Hace
mucho, muchísimo tiempo, hubo un muchacho finlandés que, gracias a su inteligencia
y astucia, consiguió vencer al mismísimo Diablo. El tal muchacho llamábase
Erkki y tenía dos hermanos algo mayores que él. Ambos probaron su suerte con el
Diablo, pero los dos salieron malparados de la aventura. Entonces, como ocurre
siempre en los cuentos, Erkki, que era el menor, quiso probar suerte a su vez.
Sus dos hermanos mayores estaban persuadidos de que Erkki volvería a casa
vencido, corrido y desalentado, pero en eso se engañaban. Y ahora voy a
referiros minuciosamente la historia.
Cierto
día el hermano mayor dijo:
-Creo
que ha llegado la ocasión de que salga a dar una vuelta por el Mundo y aprenda
a ganarme la vida. En cuanto a vosotros dos, pequeños, será mucho mejor que
continuéis en casa y esperéis a saber cómo me va. Si he tenido suerte, podréis
intentar la aventura a vuestra vez.
Los dos
pequeños se manifestaron conformes con esta proposición, y el hermano mayor,
después de proveerse de lo necesario para el viaje, emprendió la marcha. Durante
su camino y en cuantas poblaciones atravesaba, buscó alguna ocupación; pero,
como si le acompañase la mala suerte, no pudo conseguirlo, y así continuaba
andando.
Cierto
día, y por pura casualidad, encontró al Diablo, el cual, al verlo, se dirigió
a él y lo interpeló, preguntándole si buscaba trabajo. El muchacho contestó
afirmativamente y entonces el Diablo le ofreció trabajo en su casa, pero en
condiciones rarísimas.
-Vente
conmigo a casa y allí trabajarás. Te prometo alojarte bien y darte una comida
excelente. Pero haremos un trato: el primero de los dos, tú y yo, que se
enoje, cederá al otro una cantidad de su propia piel, suficiente para poner
suelas a un par de botas. Si yo soy el primero en encolerizarme, quedarás
autorizado a cortarme un buen pedazo de mi piel, pero si te enojas tú en primer
lugar, éxigiré lo mismo de ti.
El
hermano mayor aceptó de muy buena gana estas condiciones y, en vista de esto, el
Diablo lo condujo a su casa, donde lo invitó a que empezase a trabajar
inmediatamente.
-Toma
esta hacha -le dijo. Vete a la parte posterior de la casa y córtame un poco de
leña.
El
hermano mayor tomó el hacha y se dirigió a la leñera.
-Es un
trabajo muy fácil -pensó.
Mas al dar
el primer golpe observó que el hacha no tenía filo y, por más que lo intentó
repetidas veces, no pudo partir una sola rama.
-Sería
idiota continuar aquí perdiendo el tiempo con esta hacha -exclamó.
Arrojó,
pues, el instrumento y emprendió la fuga, deseoso de que el Diablo no lo viese,
y en cuanto estuviera lejos buscar trabajo en otro sitio. Pero el Diablo no
tenía la menor intención de perder sus derechos, de modo que lo persiguió; lo
alcanzó y le preguntó por qué abandonaba su trabajo sin haberle dado el menor
aviso.
-No
quiero trabajar para vos -contestó, airado, el hermano mayor.
-Muy
bien -contestó el Diablo-, pero te aconsejo que no te enojes.
-iPues
quiero enojarme! -contestó el otro. ¿Os parece bien obligarme a partir leña
con un hacha que no corta?
-Bien -replicó
el Diablo-. Puesto que insistes en enojarte tengo derecho a cortarte una
cantidad de piel suficiente para poner suelas a un par de botas. Recuerda que
éste fue nuestro trato.
El
hermano mayor empezó a chillar y a protestar, pero todo fue en vano, porque el
Diablo se mantuvo firme y, sacando un largo y afilado cuchillo, le cortó de la
espalda un pedazo de piel, suficiente para poner suelas a un par de botas.
-Ahora,
muchacho -dijo al terminar, quedas en libertad de ir adonde más te convenga.
El pobre
chico se alejó cojeando, pues sentía en la espalda un escozor y un dolor terribles.
Y durante todo su camino no dejó de quejarse un solo instante de la mala suerte
que le había correspondido.
