Lejos,
más allá de los mares azules, de los abismos de fuego, en las tierras de la
ilusión, rodeada de hermosos prados, se levantaba una ciudad gobernada por el
Zar Umnaya Golova (el sabio) con su Zarina. Indescriptible fue su alegría
cuando les nació una hija, una encantadora Zarevna a quien pusieron por nombre
Neotsienaya (la inapreciable) y aun más se alegraron cuando al cabo de un año
tuvieron otra hija no menos encantadora a quien llamaron Zarevna Beztsienaya (la
sin precio). En su alegría, el Zar Umnaya Golova quiso celebrar tan fausto
acontecimiento con festines en que comió y bebió y se regocijó hasta que vio
satisfecho su corazón. Hizo servir a sus generales y cortesanos trescientos
cubos de aguamiel para que brindasen y durante tres días corrieron arroyos de
cerveza por todo su reino. Todo el que quería beber podía hacerlo en
abundancia.
Y
cuando se acabaron los festines y regocijos, el Zar Umnaya Golova empezó a
preocuparse, pensando en la mejor manera de criar y educar a sus queridas hijas
para que llevasen con dignidad sus coronas de oro. Grandes fueron las
precauciones que tomó el Zar con las princesas. Habían de comer con cucharas de
oro, habían de dormir en edredones de pluma, se habían de tapar con cobertores
de piel de marta y tres doncellas habían de turnarse para espantar las moscas
mientras las Zarevnas dormían. El Zar ordenó a las doncellas que nunca entrase
el sol con sus ardientes rayos en la habitación de sus hijas y que nunca cayese
sobre ellas el rocío fresco de la mañana, ni el viento les soplase en una de
sus travesuras. Para custodia y protección de sus hijas las rodeó de setenta y
siete niñeras y setenta y siete guardianes siguiendo los consejos de cierto
sabio.
El
Zar Umnaya Golova y la Zarina
y sus dos hijas vivían juntos y prosperaban. No sé cuantos años transcurrieron,
el caso es que las Zarevnas crecieron y se llenaron de hermosura, y empezaron a
acudir a la corte los pretendientes. Pero el Zar no tenía prisa en casar a sus
hijas. Pensaba que a un pretendiente predestinado no se le puede evitar ni en
un caballo veloz, pero al que no está predestinado no se le puede mantener
alejado ni con triple cadena de hierro, y mientras así estaba pensando y
ponderando el asunto, le sorprendió un alboroto que puso en conmoción todo el
palacio. En el patio se produjo un ruido de gente que corría de un lado a otro.
Las doncellas de fuera gritaban, las de dentro chillaban y los guardianes
rugían con toda su alma.
El
Zar Umnaya Golova salió corriendo a preguntar:
-¿Qué
ha sucedido?
Los
setenta y siete guardianes y las setenta y siete damas de compañía cayeron a
sus pies gritando:
-¡Somos
culpables! ¡He aquí que las Zarevnas Neotsienaya y Beztsienaya han sido
arrebatadas por una ventolera!
Había
sucedido una cosa extraña. Las Zarevnas bajaron al jardín imperial a coger unas
flores y a comer unas manzanas. De pronto se vio sobre ellas una nube negra que
nadie podría decir de dónde venía, sopló con fuerza en los ojos de las mujeres
y de los hombres que acompañaban a las princesas y cuando acabaron de
restregárselos, las princesas habían desaparecido y no quedaba nada que los
ojos pudieran ver ni que los oídos pudieran oír. El Zar Umnaya Golova montó en
cólera:
-¡Os
entregaré a todos a una muerte horrible! -gritó.- Moriréis de hambre en las
mazmorras. Mandaré que os claven en las puertas. ¡Cómo! ¿Setenta y siete
mujeres y setenta y siete hombres no habéis sido bastantes para cuidar de dos
Zarevnas?
El
Zar estaba triste y afligido, y no comía ni bebía ni dormía; todo le apenaba y
era una carga para él; en la corte ya no se celebraban banquetes ni sonaban las
notas del violín y de la flauta. Sólo la tristeza y el dolor reinaban en el
palacio, acompañados de un silencio ominoso.
