Li-Yung
era hijo de un comerciante. Sus negocios le llevaban hasta el último
rincón del reino y siempre tardaba tres meses en volver a casa. Cada
vez que iniciaba un nuevo viaje le decía a su hijo:
-Tú
eres ahora el jefe de la casa. Protege a tu madre y a la sirvienta
Ching -pero poco podía hacer un muchacho de doce años.
Un
día su padre se fue a vender telas a las lejanas montañas del
oeste. El viaje era tan largo que habían pasado ya cuatro meses y
aún no había regresado. Su madre, una hermosa mujer, con los pies
tan delicados como el nácar, comenzó a ponerse nerviosa.
-Seguro
que lo ha devorado un oso -decía en su angustia. ¿Por qué, si no,
no ha vuelto todavía?
Li-Yung
la consolaba, explicándole las enormes distancias que los separaban
de las montañas del oeste. Pero sus palabras no conseguían
apaciguarla. Cada vez estaba más inquieta, y la vieja sirvienta
Ching comenzó a preocuparse.
-Si
continúa así -comentaba con Li-Yung, terminará volviéndose loca.
Nadie puede vivir bajo semejante tensión.
Ya
ni siquiera dormía por las noches. A veces lograba conciliar el
sueño, pero se despertaba de pronto gritando:
-¡Está
ahí..., está ahí! ¡Sacadlo cuanto antes de mi cuarto!
-¿Quién
está ahí? -le preguntaban, asustados, Li-Yung y la
vieja sirvienta Ching.
Pero
la mujer no sabía explicárselo.
-La
pobre tiene pesadillas -concluían el niño y la sirvienta. Lo mejor
es que la dejemos descansar.
Sin
embargo, la madre seguía teniendo la sensación de que alguien se
escondía en su cuarto. Sus temores ahora eran tan grandes que
Li-Yung decidió acompañarla por las noches.
-No
te preocupes. La vieja Ching y yo dormiremos en tu cama.
Al
principio pareció dar resultado, pero después de dos meses volvió
a las andadas. Su humor se tornó más agrio. Ya no hablaba con su
hijo y, cuando el muchacho quería pasar la noche con ella, le echaba
a patadas.
-¿Os
habéis creído que soy un bebé? -decía, riendo como una loca. ¿En
dónde se ha oído que una madre duerma con su hijo?
Los
temores de Li-Yung y de la sirvienta no disminuyeron. Un día el niño
encontró unos pelos de zorro a la puerta del dormitorio de su madre.
Eran tan flexibles que sólo podían haber sido arrancados
recientemente de la piel del animal.
-No
me cabe la menor duda -le dijo a la vieja sirvienta: un zorro visita
a mi madre por las noches.
Y
a partir de entonces no le importó que la mujer le pegara para que
abandonara su alcoba. Pero tal sacrificio resultó inútil, porque su
salud continuaba empeorando.
Un
día Li-Yung salió al campo y volvió con una carreta cargada de
piedras. Con ellas tapó todas las ventanas de la habitación de su
madre; sólo dejó un pequeño resquicio en la puerta para entrar o
salir.
-Si
es, en verdad, un zorro -le dijo la vieja sirvienta Ching, tapiar los
huecos no servirá de nada.
Li-Yung
se puso muy triste, porque sabía que la anciana tenía razón. Sin
embargo, se metió en la cocina, cogió el cuchillo más grande y lo
afiló cuanto pudo.
«Si
agarro con esto a la bestia, lo pasará mal», se dijo a sí mismo y
se maravilló de lo cortante que había dejado el acero.
A
la caída de la tarde se metió en la habitación de su madre, sin
que ella se diera cuenta. Luego se escondió debajo de la cama y se
puso a esperar. Pero, desgraciadamente, se quedó dormido.
A
eso de media noche, no obstante, oyó un ruido. Saltó en seguida
sobre el lecho de su madre, pero entonces cayó en la cuenta de la
oscuridad que reinaba. No podía asestar ninguna cuchillada. El zorro
era tan listo que, sin quererlo, podía matar a su madre.
-¡No
le castigues! -gritaba la mujer. ¡Es sólo un niño! No puede
hacernos ningún daño.
Li-Yung
se apostó en el pequeño resquicio de la puerta. Cuando sintió que
se acercaban unos pasos, levantó el cuchillo y lo dejó caer con
todas sus fuerzas. Se oyó un chillido terrible, pero los pasos
continuaron al otro lado de la puerta.
-¿Qué
ha sido eso? -preguntó la vieja sirvienta Ching, restregándose
todavía los ojos. Me ha parecido oír un grito.
Li-Yung
se lo explicó todo y le mandó encender una tea. Entonces vieron,
asombrados, que sobre el suelo había una espléndida cola de zorro.
-¿Ves
cómo no me había equivocado? -le preguntó y se echó a llorar,
porque amaba mucho a su madre.
Cuando
el padre de Li-Yung regresó, finalmente, de su viaje, no quiso
creerlo.
-En
vez de hablar de esas tonterías -le riñó con crudeza, deberías
haber cuidado mejor de tu madre. ¿No has visto el estado en que se
encuentra? ¿Por qué no la has llevado al médico?
Li-Yung
agachó la cabeza y dejó que se encargara de eso su padre.
-¡Es
asombroso su caso! -le dijeron los doctores más afamados de la
ciudad. Esta mujer no tiene ninguna enfermedad, pero se está
muriendo.