Llegó,
como pudo, a su casa y, al ver a sus hermanos, les dijo:
-Estoy
derrengado y enfermo, de modo que por ahora no pienso moverme de casa. Por lo
tanto, será preciso que uno de vosotros salga para ver si encuentra trabajo.
El
segundo hermano se manifestó dispuesto a emprender la marcha. Estaba deseoso
de probar su suerte por el Mundo. Hizo un hatillo con lo más indispensable para
el viaje; pero le cupo, exactamente, la misma suerte que a su hermano mayor. Al
principio no pudo encontrar trabajo. Luego encontró al Diablo, y, éste le
hizo las mismas proposiciones que al hermano mayor. Llegó el segundo a su
casa, le entregó el hacha sin filo y le mandó partir leña. Después de haber
dado el primer golpe, el segundo hermano arrojó, airado, al suelo el
instrumento, y luego intentó la fuga. El Diablo se la impidio hasta haberle
hecho cumplir al pie de la letra el trato que habían formalizado. Y así fué
cómo, también, el segundo hermano llegó a su casa derrengado, herido y poco
deseoso de volver a recorrer el Mundo. Y, como su hermano mayor, también se
quejaba amargamente de su mala suerte.
-Pero,
¿qué os pasa? -les preguntó Erkki, cansado ya de oír sus quejas y sus ayes.
-Si
quieres saberlo -le contestó el hermano mayor- sal a dar una vuelta por el
Mundo cruel, buscando trabajo. Pronto sabrás a tu costa la razón de nuestras
quejas. Y cuando la hayas averiguado, no esperes que al volver, gemebundo y
dolorido, gozarás de nuestra simpatía o de nuestra compasión, porque no
pensamos concederte ni la una ni la otra.
Erkki se
limitó a encogerse de hombros. Estaba persuadido de ser mucho más listo y
astuto que sus dos hermanos mayores y, por consiguiente, sus palabras no le
hicieron desistir del deseo de emprender la marcha. Reunió toda su ropa, la
metió dentro de un pañuelo anudado, que colgó de un garrote, y, a la mañana
siguiente, abandonó su casa, dejando a sus dos hermanos con la tarea de
cuidarse las espaldas y de maldecir con toda su alma el día que salieron en busca
de aventuras.
A Erkki
le sucedió exactamente lo mismo que a sus dos hermanos mayores. Es decir que,
al principio, no pudo encontrar trabajo y, por último, le salió al paso el
Diablo, con quien ajustó las mismas condiciones que sus hermanos.
El
Diablo le entregó la misma hacha sin filo, ordenándole que fuese a cortar leña.
Al dar el primer hachazo, Erkki se dió cuenta de que el instrumento no tenía
filo y de que por consiguiente, no servía para nada. Pero en vez de
desalentarse o de enojarse, se echó a reir.
-Sin
duda, el Diablo se ha figurado que voy a perder una parte de mi pellejo por una
tontería como esta -se dijo. Pues está equivocado.
Soltó el
hacha y, acercándose al montón de leña, empezó a echar abajo algunas ramas.
Prosiguió la tarea y debajo de la leña encontró el gato del Diablo, animal de
cabeza gris, de fiero aspecto y muy feo.
-¡Caramba!
-se dijo Erkki-. Me apostaría cualquier cosa a que tú tienes algo que ver en
lo que sucede.
Empuñó
el hacha, y, a pesar de no tener filo, de un solo golpe, cortó la cabeza del
gato. Instantáneamente el instrumento recobró su agudeza y, a partir de aquel
momento, Erkki ya no tuvo ninguna dificultad en cortar toda la leña que allí
había.
Por la
noche, y a la hora de la cena, el Diablo dijo:
-¿Qué
hay, Erkki? ¿Terminaste la tarea que te di?
-Sí, mi
amo. Corté toda la leña.
-¿De
veras?-preguntó el Diablo, sorprendido a más no poder.
-Sí, mi
amo. Podéis ir a verlo vos mismo.
-Supongo
que encontraste algo con el montón de leña, ¿verdad?
-Sólo un
gato muy viejo y muy feo.
El
Diablo se sobresaltó y, con voz temblorosa, preguntó:
-¿Has
hecho algo al pobre animal?
-Solamente
le corté la cabeza, que tiré a lo lejos.