Pero
pasó el tiempo y con él la melancolía. La vida del hombre es variada como un
tapiz bordado de flores oscuras y encendidas. El tiempo siguió andando y a su
tiempo nació otro hijo del Zar, pero no mujer, sino varón, y el Zar Umnaya
Golova se regocijó grandemente. Llamó a su hijo, Iván y lo rodeó de criados, de
maestros, de sabios y de valientes guerreros. Y el Zarevitz Iván crecía, crecía
como crece la masa bien batida cuando se le pone buena levadura. Se le veía
crecer de día en día y hasta de hora en hora, y llegó a ser pronto un mozo de extraordinaria
belleza y apostura. Sólo una cosa oprimía el corazón de su padre el Zar. El
Zarevitz Iván era bueno y hermoso, pero no tenía valor heroico ni demostraba
aficiones belicosas. A sus compañeros ni les cortaba la cabeza ni les quebraba
los brazos y piernas, no gustaba de jugar con lanzas ni con armas damasquinas
ni espadas de templado acero; no pasaba revista a sus formidables batallones ni
mantenía conversación con los generales. Bueno y hermoso era el Zarevitz.
Admiraba a todo el mundo con su sabiduría y su ingenio, pero no más se
complacía en tocar el arpa que no necesitaba arpista. Y de tal manera tocaba el
Zarevitz Iván, que, al escucharlo, todo el mundo olvidaba todo lo demás. Apenas
ponía los dedos en las cuerdas, sacaban éstas tales sonidos, que el auditorio
quedaba como embelesado por la melodía y aun los cojos se echaban a bailar de
gozo. Eran canciones maravillosas, pero no colmaban el tesoro del Zar ni
defendían sus dominios ni destruían a sus enemigos.
Y
un día el Zar Umnaya Golova mandó que el Zarevitz compareciese ante su trono y
le habló de esta manera:
-Mi
querido hijo, eres bueno y hermoso y estoy muy contento de ti. Pero una cosa me
duele. No veo en ti el valor de un guerrero ni la destreza de un adalid. No te
gusta el chocar de las lanzas ni te atraen las espadas de templado acero. Pero
piensa que yo soy viejo y tenemos feroces enemigos que traen la guerra a
nuestro país, matarán a nuestros boyardos y guerreros, y a mí y a la Zarina se nos llevará en
cautiverio, si tú no sabes defendernos.
El
Zarevitz Iván escuchó en silencio las palabras del Zar Umnaya Golova y luego
contestó:
-¡Querido
Zar Emperador y Padre! No por la fuerza sino por la astucia se toman las
ciudades, no rompiendo lanzas sino poniendo a prueba mi sagacidad saldré victorioso
de mis enemigos. ¡Mira! Dicen que a mis dos hermanas se las llevó el viento sin
dejar rastro, como si las hubiera cubierto de nieve. Llama a todos tus
príncipes, tus héroes, tus fornidos generales, y ordénales que vayan en busca
de mis hermanas, las Zarevnas. Que lleven sus espadas damasquinas, sus lanzas
de hierro, sus veloces flechas y sus innumerables soldados, y si alguno de
ellos te hace este servicio, dale mi imperio y ponme a sus órdenes como
marmitón para limpiarle los platos y como bufón para divertirle. Pero si
ninguno de ellos puede hacerte este servicio, confíamelo a mí y verás que mi
inteligencia y mi ingenio son más agudos que una hoja damasquina y más fuertes
que una lanza de acero.
Las
palabras del Zarevitz agradaron al Zar. Llamó a sus boyardos, a sus generales y
a sus fuertes y poderosos campeones y les dijo:
-¿Hay
alguno entre vosotros, mis boyardos, mis guerreros, mis fuertes y poderosos
campeones, que se sienta lo bastante héroe para ir a buscar a mis hijas? Al que
las traiga le permitiré elegir a la que más le guste para esposa, y con ella le
daré la mitad de mi imperio.
Los
boyardos, los generales, los campeones se miraron entre sí, escondiéndose el
uno tras el otro, y ninguno de ellos osó contestar. Enton-ces, el Zarevitz Iván
se inclinó ante su padre y dijo:
-¡Mi
querido padre y emperador! Si nadie se presta a hacerte tan pequeño servicio,
dame tu bendición y partiré en busca de mis hermanas, sin que me prometas
ningún galardón que me sirva de estimulo.
-¡Perfectamente!
