Era
un matrimonio que deseaba tener descendencia, pero la mujer no se quedaba
embarazada. Así pasaron muchos años hasta que el marido, un día que volvía de
caza, dijo a su mujer:
-Me
gustaría tener un hijo aunque se lo llevara el diablo -pues así de fuerte era
su deseo.
Y
el diablo, que ese día andaba cerca de la casa, lo oyó.
Aún
pasaron más años y, cuando ya desesperaban, tuvieron por fin un hijo. El niño
se crió tan hermoso y lozano que parecía que Dios había querido compensar a los
padres por los años de espera; y pronto fue tan buen jinete y cazador como su
padre.
Pero
resultó que siendo joven se aficionó a los juegos de cartas, y del mismo modo
que en todo lo demás era siempre el mejor y el más fuerte, en los juegos de
cartas perdía siempre. Un día se le apareció el diablo y le preguntó si quería
una baraja con la que nunca más perdería en el juego. El joven aceptó y desde
entonces no volvió a perder nunca. Hasta que otro día se le volvió a aparecer
el diablo y le propuso echar una partida. El joven aceptó y sacó su baraja,
pero el diablo, que la conocía bien, se las compuso para ganarle una y otra
vez. Por fin, el joven perdió todo cuanto tenía y entonces el diablo le propuso
jugarse su alma y él aceptó. Y el diablo volvió a ganarle y el joven perdió su
alma.
Entonces
el diablo le dijo:
-Si
quieres recuperar tu alma, te espero dentro de un año en el castillo de Irás y
No Volverás.
El
muchacho dejó de jugar y fueron pasando los meses hasta cumplirse el año. Y llegado
el día, les dijo a sus padres:
-Sabréis,
queridos padres, que hoy tengo que irme al castillo de Irás y No Volverás.
Los
padres se apenaron mucho y recordaron la frase que una vez dijo el padre a la
madre cuando volvía de caza, pero el muchacho les explicó que tenía que ir allí
a recuperar su alma y que no temieran por él, pues conseguiría regresar del
castillo. Los padres porfiaron mucho por que el hijo no se marchara, aunque al
final hubieron de ceder.
Conque
partió el joven y emprendió un largo camino que parecía no tener fin. Cuando ya
llevaba muchos días caminando, apareció un águila y el joven le preguntó por el
camino al castillo de Irás y No
Volverás,
y le dijo el águila:
-Yo
no lo sé. Ahí atrás viene volando otra más vieja que yo y viene de él.
El
joven esperó pacientemente hasta que llegó la otra águila y ésta le dijo:
-Yo
te llevaré al castillo, pero antes corta unas tajadas de un caballo muerto que
he visto aquí cerca para que yo pueda comer por el camino, porque ya soy vieja.
El
joven así lo hizo, se puso encima de sus alas y, cada vez que el águila abría
el pico, él le daba un pedazo de carne. Y así llegaron a un altozano donde el
ave se posó y, agradecida por la comida, le dijo:
-Mira
ahí abajo y verás un río. En el río hay tres muchachas bañándose, que son las
hijas del diablo y viven en el castillo de Irás y No Volverás. Ve a donde ellas
sin que te vean y esconde la ropa de la más pequeña, que se llama Blancaflor.
Como es santa, podrá hacer algo por ti.
Bajó
el joven al río, tomó la ropa de la menor, la guardó y se escondió tras unos
arbustos. Cuando las tres muchachas salieron del agua se vistieron con sus
ropas y dejaron sola a la menor, que no encontraba las suyas. Y al verla sola,
el joven salió de su escondite y le dijo:
-No
te asustes de mí. Toma tu ropa y vístete.
Como
ella no le tuvo miedo, estuvieron juntos.
Después
hablaron y él le contó lo que le pasaba.