-¿Cómo?
-exclamó el Diablo, encolerizado-. ¿No te diste cuenta de que ese gato era
mío?
-Bueno,
amo -replicó Erkki, tratando de apaciguarlo. Supongo que no vais a enojaros
por algo de tan poca importancia como un gato. Recordad nuestro trato.
El
Diablo hizo un esfuerzo por dominar su cólera y murmuró:
-No. No
voy a enojarme, pero sí digo que no debías tratar así a mi pobre gato.
Al día
siguiente, el Diablo ordenó a Erkki que se dirigiera al bosque para traer a
casa algunos troncos de árboles que habría de cargar en el trineo arrastrado
por dos bueyes.
-Te
acompañará mi perro negro -añadió. Y a tu regreso a casa es preciso que sigas
exactamente el mismo camino del perro.
Erkki
salió hacia el bosque; cargó el trineo tirado por los bueyes y luego emprendió
el regreso a la casa, guiado por el perro negro del Diablo. Al llegar a ella,
el can entró por un agujero que había en la puerta.
-Debo
cumplir exactamente las órdenes del amo -se dijo Erkki.
Para
ello mató los dos bueyes, los cortó a pedazos muy pequeños y los metió uno a
uno por el agujero de la puerta. Luego partió los troncos en pedazos pequeños,
que introdujo en la casa del mismo modo. Y, por fin, destrozó el trineo y le
hizo seguir el mismo camino. Hecho todo esto, entró a su vez por aquel
agujero.
A la
hora de la cena, el Diablo preguntó:
-¿Has
seguido exactamente las instrucciones que te di, Erkki?
-Sí, mi
amo. Seguí el camino que tomó el perro negro.
-¿Cómo? -exclamó
el Diablo-. ¿Quieres darme a entender que hiciste pasar los bueyes, el trineo
y los troncos por el agujero de la puerta?
-Sí, mi
amo. Eso, precisamente.
-¡Pero
si no es posible! -exclamó el Diablo.
-Si lo
dudáis, id a verlo -contestó Erkki.
El
Diablo salió, y al darse cuenta de los medios de que se había valido Erkki para
cumplir exactamente sus órdenes, se puso furioso. Pero Erkki lo apaciguó,
diciéndole:
-Supongo,
mi amo, que no vais a enojaros por un asunto de tan poca importancia. Recordad
nuestro trato.
-No -contestó
el Diablo, haciendo un esfuerzo por dominar su cólera-; no voy a enojarme, pero
sí quiero decirte, Erkki, que, a mi juicio, has obrado muy mal en este asunto.
Durante
toda aquella noche, el Diablo estuvo reflexionando acerca de Erkki.
-Es
preciso que nos libremos de él. No hay otro remedio -dijo a su mujer.
Como ya
comprenderéis, en cuanto aparecía Erkki, el Diablo se esforzaba en sonreir y
en mostrarse amable, pero en cuanto el muchacho le volvía la espalda, entregábase
de nuevo a la cólera que lo dominaba y, en tono enfático, declaró:
-No podré
vivir en paz ni tendré tranquilidad mientras ese chico ande por ahí.
-Pues,
mira -le contestó su mujer, si es así, ¿por qué no lo matas esta noche, cuando
esté dormido? Luego podríamos arrojar el cadáver al lago y nadie lo sabría.
-Es una
idea magnífica -contestó el Diablo. Esta noche, después de las doce, me
despiertas y te aseguro que me libraré de él para siempre.
Mas, por
desgracia para el Diablo, Erkki se enteró del plan, de modo que aquella noche
se abstuvo de entregarse al sueño. Al notar, gracias a los ronquidos, que el
Diablo y su mujer estaban profundamente dormidos, se acercó a su cama y,
suavemente, tomó en brazos a la mujer del Diablo y, sin despertarla, la metió
en su propia cama. Luego él mismo se puso una camisa femenina y se acostó al
lado del Diablo, ocupando el sitio de la mujer.
Al poco
rato dió un codazo al Diablo.
-¿Qué
quieres? -gruñó el Diablo.
-Chitón -murmuró
Erkki. Ya es hora de que te levantes y vayas a matar a Erkki.
-¡Caramba!
Tienes razón -contestó el Diablo. Acompáñame.
