de sin igual hermosura y,
sin tiempo para contemplarla, sin tiempo para hablarle, sin tiempo para
escucharla, se vio obligado a separarse de ella dejándola bajo la custodia de
personas extrañas. Mucho lloró la
Princesa y muchos fueron los consuelos que procuró darle el
Príncipe. Le aconsejó que no abandonara sus habitaciones, que no tuviera tratos
con gente mala, que no prestara oídos a malas lenguas y no hiciese caso de
mujeres desconocidas. La
Princesa prometió hacerlo así y cuando el Príncipe se alejó
de ella se encerró en sus habitaciones. Allí vivía y nunca salía.
Transcurrió
un tiempo más o menos largo, cuando un día, que estaba sentada junto a la
ventana, bañada en llanto, acertó a pasar por allí una mujer. Era una mujer de
sencillo y bondadoso aspecto que se detuvo ante la ventana y, encorvada sobre
su báculo y apoyando su barba en las manos, dijo a la Princesa con voz dulce y
cariñosa:
-Querida
Princesita, ¿por qué estás siempre triste y afligida? Sal de tus habitaciones a
contemplar un poco el hermoso mundo de Dios, o baja a tu jardín, y entre los
verdes follajes se disiparán tus penas.
Durante
buen espacio de tiempo, la
Princesa se negó a seguir aquel consejo y no quería escuchar
las palabras de la mujer; pero al fin pensó: "¿Qué inconveniente ha de
haber en ir al jardín? Otra cosa sería pasar el arroyo." La Princesa ignoraba que
aquella mujer era una hechicera y quería perderla porque la envidiaba, de modo
que salió al jardín y estuvo escuchando sus palabras lisonjeras. Cruzaba el
jardín un arroyo de aguas cristalinas y la mujer dijo a la Princesa :
-Hace
un día abrasador y el sol quema como el fuego, pero este arroyo es fresco y
delicioso. ¿Por qué no bañarnos en él?
-¡Ah!
¡No! -exclamó la
Princesa. Pero luego pensó: "¿Por qué no? ¿Qué
inconveniente puede haber en tomar un baño?"
Se
quitó el vestido y se metió en el agua, pero no bien se hubo mojado toda, la
hechicera le tocó la espalda con el cayado diciendo:
-¡Ahora
nada como un pato blanco!
Y
la hechicera se puso enseguida los vestidos de la Princesa , se ciñó a las
sienes la diadema, se pintó y fue a las habitaciones de la Princesa a esperar al
Príncipe. En cuanto oyó ladrar el perro y tocar la campanilla de la puerta,
corrió a recibirlo, se le arrojó al cuello y lo besó en un abrazo. El Príncipe
estaba tan radiante de gozo, que fue el primero en abrirle los brazos y ni un
momento sospechó que no era a su mujer sino a una malvada bruja a quien
abrazaba.
Y
sucedió que el pato, que como es de suponer era hembra, puso tres huevos, de
los que nacieron dos robustos polluelos y un canijo, porque se anticipó a
romper la cáscara. Sus hijos empezaron a crecer y ella los criaba con esmero.
Los paseaba a lo largo del río, les enseñaba a pescar pececillos de colores,
recogía pedacitos de ropa y les cosía botitas, y desde la orilla del arroyo les
enseñaba los prados y les decía:
-¡No
vayáis allá, hijos míos! Allá vive la malvada bruja que me perdió a mí y os
perdería a vosotros.
Pero
los pequeños no hacían caso de su madre y un día jugaban por la hierba, y otro
perseguían hormigas, y cada día se alejaban más hasta que llegaron al patio de la Princesa. La
hechicera los conoció por instinto y rechinó los dientes de rabia; pero se
transformó en una belleza y los llamó al palacio, y les dio exquisitos manjares
y excelentes, bebidas. Después de haberlos mandado a dormir, ordenó a sus
criados que encendieron fuego en el patio, pusieran a hervir una caldera y
afilaran los cuchillos. Los hermanos dormían, pero el nacido a destiempo y a
quien por orden de la madre habían de llevar los otros en el seno para que no
se enfriase, no dormía, sino que lo veía y lo escuchaba todo. Y aquella noche
la hechicera fue al cuarto que ocupaban los hermanos y dijo:
-¿Estáis
durmiendo, pequeñitos?