Un
día la vieja sirvienta Ching dijo a Li-Yung que había en la ciudad
un solar que tenía fama de embrujado.
-No
creas -continuó la buena mujer, pero dicen que ese es el lugar en el
que se reúnen los zorros por la noche.
El
niño no lo pensó dos veces. A la caída del sol acudió a él y se
escondió tras un árbol que había crecido inclinado. A las cuatro
horas aparecieron dos hombres. Eran altos, casi atléticos, y vestían
ropas de rico. A uno de ellos le acompañaba un sirviente: un viejo
encorvado, con la boca tan saliente que parecía el hocico de un
perro. Dos llevaban cola de zorro.
-Me
da vergüenza presentarme así ante vosotros -dijo el que no la
llevaba.
-¿Qué
importa eso? -le animó el otro. Si yo tuviera una mujer tan hermosa
por amante, no me preocuparía tener rabo o no.
-Ya
le daré yo su merecido a ese mocoso -volvió a repetir el primero.
Tendré que esperar unos meses. Ahora me es imposible. Ya sabéis:
acaba de volver el marido.
A
Li-Yung se le saltaron las lágrimas, pero poco podía hacer. El
zorro sin cola comenzó a reprender a su criado:
-¿Qué
clase de sirviente eres tú? ¿Te parece bien recibir a los amigos
sin invitarles siquiera a una copa de vino?
-No
puedo comprarlo -respondió, avergonzado, el criado. Los hombres todo
lo consiguen con unos trocitos de metal que llaman dinero y nosotros
no tenemos ninguno.
Li-Yung
no quiso escuchar más. Corrió de vuelta a su casa y se metió en la
cama en seguida. Al día siguiente le pidió a la vieja sirvienta
Ching que le cosiera en el pantalón la cola que le había cortado al
zorro. La vieja se resistió, pero al final terminó accediendo.
-Que
no lo sepa tu padre -le suplicó, temblorosa. Si se entera de esto,
es capaz de echarme a la calle.
Li-Yung
le besó las manos y la vieja se quedó tranquila.
Durante
dos días recorrió todos los mercados de la ciudad. Había comprado
una botella del mejor vino y lo había mezclado con el veneno más
fuerte. Fue al tercero cuando descubrió al criado del zorro que
amaba a su madre. Se acercó a él y le tiró del abrigo.
-¡Qué
lata es esto de tener que ir abrigado inclusive cuando hace calor!
-dijo, como si hablara con otra persona.
-¿Qué
dices? -preguntó, extrañado, el viejo.
Li-Yung
se levantó entonces la orla de la túnica y le dejó ver parte de la
cola. El criado sonrió con alivio y le hizo una inclinación.
-Tú
eres nuevo por aquí, ¿verdad? -se interesó el criado.
-No
hace muchos días que he llegado, en efecto -mintió Li-Yung. Me
encuentro tan solo que he decidido regalarle a tu amo esta botella de
vino. Espero que eso me abra las puertas de su amistad.
El
viejo criado casi saltaba de alegría. Después se despidió,
ceremonioso, y desapareció entre la gente.
Li-Yung
invitó a su padre a que le acompañara esa misma noche al solar en
el que se reunían los zorros. Naturalmente, no le dijo de qué se
trataba.
-¿Para
qué quieres que vayamos a un lugar tan tétrico? -le preguntó su
padre, pero no se atrevió a negarse, porque últimamente había sido
muy duro con su hijo.
Los
dos volvieron a esconderse detrás del árbol del tronco inclinado.
Cuando el padre de Li-Yung vio aparecer a los dos caballeros con cola
de zorro, no quería dar crédito a sus ojos.
-¿A
qué hora te dijo que iba a venir el joven que te ha regalado ese
vino? -preguntó uno de ellos al criado. Parece que se retrasa.
-Sí.
Los jóvenes son siempre unos maleducados -confirmó el otro. Pero,
¿por qué no hacemos más llevadera la espera probando un vaso de
este estupendo vino?
Los
tres zorros se sirvieron a placer. Estaban tan contentos que
comenzaron a mover los rabos como si fueran perros.
-Por
la mujer que yo amo -brindó el zorro que no tenía cola. Por esa
belleza que comparte su vida con un vulgar mercader.
El
padre de Li-Yung quiso salir de su escondrijo, pero el niño le
retuvo.
-¿Quieres
estropearlo todo? -le
preguntó con voz queda.
Los
zorros comenzaron a hacer cosas raras con la cabeza y a llevarse las
manos al estómago. Después se retorcieron de dolor por el suelo.
Cuando Li-Yung y su padre se acercaron a ellos estaban ya
completamente muertos.
-¡Qué
sensación más extraña! -comentó a aquella misma hora la madre con
la sirvienta Ching. Me ha parecido ser una vela y alguien ha apagado
la llama que me consumía.
A
partir de entonces su salud mejoró. No habían pasado tres meses
cuando se transformó otra vez en la belleza que siempre había sido.
Sus pasos volvieron a ser tan delicados como el nácar.
El
padre de Li-Yung jamás volvió a salir de viaje. Dejó que fuera su
hijo el que se desplazara hasta los más lejanos rincones del reino.
-¿Por
qué seguir considerándote un niño -le dijo en su primer viaje,
cuando has demostrado tener la astucia de un sabio?
Y
sus negocios aumentaron, porque había entrado en ellos un rayo de
fantasía.
0.005.1 anonimo (china) - 049
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