Éranse dos ancianos que tenían tres
hijas. Dos eran presumidas y traviesas, y la otra, la menor, muy callada y
modesta. Las hijas mayores vestían sarafanes de vivos colores, calzaban zapatos
de
fino tacón y llevaban collares de
doradas cuentas. Máshenka, la pcqueña, usaba un sarafán oscuro, que hacía
resaltar sus ojos claros. Lo más hermoso en ella era su gruesa trenza de
cabellos de oro, que le llegaba al suelo y rozaba las flores. Las hermanas
mayores eran manirrotas y perezosas, mientras que Máshenka se pasaba todo el
día trabajando en la casa, en el campo y en la huerta. Regaba los
caballones, partía teas, ordeñaba las vacas y daba de comer a los patos. Si
alguien le pedía algo, lo cumplía al instante sin rechistar y siempre estaba
dispuesta a hacer favores. Las hermanas mayores abusaban de su bondad y la
hacían trabajar por ellas. Máshenka no se quejaba nunca.
En fin, así vivían.
En cierta ocasión, el padre
resolvió vender en la feria una carretada de heno y preguntó a sus hijas qué
querían que les comprase. Una dijo:
-Cómprame, padre, seda para un
sarafán.
La otra pidió:
-A mí me compras un corte de
terciopelo rojo.
Máshenka no pedía nada. El padre
sintió lástima de ella y le preguntó:
-¿Qué quieres que te compre,
Máshenka?
-Cómprame, querido padre, una
manzanita lozana y un platillo de plata.
Las hermanas mayores se echaron a
reír.
-¡Qué tonta eres, Máshenka! ¡Con la
de manzanas que tenemos en el huerto! Además, ¿para qué quieres el platillo?,
¿para dar de comer en él a los patos?
No, hermanitas. Haré que la
manzanita ruede por el platillo y diré unas palabras mágicas que me enseñó una
anciana a quien di una rosquilla.
-¡Ea -dijo el padre- no os riais de
vuestra hermana! A cada una le compraré lo que ha pedido.
En fin, estuvo el hombre en la
feria, vendió el heno y compró los regalos para sus hijas. A una le dio un
corte de seda azul, a otra, un corte de terciopelo rojo, y a Máshenka, un
platillo de plata y una manzanita lozana.
Las hermanas mayores, muy
contentas, se pusieron a hacerse los sarafanes y se burlaban de Máshenka,
diciéndole:
-Consuélate con tu manzanita,
tonta...
Máshenka se sentó en un ángulo de
la habitación, hizo rodar la manzanita lozana por el platillo de plata y dijo con
voz cantarina:
-Rueda, rueda, manzanita lozana por
el platillo de plata, muéstrame las ciudades y los campos, los bosques y los
mares, las cumbres cte las montañas y la belleza del cielo, muéstrame toda la
querida madre Rusia.
Se oyó de pronto un argentino
tintín, y toda la habitación se llenó h luz. La manzanita rodó por el platillo,
y en éste aparecieron todas las ciudades, todos los prados, regimientos en los
campos, barcos en el mar, las cumbres de las montañas yla belleza del cielo. El
sol giraba en pos de la luna, las estrellas se disponían a bailar en corro, y
en los dulces remansos de los ríos cantaban los cisnes melódicas canciones.
Las hermanas quedaron admiradas y
sintieron una envidia terrible. Sr pusieron a cavilar qué deberían hacer para
sacarle a Máshenka el platillo y la manzanita. Pero Máshenka
no quería cambiarlos por nada y todas las tardes se entretenía con ellos.
Resolvieron las hermanas llevarla
al bosque y le dijeron:
-Vamos al bosque, hermanita, y
traeremos fresas al padre y a la madre.
Fueron las hermanas al bosque,
pero, por más que buscaron, no vieron ni una sola fresa.
Sacó Máshenka su platillo, hizo
rodar por él la manzanita y dijo con voz cantarina:
-Rueda manzanita lozana por el
platillo de plata, muéstrame dónde crecen las fresas y dónde florecen las
campanillas azules.
De pronto sonó un argentino tañir,
rodó la manzanita lozana por el platillo de plata, y en éste aparecieron todos
los rincones del bosque en que crecían las fresas, florecían las campanillas
azules, brotaban las setas, fluían los manantiales y cantaban los cisnes en los
remansos.
A las malvadas hermanas mayores la
envidia les nubló los ojos cuando vieron todo aquello. Tomaron una estaca llena
de nudos, mataron a Máshenka, la enterraron al pie de un joven abedul y se
llevaron el platillo y la manzanita. Llegaron a casa al anochecer, con los
cestillos llenos de setas y fresas, y dijeron a sus padres:
-Máshenka huyó de nosotras. Hemos
recorrido todo el bosque y no hemos podido dar con ella. Por lo visto, se la
han comido los lobos.
La madre se echó a llorar, y el
padre dijo:
-Haced que la manzanita ruede en el
plato, puede que nos muestre dónde se encuentra nuestra Máshenka.
Las hermanas sintieron que la
sangre se les helaba en las venas, pero no tuvieron más remedio que obedecer.