Y
ella le dijo:
-Pues
mi padre es el diablo y no sé cómo podrás arrebatarle tu alma. Yo he de
ayudarte para salvarnos o para morir juntos. No digas nada de lo que hemos
hecho y déjame ir a mí primero. Y mañana por la mañana te presentas en el
castillo y pides hablar con mi padre.
El
joven durmió junto al río toda la noche y a la mañana llegó al castillo y pidió
hablar con el diablo.
Cuando
estuvo en su presencia, el diablo le dijo:
-Ya
desconfiaba de que vinieras pero, aunque llegas con retraso, aquí estás. Ahora
acompáñame.
Le
llevó a una ventana del castillo y le dijo:
-Dime
qué es lo que ves allá enfrente.
Y
le contestó el joven:
-Veo
un bosque cerrado y espeso.
-Bien
-dijo el diablo. Ahora ve allí y tienes que limpiarlo, allanarlo, sembrarlo de
trigo, recogerlo y hornearme un pan con él antes de que acabe el día.
El
joven cogió las herramientas y se fue al bosque, pero al verlo tan cerrado y
espeso se sintió desconsolado porque la tarea le parecía imposible. Y estando
en éstas, llegó Blancaflor y le preguntó cuál era la tarea que le había
encomendado su padre.
-Pues
que limpie este bosque, lo allane, lo siembre de trigo y hornee un pan con ese
trigo antes de que caiga la noche.
-Pues
nada -dijo ella, come tu merienda y échate a dormir y cuando despiertes lo
tendrás todo cumplido.
Pero
no le digas a mi padre que te he ayudado.
Cuando
despertó, el joven tenía a sus pies el pan recién horneado. Lo cogió y volvió
con él al castillo.
El
diablo torció el gesto al verle llegar con el pan, pero dijo:
-Muy
bien, esto es lo que te mandé hacer. Ahora acuéstate y duerme y vuelve a verme
mañana por la mañana.
A
la mañana siguiente, recién despertado, le llevó a otra ventana del castillo y
le dijo:
-Dime
qué es lo que ves allá enfrente.
Y
le contestó el joven:
-Sólo
veo un inmenso pedregal.
-Bien
-dijo el diablo. Ahora tienes que ir allí, retirar las piedras, sacar la
tierra, plantar una viña, recoger el fruto y traerme una botella de vino de
esas uvas antes de que acabe el día.
El
joven se proveyó de herramientas y se fue para el pedregal; pero al llegar a él
vio que era imposible hacer lo que el diablo le pedía y se preguntó si esta vez
también vendría a ayudarle Blancaflor.
Al
fin apareció la muchacha y le preguntó qué tarea le había encomendado su padre
esta vez y él le contó que debía retirar las piedras del pedregal, sacar la
tierra, plantar una viña, recoger la uva y hacer vino con ella para llevarle
una botella.
-Pues
nada -volvió a decir ella, come tu merienda y échate a dormir y, cuando
despiertes, lo tendrás todo cumplido. Pero no le digas a mi padre que te he
ayudado.
Cuando
despertó, el joven encontró a su lado la botella de vino, la cogió y volvió con
ella al castillo.
Al
ver el diablo que también esta vez había cumplido con la tarea que le
encomendara, no podía creerlo y le dijo:
-Esto
es imposible que lo hayas hecho tú.
-Que
sí, que esto lo hice yo -protestó el joven.
-Mucho
me cuesta creerlo -dijo el diablo-, pero, en fin, ve a cenar y a dormir y
mañana por la mañana vuelve a verme.
A
la mañana siguiente el joven se presentó al diablo y éste le llevó a otra
ventana del castillo y le dijo:
-Dime
qué es lo que ves allá enfrente.
-Un
río con una corriente muy fuerte -contestó el joven.
-Bien
-dijo el diablo, pues en aquel río perdió la abuela de mi abuela un anillo
cuando era pequeña y quiero que tú lo encuentres y me lo traigas antes de que
acabe el día.