-contestó el Zar Umnaya Golova.- Yo te bendigo. Llévate, además de mi
bendición, plata, oro y piedras preciosas, y si necesitas soldados, toma cien
mil jinetes y cien mil infantes.
No me hace falta ni plato ni oro, ni jinetes
ni infantes, ni el caballo del campeón ni su espada ni su lanza. Me llevaré la
melodiosa arpa que toca sola y nada más. Y tú, mi Zar soberano, espérame tres
años, y si en el transcurso del cuarto no llego, elige mi sucesor.
Entonces,
el Zarevitz Iván recibió la bendición de su padre, oral y por escrito, se
encomendó a Dios, se puso el arpa bajo el brazo y emprendió el camino en
dirección adonde sus ojos lo guiaron. ¿Dónde había de ir en busca de sus
hermanas? Fue cerca y fue lejos, para arriba y para abajo. La historia de sus
andanzas pronto está contada, pero no tan pronto se hace como se dice. El
Zarevitz Iván caminaba siempre hacia delante, anda que andarás, anda que
andarás, y mientras viajaba tocaba el arpa. Apenas rompía el día se levantaba y
reanudaba la marcha, adelante, siempre adelante; al caer la noche se acostaba
en el césped bajo el inmenso techo del cielo brillante de estrellas. Y por fin
llegó a una espesa selva.
El
Zarevitz Iván oyó enormes crujidos en lo más espeso de esta selva, como si
alguien aplastase los árboles: tan grande era el ruido que se oía.
-¿Qué
será? -pensó.- Sea lo que fuere, nadie puede morir dos veces.
Y
sus ojos se abrieron de horror al ver a dos demonios de la selva que estaban
peleándose. El uno descargaba sobre el otro una encina arrancada de cuajo,
mientras éste se servía como de arma hiriente de un pino de diez metros de
largo, y los dos se acometían con toda su diabólica fiereza. El Zarevitz Iván
se les acercó con el arpa y empezó a tocar una danza. Los demonios dejaron la
pelea al momento y se pusieron a ejecutar una danza diabólica que pronto se
convirtió en un zapateado tan entusiasta y formidable, que hasta el firmamento
se estremecía. Tanto y tanto bailaron, que al fin se les debilitaron las
piernas y cayeron rodando por el suelo. Entonces, el Zarevitz les habló así:
-Vamos
a ver: ¿por qué reñíais? Sois demonios de la selva y hacéis tonterías como si
fueseis simples mortales. ¡Y eso, hijos míos, no está bien!
Entonces,
uno de los demonios le dijo:
-¿Cómo
no hemos de reñir? ¡Atiende y juzga entre nosotros! Caminábamos juntos y hemos
encontrado una cosa. Yo he dicho: "esto es mío", pero éste ha dicho
"esto es mío". Hemos tratado de dividirlo y no hemos podido.
-¿Y
qué encontrasteis? -preguntó el Zarevitz Iván.
-Un
pequeño mantel con pan y sal, unas botas que andan solas y un gorro invisible.
¿Quieres comer y beber? Pues extiende el mantel y doce jóvenes y doce doncellas
te servirán aguamiel y todos los manjares que quieras. Y si alguien te
persigue, no tienes más que ponerte las botas que andan solas y andarás siete
verstas de un solo tranco. ¿Qué siete? más de catorce verstas puedes andar de
un solo tranco, de modo que ni un pájaro puede volar más rápido ni el viento
puede alcanzarte. Y si te amenaza algún peligro inevitable, te pones el gorro
invisible y desapareces por completo, de modo que ni los perros pueden olerte.
-¡No
sé por qué habéis de reñir por tan poca cosa! ¿Queréis que yo sea juez en este
pleito?
Los
demonios de la selva accedieron y el Zarevitz Iván les dijo:
-¡Bueno!
Corred hasta el sendero que pasa junto al bosque y el primero que llegue se
llevará el mantel, las botas y el gorro.
-¡Caramba!
-exclamaron los demonios. ¡Eso es hablar con sentido común! Tú guarda el
tesoro y nosotros correremos.
Echaron
a correr a cuál podía más, de modo que sólo se les veían los talones, hasta que
desaparecieron entre los árboles. Pero el Zarevitz Iván no esperó su regreso.
