En
la
selva ecuatorial hay muchas clases de animales: tranquilos, rabiosos,
fuertes... Hubo un tiempo en que todos vivían juntos en un cerco en
forma de campamento, bajo la jefatura del leopardo, con una única
condición: que aquél que faltara a la ley o que faltara a otro
animal sería muerto y devorado por los demás. La tortuga era la
encargada de la intendencia; y, a causa de su misión, solía ser la
última en acostarse.
Sucedió
que una mañana los animales se despertaron con los cuerpos llenos de
heces. Se disgustaron mucho, y la mayoría acusaba a la tortuga de
ser la culpable de tal desmán. Ella lo negaba rotundamente; y, al
cabo, prometió solemnemente que atraparía al responsable de aquel
desaguisado, para poder darle su merecido.
Por
la noche, antes de acostarse, colocó una cuchilla de afeitar erguida
sobre su caparazón: comprendía que, quienquiera que fuese el animal
que quisiera defecar sobre los demás, sentiría tentaciones de
limpiarse el trasero en su brillante concha; y entonces se llevaría
su castigo.
Y
así fue como ocurrió: entrada la noche, el macaco se levantó del
lugar donde dormía y empezó a hacer sus necesidades encima de los
demás animales. A la luz de la luna, vio la concha resplandeciente
de la tortuga y se dirigió hacia ella para limpiarse; nada más
situarse encima, sintió un profundo corte en las posaderas, por
donde empezó a sangrar.
La
herida del macaco no se curó. El animal murió desangrado, víctima
de la astucia de la tortuga. Su falta fue descubierta y castigada: y
por esta razón, desde entonces, todos los macacos tienen el culo
rojizo.
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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