Sin
hacer el menor ruido saltaron al suelo, y el Diablo fue en busca de un sable
de agudo filo que colgaba de la pared. Luego los dos se acercaron a la cama de
Erkki, y el Diablo, de un solo tajo, cortó la cabeza de la persona tendida en
el lecho.
-Ahora -dijo-,
vale más que cojamos la cama con el cadáver y lo arrojemos todo al lago.
Erkki
agarró la cama por los pies y el Diablo la cogió por la cabecera. Tambaleándose
y resbalando en la obscuridad sacaron el lecho de la casa, lo llevaron a
orillas del lago y luego, tomando impulso, lo arrojaron al agua.
-Ha sido
un buen trabajo -exclamó el Diablo, después de proferir una sonora carcajada.
Ambos
regresaron a la casa y el Diablo se metió en la cama, quedándose instantáneamente
dormido.
A la
mañana siguiente, al levantarse para ir a desayunar, quedóse mudo de asombro y de
sobresalto al ver que Erkki estaba haciendo una olla de gachas.
-Pero,
¿cómo... cómo has llegado aquí? -preguntó el Diablo. Y ahora, dime... -añadió:
¿Dónde está mi mujer?
-¿Vuestra
mujer? ¿No os acordáis? -replicó Erkki-. Pues anoche le cortasteis la cabeza,
y luego entre vos y yo, arrojamos al lago el cadáver y la cama. Pero podéis
estar tranquilo, porque nadie lo sabrá.
-¡Cómo! -gritó
el Diablo.
Y se
disponía a dejarse dominar por un arrebato de cólera furiosa, cuando Erkki lo contuvo,
diciéndole:
-Cuidado,
amo. Supongo que no vais a enojaros por algo tan poco importante como una mujer
vieja. Recordad nuestro trato.
El
Diablo tuvo que hacer un nuevo esfuerzo para contener su cólera.
-No. No
voy a enojarme -contestó-. Pero, hablando con franqueza, Erkki, creo que me has
hecho una broma muy pesada.
-El
Diablo se sentía muy solo al ver que en su casa no había ninguna mujer, de modo
que, a los pocos días, decidió ir a cortejar a una muchacha.
-Durante
mi ausencia, Erkki -dijo a su criado, supongo que trabajarás de firme. Aquí
tienes un cubo de pintura roja. Empieza a trabajar y procura que cuando regrese,
toda la casa resplandezca de rojo.
En
cuanto el Diablo se hubo marchado, Erkki prendió fuego a la casa y, al poco
rato, todo el cielo estaba iluminado por el rojizo resplandor de las llamas.
Muy asustado, el Diablo emprendió el regreso a tiempo para ver su casa
convertida en un haz de llamas.
-Como
veis, mi amo -observó Erkki-, he cumplido exactamente vuestras órdenes. Lo
cierto es que el espectáculo resulta muy bonito. ¿No os parece?
El
Diablo se ahogaba de cólera.
-Tú...
eres...
Así
empezó a tartamudear, pero Erkki lo apaciguó, diciendo:
-Supongo,
mi amo, que no vais a enojaros por una cosa de tan poca importancia como una
casa. Recordad nuestro trato.
El
Diablo hizo un poderoso esfuerzo sobre sí mismo y contestó:
-No. No
voy a enojarme. Pero debo decirte, Erkki, que estoy muy molesto contigo.
Al día
siguiente el Diablo salió de nuevo de la maltrecha casa para cortejar a la muchacha
con quien quería casarse, y, antes de salir, dijo a Erkki:
-Nada de
tonterías esta vez. Durante mi ausencia quiero que construyas tres puentes
sobre el lago, pero con la condición de que en ellos no entre la madera o la
piedra, el hierro o la tierra, ¿comprendes?
Erkki
fingió asustarse al oír tales condiciones.
-Difícil
tarea me encomendáis, mi amo.
-Pues,
fácil o difícil, te ordeno que lo cumplas -contestó el Diablo.
