En una de las más desoladas regiones de Finlandia
vivía un matrimonio con tres hijos. Los padres querían mucho a los dos primeros,
porque eran inteligentes y astutos, casi de un modo desproporcionado con su edad.
Pero, en cambio, apenas hacían caso del hijo menor, a quien llamaban Dourak, el
tonto, y lo consideraban como un soñador y un inútil.
Ocurrió que el Zar, que entonces reinaba en
Rusia, tenía una hija única, de gran belleza, a la que solicitaban numerosos y
poderosos príncipes. Y, con objeto de elegir entre ellos, el Zar hizo
proclamar por todos sus dominios que quien fuese capaz de construir un barco
volador, recibiría en premio la mano de la Princesa , su hija.
El hijo mayor del matrimonio antes indicado y
también el segundo decidieron salir de su casa en busca de su fortuna. Su madre
lloró desconsoladamente y los llenó de besos. Luego dió a cada uno una botella
de vino para reconfortarlos durante el camino y, además, un atillo, lleno de la
mejor comida que pudo proporcionarse.
En cuanto los dos hermanos mayores hubieron
emprendido el viaje, la vida de Dourak fué aún más desagradable que antes,
porque sus padres no cesaban de lamentarse de la ausencia de sus dos hijos,
inteligentes y astutos, en tanto que el menor, tan estúpido e incapaz,
continuaba en su casa.
Por último, Dourak, incapaz de resistir más
aquella situación, decidió que, a su vez, saldría en busca de fortuna.
-Cualesquiera que sean las bienandanzas o las
desgracias que me esperen -se dijo-, nunca seré más desdichado que aquí. Y aun
tal vez lograré descubrir el medio de construir un barco volador, lo cual me
permitirá casarme con la
Princesa. Mañana mismo emprenderé el camino y saldré de esta
casa.
En cuanto comunicó a su madre el deseo de salir
en busca de su buena fortuna, ella se rió de Dourak y le anunció que los lobos
del bosque inmediato, lo devorarían. Deseaba que Dourak permaneciese en su
casa, no porque le tuviera ningún amor, sino porque siquiera lo haría trabajar,
aliviándola en sus quehaceres de partir leña y cuidar el pequeño huerto de que
disponían.
Pero Dourak estaba decidido a marchar. Su madre
no le dió un beso, ni tampoco su bendición. En el atillo que le dió, sólo puso
un pedazo de pan duro y una botella de agua, y una vez le hubo entregado esto,
lo sacó de casa de un empujón.
El pobre Dourak atravesó penosamente el bosque
obscuro e interminable y, por último, encontró a un hombre muy viejo que, al
verlo, le preguntó adónde se dirigía.
-Voy en busca de mi fortuna, abuelocontestó el
joven.
-¿Y si no la encuentras?
-Cualquiera que sea la suerte que me aguarda,
nunca será tan mala como la que sufría en mi casa.
El anciano lo miró fijamente y, por último,
dijo:
-La semana pasada encontré en el bosque a dos
muchachos que más o menos tendrían una edad semejante a la tuya, pero ninguno,
por más que se lo pedí, quiso darme un bocado de las provisiones que llevaban.
Tú también tienes algo que comer. ¿Serás tan duro de corazón como ellos?
-Lo cierto es, abuelo -contestó Dourak, que, con
gusto, os daría todo cuanto poseo, pero es tan mezquina cosa que no sé si habrá
bastante para uno solo. Además, el pan seco que va en este fardo, quizá no os
parezca apetecible.
-A pesar de todo, sentémonos al pie de este árbol
-aconsejó el anciano-. Y tú, mientras tanto, desata el pañuelo. Lo que da Dios,
debe ser aceptado por el hombre con el corazón agradecido.
El pobre Dourak se sonrojó mientras desataba los
nudos del pañuelo, porque le daba vergüenza ofrecer tan miserable desayuno a un
desconocido y, por añadidura, anciano; pero, en cuanto hubo deshecho el último
nudo, se quedó atónito al observar que, en vez de pan duro y una botella de
agua, el hatillo contenía panecillos tiernos de excelente cali,dad, embutidos
y una botella de vino tinto.
Con su nuevo amigo sentóse, dieron gracias a
Dios por la comida que iban a consumir, y luego, en la mayor armonía, comieron
alegremente aquellas provisiones.
Una vez hubieron terminado, el viejo preguntó:
-¿Tienes algún plan, gracias al cual puedas
hacer fortuna?
