Durante
la dinastía Ching hubo un ministro que tenía fama de sabio. Todo el
mundo le alababa, pero nadie sabía decir por qué.
-Ese
hombre es tan tonto como nosotros -comentó un campesino con sus
amigos. Sólo porque tiene poder, la gente piensa que es inteligente.
-Si
es así, ¿por qué no le desenmascaras? A lo mejor el emperador te
nombra ministro.
-Lo
haré -respondió el campesino. De eso podéis estar seguros -y todos
se echaron a reír, porque pensaban que entre los animales y los
hombres que labran la tierra no hay mucha diferencia.
Sin
embargo, el campesino poseía una inteligencia despierta y una
valentía sin límites. En cuanto llegó a su casa se disfrazó de
bonzo y se lanzó a los caminos.
-Una
limosna -decía cada vez que se cruzaba con alguien. Nuestro
monas-terio es rico, pero quienes lo habitamos somos pobres.
Raramente
se marchaba con las manos vacías. Su interpretación era, de hecho,
tan perfecta que un día hasta su mismo padre le echó una moneda.
«iNo
me ha reconocido! -se dijo. alborozado, el campesino. Creo que estoy
ya preparado. ¿Para qué perder más tiempo?»
Entonces
se dirigió al embarcadero. Lo usaban sólo los comerciantes para
atravesar con sus riquezas el río. Siempre estaba protegido por
soldados y no permitían que nadie se acercara a él.
-No
puedes entrar -dijeron al verle. Por aquí pasa tanto dinero que, si
no andamos con cuidado, más de un ladrón haría su agosto.
El
campesino hizo como si no hubiera oído y siguió adelante.
-Bah,
déjale
-dijo uno de los soldados. Es un pobre bonzo. ¿Qué mal puede hacer?
Sin
embargo, a los comerciantes no les pareció bien que una persona así
atravesara con ellos el río. No estaban equivocados. Apenas se
despegó el barco de la orilla, el falso bonzo empezó a repartir
entre ellos cuentas para recitar los cien nombres de Buda y dijo:
-Vosotros
chupáis la sangre al pobre y engordáis con ella. Arrepentíos y
quizá logréis romper el penoso ciclo de la reencarnación.
Algunos
estaban tan asustados por la velocidad de la corriente que
preguntaron:
-¿Qué
podemos hacer? ¡Nosotros somos comerciantes! El falso bonzo
respondió:
-Repetid
los cien nombres de Buda.
Los
comerciantes así lo hicieron, pero el bonzo no parecía satisfecho.
-¿Es
que no notáis la presencia de la muerte? -gritaba sin cesar.
¡Repetid con más fuerza los cien nombres del Inmutable!
Los
comerciantes los recitaron con tanto empeño que se hipnotizaron unos
a otros y cayeron en trance. Entonces el campesino les robó todo lo
que llevaban y se marchó nadando hacia la otra orilla.
En
cuanto se enteró de lo ocurrido, el ministro sabio no salía de su
asombro.
-¿Que
un bonzo ha desvalijado el barco de los comerciantes? -preguntaba,
irritado.
-Sí
-respondieron algunos de ellos. Ha sido un castigo divino. Nosotros
mismos vimos cómo el bonzo volaba por los aires.
El
pueblo se enteró de lo ocurrido y empezó a comentar:
-Nuestro
ministro no es tan sabio como creíamos. Si un bonzo es capaz de
robar y quedar impune, ¿qué no podrá hacer un bandido?
Aquella
noche el campesino volvió a preguntar a sus amigos.
-¿Veis
cómo tenía razón? Hasta las personas más ignorantes se han dado
cuenta de que nuestro ministro es incapaz de capturar a un pobre
bonzo.
-¿De
qué te extrañas? -le respondieron. Ese hombre era un enviado de
Buda. ¿Cómo se puede apresar a quien puede volar por los aires?