Erkki
esperó a que su amo se hubiese alejado y luego se dirigió a un prado
inmediato. donde, una a una, fué tomando las reses del rebaño de su amo y las
sacrificó todas. Con los huesos de los animales tendió tres puentes a través
del lago, utilizando los cráneos para uno de ellos, las costillas para otro, y las
patas y las pezuñas para el tercero. Luego en cuanto vió al Diablo de regreso,
Erkki salió a su encuentro y, señalándole los puentes, le dijo:
-Como
veis, mi amo, ahí están los tres puentes en cuya construcción no se ha utilizado
ninguna de las substancias que mencionasteis.
En
cuanto el Diablo hubo descubierto que Erkki había sacrificado a todas las reses
de su rebaño para utilizar los huesos, sintió el deseo de matar a su criado,
pero éste lo apaciguó, diciendo:
-Supongo,
mi amo, que no vais a enojaros por una cosa de tan poca importancia como la
matanza de unas cuantas reses. Recordad nuestro trato.
El
Diablo vióse nuevamente obligado a contener su cólera.
-No -contestó-.
No voy a enojarme. Pero sí quiero decirte, Erkki, que, a mi juicio, te portas
muy mal.
El
Diablo alcanzó el éxito deseado en su cortejo, de modo que, muy en breve, llevó
a su casa a una nueva esposa. Esta no sintió ninguna simpatía por Erkki, sino
que, por el contrario, le pareció odioso, y así el Diablo acabó por prometerle
que lo mataría.
-Será
esta misma noche -dijo. En cuanto esté dormido.
Pero
Erkki se enteró del proyecto, y aquella noche, debajo del cobertor de su cama
puso la mantequera, y donde solía apoyar la cabeza depositó una gran piedra redonda.
Hecho esto se acurrucó en un rincón caliente, cercano a la estufa, y se durmió
tranquilo.
Durante
la noche, el Diablo volvió a descolgar de la pared su enorme sable y se dirigió
a la cama de Erkki. Su primer sablazo fue a dar en la piedra redonda y la hoja
se melló. El segundo golpe hizo saltar algunas chispas.
-¡Cuerno!
-se dijo el Diablo-. ¡Vaya cabeza dura! Mejor será que le dé un sablazo en el
cuerpo.
Entonces
dió en la mantequera. Saltaron los cercos, y las duelas se cayeron una sobre
otra. El Diablo se figuró haber conseguido su objeto, y, muy satisfecho de sí
mismo, se volvió a la cama.
-Bueno -dijo
a su esposa, en tono jactancioso. Esta vez le he dado lo suyo.
Pero, a
la mañana siguiente, al despertar, ya no tuvo ganas de reír, pues pudo ver que
Erkki estaba tan vivo como siempre y al parecer como si nada desagradable le
hubiese ocurrido.
-¿Cómo? -exclamó
el Diablo, asombrado a más no poder. ¿No has sentido nada esta noche pasada
mientras dormías?
-Sí. Me
di cuenta de que algunos mosquitos me rozaban la mejilla -contestó Erkki.
Nada más que eso.
-A lo
que parece -murmuró el Diablo para sí, el acero no le hace ningún daño. Esta
noche probaré el fuego.
Al
anochecer dió orden a Erkki de que fuese a dormir al henil. El muchacho se llevó
su camastro y lo instaló en un rincón del granero, y allí pasó tranquilamente
toda la noche.
Aprovechando
la obscuridad, el Diablo incendió el henil y, al amanecer, Erkki tomó su
camastro y lo llevó al henil, de modo que cuando el Diablo se levantó por la
mañana, lo primero que pudo ver fue que Erkki dormía apaciblemente rodeado de
las paredes humeantes del henil.
-Caramba,
Erkki -gritó sacudiéndolo-. ¿Has dormido toda la noche?
El
muchacho se incorporó y dió un largo bostezo.
-Sí, mi
amo. Y he tenido un sueño profundo y reparador. Sin embargo, he pasado un
poquito de frío.
-¿Frío? -exclamó
el Diablo, asombrado.
Después
de aquella tentativa, el Diablo ya no pensó en otra cosa sino en librarse de
Erkki.
-Ese
muchacho me ataca los nervios -dijo a su mujer. No puedo aguantarlo más. ¿Qué
haremos con él?
Discutieron
varios planes, decidiendo, por fin, que el único medio de librarse de Erkki era
abandonar la casa y dejarlo en ella.
