El camino del cielo
Anonimo
(argentina)
Cuento
Este era un matrimonio de
viejecitos muy pobres que tenían tres hijos.
Un día, el mayor pidió
permiso para salir a rodar tierra y buscar trabajo. Los padres se pusieron muy
tristes, pero como el hijo insistió tanto, le dejaron hacer su voluntad. La madre
le preparó unas tortas[1]
y unos quesillos[2]
y se los acomodó en las alforjas.
Se despidió prometiendo
volver en cuanto cambiara de suerte, y marchó.
Al poco tiempo, el segundo
hijo también pidió permiso para salir a rodar tierra. Fue doble la pena de los
padres, pero también tuvieron que consentir. La madre le preparó para el viaje
tortas y quesillos como alotro hijo. Hizo la misma promesa, y partió.
Cuando el menor, que era un
niño, dijo a los padres que quería salir a buscar trabajo, como sus hermanos,
los viejecitos se echaron a llorar y le pidieron que se quedara. El les aseguró
que se conduciría con prudencia, para que nada malo le sucediera, y lo dejaron
marchar. Esta vez la madre no pudo darle más que una sola torta y un solo
quesillo.
El mayor encontró en el
camino a un viejecito, muy pobre al parececer; iba montado en un burro y le
pidió algo de comer.
-No tengo nada, -le
contestó ásperamente.
-Y eso que llevas en las
alforjas, ¿qué es?
-Eso es carbón, -le dijo en
tono de burla.
-Que carbón se te vuelva
cuanto pongas ahí, -le respondió el viejo, y siguió su camino.
El mediano, encontró en
otro punto del camino al viejecito que pedía limosna, y también se la negó. Con él sostuvo el
mismo diálogo que su hermano mayor, y "que carbón se te vuelva cuanto
lleves ahí", fueron las últimas palabras del viejo.
En otro lugar, el viejecito
que pedía pan se encontró con el hermano menor. El niño no sólo fue cortés y
respetuoso sino que partió con él su torta y su quesillo. Tienes un corazón de
oro; que oro se vuelva todo lo que pongas en tus alforjas, -le dijo el viejo
agradecido; y se despidieron.
Llegó el mayor a la casa de
un señor poderoso y pidió trabajo.
El señor le dijo que precisamente buscaba un
mandadero para encomendarle un encargo urgente. Necesitaba mandar una carta a
una señora que vivía lejos. Debíarecorrer un camino lleno de accidentes, guiado
porunas ovejitas. Nada debía temer ni retroceder ante ningún peligro, si quería
cumplir el mandato. El muchacho aceptó.
A la madrugada del día
siguiente le entregaron la carta y soltaron las ovejitas que emprendieron la marcha. El las siguió.
Después de caminar algunas
horas, llegaron a un río de aguas cristalinas[3]
pero muy caudaloso. El muchacho sintió
miedo; pensó que el viaje era un pretexto para hacerlo morir ahogado, y
regresó. Las ovejitas pasaron mojándose apenas las pezuñas.
El patrón despidió al
muchacho porque no le había servido para su trabajo, y le dijo:
-Dime, cómo quieres que
recompense lo que has hecho en mi servicio, ¿con un Dios te lo pague o con una
carga de oro?
-Con una carga de oro,
señor. ¿Qué puedo hacer con un Dios te lo pague?
Con la carga de oro
emprendió viaje hacia su casa.
En todo el camino no hizo
otra cosa que rumiar su felicidad de ser rico y pensar en el asombro de los
padres al verlo descargar el oro.
Al llegar, gritó a los
viejecitos, desde lejos, que abrieran las sábanas, que traía oro para llenar
todos los baúles. Así lo hicieron, y, al vaciar su carga, cayó carbón en lugar
de oro. El enojo de los padres, por lo que creían una burla, fue mayor al
conocer la falta de piedad y el poco valor de su hijo, cuando él relató todo lo
que le había sucedido y recordó las palabras del pordiosero.
El segundo hermano llegó al
poco tiempo a la casa del rico hacendado. Le ocurrió en todo exactamente lo
mismo que al primero, y su carga de oro, al ser vaciada en las sábanas de sus
padres, se convirtió también en carbón.