Hicieron rodar la manzanita en el platillo. Pero éste no dejó oír su argentino
intín, y la manzanita se detuvo sin que aparecieran en el platillo los bosques,
los campos, las cumbres de las montañas y la belleza del cielo.
En aquellos momentos, un
pastorcillo que buscaba en el bosque una oveja extraviada, vio al pie de un
joven abedul un montoncillo de tierra rodeado de campanillas azules. Entre las
campanillas crecía una caña. Cortó el pastorcillo la caña e hizo una flauta.
Pero antes de que alcanzara a llevársela a los labios, la flauta se puso a
tocar ella misma y a decir con voz cantarina:
-¡Toca, toca, flauta de caña,
distrae al pastorcillo!
¡Pobre de mí, me mataron, me
asesinaron por el platillo de plata y la manzanita lozana!
El pastorcillo se asustó, corrió a
la aldea y contó a la gente lo que le había ocurrido. Los vecinos se
congregaron y hacían cábalas, asombrados.
Se presentó el padre de Máshenka.
Apenas hubo el hombre tomado la flauta, cantando ésta se puso a tocar ella
misma y a decir con voz cantarina:
-¡Toca, toca, flauta, de caña,
distrae a mi querido padre! Pobre de mí, me mataron, me asesinaron por el
platillo de plata y la manzanita lozana!
El padre de Máshenka se echó a
llorar y dijo:
-Llévanos pastorcillo, al lugar en
que cortaste la caña.
El pastorcillo llevó a la gente al
lugar en que había cortado la
caña. Al pie del joven abudul crecían campanillas azules, y
en las ramas del árbol cantaban sus canciones los pajaritos.
Removieron el montón de tierra y
encontraron allí el cuerpo de Máshenka. Muerta, era más bella aún que viva. Sus
mejillas parecían rosas, y se hubiera dicho que estaba dormida.
La flauta tocó y dijo con voz
cantarina:
-¡Toca, toca, flauta de caña! Mis
hermanas me engañaron, me mataron por el platillo de plata y la manzanita
lozana. ¡Toca, toca, flauta de caña! Saca, padre, agua cristalina del pozo del
zar.
Las malvadas hermanas de Máshenka
palidecieron, se hincaron de rodillas y confesaron su crimen. Las encerraron
bajo llave en espera del ukaz del zar, de la voluntad del soberano.
El anciano padre de Máshenka se
dirigió a la ciudad en busca del agua de la vida.
Tras de mucho caminar, llegó a la
ciudad y se dirigió a palacio. En aquellos momentos, el rey salía a la calle.
El anciano le hizo una profunda
reverencia y le contó lo que había ocurrido.
El zar le dijo:
-Toma de mi pozo agua de la vida,
anciano. Cuando tu hija haya resucitado, ven aquí con ella y con sus malvadas
hermanas. No te olvides de traer también el platillo de plata y la manzanita
lozana.
Muy contento, el anciano hizo una
profunda reverencia y se llevó una botella de agua de la vida.
En cuanto rociaron a Máshenka con
el agua aquella, resucitó y se abrazó cariñosa a su padre.
Acudió la gente, llena de gozo.
El anciano fue con sus hijas a la ciudad. Les hicieron
pasar a palacio.
Salió el zar. Miró a Máshenka.
Lajoven parecía una flor de primavera, sus ojos tenían la luz del sol, y sus
mejillas, los colores de la aurora; por ellas rodaban lágrimas que parecían
perlas.
El zar preguntó a Máshenka:
¿Dónde están tu platillo de plata y
tu manzanita lozana?
Tomó Máshenka la manzanita lozana y
la hizo rodar por el platillo
Se oyó de pronto un argentino
tañir, y en el platillo fueron apareciendo, una tras otra, todas las ciudades
rusas, y en ellas formaban bajo sus banderas los regimientos, con sus valientes
capitanes al frente. Disparaban cañones y arcabuces, y una nube de humo lo
cubrió todo.
Rodó la manzanita lozana por el
platillo de plata, y en éste apareció, inquieto, el mar, los barcos navegaban
en él, majestuosos como cisnes, ondeaban las banderas y tronaban los cañones,
hasta que una nube de humo lo cubrió todo.
Rodó la manzanita lozana por el
platillo de plata, y en éste apareció en toda su belleza el cielo, el sol
corría en pos de la luna, las estrellas se disponían a bailar en corro, y
cisnes posados en nubecillas cantaban dulces canciones.
El zar contemplaba aquello lleno de
admiración. La bella
Máshenka lloraba a lágrima viva y dijo al zar:
-Quédate con mi manzanita lozana y
mi platillo de plata, pero perdona a mis hermanas, no las castigues por mí.
El zar tomó ambas manos de Máshenka
y dijo:
-Tu platillo es de plata, pero tu
corazón es de oro. ¿Quieres ser mi esposa amada, la buena zarina de mi reino? A
tus hermanas las perdono, aten-diendo tu ruego.
Como los zares tienen siempre en
sus bodegas cerveza y vino, no tuvieron que esperar para celebrar la boda y el
festín, que fue espléndido. La música tocaba con tanto brío, que las estrellas
se desprendieron del cielo, y bailaron los invitados con tanto fuego, que las
tablas del entarimado de la sala se resquebrajaron. En fin, eso fue todo.
062 anonimo (rusia)
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