Conque
se marchó el joven al río y no sabía qué hacer, porque tenía miedo de ahogarse
en aquella corriente tan fuerte. Y estaba mirando, con el agua hasta la
rodilla, por aquí y por allá sin atreverse a avanzar más cuando, al cabo del
rato, llegó Blancaflor y le volvió a preguntar por la tarea que su padre le
había encomendado esa mañana.
-Me
ha mandado a buscar el anillo que perdió en este río la abuela de su abuela
cuando era pequeña.
Entonces
Blancaflor le dijo:
-Pues
esto es lo que tienes que hacer: vas a cortarme en pedazos muy pequeños y me
metes en esta botella que te doy, pero has de tener cuidado de no verter una
sola gota de sangre fuera de ella.
El
joven se afligió mucho y le dijo que por nada del mundo haría él una cosa así
con ella, que había sido tan buena para él.
-Nada,
pícame bien picadita y méteme en la botella.
-¡Ay,
Blancaflor, que yo no puedo matarte! -decía el pobre muchacho.
Mas
ella insistió tanto y con tanta determinación que el joven tomó su cuchillo y
la troceó en muchos pedazos bien pequeños, la metió en la botella, la tapó y la
echó al río. Y pasó el tiempo y él no la veía aparecer por parte alguna; empezó
a lamentarse de su debilidad y de haberla perdido cuando, por fin, Blancaflor
salió del río toda compuesta y con un anillo en la mano, y le dijo:
-Aquí
tienes el anillo, pero has de saber que no echaste en la botella un pedacito de
mi dedo meñique con una gota de sangre; como es el meñique, mi padre no lo
notará, pues es el más fácil de esconder.
Ahora
vete al castillo; pero no le digas a mi padre que te he ayudado.
Volvió
el joven por tercera vez al castillo y le entregó el anillo al diablo; y éste
decía:
-¿Pues
va a resultar que eres más demonio que yo?
Ea,
que no me creo que tú solo hayas encontrado el anillo.
-Que
sí, que sí, que yo lo encontré -decía el joven.
-Pues
anda a cenar y a dormir y mañana me vienes a ver otra vez -le dijo el diablo.
Al
día siguiente, como de costumbre, le llevó a
otra
ventana y le dijo:
-Dime
qué es lo que ves allá enfrente.
-Veo
una alameda muy grande.
-Pues
ve a la alameda y córtame unas cuantas varas.
El
joven, encantado, se fue a la alameda y estaba cortando las varas cuando
apareció Blancaflor y le preguntó qué le había mandado hacer su padre esta vez.
Y el joven le dijo:
-Esta
vez es bien sencillo, que sólo tengo que llevarle unas cuantas varas de esta
alameda.
-Pues
yo sé para qué son esas varas -dijo Blancaflor-, y es que te pedirá que domes a
un caballo muy malo, porque ese caballo se convierte en todos nosotros cuando
otro lo monta. Así que has de saber que la cabeza es mi padre, el cuerpo es mi
madre y las ancas mis hermanas y yo. Yo soy la del lado derecho, así que no des
allí; le darás en la cabeza hasta que lo tengas domado. Y no digas a nadie que
estoy contigo.
Llegó
el joven ante el diablo y éste le mostró un corral en el que había dos
caballos, uno de los cuales bufaba mucho, y le dijo:
-Ese
caballo que bufa me lo tienes que domar hoy.
Bajó
el joven al corral y sólo con grandes esfuerzos pudo montar el caballo, pues se
revolvía constantemente y daba coces para todas partes. Apenas se hubo montado,
el caballo echó a correr por los campos sin parar y el joven venga a darle
palos en la cabeza hasta que al fin lo cansó y lo dejó medio muerto y volvió
con él al castillo.
Y
decía el diablo:
-No
puedo creer que lo hayas domado con tus manos.
Y
el joven le dijo:
-Pues
ahí abajo en el corral lo tiene, domado y todo y medio muerto de cansancio.
