Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 26 de octubre de 2014

Li-Yung y el zorro

Li-Yung era hijo de un comerciante. Sus negocios le llevaban hasta el último rincón del reino y siempre tardaba tres meses en volver a casa. Cada vez que iniciaba un nuevo viaje le decía a su hijo:
-Tú eres ahora el jefe de la casa. Protege a tu madre y a la sirvienta Ching -pero poco podía hacer un muchacho de doce años.
Un día su padre se fue a vender telas a las lejanas montañas del oeste. El viaje era tan largo que habían pasado ya cuatro meses y aún no había regresado. Su madre, una hermosa mujer, con los pies tan delicados como el nácar, comenzó a ponerse nerviosa.
-Seguro que lo ha devorado un oso -decía en su angustia. ¿Por qué, si no, no ha vuelto todavía?
Li-Yung la consolaba, explicándole las enormes distancias que los separaban de las montañas del oeste. Pero sus palabras no conseguían apaciguarla. Cada vez estaba más inquieta, y la vieja sirvienta Ching comenzó a preocuparse.
-Si continúa así -comentaba con Li-Yung, terminará volviéndose loca. Nadie puede vivir bajo semejante tensión.
Ya ni siquiera dormía por las noches. A veces lograba conciliar el sueño, pero se despertaba de pronto gritando:
-¡Está ahí..., está ahí! ¡Sacadlo cuanto antes de mi cuarto!
-¿Quién está ahí? -le preguntaban, asustados, Li-Yung y la vieja sirvienta Ching.
Pero la mujer no sabía explicárselo.
-La pobre tiene pesadillas -concluían el niño y la sirvienta. Lo mejor es que la dejemos descansar.
Sin embargo, la madre seguía teniendo la sensación de que alguien se escondía en su cuarto. Sus temores ahora eran tan grandes que Li-Yung decidió acompañarla por las noches.
-No te preocupes. La vieja Ching y yo dormiremos en tu cama.
Al principio pareció dar resultado, pero después de dos meses volvió a las andadas. Su humor se tornó más agrio. Ya no hablaba con su hijo y, cuando el muchacho quería pasar la noche con ella, le echaba a patadas.
-¿Os habéis creído que soy un bebé? -decía, riendo como una loca. ¿En dónde se ha oído que una madre duerma con su hijo?
Los temores de Li-Yung y de la sirvienta no disminuyeron. Un día el niño encontró unos pelos de zorro a la puerta del dormitorio de su madre. Eran tan flexibles que sólo podían haber sido arrancados recientemente de la piel del animal.
-No me cabe la menor duda -le dijo a la vieja sirvienta: un zorro visita a mi madre por las noches.
Y a partir de entonces no le importó que la mujer le pegara para que abandonara su alcoba. Pero tal sacrificio resultó inútil, porque su salud continuaba empeorando.
Un día Li-Yung salió al campo y volvió con una carreta cargada de piedras. Con ellas tapó todas las ventanas de la habitación de su madre; sólo dejó un pequeño resquicio en la puerta para entrar o salir.
-Si es, en verdad, un zorro -le dijo la vieja sirvienta Ching, tapiar los huecos no servirá de nada.
Li-Yung se puso muy triste, porque sabía que la anciana tenía razón. Sin embargo, se metió en la cocina, cogió el cuchillo más grande y lo afiló cuanto pudo.
«Si agarro con esto a la bestia, lo pasará mal», se dijo a sí mismo y se maravilló de lo cortante que había dejado el acero.
A la caída de la tarde se metió en la habitación de su madre, sin que ella se diera cuenta. Luego se escondió debajo de la cama y se puso a esperar. Pero, desgraciadamente, se quedó dormido.
A eso de media noche, no obstante, oyó un ruido. Saltó en seguida sobre el lecho de su madre, pero entonces cayó en la cuenta de la oscuridad que reinaba. No podía asestar ninguna cuchillada. El zorro era tan listo que, sin quererlo, podía matar a su madre.
-¡No le castigues! -gritaba la mujer. ¡Es sólo un niño! No puede hacernos ningún daño.
Li-Yung se apostó en el pequeño resquicio de la puerta. Cuando sintió que se acercaban unos pasos, levantó el cuchillo y lo dejó caer con todas sus fuerzas. Se oyó un chillido terrible, pero los pasos continuaron al otro lado de la puerta.
-¿Qué ha sido eso? -preguntó la vieja sirvienta Ching, restregándose todavía los ojos. Me ha parecido oír un grito.
Li-Yung se lo explicó todo y le mandó encender una tea. Entonces vieron, asombrados, que sobre el suelo había una espléndida cola de zorro.
-¿Ves cómo no me había equivocado? -le preguntó y se echó a llorar, porque amaba mucho a su madre.
Cuando el padre de Li-Yung regresó, finalmente, de su viaje, no quiso creerlo.
-En vez de hablar de esas tonterías -le riñó con crudeza, deberías haber cuidado mejor de tu madre. ¿No has visto el estado en que se encuentra? ¿Por qué no la has llevado al médico?
Li-Yung agachó la cabeza y dejó que se encargara de eso su padre.
-¡Es asombroso su caso! -le dijeron los doctores más afamados de la ciudad. Esta mujer no tiene ninguna enfermedad, pero se está muriendo.