-El caso es -contestó Dourak-, que el Zar ha
prometido la mano de su hija a quien sea capaz de construir un barco volador.
-¿Y tú eres capaz de eso?
-¡De ninguna manera! Pero quizá pueda encontrar
el lugar donde se hacen.
-¿Y dónde está ese lugar?
-Dios lo sabe. Pero me queda el recurso de
buscarlo, abuelo.
-Escúchame, Dourak -contestó el anciano
sonriendo-. Intérnate en ese bosque, sigue el primer sendero que encuentres, y
luego te detendrás al pie del primer árbol que veas en el extremo de la senda.
Entonces deberás santiguarte tres veces, y golpear otras tantas el árbol. La
primera con tu hacha, y después con cada una de tus dos manos. Hecho esto,
tiéndete en el suelo de cara, y espera. Pero recuerda muy bien una cosa. Vuela
adonde quieras, pero tendrás la obligación de tomar a bordo a todos los que
encuentres en el camino.
Dourak agradeció calurosamente tales consejos al
anciano, y luego, presuroso, se internó en el bosque. Al llegar al fin del
sendero, encontró un alto y hermoso abeto. Detúvose y, con el mayor cuidado,
siguió las instrucciones que le había dado su amigo. Y en cuanto se tendió en
el suelo de cara, se quedó dormido. Después de algún tiempo despertó y
entonces, en el lugar que había ocupado el abeto, vio un hermoso barco de
madera pintada y pulimentada y cuyas velas se asemejaban a las alas de un
pájaro.
Dourak subió a bordo, y el barco se elevó
inmediatamente en el aire en dirección a Moscou, donde el Zar tenía su corte.
Dourak se asomó por la borda y vio en tierra y a gran profundidad a un hombre
que tenía el oído aplicado al suelo. Entonces empuñó la barra del timón y
dirigió el barco hacia tierra, de modo que cuando llegó a corta distaricia de
aquel individuo, lo interpeló, diciendo:
-Buenos días, tío. ¿Qué estáis haciendo?
-Buenos días, muchacho. Estoy prestando atención
a lo que ocurre en todo el Mundo.
-¿Queréis subir a bordo de mi barco?
-Con el mayor gusto.
Dourak lo ayudó a subir, y cuando hubieron
recorrido cierta distancia por el aire, pudieron ver a un individuo que saltaba
sobre uno de sus pies, pues tenía la otra pierna levantada y el pie
correspondiente al lado del oído.
-Buenos días, tío -gritó Dourak. ¿Por qué os
atáis así una pierna?
-Porque si la desatara, daría la vuelta al Mundo
de un solo paso.
-Venid con nosotros -replicó Dourak.
El desconocido aceptó la invitación y subió a
bordo.
El barco continuó el vuelo y, al poco rato, los
tripulantes vieron a un hombre que apuntaba con una ballesta, aunque, a la
vista, no había ave ni animal alguno.
-Buenos días, tío -exclamó Dourak. ¿Contra qué
disparáis?
-Apunto a un pájaro que se halla a 100 leguas de
distancia.
Dourak lo invitó a subir a bordo, y el cazador
aceptó, complacido.
Continuaron el vuelo y, al poco rato, pudieron
ver a un hombre que llevaba un saco de pan, cargado a la espalda.
-¿Adónde vais, tío? -preguntó Dourak.
-En busca de un poco de pan para comer.
-¿No tenéis bastante con ése que lleváis en el
saco?
-De ninguna manera. Me lo tragaría de un solo
bocado.
-Pues acompañadnos, si gustáis -le rogó Dourak.
El comilón aceptó y, después de un rato de vuelo,
vieron a un hombre que estaba en pie a la orilla de un lago.
-Buena suerte, tío -gritó Dourak ¿Qué buscáis?
-Un poco de agua para beber.
-¿Pues no tenéis ahí delante el lago?
-¿Eso? Capaz sería de desecarlo de un trago.
-Pues entonces venid con nosotros, señor sediento
-replicó Dourak.
Aceptó aquel individuo y, al poco rato de vuelo,
vieron a otro sujeto que llevaba un haz de paja.
-¿Adónde vais con esa paja, tío? -preguntó
Dourak.
-Al pueblo.
-¿Acaso no hay paja en el pueblo?
-Como ésta, no. Si se esparce por el suelo el
día más caluroso del año, empieza a reinar un frío espantoso y no tarda en
aparecer la nieve.
Dourak lo invitó a subir a bordo, y el desconocido
aceptó. Continuaron el vuelo y no tardaron en ver a un individuo que llevaba un
haz de leña.
-Buenos días, tío -gritó Dourak-. ¿Por qué
lleváis leña al bosque, donde ya abunda?
-Esta leña es extraordinaria, amigo mío. Si la
esparciera por el suelo, surgiría un ejército.
El extraño leñador recibió la invitación de pasar
a bordo. Aceptó, y prosiguieron el vuelo.
Este se prolongó durante largas oras y, por
último, llegaron ala magnífica capital de Moscou, llena de campanarios y de
cúpulas multicolores. El Zar estaba asomado a una ventana de su palacio y vio
el barco volador, el cual describió dos o tres círculos en el aire para
posarse, al fin, en un campo vecino.
Entusiasmado, el monarca mandó a uno de sus más
ágiles criados a averiguar quién era el capitán de aquel barco, pues se dijo
que, quienquiera que fuese, tenía todas las condiciones apetecidas para
aspirar a la mano de su hija.
Al poco rato regresó el criado, y las noticias
que dió alarmaron al soberano. Declaró que el barco llevaba una tripulación de siete
hombres muy raros y que su jefe era un simple campesino, cuya ropa estaba en
lastimoso estado.
-Eso es muy desagradable -exclamó el Zar-. Y el
único medio de salir del apuro, es imponer a ese muchacho alguna tarea de
imposible realización.
En el acto hizo llamar a su primer chambelán y
le ordenó:
-Ve inmediatamente a transmitir al capitán de
ese barco mi mandato de que, antes de que haya terminado de comer, me traiga un
poco de agua que a la vez vive y canta.
El primero de los compañeros de viaje de Dourak,
el que tenía el oído agudísimo, se enteró de las palabras que pronunciaba el
Zar dentro de su palacio y las comunicó a los demás.
-¡Pobre de mi! -suspiró Dourak. ¡Ya veo que aquí
voy a ser tan desdichado como en mi casa! ¿Dónde podré encontrar esa agua? Y
aunque supiera el lugar en que se encuentra, quizá me costará muchos años el
viaje de ida y vuelta.
-No temas -le dijo el de la pierna atada-. Sé
donde está. Y si me desato la pierna te la traeré en un abrir y cerrar de
ojos.
Así, pues, en cuanto el chambelán llegó con el
mensaje imperial, Dourak le contestó que Su Majestad sería obedecido.
El individuo de la pierna atada la puso en
libertad y en un solo paso llegó al distante país donde corría el río de la
vida, cuyas aguas cantaban al mismo tiempo que corrían. En cuanto hubo llenado
un jarro del precioso líquido, sintió fatiga.
-Me sobra tiempo para descabezar un sueño -pensó.
Así, pues, se tendió al lado del río y de un
molino, y se quedó dormido.
Transcurría el tiempo y sus compañeros a bordo
del barco volador empezaron a sentir ansiedad. Entonces el individuo de agudísimo
oído se tendió en el suelo y prestó atención.
-Oigo girar la rueda de un molino y también el
ronquido de un hombre -dijo.
El cazador se amparó los ojos con la mano y exclamó:
-Ya veo el molino.
Y empuñando la ballesta apuntó cuidadosamente y
envió una saeta que atravesó el tejado del molino, ruido que fue suficiente
para despertar al dormido. Este se puso en pie de un salto, tomó el jarro, dió
un largo paso y llegó a Moscou antes de que el Zar hubiese terminado su comida.
En vez de sentirse complacido ante aquel rápido
cumplimiento de su orden, el Zar se puso furioso, e hizo comunicar a Dourak que
antes de poder reclamar la mano de su hija, él y sus camaradas debían comerse
en una sesión 20 bueyes asados y otros tantos enormes panes.
-¡Pobres de nosotros! -exclamó Dourak. Por mi
parte no sería capaz de comer uno solo.
-No te desalientes -le contestó su compañero
comilón. Para mi no será más que un sencillo desayuno.
No tardaron en servirles los 20 bueyes y otros
tantos panes de enorme tamaño, y el comilón los hizo desaparecer en pocos bocados.
-Es una lástinla -dijo, al terminar- que el Zar
no se haya mostrado un poco más generoso, porque aún me queda algún apetito.
Entonces el Zar ordenó a Dourak que se bebiese 20
barriles de vino tinto, cada uno de los cuales contenía 100 litros.
El muchacho se desesperó al oír esta orden, pero
su compañero sediento le consoló, asegurándole que aquello era para él un juego
de niños.
En cuanto los criados del Zar hubieron llevado
los 20 barriles, el sediento se los bebió rápidamente, uno tras otro.
-No está mal -dijo después de limpiarse los
labios-. Pero todavía me queda un poco de sed.
El Zar estaba desesperado y empezó a buscar la
manera de librarse de aquel fastidioso Dourak. Tras largas reflexiones le hizo
comunicar que antes de ser presentado en la corte convenía que tomase un baño
y se pusiera un traje nuevo. Y luego dió órdenes a sus criados de que
calentaran el agua del baño a una temperatura tal, que nadie pudiera salir
vivo de ella.
El compañero de Dourak, que tenía el oído muy
fino, se enteró de esas órdenes y las comunicó al individuo del haz de paja. Y
cuando Dourak, obedeciendo a una orden imperial, se dirigió al baño de Su
Majestad, el que llevaba el haz de paja se ofreció a acompañarle y, en efecto,
fué allá también.
En el cuarto de baño reinaba una temperatura
elevadísima, y en cuanto los criados hubieron cerrado la puerta, las nubes de
vapor que salían del agua invadieron toda la estancia.
Entonces el compañero de Dourak desparramó
algunas pajas por el suelo e, inmediatamente, se heló el agua del baño, de
modo que Dourak tuvo que subirse encima de la estufa para no morir de frío.
Cuando a la mañana siguiente acudieron los
criados del Zar a abrir la puerta, encontraron a Dourak subido sobre la
estufa, cantando y silbando alegremente, y sin haber sufrido lo más mínimo a
consecuencia del calor y del frío.
Cuando el Zar se enteró de lo ocurrido, se quedó a
la vez alarmado y perplejo. ¿Cómo podría librarse de aquel maldito muchacho? De
pronto se le ocurrió una idea brillante. Hizo llamar al chambelán y le dijo:
-Ve a decir a ese Dourak que, cuando quiera,
puede venir a pedir la mano de mi hija, pero que debe hacerlo a la cabeza de un
numeroso ejército.
Aquella orden sumió a Dourak en la desesperación,
porque la orden del monarca le parecía de imposible cumplimiento, pero el
séptimo de sus compañeros lo tranquilizó, diciéndole:
-Voy viendo que ya no te acuerdas de mí,
muchacho. No tengas ningún miedo. Contesta al señor chambelán que puede
transmitir al Zar la noticia de que te presentarás a él al frente de un
ejército, pero que si entonces te niega la mano de su hija, ordenarás a tus
tropas que empiecen el sitio de Moscou.
Aquella noche, el séptimo compañero de Dourak se
dirigió a las llanuras de la ciudad, diseminó allí su carga de leña y, a la
mañana siguiente, cuando el Zar se asomó a una ventana de su palacio oyó el
estruendo de las trompetas y el redoble de los tambores. Ademas, pudo ver el
centelleo de las espadas, de las corazas y de los yelmos y también las alegres
columnas de banderolas y de estandartes.
-Ya no puedo hacer más -pensó el Zar, anonadado-.
No hay otro remedio que casarlo con la Princesa.
Tomada ya esta decisión, envió sus criados a
Dourak con orden de que le hicieran tomar un baño de agua perfumada. Luego lo
peinaron con peine de oro y le vistieron un traje digno de un Zar. Nadie
entonces habría podido reconocer a Dourak, aquel despreciado y olvidado
Dourak, pues se había transiormado en un hermoso joven que montaba a caballo
al frente de un ejército y que se disponía a pedir la mano de la Princesa.
Sus siete compañeros fueron invitados a las
fiestas nupciales y, por una vez en su vida, el comilón pudo hartarse a su
sabor y el sediento tuvo tanto vino a su disposición, que ya no deseó más.
En cuanto a la Princesa se consideró muy
feliz de casarse con Dourak y lo amó con toda su alma. Y el muchacho, que hasta
entonces había sido tan despreciado por sus padres, logró conquistar el
afecto intenso de sus padres políticos.
En cuanto al anciano a quien Dourak encontró en
el bosque cuando iba en busca del lugar en que se construían los barcos voladores,
nadie más volvió a verlo, ni nadie tampoco pudo averiguar quién era. Muchos
creen que se trataba de alguno de esos santos bondadosos que, de vez en
cuando, visitan en la Tierra
a un muchacho o a una niña que lo merezca. Pero nadie se puso de acuerdo en
concretar cuál de ellos fuese, porque en los tiempos en que ocurrió la historia
referida, había muchoss santos bondadosos en las tierras nórdicas.
002. Anónimo (finlandia)
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