Y
luego, fijándose en que el diablo estaba todo vendado y curado, le dijo:
-¿Qué
le ha ocurrido a usted, que está como apaleado por todo el cuerpo?
Y
le contestaba el diablo:
-Nada,
que al asomarme para verte caí por la ventana al foso, pero es poco. Ahora
escucha: si tengo que devolverte tu alma, tendrás que casarte con una de mis
hijas, pero ha de ser con una condición, que tendrás que vendarte los ojos y a
ellas las meteré en una habitación y cada una sacará su mano. Y con la que tú
digas te casarás.
Porque
el diablo sospechaba que el joven se entendía con Blancaflor. Así que las metió
a las tres en la habitación y cuando sacaron las manos, el joven buscó la mano
a la que le faltara un pedacito del dedo meñique y cuando la encontró, dijo que
con ésa quería casarse y, claro, era Blancaflor. Y el padre y las hermanas
desconfiaban aún más después de esto, pero se celebró la boda.
Llegada
la noche, se acostaron. Y Blancaflor le dijo al joven:
-Mi
padre ha decidido matarnos, así que haz lo que te digo: escupe en un plato y
pon un pellejo lleno de aire en tu cama y yo haré lo mismo. La saliva que
dejamos en los platos hablará por nosotros cuando nos hayamos ido. Luego ve a
la cuadra, donde verás dos caballos. Uno es grueso y fuerte y el otro muy
delgado; ve y coge el delgado, que es el Pensamiento; el otro es el Viento,
pero el Pensamiento va siempre más deprisa que el Viento.
El
joven fue a la cuadra sigilosamente, pero al llegar allí y ver al caballo
delgado le pareció tan flaco que no podría con los dos y eligió al grueso. Y
cuando llegó con él hasta donde le esperaba Blancaflor, le dijo ésta:
-¿Por
qué no cogiste el Pensamiento?
-Porque
me pareció que no podría con nosotros.
-Bueno,
pues ya nada podemos hacer -y se fueron aprisa.
A
poco de irse, llegó el diablo a la puerta de la alcoba y llamó:
-Blancaflor,
¿estás dormida?
-No,
señor.
-Y
tú, muchacho, ¿estás dormido?
-No,
señor.
Esto
sucedía porque la saliva que habían dejado en los platos contestaba por ellos.
Pasado
un rato, volvió el diablo:
-Blancaflor,
¿estás dormida?
-Ya
me voy durmiendo.
-Y
tú, muchacho, ¿estás dormido?
-Ya
me voy durmiendo.
Pasado
otro rato, volvió a llamarlos:
-Blancaflor,
¿estás dormida?
Y
no contestó.
-Muchacho,
¿estás dormido?
Y
tampoco contestó, porque las salivas se habían secado.
El
diablo creyó que ya estaban dormidos, sacó un cuchillo, entró en la alcoba y se
lo clavó en el corazón a cada uno, pero eran los pellejos; luego cerró la
puerta y salió corriendo a su cuarto para decírselo a su mujer.
Y
ésta le dijo:
-¿Los
has matado bien?
-Sí,
que he oído cómo se les escapaba el aire.
A
la mañana siguiente, se levantaron y fueron a ver a la alcoba de los esposos.
Encontraron dos platos y dos pellejos vacíos, pero los esposos no estaban allí.
Y le decía su mujer:
-Si
hubieras vuelto anoche a asegurarte, no se te habrían escapado luego. Y además
se habrán llevado a Pensamiento.
Fue
una de las hijas a ver a la cuadra y vieron que se habían llevado a Viento, así
que la mujer se alegró y le dijo al diablo:
-Bueno
es, pronto los cogeremos y esta vez los mataremos.
Montó
el diablo a Pensamiento y salió tras ellos.