Un día la vieja sirvienta Ching dijo a Li-Yung que había en la ciudad un solar que tenía fama de embrujado.
-No creas -continuó la buena mujer, pero dicen que ese es el lugar en el que se reúnen los zorros por la noche.
El niño no lo pensó dos veces. A la caída del sol acudió a él y se escondió tras un árbol que había crecido inclinado. A las cuatro horas aparecieron dos hombres. Eran altos, casi atléticos, y vestían ropas de rico. A uno de ellos le acompañaba un sirviente: un viejo encorvado, con la boca tan saliente que parecía el hocico de un perro. Dos llevaban cola de zorro.
-Me da vergüenza presentarme así ante vosotros -dijo el que no la llevaba.
-¿Qué importa eso? -le animó el otro. Si yo tuviera una mujer tan hermosa por amante, no me preocuparía tener rabo o no.
-Ya le daré yo su merecido a ese mocoso -volvió a repetir el primero. Tendré que esperar unos meses. Ahora me es imposible. Ya sabéis: acaba de volver el marido.
A Li-Yung se le saltaron las lágrimas, pero poco podía hacer. El zorro sin cola comenzó a reprender a su criado:
-¿Qué clase de sirviente eres tú? ¿Te parece bien recibir a los amigos sin invitarles siquiera a una copa de vino?
-No puedo comprarlo -respondió, avergonzado, el criado. Los hombres todo lo consiguen con unos trocitos de metal que llaman dinero y nosotros no tenemos ninguno.
Li-Yung no quiso escuchar más. Corrió de vuelta a su casa y se metió en la cama en seguida. Al día siguiente le pidió a la vieja sirvienta Ching que le cosiera en el pantalón la cola que le había cortado al zorro. La vieja se resistió, pero al final terminó accediendo.
-Que no lo sepa tu padre -le suplicó, temblorosa. Si se entera de esto, es capaz de echarme a la calle.
Li-Yung le besó las manos y la vieja se quedó tranquila.
Durante dos días recorrió todos los mercados de la ciudad. Había comprado una botella del mejor vino y lo había mezclado con el veneno más fuerte. Fue al tercero cuando descubrió al criado del zorro que amaba a su madre. Se acercó a él y le tiró del abrigo.
-¡Qué lata es esto de tener que ir abrigado inclusive cuando hace calor! -dijo, como si hablara con otra persona.
-¿Qué dices? -preguntó, extrañado, el viejo.
Li-Yung se levantó entonces la orla de la túnica y le dejó ver parte de la cola. El criado sonrió con alivio y le hizo una inclinación.
-Tú eres nuevo por aquí, ¿verdad? -se interesó el criado.
-No hace muchos días que he llegado, en efecto -mintió Li-Yung. Me encuentro tan solo que he decidido regalarle a tu amo esta botella de vino. Espero que eso me abra las puertas de su amistad.
El viejo criado casi saltaba de alegría. Después se despidió, ceremonioso, y desapareció entre la gente.
Li-Yung invitó a su padre a que le acompañara esa misma noche al solar en el que se reunían los zorros. Naturalmente, no le dijo de qué se trataba.
-¿Para qué quieres que vayamos a un lugar tan tétrico? -le preguntó su padre, pero no se atrevió a negarse, porque últimamente había sido muy duro con su hijo.
Los dos volvieron a esconderse detrás del árbol del tronco inclinado. Cuando el padre de Li-Yung vio aparecer a los dos caballeros con cola de zorro, no quería dar crédito a sus ojos.
-¿A qué hora te dijo que iba a venir el joven que te ha regalado ese vino? -preguntó uno de ellos al criado. Parece que se retrasa.
-Sí. Los jóvenes son siempre unos maleducados -confirmó el otro. Pero, ¿por qué no hacemos más llevadera la espera probando un vaso de este estupendo vino?
Los tres zorros se sirvieron a placer. Estaban tan contentos que comenzaron a mover los rabos como si fueran perros.
-Por la mujer que yo amo -brindó el zorro que no tenía cola. Por esa belleza que comparte su vida con un vulgar mercader.
El padre de Li-Yung quiso salir de su escondrijo, pero el niño le retuvo.
-¿Quieres estropearlo todo? -le preguntó con voz queda.
Los zorros comenzaron a hacer cosas raras con la cabeza y a llevarse las manos al estómago. Después se retorcieron de dolor por el suelo. Cuando Li-Yung y su padre se acercaron a ellos estaban ya completamente muertos.
-¡Qué sensación más extraña! -comentó a aquella misma hora la madre con la sirvienta Ching. Me ha parecido ser una vela y alguien ha apagado la llama que me consumía.
A partir de entonces su salud mejoró. No habían pasado tres meses cuando se transformó otra vez en la belleza que siempre había sido. Sus pasos volvieron a ser tan delicados como el nácar.
El padre de Li-Yung jamás volvió a salir de viaje. Dejó que fuera su hijo el que se desplazara hasta los más lejanos rincones del reino.
-¿Por qué seguir considerándote un niño -le dijo en su primer viaje, cuando has demostrado tener la astucia de un sabio?
Y sus negocios aumentaron, porque había entrado en ellos un rayo de fantasía.

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