En un imperio que se
extendía desde el litoral de un mar azul, vivía una vez un rey soltero que
tenía una compañía de arqueros que salían de caza, tirando a cuantos pájaros se
les ponían al alcance para proveer de carne la mesa de su señor. En esta
compañía servía un joven arquero llamado Fedot, un tirador notable que siempre
daba en el blanco, por lo que el rey lo quería más que a los otros. Un día
salió el joven de caza muy temprano, al romper el alba. Penetró en un bosque
muy espeso y lóbrego y en la rama de un árbol vio una paloma. Fedot tendió el
arco, apuntó y disparó. Herida en un ala, la paloma cayó a la húmeda tierra. El
tirador la cogió y estaba a punto de retorcerle el cuello y ponerla en su
zurrón, cuando oyó que la paloma le hablaba de esta manera:
-Por piedad, joven cazador,
no me retuerzas el cuellecito ni me prives de la luz de este mundo. Será mejor
que me dejes con vida, que me lleves a casa y me dejes en tu ventanita, y te
diré lo que has de hacer. En el momento en que se apodere de mí el sueño, pero
fíjate que te digo en el mismo momento, me arrancas con tu mano derecha el ala
herida y desde entonces podrás darte por hombre afortunado.
El cazador se quedó tan
sorprendido como puede imaginarse.
-¿Qué es esto? -Pensó-. ¡Mis
ojos me dicen que es un ave lo que tengo en las manos, y no obstante oigo que
me habla con voz humana! ¡Nunca me había sucedido nada semejante!
Se llevó la paloma, la puso
en la ventana y no tuvo que esperar mucho.
Al cabo de un rato vio que
el ave escondía la cabeza bajo el ala sana y se quedaba dormida. El arquero
levantó su diestra y poco a poco le partió el ala herida. La paloma cayó
inmediatamente al suelo y se transformó en una doncella tan hermosa como ojos nunca
vieron, ni lengua pudo nunca expresar, ni la imaginación representar jamás en
sueños. Y enseguida dirigió la palabra al arquero del rey, diciendo:
-Tú que has tenido bastante
talento para conquistarme, tenlo también para vivir conmigo. Tú eres mi marido
predestinado, yo soy la mujer que el cielo te tenía deparada.
En un momento estuvieron de
acuerdo, Fedot se casó, vivió feliz con su mujer, pero no abandonó el servicio.
Cada día, antes de salir el sol, cogía el arco, iba al bosque, cazaba algunos
animales y los llevaba a la cocina real. A su mujer le disgustaban aquellas
excur-siones de caza, y un día te dijo:
- ¡Oye, amigo mío! ¡Me das
lástima! Cada día te metes en el bosque, atraviesas charcas y cenagales y
vuelves a casa todo mojado, y no por eso vivimos mejor. ¿Qué negocio es ése? En
cambio, yo tengo un plan para que los dos salgamos ganando. Tráeme cien o
doscientos rublos y lo demás corre de mi cuenta.
Fedot fue a ver a sus
compañeros y les pidió prestado a cada uno un rublo hasta que recogió cerca de
doscientos rublos, que se apresuró a entregar a su mujer.
-Ahora -le dijo ésta-
cómprame con estos rublos seda de varios colores.
El arquero fue y compró con
aquellos rublos seda de varios colores. Su mujer cogió el género y dijo a su
marido:
-¡No te preocupes! ¡Reza y
échate a dormir que la mañana es más buena consejera que la noche!
Con esto, el marido se
durmió mientras que su mujer fue a la galería, abrió el libro de los encantos y
al momento se le aparecieron dos jóvenes que le dijeron:
-¿Qué tienes a bien
mandarnos?
-Tomad esta seda y en una
hora traedme una alfombra que sea lo más admirable que pueda hallarse en todo
el mundo, y bordadme en ella todas las ciudades y las aldeas y ríos y lagos de
este reino.
Los dos jóvenes se pusieron
a trabajar y bordaron una alfombra que era la maravilla de las maravillas. Al
día siguiente, la mujer entregó la alfombra al marido, diciéndole:
-Toma, lleva esto al mercado
y véndelo a los comerciantes; pero guárdate bien de regatear. Toma lo que te
den por ello.
Fedot cogió la alfombra, la
enrolló, se la puso bajo el brazo y se fue al mercado.
El primer comerciante que lo
vio se le acercó y le dijo:
-Escúchame, señor mío: ¿no
me venderías esa alfombra?
-¡Con mucho gusto!
-¿A qué precio?
-Fíjalo tú mismo, ya que
frecuentas el mercado y entiendes de esto.
El mercader empezó a pensar
y a pensar y no podía fijar el precio de la alfombra por más que se exprimía el
cerebro. Pasó por allí otro comprador y se detuvo ante la alfombra, y luego
otro y otro, hasta que formaron un grupo numeroso. Todos contemplaban la
mercancía expuesta y se quedaban tan admirados, que no lograban fijar el
precio. En aquel momento pasó el mayordomo del rey, y al ver el grupo se acercó
a enterarse de qué estaban hablando los comerci-antes.
-¿De qué se trata? -les
preguntó.
-No sabemos qué precio poner
a esta alfombra -le contestaron.
Entonces, el mayordomo se
fijó en la alfombra y también se quedó maravillado.
-¡Escucha, arquero! -dijo-.
Dime la verdad: ¿de dónde has sacado esta señora alfombra?
-¡Mi mujer la ha fabricado!
-¿Cuánto quieres por ella?