Como
el Pensamiento siempre va más deprisa que el Viento, al cabo del rato los llegó
a alcanzar. Al ver Blancaflor que su padre los alcanzaba, tiró una peineta que
llevaba y dijo:
-Que
mi peineta se vuelva un bosque tan cerrado y espeso que mi padre no pueda pasar
a través de él y se tenga que volver.
Así
sucedió y el diablo se tuvo que volver. Y al llegar al castillo le dijo su
mujer:
-¿Es
que no los has encontrado?
-No
-contestó él. Después de mucho cabalgar me cortó el camino un bosque muy
cerrado y espeso y no pude pasar.
-¡Inútil!
-dijo su mujer. Allí estaban ellos y te han engañado, así que vuelve a
buscarlos.
Montó
el diablo de nuevo y, como montaba a Pensamiento, pronto los tuvo a su alcance;
viéndolo venir, tiró Blancaflor su pañuelo y dijo:
-Que
mi pañuelo se vuelva un pedregal por el que mi padre no pueda pasar.
Conque
el diablo tuvo que volverse otra vez. Y al verlo venir le dijo su mujer:
-¿Es
que no los viste?
-No
-contestó él, que sólo vi un pedregal imposible de atravesar a caballo.
-¡Pues
ellos eran! -gritó su mujer. Coge el caballo y esta vez no vuelvas sin
traerlos.
Otra
vez les dio alcance el diablo y al verlo a sus espaldas, Blancaflor tiró una de
sus ligas y dijo:
-Que
mi liga se vuelva un río de corriente tan fuerte que no pueda pasar mi padre
por él.
Así
ocurrió y el diablo volvió por tercera vez al castillo y su mujer le dijo:
-Bien
te han vuelto a engañar, pues eran ellos.
Entonces
le dijo el diablo:
-Pues
ve tú a buscarlos.
Y
ella dijo:
-No,
yo no voy. Pero les echaré una maldición para que se olviden el uno del otro y
es que, cuando él entre en el pueblo, la primera mujer que le bese le hará
olvidar a Blancaflor.
Entonces
Blancaflor y el joven ya se acercaban al pueblo de éste, que estaba deseando
visitar a sus padres para que vieran que regresaba del castillo de Irás y No
Volverás. Y Blancaflor, que era santa y lo sabía todo, conoció la maldición de
su madre y le dijo:
-Ten
cuidado cuando entres en el pueblo y no dejes que ninguna mujer te bese porque,
si lo hace, te olvidarás de mí.
El
joven dejó a Blancaflor junto a una fuente a la entrada del pueblo y se fue a
buscar a sus padres para anunciarles que volvía casado y con su alma. Y nada
más llegar, la madre quiso besarle, pero él le dijo:
-Por
favor, no me bese, madre, que vengo casado y si usted me besa ya no volveré a
recordar a mi mujer porque nos han echado una maldición.
Y
cuando estaba diciendo esto vino su abuela por detrás y le besó y el joven se olvidó
de Blancaflor.
Y
luego le decía su madre:
-Hijo,
¿cuándo nos vas a traer a tu mujer?
Y
contestaba el joven:
-¿Qué
dice usted, madre, si yo no tengo mujer?
Y
la madre se extrañaba, pero él había olvidado a Blancaflor por completo.
-Pues
¿no me dijiste que no te besara porque, si no, olvidarías a tu mujer?
Y
él la miraba con asombro y le decía:
-Qué
cosas dice usted, madre.
Así
que la madre pensó que no le habría entendido bien, y además estaba tan
contenta de verle de nuevo que se olvidó también del asunto.
Total,
que Blancaflor sospechó lo que había pasado y llegó al pueblo y se fue a vivir
cerca del joven.
Como
vivía cerca, pronto se hicieron amigos. Y ella se instaló en el pueblo y puso
una tienda y dijo a todos que era serrana y que había venido de la sierra para
poner la tienda.
Con
el tiempo, el joven se echó novia y decidió casarse.