Se calzó las botas, se encasquetó el gorro, y con el mantel bajo el brazo se
disipó como el humo. Los demonios de la selva volvieron corriendo y no pudieron
hallar el lugar donde el Zarevitz había de esperarles. Entretanto, Iván el
Zarevitz, a grandes zancadas salió del bosque y vio correr a los demonios por
delante y por detrás de él, tratando inútilmente de descubrirlo por el olfato,
hasta que empezaron a retorcerse las manos desesperadamente.
Iván
el Zarevitz continuó su viaje a grandes trancos hasta que salió a campo llano.
Ante él se abrían tres caminos y en la encrucijada se movía una choza dando
vueltas sobre su pata de gallina.
-¡Izbuchka!
¡Izbuchka! -le dijo el Zarevitz. ¡Vuélvete de espalda al bosque y de cara a
mí!
Entonces
el Zarevitz penetró en la choza y dentro estaba Baba Yaga pata de hueso.
-¡Uf!
¡uf! ¡uf! -dijo Baba Yaga.- ¡Hasta hoy, un ruso era algo que mis ojos no habían
visto y que mis oídos no habían oído, y ahora se aparece uno ante mis propios
ojos! ¿A qué has venido, buen joven?
-¡Oh,
abuela despiadada! -le dijo el Zarevitz Iván.- Lo primero que habrías de hacer
es alimentarme bien; después pregunta lo que quieras.
Baba
Yoga se levantó en un abrir y cerrar de ojos, encendió su pequeña estufa,
alimentó bien a Iván el Zarevitz y luego le preguntó:
-¿Adónde
vas, buen joven, y cuál es tu camino?
-Voy
en busca de mis hermanas, la Zarevna Neotsienaya y la Zarevna Beztsienaya.
Y ahora, querida abuelita, dime, si lo sabes, qué camino he de tomar y dónde
las encontraré.
-¡Sé
dónde vive la
Zarevna Neotsienaya ! -dijo Baba Yaga.- Has de tomar el camino
de en medio, si quieres llegar hasta ella; pero vive en el palacio de piedra blanca
de su marido, el Monstruo de la
Selva. El camino es tan largo como malo y aunque llegaras al
palacio de nada te valdría, pues el Monstruo de la Selva te devorará.
-Bien,
abuelita, tal vez se quede con las ganas. ¡Un ruso es un mal hueso y Dios no
querrá dárselo a comer a un cerdo como ése! ¡Hasta la vista y gracias por tu
pan y por tu sal!
El
Zarevitz se alejó de la choza y he aquí que en medio de la llanura se destacó
blanco y deslumbrante el palacio de piedra del Monstruo de la Selva. Iván se acercó
y se encaminó a la puerta, y en la puerta halló un diablillo que le dijo:
-¡No
se puede pasar!
-¡Abre
amigo -replicó Iván el Zarevitz,- y te daré un trago de vodka!
El
diablillo se bebió la vodka, mas no por eso abrió la puerta. Entonces Iván el
Zarevitz dio la vuelta al palacio y resolvió subir por la pared.
Empezó
a trepar, bien ajeno a la trampa en que iba a caer, pues en lo alto de las
paredes habían extendido unos alambres, y apenas tocó el Zarevitz con el pie
uno de estos alambres, todas las campanillas se pusieron a tocar. Iván el
Zarevitz miró a ver si venía alguien y, en efecto, su hermana la Zarevna Neotsienaya
salió a la galería y dijo, sorprendida:
-¿Pero
eres tú, mi querido hermano, Iván el Zarevitz?
Y
los dos hermanos se abrazaron cariñosamente.
-¿Dónde
te esconderé para que el Monstruo de la Selva no te vea? -dijo la Zarevna.- Porque
sin duda se presentará enseguida.
-No
sé dónde, pues no soy un alfiler,
Y
aun estaban hablando, cuando se produjo un ruido como de tempestad que hizo
retemblar el palacio, y apareció el Monstruo de la Selva ; pero Iván el Zarevitz
se puso el gorro mágico y se hizo invisible. Y el Monstruo de la Selva dijo:
-¿Quién
te ha venido a ver trepando por el muro?
-No
me ha venido a ver nadie -contestó la Zarevna Neotsienaya ,-
pero tal vez los gorriones han pasado volando y habrán tocado los alambres con
las alas.