Y
el nacido a destiempo contestó por sus hermanos:
-No
estamos durmiendo, pero pensamos en nuestros pensamientos que nos quieres hacer
pedazos. Los montones de ramas de arce están ardiendo, las calderas están
hirviendo, los cuchillos están afilados.
-No
duermen -dijo la hechicera y se alejó de la puerta. Dio unas vueltas por el
palacio y se acercó de nuevo a la puerta:
-¿Estáis
durmiendo, hijos míos?
Y
el nacido a destiempo sacó la cabecita de debajo de la almohada y contestó:
-No
soñamos durmiendo, pero pensamos en nuestros pensamientos que nos quieres hacer
pedazos. Los montones de ramas de arce están ardiendo, las calderas están
hirviendo, los cuchillos están afilados.
-¿Cómo
es que siempre me contesta la mismo voz? -pensó la hechicera.- Voy a ver.
Abrió
la puerta poco a poco, miró y vio que dos de los hermanos estaban profundamente
dormidos. Entonces los mató a los dos.
Al
día siguiente, el pato blanco empezó a llamar a sus hijos, pero sus queridos
hijos no contestaron a su llamamiento. Enseguida sospechó que algo malo había
sucedido. Se estremeció de miedo y voló al patio de la Princesa , donde, tan
blancos como pañuelitos blancos, tan fríos como pececitos escamados, yacían uno
al lado de otro los tres hermanitos. Abatió su vuelo sobre ellos, agitó
desesperadamente sus alas, daba vueltas en torno a sus queridos hijos y gritaba
con voz maternal:
"¡Cuá, cuá, cuá, mis queridos
hijitos!
¡Cuá, cuá, cuá, mis tiernos
pichoncitos!
Yo bajo mis alas siempre os protegí,
y el pan de mi boca solícita os
di.
Por veros felices yo nunca dormía,
pensando en vosotros de noche y de
día"
El
Príncipe oyó aquellos lamentos y llamó a la hechicera, a la que creía su
esposa, a su presencia.
-¿Mujer,
has oído eso, eso tan inaudito?
-Debe
de ser tu imaginación. ¡Eh, criados! ¡Arrojad ese pato del patio!
Los
criados salieron a ahuyentar al pato, pero éste volaba dando vueltas sin parar
de decir a sus hijos:
¡"Cuá, cuá, cuá, mis queridos
hijitos!
¡Cuá, cuá, cuá, mis tiernos pichoncitos!
Causó vuestra ruina la viejo
hechicera,
la astuta serpiente, la gran
embustera.
Que bajo la hierba se arrastra
cruel.
Ella a vuestro padre, mi marido
fiel,
nos quitó y a un río nos ha
condenado
y en blancos patitos nos ha
transformado.
Vistiendo su crimen de falso
oropel,
para que lo ignore mi marido
fiel"
El
Príncipe comprendió entonces que en todo aquello había algún misterio y gritó:
-¡Traedme
aquí ese pato blanco!
Todos
se apresuraron a obedecer, pero el pato estaba girando en círculos y nadie
podía cogerlo. Por fin salió el mismo Príncipe a la galería, y el ave voló a
sus manos y cayó a sus pies. El Príncipe la cogió suavemente por las alas y
dijo:
-¡Blanco
abedul ponte detrás, y hermosa dama ponte delante!
Al
momento, el pato blanco volvió a tomar la forma de la bellísima Princesa, dio
órdenes para que fueran a buscar un frasco de agua de la vida y del habla, al
nido de una urraca, roció a sus hijos con el agua de vida y se movieron, luego
los roció con agua del habla, y empezaron a hablar. El Príncipe se vio rodeado
de sus hijos, sanos y salvos y todos vivieron felices, practicando el bien y
evitando el mal.
Pero
a la bruja, por orden del Príncipe, la ataron a la cola de un caballo que la
arrastró por la inmensa estepa. Las aves del aire le arrancaron la carne a
picotazos y los vientos del cielo esparcieron sus huesos, y no quedó de ella ni
vestigios ni memoria.
062 anonimo (rusia)
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