El
campesino tuvo, pues, que volver a disfrazarse. Esta vez se vistió
de mujer. Como era joven y tenía los ojos tristes, apenas se notaba
que era un hombre. Además, poseía un perfume que emborrachaba los
sentidos. Se lo había robado a uno de los comerciantes y cuantos lo
olían volvían hechizados la cabeza.
-¡Qué
mujer tan hermosa! -exclamaban los que la veían por la calle. ¿Cómo
es posible que no la hayamos visto hasta ahora?
-Es
hija de un comerciante en perlas -dijeron algunos. ¿No os dais
cuenta de ese penetrante aroma a mar que la sigue?
De
esta manera, media ciudad se enamoró del campesino. Todos luchaban
por obtener sus favores. Hasta el ministro quiso tomarle por esposa.
-No
puedo aceptar -dijo, ruborizado. Mi padre era, en verdad, un
comer-ciante en perlas, que murió en mares lejanos. Un pescador me
entregó el cofre de sus cenizas y no podré casarme hasta que no las
entierre en el lugar que él eligió.
-zY
por qué no lo haces? -preguntó el ministro, extrañado.
-Porque
ese lugar -respondió la falsa joven- está en la otra orilla del
embarcadero de los mercaderes y temo encontrarme con el ladrón.
Entonces
el ministro hizo que todo el ejército protegiera a la doncella.
-Pagaréis
con vuestras vidas, si le ocurre algo -advirtió el ministro a sus
soldados.
Pero,
en cuanto subió al barco, la falsa muchacha empezó a coquetear con
todos los que viajaban en él. Hasta los marineros se pusieron
celosos y comenzaron a pelear. Poco a poco todos fueron cayendo al
agua. Entonces el campesino se hizo cargo de la embarcación y
desapareció en cuanto llegó a la orilla opuesta.
-Irá
a enterrar a su padre -se dijeron los soldados. No la molestemos.
Pero
la doncella cargó con todo lo que llevaba el barco y nadie supo más
de ella.
-¡Otra
vez esee ladrón! -dijo, enfurecido, el ministro. Es un monstruo
venido directamente del infierno. iY pensar que he estado a punto de
casarme con él!
Entonces
recordó el perfume especial que usaba y no paró hasta encontrarlo.
Lo comerciaba un mercader que había sido víctima del campesino.
-Por
atrapar a ese ladrón -dijo al ministro sabio, estoy dispuesto a
regalarte todo lo que tengo.
-No
será necesario -respondió su excelencia. Sólo quiero un poco de tu
perfume.
Buscó
después a la mujer más fea de todo el reino y la hizo pasear por
cantinas y posadas. En cuanto los hombres olían el perfume, volvían
en seguida la cabeza. Pero su desilusión era tan grande que
exclamaban, furiosos:
-¿Qué
broma de mal gusto es ésta? ¿Acaso no hay mujeres más hermosas en
este reino?
Por
fin, una noche entró en la cantina en la que se reunían el
campesino y sus amigos. Atraídos por el perfume, todos volvieron la
cabeza. Sólo él continuó charlando y ni siquiera levantó la
vista. Entonces el ministro ordenó a sus soldados:
-iDetenedle!
Ese hombre es el ladrón que tantos quebraderos de cabeza nos ha
dado.
-iYo
soy una persona honrada! -protestó el campesino. ¿Qué pruebas
tenéis para decir eso?
-El
olor de este perfume es tan irresistible -respondió el ministro- que
cuantos lo huelen vuelven al punto la cabeza. Sólo tú no lo has
hecho, porque estás acostumbrado a él -y se lo llevaron encadenado.
Todo
el mundo alabó la sagacidad del ministro. Pero perdió su fama de
sabio y su puesto. El emperador le destituyó, porque no es de fiar
quien se duerme en sus laureles.
0.005.1 anonimo (china) - 049
No hay comentarios:
Publicar un comentario