-¡Buenos
gorriones! ¡Me parece que huelo carne de ruso!
-¡Qué
antojos te dan! ¡No haces más que correr por el mundo oliendo carne humana y
aun querrías olerla en tu palacio!
-No
te disgustes, Zarevna Neotsienaya, no quiero turbar tu felicidad; pero tengo
hambre y me gustaría comerme a este desconocido -dijo el Monstruo de la Selva. Pero Iván el
Zarevitz se quitó el gorro invisible e inclinándose ante el hambriento, dijo:
-¿Para
qué me quieres comer? ¿No ves que soy un hueso duro que se te indigestaría?
Será preferible que me permitas obsequiarte con un almuerzo como nunca en tu
vida lo has comido. ¡Sólo has de ir con cuidado de no tragarte la lengua!
Y
esto dicho, extendió el mantel y al momento aparecieron los doce mancebos y las
doce damiselas que sirvieron al Monstruo de la Selva todos los manjares que apetecía. El
Monstruo lo devoraba todo sin descanso. Luego bebió y volvió a tragar hasta que
se hartó tanto, que no pudo moverse del puesto y allí mismo se quedó dormido.
-Hasta
la vista, mi querida hermana -dijo entonces el Zarevitz Iván;- pero antes dime:
¿sabes dónde vive nuestra hermana la Zarevna Beztsienaya ?
-Lo
sé -contestó la
Zarevna Neotsienaya. Para llegar a ella has de atravesar el
gran Océano, pues vive en el vórtice con su esposo el Monstruo del Mar; el
camino es muy penoso. ¡Has de nadar mucho, muchísimo, y si llegas, de nada te
servirá, porque te devorará el monstruo!
-Bueno
-dijo el Zarevitz Iván,- tal vez trate de hincarme el diente, pero se
convencerá de que soy un bocado muy difícil de tragar. ¡Hasta la vista,
hermana!
Iván
el Zarevitz se alejó a grandes zancadas y llegó al gran Océano. En la orilla
había una embarcación como las que usan los rusos para pescar, los obenques y
aparejos eran de recio esparto y las velas de un fino tejido de fibras; las
mismas maderas de la nave no estaban unidas con clavos sino sujetas con corteza
de abedul. En esta embarcación, los marineros se apercibían a darse a la mar
con rumbo a la isla de Roca Salada.
-¿Queréis
llevarme con vosotros? -les pidió el Zarevitz Iván.- No os pagaré el pasaje,
pero os contaré tales cuentos, que no notaréis las fatigas del viaje.
La
tripulación accedió y partieron, navegando más allá de la isla Roca Salada. El
Zarevitz contaba cuentos y la navegación transcurría del modo más agradable
para los marineros. De pronto, cuando menos lo esperaban, se levantó una
tempestad, retumbó el trueno y la nave empezó a zozobrar.
-¡Ay!
exclamó la tripulación.- ¡En mala hora escuchamos a este excelente narrador!
¡Ya no volveremos a ver a nuestras queridas familias, sino que descenderemos al
fondo voraginoso del Océano! No nos queda otro remedio que pagar tributo al
Monstruo del Mar. ¡Echemos suertes y así descubriremos al culpable!
Echaron
suertes y le tocó al Zarevitz Iván.
-¡Me
resigno a la suerte que me ha tocado, hermanos! -dijo el Zarevitz Iván.- Os
agradezco el pan y la sal que me habéis dado. ¡Adiós, y no volváis a pensar más
en mí!
Entonces
cogió las botas que andaban solas, el mantel prodigioso, el gorro invisible, y
el arpa que tocaba por sí misma, y los marineros levantaron al joven y lo
arrojaron a los torbellinos de la vorágine. Enseguida se calmó el mar, la nave
siguió su curso y el Zarevitz Iván descendió como una llave al fondo, y se
encontró en los mismos salones del magnífico palacio del Monstruo del Mar. Este
ocupaba el trono al lado de la Zarevna Beztsienaya , y el Monstruo del Mar dijo:
-¡Hace
mucho tiempo que no como carne cruda y mira por dónde se viene a las manos!
¡Salud, amigo! Acércate y veré si empiezo por los pies o por la cabeza.
Entonces
el Zarevitz Iván dijo que era el hermano de la Zarevna Beztsienaya ,
y que entre la buena gente no existía la mala costumbre de comerse unos a
otros.