-Ni yo sé lo que vale. Mi
mujer me encargó que no regatease, sino que aceptase lo que se me ofreciera.
-¿Entonces, qué te parece si
la ponemos en 10.000 rublos?
El arquero tomó el dinero y
entregó la alfombra.
El mayordomo siempre estaba
con el rey, y hasta comía y bebía en su compañía. Fue a comer con el rey aquel
día y se llevó la alfombra.
-¿Me hace el honor Su
Majestad de mirar la alfombra que he comprado?
El Rey miró la alfombra y
vio todo su reino como si lo tuviese en la palma de la mano, lo cual le arrancó
un hondo suspiro.
-¿Pero, qué alfombra es
ésta? En mi vida he visto un trabajo tan primoroso. Dime, ¿cuánto quieres por
la alfombra?
Y el Rey sacó 25.000 rublos,
que entregó al mayordomo y colgó la alfombra en una pared del palacio.
-Esto no es nada para el
negocio que voy a hacer ahora -pensó el mayordomo. Y enseguida se fue en busca
del arquero, entró en su humilde casita y apenas vio a la mujer del cazador
olvidó por completo el objeto que allí lo llevaba. No obstante, el mayordomo se
sobrepuso con un gran esfuerzo y se volvió a su casa cabizbajo. Desde entonces
no hacía nada a derechas y de noche y de día no pensaba más que en una cosa: en
la prodigiosa hermosura de la mujer del arquero.
El Rey advirtió el cambio
que en él se había operado y le preguntó:
-¿Por qué estás afligido?
¿Te ocurre alguna desgracia?
-¡Ay, mi rey y mi Padre! ¡He
visto a la mujer del arquero, una belleza como nunca se ha visto ni se verá en
este mundo!
Y tanto se la ponderó, que
al mismo rey le acometieron vivos deseos de enamorarla y no pudo reprimir la
tentación de ir a verla en persona. Entró a la humilde casita del arquero y se
ofreció a su vista una dama de belleza indescriptible. Enseguida sintió que
abrasaba su corazón la llama del amor. "¿Por qué he de seguir soltero por
más tiempo? -se dijo-. Estoy decidido a casarme con esta beldad. ¡Es demasiado
hermosa para un pobre arquero! ¡Basta verla para comprender que ha nacido para
Reina!
El Rey volvió a su palacio y
dijo al mayordomo:
-Atiende bien: tú que has
tenido talento para darme a conocer a esa mujer de belleza indescriptible, has
de tenerlo ahora para alejar a su marido. Quiero casarme con ella. ¡Y si no me
quitas el estorbo que él representa, ten entendido, que aunque seas mi fiel
servidor, te mandaré a la horca!
El mayordomo salió del
palacio más afligido que nunca y por mucho que pensaba, no hallaba la manera de
deshacerse del arquero. Sumido en sus reflexiones se paseaba por la plaza del
mercado y por las calles adyacentes, cuando cierto día se tropezó con una bruja
de miserable aspecto.
-¡Detente, criado del Rey!
-le dijo ella-. Veo todos tus pensamientos y sé que necesitas ayuda en el
infortunio que te abruma.
-¡Pues ayúdame, abuelita, y
te daré lo que me pidas!
-Has recibido del Rey el
encargo de deshacerte de Fedot el arquero. No es tarea fácil, porque si él es
tonto, su mujer es demasiado lista. Si me quieres creer, encargadle una misión
que sea de fácil cumplimiento. Anda a ver al Rey y dile que ordene al arquero
que vaya no sé dónde y traiga no sé qué. Es un encargo que no hay miedo que
pueda cumplir en su vida, por mucho que viva; o caerá en la tumba del olvido,
o, si vuelve, será sin brazos ni piernas.
El mayordomo pagó con oro el
consejo de la bruja y se apresuró a volver a presencia del Rey, y el Rey ordenó
al arquero que compareciese ante él.
- ¡Hola, Fedot! Tú que eres
mi joven guerrero y el primero de mis arqueros, has de encargarte de hacerme
este favor. Ve no sé adónde y tráeme no sé qué. Pero ten entendido que, si no
me traes lo que te pido, te haré cortar la cabeza.
El arquero dio media vuelta,
abandonó el palacio y volvió a su casa muy triste y pensativo. Al verlo su
mujer le preguntó:
-¿Por qué estás tan triste,
querido? ¿Te ha pasado alguna desgracia?
-El Rey me ha mandado no sé
adónde a buscar no sé qué. ¡Tu hermosura ha acarreado sobre nosotros esta
desgracia!
-Realmente, es un favor de
difícil cumplimiento. Se necesitan nueve años para ir y nueve para volver,
dieciocho años en suma, y sabe Dios si aún así podrás cumplir el encargo.
-¿Pues qué he de hacer y qué
será de mí?
-Reza y échate a dormir que
la almohada es buena consejera. Mañana lo sabrás todo.
El arquero se echó a dormir
y su mujer veló hasta media noche, abrió el libro de los hechizos e
inmediatamente se le aparecieron los dos jóvenes.
-¿Qué tienes a bien
ordenarnos?
-¿Sabéis qué ha de hacerse
para ir no sé adónde y traer no sé qué?
-No, no lo sabemos.
Ella cerró el libro y los
dos jóvenes desaparecieron de su vista. Por la mañana, la mujer del arquero
despertó a su marido y te dijo:
-Ve a ver al Rey y pídele
oro de su tesoro para el viaje. No olvides que has de hacer una peregrinación
de dieciocho años. Cuando tengas el oro, vuelve a despedirte de mí.
062 anonimo (rusia)
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