-Lo
mandaré al bosque para que pase allí todo el día cortando leña -dijo el
Diablo-. Durante su ausencia podemos hacer los preparativos necesarios y
trasladarnos a una isla, de modo que cuando él regrese no sepa adónde hemos
ido.
Erkki se
enteró de este plan y, al día siguiente, cuando el Diablo y su mujer estaban
persuadidos de que se hallaba ocupado en el bosque, él volvió rápida y
cautelosamente y se ocultó entre la ropa de la cama del matrimonio.
El
Diablo y su mujer hicieron la mudanza y en cuanto hubieron llegado a la isla y
empezado a deshacer los paquetes, encontraron al mismísimo Erkki entre la ropa
de la cama.
Aquella
desagradable sorpresa fue causa de que la mujer del Diablo profiriese amargas
quejas.
-Si me
quisieras -le dijo a su marido, cortarías la cabeza de ese muchacho.
-¡Pero
si ya lo he intentado! -exclamó el Diablo- y no lo conseguí. ¡Maldito sea! Ya
sabía yo que los finlandeses son gente testaruda, pero nunca he conocido a
nadie más tenaz que Erkki. Me confieso derrotado por él.
Tales
palabras no consiguieron, sin embargo, apaciguar a la mujer del Diablo, porque
continuó quejándose día y noche, sin cesar hasta que, por último, su marido le
prometió hacer una nueva tentativa para decapitar a Erkki.
-Bueno -contestó
su mujer-. Así me gusta. Esta noche, cuando se haya dormido, te despertaré.
Pero dió
la casualidad de que la esposa del Diablo estaba muy cansada, de modo que en
cuanto hubo apoyado la cabeza en la almohada, se quedó profundamente dormida.
Esto dió a Erkki la oportunidad de repetir la misma hazaña que ya llevó a cabo
con la primera mujer del Diablo. Tomó también a la segunda en brazos sin
despertarla, la trasladó a su propia cama, se acostó, ocupando su lugar y
luego despertó al Diablo, quien sin darse cuenta del engaño de que era víctima,
por segunda vez, cortó de un sablazo el cuello de su nueva mujer.
A la
mañana siguiente, al darse cuenta de lo ocurrido, se puso furioso.
-Ahora
mismo te largas de aquí, Erkki -rugió. ¡No quiero verte más!
-Supongo,
mi amo -contestó el muchacho, que no vais a enojaros por un asunto de tan
poca importancia como una esposa muerta.
-Pues,
sí, señor. ¡Estoy furioso! -gritó el Diablo. Y, además, eso tiene muchísima
importancia. Esa mujer me gustaba, y ahora ya no podré encontrar otra. Por
consiguiente, lárgate cuanto antes, porque, de lo contrario, no sé lo que va a
suceder.
-Muy
bien, mi amo -contestó Erkki, me marcharé, pero no sin haber cobrado antes lo
que me debéis.
-¿Lo que
te debo? -aulló el Diablo. ¿Y qué me debes tú, por mi casa, mi rebaño, mis dos
mujeres y todo lo demás?
-Os
habéis enojado -replicó Erkki. Y, por consiguiente, habéis de entregarme un
pedazo de vuestra piel, lo bastante grande para poner suelas a un par de botas.
Tal fué nuestro trato.
El Diablo
empezó a rugir y a maldecir, pero Erkki se mantuvo firme. Negóse a dar un solo
paso hasta que el Diablo le consintiera cortar un buen pedazo de su piel.
El
Diablo no tuvo más remedio que acceder a lo exigido por el muchacho, quien,
sin hacer caso de sus rugidos de dolor, cortó el pedazo de piel convenido. Y,
en efecto, con aquella piel puso suelas a un par de botas que resultaron
excelentes. Duráronle años y años. En realidad, Erkki aún las usa. La fama de
aquellas botas se ha extendido por toda la comarca, de modo que muchos son los
que detienen a Erkki, que ya no es un muchacho, sino un hombre hecho y
derecho, para rogarle que les permita examinar sus botas maravillosas. Y todos
le interrogan acerca de su origen.
Una vez
de regreso en su casa, Erkki pudo burlarse a su sabor de sus dos hermanos
mayores, y cuando éstos le preguntaron por la razón de su éxito, se limitó a contestar:
-Sólo se
debe a que nunca, y en ningún momento me enojé.
002. Anónimo (finlandia)
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