El menor llegó a pedir
trabajo en la casa del mismo amo, quien le encomendó la misma tarea y le hizo
las recomendaciones acostumbradas. Aceptó y prometió cumplir fielmente las
órdenes.
A la madrugada, recibió la
carta y las ovejas, y marchó detrás del hato.
Llegaron al gran río de
aguas cristalinas. Pensó que lo arrastraría la corriente, pero como las
ovejitas entraron, se armó de valor y las siguió. Las aguas se abrían
haciéndoles camino, y así pudieron cruzar el río sin dificultad.
Más adelante un turbulento
río de sangre les cortó el paso. Sintió asombro y miedo, pero, como las ovejitas
siguieron adelante, él fue tras ellas. La gran masa roja les abrió paso, y
pudieron cruzarla.
Más allá, vio a la orilla
del camino una oveja que jugaba con su corderito, corriendo, saltando y dándose
topes.
Más lejos, en un alfalfar
floreciente, observó con extrañeza que unos bueyes flaquísimos pastaban.
Próximos a éstos, unos
bueyes, relucientes de gordos, se paseaban en un terreno pedregoso donde no
crecían sino algunas matas de hierba.
Al rato de andar, dos peñas
enormes que se entrechocaban haciendo saltar chispas, les cortaron el camino.
"Aquí moriré aplastado", pensó el valeroso muchacho. Las ovejitas,
aprovechando el momento preciso en que las rocas se separaban, pasaron, y él
junto con ellas.
A poco trecho vio con
horror que en un árbol estaban dos hombres colgados de la lengua.
Llegaron a una casa. Las
ovejitas atravesaron el patio y se echaron a la sombra de los árboles. El
muchacho comprendió que ese era el término del viaje. Salió una señora muy
afable y le pidió la carta.
Lo trató con todo cariño, le dio de comer y le hizo dormir la
siesta con la cabeza apoyada en su regazo. Más tarde, lo bendijo y lo despidió.
El patrón se alegró mucho
de verlo regresar, después de haber cumplido sus órdenes. Le pidió que le
refiriera cuanto le había llamado la atención, y él le fue explicando el
significado de aquellas cosas.
El río de aguas claras como
cristal lleva las lágrimas que la Virgen María derramó por Jesús, las mismas que
derraman todas las madres por sus hijos.
El río de sangre es el que
brotó de las heridas de Jesús, en su sacrificio por redimir a los hombres.
La oveja y el corderito que
jugaban son la buena madre y el hijo cariñoso y reconocido.
Los bueyes flacos en el
alfalfar floreciente son los ricos avaros.
Los bueyes gordos en el
pedregal son los pobres avenidos.
Las peñas que se golpeaban son las comadres
peleadoras.
Los hombres colgados de la
lengua son los calumniadores condenados.
La señora a quien le
entregaste la carta, era la
Virgen María , y el viejecito que pedía limosna, Jesús que
recorría el mundo probando la caridad de los hombres. Las ovejitas eran
ángeles.
-Dime, ahora, cómo quieres
que te recompense, ¿con unDios te lo pague, o con una carga de oro?
-¡Oh, señor!, -contestó el
muchacho-, una carga de oro ha de terminarse algún día, mientras que un Dios
te lo pague dura siempre. Déme Ud. un Dios te lo pague. Y así fue.
Cuando regresó a su casa,
los padres lo recibieron contentísimos. Había dicho que no traía nada, pero, al
descolgar las alforjas, se encontró con que estaban llenas de monedas de oro.
Cuando contó lo que le había ocurrido en su viaje, todos reconocieron que el
oro era el premio que Dios daba a sus virtudes. Los hermanos, arrepentidos,
prometieron enmendarse.
Todos vivieron ricos y
felices.
[1] Aún hoy nuestro campesino
pobre del Interior, amasa diariamente su pan (torta) que cuece en el rescoldo.
Pero, ésta, como otras prácticas de la vidadoméstica, tiende a desaparecer.
[2] El quesillo es un queso
que se hace en hojas
[3]Expresión dada
corrientemente en el habla rural argentina del Interior
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