Un
muchacho venía cortejando a una moza durante algún tiempo y al final había
acabado por darle palabra de casamiento. El muchacho pensaba que la palabra de
casamiento sería bastante para conseguir de la moza lo que ninguna muchacha
decente ha de conceder antes de casarse y con esas intenciones andaba hasta que
un día, aprovechando que era víspera de romería en el pueblo, propuso a la moza
ir los dos por su cuenta hasta la ermita de la Virgen , que quedaba
bastante apartada.
Se
pusieron de acuerdo y quedaron en salir de madrugada para llegar con el día;
conque llegada la madrugada, fue el muchacho a buscar a la moza antes de que
amaneciera, pero ella ya estaba esperándole, porque era muy devota de aquella
Virgen y le agradaba muy especialmente acudir a la romería con el que iba a ser
su marido, pues él le había dado palabra de casamiento.
Emprendieron
el camino hacia el monte donde estaba la ermita y sucedió que, a mitad de
camino, se encontraron con que el arroyo venía muy crecido, pues todo el día
anterior, y el anterior a éste también, había estado lloviendo. Y viéndolo
desbordado, la moza dijo al muchacho que por en medio del arroyo no podrían
pasar.
Pero
el muchacho, que no olvidaba ni sus deseos ni sus malas intenciones, le
contestó:
-Súbete
a mis espaldas, que yo te paso a carricotas.
Entonces
la moza no quiso y él insistió y uno y otra porfiaron hasta que ella se dejó
convencer y, aupándose sobre sus espaldas, el muchacho le trabó las piernas con
sus brazos por que no se le escurriera en mitad del paso y empezaron a cruzar
el arroyo crecido.
Y
estaban ya a mitad del cruce, donde el agua golpeaba más fuerte y con más
peligro, cuando el muchacho se plantó firme y le propuso a la moza las que eran
sus verdaderas intenciones.
La
moza le contestó que de ninguna manera, ni por nada ni por nadie, le permitiría
que se tomase libertad con ella y el muchacho, viendo que no doblegaba su
voluntad, dijo:
-¡Mira
que si no quieres hacer lo que te digo te tiro al agua!
Ella
se negó, insistió el muchacho, ella volvió a negarse y así hubieran seguido
hasta que la moza comprendió que él estaba dispuesto a dejarla caer al agua y
ahogarla y entonces ella le dijo por fin que renunciaba a ir a la romería, que
la devolviese a la orilla y que allí harían como él quería. Porque la moza
pensaba que, apenas pisase tierra firme, echaría a correr hasta su casa.
El
muchacho, que ya veía realizados sus deseos, volvió con ella a la orilla, la
arrojó al suelo y, sin darle tiempo ni a decir ¡ay!, le echó las faldas a la
cara y cuál no sería su asombro cuando vio que la moza tenía las piernas como
las patas de una cabra, todas cubiertas de pelos largos y negros; y al bajarle,
espantado, las faldas, descubrió que su cabeza era igual a la de un cabrito
negro, con unos cuernos bien retorcidos.
Conque
el muchacho, fuera de sí por el pánico, echó a correr medio loco monte abajo
como si le siguieran todos los demonios del infierno.
Y
así iba cuando, justo a la entrada del pueblo, se topó con un primo suyo que ya
se encaminaba a la romería y que, al verlo en semejante estado, le preguntó:
-¿Qué
es lo que te ocurre?
Entonces
el muchacho le contó, explicándose como buenamente le fueron llegando las
palabras a la boca, todo lo que le había sucedido y, en esto, el primo
desapareció ante sus ojos y se convirtió en el cabrito negro que había dejado
en la orilla del río.
Y
el cabrito empezó a dar saltos y brincos sin parar a su alrededor mientras le
decía:
-Ven
a mí, cariño mío, que soy tu moza, que está dispuesta a hacer todo lo que tú
quieras.
Y
así que el mozo se cayera redondo del susto sin poderse levantar, mientras se
encomendaba a todos los santos del cielo, el cabrito se transformó otra vez en
la moza y se volvió a su casa. Y al poco tiempo, se casó con un muchacho
excelente, que, por si fuera poco, además resultó que era el más rico del
pueblo.
003. España
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