El
mayor tenía dieciséis y el menor catorce. Los dos vivían en una
cabaña que su padre había construido en uno de los fríos bosques
del noroeste. Los árboles eran tan altos que apenas dejaban penetrar
el sol. Pero nadie se aprovechaba de tal riqueza. En la espesura se
escondía un lobo que devoraba a cuantos se adentraban en ella.
-No
salgáis nunca solos -les decía su padre. ¿Qué sería de mí si
perecierais a manos de esa bestia?
Pero
fue él el que terminó en sus zarpas. Un día salió a recoger bayas
y no regresó nunca más. Los dos hermanos le esperaron hasta el
amanecer, pero todo fue inútil.
-A
lo mejor se ha ido a la aldea y se ha quedado en casa de algún amigo
-dijo, esperanzado, el hermano más pequeño.
-A
lo mejor -repitió el mayor, pero ambos sabían que estaban
engañándose.
A
los tres días se les terminaron las excusas. Aceptaron la muerte de
su padre y durante diez días le lloraron con amargura.
-¿Qué
hacemos aquí llorando como críos? -preguntó con rabia el hermano
mayor. El espíritu de nuestro padre está pidiendo que le venguemos
y no descansará hasta que lo logremos.
-Sí.
¿Qué estamos haciendo? -repitió el más pequeño, y decidi-eron
salir a dar muerte al lobo asesino.
Como
no conocían muy bien los gustos de los lobos, fueron a la aldea a
informarse.
-¿Que
pensáis adentraros en la espesura? -preguntaron, asusta-dos, los
viejos amigos de su padre. Sólo conseguiréis que ese lobo os mate a
vosotros también -y se negaron a darles la información que pedían.
Cuando
los vieron partir, cabizbajos, comentaron entre sí:
-Seguro
que no lo hacen. Es tanto el dolor que sienten que sólo piensan en
la venganza.
Pero
los dos hermanos no regresaron a su cabaña. Se sentaron en un tronco
y comenzaron a urdir un plan. Era tan ridículo que a los siete días
optaron por abandonarlo.
-Está
visto que a los lobos no les gusta la fruta -dijo, derrotado, el
hermano menor. Nos la han comido los pájaros y ni siquiera un
cachorro se ha acercado a olerla.
-No,
no les gusta la fruta -repitió, convencido, el mayor. Además, es
demasiado aburrido esto de pasar todo el día al acecho.
Después
de esta primera derrota decidieron ir a la búsqueda de la fiera.
Recorrieron el bosque de arriba abajo más de mil veces, hasta que
llegaron a conocerlo tan bien como las ardillas. A veces caminaban
tanto que les sangraban los pies. Pero no encontraron la menor huella
del lobo asesino.
-¿Crees
que se habrá marchado a otro bosque? -preguntó el hermano menor. Es
casi imposible que no nos hayamos topado todavía con él.
-No
lo creo -disintió por primera vez el hermano mayor. Los lobos se
enamoran de los bosques en los que viven. Jamás los abandonan. Lo
más probable es que esté criando en algún lugar escondido.
La
primavera, en efecto, había sembrado el bosque de vida. Una tarde,
cuando regresaban a su cabaña, atravesaron el claro del espejo Le
llamaban así porque en aquel espacio abierto había un lago. Sus
aguas eran muy claras y en él abrevaban todos los animales del
bosque. Durante días enteros habían esperado allí al lobo, pero
parecía que sólo él bebía agua en otra parte.
Aquella
tarde el hermano menor comenzó a correr de improviso hacia la
orilla.
-¿A
dónde vas tan deprisa? -le gritó, extrañado, el hermano mayor.
-¿Es
que no lo ves? -respondió el primero, sin dejar de saltar por entre
las hierbas.
Entonces
también él avistó a los tres lobeznos. Estaban jugueteando en el
agua como si fueran perrillos. Pero el ansia de venganza de los
muchachos era tan fuerte que los mataron en el acto.
-¡Eran
tan pequeños! -se lamentó el hermano menor en cuanto hubieron
terminado.
-Sí
-admitió el hermano mayor,
pero en menos de dos años habrían sido tan feroces como el lobo que
mató a nuestro padre.
Después
decidieron colgar de un árbol los cuerpecitos de los cachorros.
-Así
sabrá esa fiera que no es la más fuerte -había dicho el hermano
mayor al más pequeño, para convencerle.
Mientras
todavía estaban en las ramas, apareció el lobo. Era pardo y estaba
furioso. Creía que los lobeznos estaban vivos y que aquellos dos
muchachos se los habían robado. Desesperado, comenzó a morder el
árbol.
-¿Qué
hacemos? -preguntó el hermano menor. Si sigue dando esas
dentelladas, es capaz de derribar este abeto.
Entonces
el hermano mayor arrojó los lobeznos al lago. El lobo se lanzó tras
ellos y comenzó a nadar.
-¡Ahora!
-gritó el hermano mayor, y los dos se dejaron caer del árbol.
La
fiera llevaba a los cachorros muertos en la boca y nadaba con cierta
dificultad. Cuando estaba cerca de la orilla, los dos hermanos
comenzaron a tirarle piedras. El lobo no pudo salir del agua. Buscó
entonces otro lugar, pero los dos muchachos se lo impidieron de
nuevo. Al fin, agotado por el esfuerzo, el lobo terminó ahogándose.
-¿Descansará
ya en paz el espíritu de nuestro padre? -preguntó el hermano menor.
En
el fondo estaba triste, porque la venganza no era tan dulce como
había pensado.
-Por
supuesto que sí..., por supuesto que sí -le respondió el mayor,
pero su alegría era también fingida.
En
la aldea nadie quería creer lo que contaban.
-¿Que
ya podemos atravesar libremente el bosque? A vosotros os ha dado una
insolación.
Y
se burlaron de ellos.
Los
dos hermanos tuvieron que regresar al claro del espejo. Allí
arrastraron los cuerpos de los lobos hacia la orilla con unas ramas.
Pero, mientras lo estaban haciendo, oyeron como un ladrido y se
volvieron, asustados. A pocos metros de ellos una loba lloraba en
silencio. Después se marchó aullando hacia el norte.
-¿Has
visto sus lágrimas? Me pregunto si también ella estará pensando en
vengarse.
-No,
no lo creo. Nos hubiera destrozado aquí mismo si hubiera querido
-respondió el hermano mayor.
En
la aldea muchos deseaban vejar los cadáveres de los lobos, pero los
dos hermanos se opusieron.
-¿Por
qué no? -protestaron algunos. Esta fiera mató a nuestros hijos.
Tenemos derecho a hacerlo.
Pero
los dos hermanos habían sido nombrados principales del lugar por su
valentía y nadie podía oponerse a sus deseos.
-¡Si
hubierais visto sus lágrimas! -comentaron con los más ancianos. A
veces pensamos que los lobos somos nosotros. Y los ancianos se
callaron, porque sabían mucho de la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario