El
alfiletero de la anjana
Anónimo
(españa)
Cuento
En Cantabria hay unas brujas
llamadas anjanas, que poseen grandes poderes y que premian a los buenos y
castigan a los malos. Y también hay una especie de brujos que sólo piensan en
hacer daño a la gente y se llaman ojáncanos, porque tienen un solo ojo en medio
de la frente. Los
ojáncanos viven en cuevas y son enemigos de siempre de las anjanas.
Un día, una anjana perdió un
alfiletero que tenía cuatro alfileres con un brillante cada uno y tres agujas
de plata con el ojo de oro.
Una pobre que andaba pidiendo
limosna de pueblo en pueblo lo encontró, pero la alegría le duró poco porque en
seguida pensó que, si intentaba venderlo, todos pensarían que lo había robado.
Así que, no sabiendo qué hacer con él, resolvió guardarlo.
Esta pobre vivía con un hijo que la
ayudaba a buscarse el sustento, pero un día su hijo fue al monte y no volvió,
porque lo había cogido un ojáncano.
Desconsolada al ver que pasaban los
días y que su hijo no volvía, la pobre siguió pidiendo limosna y guardaba el
alfiletero en el bolsillo. Pero no sabía que al hijo le había cogido el
ojáncano y lo creyó perdido y muerto y lo lloró amargamente, pues era su único
hijo.
Un día que andaba pidiendo, pasó
ante una vieja que cosía. Justo al pasar la pobre, a la vieja se le rompió la
aguja y le dijo a la pobre:
-¿No tendrá usted una aguja por
casualidad?
La pobre lo pensó durante unos
momentos y al fin le contestó:
-Sí que tengo, que acabo de
encontrar un alfiletero que tiene tres, así que tome usted una -y se la dio a
la vieja.
Siguió la pobre su camino y pasó
delante de una muchacha muy guapa que estaba cosiendo y le sucedió lo mismo y
le dio la segunda aguja del alfiletero.
Y más tarde pasó junto a una niña
que estaba cosiendo y ocurrió lo mismo y la pobre le dio la tercera aguja.
Entonces ya sólo le quedaban los
alfileres del alfiletero, pero sucedió que un poco más adelante se encontró con
una mujer joven que se había clavado una espina en el pie y la mujer le
preguntó si no tendría un alfiler para ayudarla a sacarse la espina y, claro,
la pobre le dio uno de sus alfileres. Y todavía volvió a encontrarse con otra
muchacha que lloraba con desconsuelo porque se le había roto la falda de su
vestido, con lo que la pobre empleó sus tres últimos alfileres en recomponer la
falda y con esto se quedó con el alfiletero vacío.
Al final, su camino la llevó al
río, pero no tenía puente por donde atravesarlo, de manera que empezó a caminar
por la orilla con la esperanza de encontrar un vado, cuando en éstas oyó al
alfiletero que le decía:
-Apriétame a la orilla del río.
La pobre hizo lo que el alfiletero
le decía y de repente apareció un sólido madero cruzando el río de lado a lado
y la pobre pasó sobre él y alcanzó la otra orilla. Entonces el alfiletero le
dijo:
-Cada vez que desees algo o
necesites ayuda, apriétame.
La pobre siguió su camino, pero
tuvo la mala suerte de no encontrar casa alguna donde poder llamar y empezó a
sentir hambre. Entonces se acordó del alfiletero y se dijo: «¿Y si el alfiletero
me diese algo de comer?».
Apretó el alfiletero y en sus manos
apareció un pan recién horneado, por lo que, muy contenta, se lo comió mientras
proseguía su camino. Luego, al poco tiempo, alcanzó a ver una casa a la que se
dirigió sin demora para pedir limosna, pero en la casa sólo había una mujer que
estaba llorando la pérdida de su hija porque se la había arrebatado un
ojáncano.
Compadecida, la pobre le dijo que
ella misma iría al bosque a ver si podía encontrar a su hija.
En seguida se acordó del alfiletero
y, no sabiendo por dónde empezar a buscar, lo apretó fuertemente y apareció una
corza con un lucero en la
frente. La corza echó a andar y la pobre se fue tras ella
hasta que el animal se detuvo ante una gran piedra y allí se quedó esperando.
Desconcertada, la pobre volvió a
apretar el alfiletero y apareció un martillo. Cogió el martillo y golpeó la
piedra con todas sus fuerzas y ésta se rompió en pedazos y apareció la cueva
del ojáncano. Entonces se adentró en ella acompa-ñada de la corza y, aunque la
cueva estaba en la más completa oscuridad, el lucero en la frente de la corza
les iluminaba el camino.
Y recorrieron la cueva por todos
sus rincones hasta que en uno de ellos la pobre vio a un muchacho dormido y
reconoció que era su hijo, al que el ojáncano había robado hacía tiempo, y le
despertó y se abrazaron con inmensa alegría los dos y, en seguida, se
apresuraron a salir de la cueva con la ayuda de la corza.
Volvieron a la casa de la mujer que
lloraba la pérdida de su hija, pero entonces la pobre vio que ya no lloraba y
reconoció por su porte que era una anjana.
Y la anjana le dijo:
-Ésta es tu casa desde ahora. No
dejes volver más al bosque a tu hijo sin cuidado. Y ahora aprieta por última
vez el alfiletero.
La pobre lo apretó y aparecieron
cincuenta ovejas, cincuenta cabras y seis vacas. Y así que terminaron de
contarlas vieron que la corza, la anjana y el alfiletero habían desaparecido.
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