Los
amigos del joven le dijeron que tendría que invitar a la boda a la graciosa
serrana y el dijo que sí, que la invitaría, porque le gus-taban sus ocurrencias
y porque sentía gran placer en su compañía.
Y
los amigos dijeron:
-Pues
antes de que la invites vamos a ver si dormimos con ella.
Llegó
el primero a la casa de Blancaflor y le pareció que ella le daba buenas
palabras, pero cuando llegó la hora de acostarse ella le dijo:
-Haz
el favor de tirarme esa agua que tengo en la palangana -y lo tuvo toda la noche
tirando el agua de la palangana porque, cada vez que la tiraba, el agua volvía
a la palangana. Y así pasó toda la noche y a la mañana siguiente Blancaflor
salió de su cuarto y le dijo:
-Pero
¿todavía estás aquí? Anda, márchate, que si no ¿qué dirá la gente?
Lo
mismo pasó con el segundo, que al irse ella a acostar le dijo:
-Ve
a retirar el puchero del café, que lo tengo a la lumbre.
E
hizo que se le quedara la mano pegada al puchero y así se pasó la noche.
Y
a la mañana siguiente le dijo al verle:
-¿Todavía
aquí? Haz el favor de marcharte o ¿qué dirá la gente?
Como
ninguno de los dos dijo nada a sus amigos de lo que les había sucedido, llegó
el tercero y ella, al retirarse, le mandó a cerrar la puerta de la cocina y
toda la noche se estuvo con la puerta en la mano.
Al
otro día se juntaron los tres amigos con el joven y éste les preguntó:
-¿Qué
tal habéis pasado la noche con la serrana?
Y
dijeron cada uno de ellos:
-Pues
a mí me tuvo toda la noche tirando agua de una palangana.
-Pues
a mí me tuvo toda la noche con el puchero del café en la mano.
-Pues
a mí me tuvo toda la noche con la puerta en la mano.
Y
al joven le pareció aún más discreta y graciosa la serrana y la invitó a la
boda.
El
día de la boda, al terminar la comida de celebración, todos se pusieron a
contar cuentos y, en esto, le pidieron a la serrana que ella contara alguno,
pues los contaba muy bien. Y ella dijo que no contaría nada, pero que tenía
unos muñecos que lo contarían todo por ella. Entonces los mandó traer, porque
todos querían oírlos, y los puso sobre la mesa. Y la muñeca hablaba como
Blancaflor y el muñeco como el joven y empezó la muñeca:
-¿Te
acuerdas de cuando perdías jugando a las cartas y el diablo te ganó el alma y
tuviste que ir al castillo de Irás y No Volverás a buscarla?
-No,
no me acuerdo -decía el muñeco.
-¿Te
acuerdas de cuando mi padre te ponía en la ventana y te mandaba hacer cosas que
eran imposibles y todas te las hacía yo?
-No,
no me acuerdo -decía el muñeco.
-¿Te
acuerdas de que escapaste conmigo del castillo porque ese mismo día nos casamos
y mi padre nos perseguía para matarnos?
-Algo,
algo me acuerdo -decía el muñeco.
-¿Te
acuerdas de cuando me dejaste en la fuente y te advertí de la maldición que nos
echara mi madre?
-Sí,
sí que me voy acordando -decía el muñeco.
Y
la madre del joven, al oír esto último que había dicho la muñeca, se acordó del
día en que su hijo volvió al pueblo.
Entonces
el joven se levantó y dijo:
-Esto
lo hablan esos dos muñecos, pero me ha pasado a mí.
Y
dijo a todos los presentes al convite:
-Hoy
me he casado con esta mujer, pero mi esposa es la serrana. ¿Con cuál de las dos
me he de quedar?
Pues
con la serrana hace bastante tiempo que me casé y con ésta me he casado hoy.
Y
todos estuvieron de acuerdo en que debía quedarse con la primera, porque lo
primero es lo que vale. Y así es como Blancaflor recobró a su marido.
0.003.0 españa
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