Una mujer dejada de la mano de
Dios, sólo así podía suceder, odiaba á su hija porque era más guapa que ella. Mandó
á un criado que en un carro la llevase atada, y al pasar por un espeso bosque la matara. Como prueba de
que lo había ejecutado, debía traerla el corazón, la lengua y un dedo meñique.
Al criado le dió lástima de la
juventud y hermosura de la muchacha, y entregó á tan mala madre la lengua y el
corazón de una perrita que el carro aplastó en el camino, diciendo que el dedo
se le habría perdido, porque no lo encontraba en las alforjas.
La infeliz chica se refugió en una
cueva inmediata á otra que servía de albergue á una cuadrilla de bandidos. Mientras
éstos salían á sus correrías, la pobre muchacha, en pago de los restos de la comida
que encontraba en la cueva, la barría y arreglaba las camas. Los bandoleros,
admirados y temiendo que pudieran sorpren-derlos, dejaron á uno de centinela, que
se durmió. La mocita entró de puntillas para no despertarle, y limpió la
caverna.
Á todos los de la cuadrilla, uno
tras de otro, que encargaron la vigilancia, les sucedió lo mismo, y ninguno supo
explicar el misterio. Admirado el capitán de ladrones, arrogante mozo, que se
metió á tan mal oficio porque mató en desafió á uno que insultó á su madre, se
quedó de guardia. Cerró los ojos; la muchacha se acercó pasito á pasito, lo
creyó dormido, y cuando más descuidada se encontraba, la agarró el capitán por
la cintura, y resbaló el banco donde se hallaba sentado.
-¡Ay! No me matéis, y respetad mi honra,-exclamó
la asustada joven.
-Al contrario (dijo aquél, soltándola);
necesitamos una criada, y nunca encontraremos otra más hermosa.
El jefe de bandidos había nacido caballero:
como las ideas de nobleza que se adquieren en la niñez, y las cicatrices de las
heridas que se reciben en la guerra tarde se borran, el capitán sacó una pistola
del cinto, y añadió:
-Al que te vaya á faltar, le
levantaré la tapa de los sesos.
Lo hubiera cumplido.
El criado repitió muchas veces á la
desgraciada chica, al dejarla en el bosque, que si deseaba vivir, no se
acercase jamás á su madre; mas ella ansiaba verla, y nunca la olvidaba. Un día que
salió á la puerta de la caverna á tomar el sol, se le acercó una vieja, y le preguntó:
-Niña, ¿qué haces aquí tan sola y
triste?
-Pensar en mi madre.
-¿Por qué no la buscas?
-Es imposible.
-Toma esta sortija, y cuanto
desees, aunque sea en sueño, se cumplirá.
La muchacha se puso el anillo, quedó
hechizada, en la apariencia muerta, y mucho más hermosa que viva. La vieja la
colocó en una caja de cristal; quiso cargar con ella, y no pudo: la niña llevaba
al cuello un escapulario. La hechicera buscaba en su imaginación un medio de
separar del cuerpo de la niña el objeto religioso que la impedía arrebatarla por
los aires y presentarla á sus compinches los demonios, cuando oyó ruido de
caballos, y desapareció, mesándose de rabia los cabellos. Era el hijo del Rey,
que con brillante tropa perseguía á los bandidos. En la puerta de la caverna le
hirió la vista la caja de cristal, se apeó, la abrió, y encontró la preciosa
joven, muerta ó desmayada. No volvió á acordarse del objeto de su expedición;
cubrió con su capa de grana la caja de cristal, y la condujo á palacio. La
depositó en una sala magnifica, tapizada de seda, cuyos muebles eran de marfil
y oro; á nadie participó el hallazgo, y enamorado de la bella encantada, pasaba
los días contemplándola extasiado. No quería participar su dicha á los demás. Al
salir de la sala cerraba y guardaba la llave. Una vez se olvidó de ejecutarlo, y la
Reina, que, como mujer, era curiosa, y como madre se hallaba alarmada de ver á
su hijo tan preocupado desde su última expedición militar, registró la sala, y
halló el tesoro que ocultaba el Príncipe. Para sorprenderle agradable-mente,
dispuso que las damas cambias en el vestido ordinario que llevaba la hechicera
y hechizada muchacha, por uno magnífico.
Al arrancarla la sortija que la dió
la bruja para ponerla otra de más valor, quedó la niña desencantada; se puso de
pie, llena de vida, de gracia y de belleza. Parecía un sol. Á los gritos de la
Reina acudió toda la
corte. Todos por unanimidad convinieron, lo cual solo en los
cuentos fantásticos es posible, en que la joven no tenía el más pequeño defecto,
y que debía casarse inmediatamente con el Príncipe. Se verificaron las bodas.
La muchacha, que al principio la persiguió la desgracia, acabó por ser lo más
feliz que se puede imaginar, en recompensa de querer siempre á su madre, aunque
ésta con ella no podía haberse portado peor.
001 Un soldado viejo de borja
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