-¡Eso
es demasiada insolencia! -chilló el Monstruo del Mar.- ¿Cómo se atreve a
obligarnos a que aceptemos las costumbres de otra gente?
Iván
el Zarevitz vio que el asunto presentaba mal cariz, y cogiendo el arpa
prodigiosa empezó a tocar un aire tan melancólico, que el Monstruo del Mar puso
una cara amarga y empezó a lanzar suspiros que parecían martillazos sobre un
yunque, y lloró y se quejó como si se hubiera tragado una aguja, y cuando el
Zarevitz Iván entonó la canción que empieza: "Que dé vuelta a la mesa la
copa de la alegría", hasta las salas pusieron los brazos en jarras y se
echaron a bailar. El Monstruo del Mar daba tales vueltas, que no tenía espacio
suficiente, taconeaba, castañeteaba con los dedos, hacía tales visajes, girando
los ojos, que todos los peces se agruparon para verlo y por poco se mueren de
risa. El Monstruo del Mar se divirtió a más no poder y por fin dijo.
-Hubiera
sido un pecado devorar a este joven. Quédate aquí, serás nuestro huésped y
vivirás con nosotros. ¿Quieres? ¡Tenemos toda clase de arenques, esturiones,
besugos y percas! ¡Siéntate a la mesa, come, bebe y alégrate, mi querido
huésped!
El
Zarevitz Iván se sentó pues, con su hermana y el Monstruo del Mar y los tres
comieron, bebieron y se alegraron. Una ballena ejecutó una danza alemana, los
arenques cantaron dulces melodías y las carpas tocaron varios instrumentos.
Después de la comida, el Monstruo del Mar se fue a dormir y la Zarevna Beztsienaya
dijo:
-Querido
hermano, ¡qué contenta estoy de tenerte por huésped! ¡Pero ay! ¡Que no durará
mucho mi alegría! Cuando se despierte el Monstruo del Mar te devorará si está
de mal humor.
-Dime,
hermanita: ¿cómo puedo salvar a mi hermana Neotsienaya del Monstruo de la Selva y a ti del Monstruo
del Mar?
-Si
quieres, puedes probarlo; pero te prevengo que es algo muy difícil. Al otro
lado del gran Océano hay un imperio donde reina, no un Zar, sino una Zaresa
llamada Zardoncella. Si puedes llegar hasta allí y entrar en su jardín cercado,
la Zardoncella
te tomaría por consorte, y sólo ella puede librarnos y devolvernos a nuestros
padres. Pero lo malo es que tiene una guardia muy severa y que no permite a
nadie cruzar la orilla, una guardia muy pertrechada de cañones y lanzas, y de
cada lanza cuelga una cabeza perteneciente a cada uno de los pretendientes que
fueron a cortejar a la
Zardoncella. Zares , zarevitches, reyes, príncipes, guerreros
poderosos fueron con sus ejércitos y con sus naves y no pudieron cumplir sus
propósitos; todos dejaron la cabeza en la punta de una lanza.
-No
importa -dijo el Zarevitz Iván.- ¿Por qué temer? Los designios de la Providencia son
terribles, y la misericordia de Dios es infinita. Dime cómo se llega a los
dominios de la
Zardoncella.
-Es
una temeridad emprender ese viaje. No obstante voy a darte mi apreciado esturión.
Él te llevará sobre sus lomos y mi pez espada, con su nariz larga, correrá ante
vosotros mostrándoos el camino.
Los
hermanos se despidieron y el Zarevitz Iván a caballo sobre el esturión,
emprendió el viaje siguiendo al veloz pez espada. Llegaron a un paraje poblado
de cangrejos que saludaron al Zarevitz Iván con sus bigotes y tocaron los
tambores con sus pinzas para que los pececillos se apartasen del paso. Pero el
mar no es lo mismo que la tierra enjuta. Allí no había ni hierbas ni arbustos
donde agarrarse, el camino era resbaladizo, tan resbaladizo como la grasa, y el
Zarevitz Iván se iba deslizando, deslizando. Entonces se puso el gorro
invisible y vio que los guardianes de la Zardoncella abrían unos ojos desmesurados y
miraban lejos, sin ver lo que sucedía ante sus mismas narices, y siguieron
afilando sus espadas y aguzando sus lanzas. Llegó a la orilla sin contratiempo,
el esturión lo dejó en el muelle, y despidiéndose de él con una reverencia, se
volvió al agua. El Zarevitz Iván atravesó por entre la guardia con paso firme y
penetró en el jardín prohibido corno si fuera el amo y señor, se paseó por los
senderos que serpenteaban entre frutales y comió de las manzanas sabrosísimas y
trans-parentes que allí se criaban.
El
Zarevitz parecía encantado y como perdido en aquel jardín delicioso, hasta que
vio veinte palomas blancas que volaban en dirección a un estanque. Apenas se
posaron en tierra se transformaron en otras tantas doncellas hermosas como los
estrellas del cielo y de tez tan fina y blanca como la leche, y entre ellas se
paseaba la Zardoncella
como un pavo real, diciendo:
-¡Qué
calor hace, amigas! ¡El sol arde como un horno! Tomemos un baño, que aquí nadie
puede vernos. Es tan numerosa la guardia que vigila la costa, que ni una mosca
podría pasar sin ser observada.
-¿Que
no puede pasar una mosca? Ved qué mosca tan grande ha pasado inadvertida para
tu guardia -dijo el Zarevitz Iván, quitándose el gorro invisible e inclinándose
ante la Zardoncella.
-Zardoncella y amables damiselas -dijo el Zarevitz Iván,- ¿qué teméis de mí? No
soy un oso que venga a morderos, y a ninguna de vosotros arrebataré el corazón
contra su voluntad; pero si está aquí la novia que el cielo me tiene destinada,
ha de saber que yo soy su prometido.
-¡Salud,
bondadoso joven! Ignoro si eres zar, zarevitz, rey o príncipe; pero ya que te
presentas de tan cortés manera, te consideraremos nuestro huésped y te trataremos
como a un buen amigo. Muchos pretendientes han venido con el propósito de
arrebatar mi corazón con violencia, cosa imposible desde que el mundo es mundo.
¡Ven a mis salones de piedra blanca y a mis aposentos de cristal!
Toda
la nación se enteró al momento de que su Zarevna, la Zardoncella , había
tomado un novio de su propia voluntad y acudieron en bandadas los jóvenes y los
ancianos o celebrar el acontecimiento con gran regocijo. La Zardoncella ordenó que
se abriesen sus reales bodegas a todos los concurrentes y que se les permitiera
tocar tambores, guitarras y violines, y al día siguiente se celebraron grandes
fiestas y conciertos durante el banquete de la boda. Tres días duraron los
festines y tres semanas las fiestas y regocijos, y entonces el Zarevitz Iván
habló a su consorte de librar a sus hermanas del poder del Monstruo de la Selva y del Monstruo del
Mar.
-Mi
querido esposo, Iván el Zarevitz -le dijo ella,- ¿qué no haría yo por ti? Manda
a buscar a mi magistrado el erizo y a mi escribano el gorrión y que envíen
ucases al Monstruo de la Selva
y al Monstruo del Mar ordenándoles que dejen en libertad a las hermanas del
Zarevitz Iván, si no quieren que los haga prender y los condene a una muerte
horrible.
El
magistrado erizo y el escribano gorrión redactaron los ucases y los mandaron
por mensajeros. El Monstruo de la
Selva y el Monstruo del Mar no pudieron oponerse y dejaron en
libertad a la
Zarevna Neotsienaya y a la Zarevna Beztsienaya.
Y el Zarevitz Iván escribió a su padre el Zar Umnaya Golova, la siguiente
carta:
"Ya
ves, oh, Soberano Zar, que no sólo con la fuerza y el valor sino con astucia e
ingenio pueden vencerse todas las dificultades, y el arpa mágica es a veces más
útil que una hoja damasquina, aunque de nada serviría si quisiera uno hacerla
tocar a latigazos. Ven a verme, querido padre, y sé mi huésped, y viviré
contigo y con mi esposa y mis hermanas. Ya tengo preparado un gran banquete
para celebrar tu llegada, y deseo que vivas muchos años".
Y
el Zarevitz Iván pasó una vida feliz, rica y próspera. Vivió muchos años y su
reinado fue glorioso. En cierta ocasión yo fui su huésped y me trató a cuerpo
de rey.
062 anonimo (rusia)
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