Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 26 de octubre de 2014

Los doce animales

Los hombres no sabían cómo contar el tiempo. Así que acudieron al Señor del Cielo y le dijeron:
-Los años se suceden y no sabemos cómo llamarlos. ¿Te importaría echarnos una mano?
-Esa es una labor muy difícil -dijo el Señor del Cielo. Volved dentro de diez días y os daré la respuesta.
Durante una semana el Señor del Cielo no hizo más que cavilar. Por fin dio con una solución.
-Puesto que los hombres y los animales tienen un destino común, serán éstos quienes den nombre a los años en los que se dividirá el tiempo.
-¡Que solución tan inteligente! -dijeron a coro los consejeros celestes. A nadie podría habérsele ocurrido una cosa así.
-Dividiremos el tiempo en ciclos de doce años -continuó, hala-gado, el Señor del Cielo, y a cada uno de ellos, en doce meses. Así de sencillo.
-Estamos seguros de que los hombres se alegrarán de vuestra decisión. Pero ¿cómo escoger a esos doce animales?
El Señor del Cielo se puso a pensar. Era verdad lo que le decían sus consejeros: había más animales que años. Por fin dijo:
-Los doce primeros que me, feliciten el día de mi cumpleaños darán nombre a cada uno de ellos.
Los animales se pusieron muy nerviosos al conocer la decisión del Señor del Cielo. Todos querían figurar entre esos doce. Pero no sabían cómo serían seleccionados.
-Un poco de paciencia -les aconsejó, divertido, el Señor del Cielo. Os diré lo que tenéis que hacer el día antes de mi cumpleaños.
En efecto, cuando llegó el día, el alguacil celeste convocó a todos los animales a orillas del río más ancho del mundo, y les dijo:
-El Señor del Cielo acampará mañana en la otra orilla. Los doce de entre vosotros que logren felicitarle primero darán nombre a un año.
El gato se puso muy triste y comentó con su íntimo amigo el ratón:
-Es una decisión injusta. ¿Cómo vamos nosotros a felicitar al Señor del Cielo, si no sabemos nadar?
-Tienes razón -replicó el ratón. Estamos en clara desventaja, porque tanto a ti como a mí nos da miedo el agua.
Pero a los tres minutos el mismo gato dio con la solución:
-¡Ya está! -dijo ilusionado. Se lo diré a mi amigo el carabao* y él nos llevará hasta la otra orilla sobre su lomo.
-Es una buena idea -respondió el ratón. Pero ¿estás seguro de que aceptará?
-No tengas miedo. El carabao me quiere tanto que, para conseguir que yo llegue el primero, hará todo lo que le pida.
A la mañana siguiente, muy temprano, el carabao despertó al gato y al ratón diciendo:
-¡Vamos! ¡Cuidado que sois dormilones! Despertaos de una vez. Si no salimos antes de que cante el gallo, cualquier otro animal se nos pueda adelantar.
El ratón no veía de sueño. Estaba tan cansado que no pudo evitar decirle al gato:
-¿Es que los carabaos no duermen? Se necesita ser cruel para venir a despertarnos tan pronto.
-Los carabaos no duermen mucho -replicó el gato. Ya sabes: tienen que trabajar cuanto pueden para el hombre. Además es verdad lo que ha dicho: si no nos damos prisa, yo no llegaré el primero.
El carabao se metió en el agua y en seguida el gato y el ratón saltaron sobre su lomo. Al poco rato salió el sol por el oriente y cantó el gallo. El carabao se puso muy nervioso.
-Todos los animales están ya despiertos -dijo. No comprendo cómo puede gustaros tanto la cama.
-Calla y nada -le regañó el gato. Si pierdes tus energías en comentarios tontos jamás llegaré el primero a la otra orilla.
-Ya sé -volvió a decir el carabao. Soy un mal nadador.
-Pues apúrate. Los gatos siempre somos los primeros en todo.
Al ratón no le gustaron esos comentarios de su amigo. En seguida urdió un plan y lo puso en práctica. Atusó los bigotes al gato y dijo:
-¿Has visto qué paisaje? Jamás imaginé que la naturaleza fuera tan hermosa, vista desde el centro del río.
-Tienes razón -admitió con satisfacción el gato. Es una pena que tú y yo no sepamos nadar. De lo contrario, podríamos venir aquí todos los días.
-No hables tanto y mira qué hermosura.
El gato se irguió cuanto pudo para contemplar mejor el paisaje. Entonces el ratón le empujó y cayó al río.
Los doce animales
-¿Qué ha sido eso? -preguntó el carabao. Parece como si alguien estuviera chapoteando en el agua.
-No es nada -respondió el ratón. Tú sigue nadando. Aún falta mucho.
-No me gusta que nadie se muera en el río. Ahogarse tiene que ser horrible.
El carabao volvió la cabeza, pero, al ver que otros animales se habían metido también en el agua, se olvidó del gato. Comenzó a nadar con todas sus fuerzas y en pocos segundos se plantó cerca de la otra orilla.
«Esta es mi oportunidad -se dijo el ratón. Yo seré el primero.»
Sin que nadie le viera, se metió en la oreja del carabao. Luego sólo tuvo que saltar a tierra y postrarse ante el Señor del Cielo.
-Enhorabuena. Eres el primero. ¿Cómo lo has conseguido tú, que eres tan pequeño?
-Decís bien -repuso el ratón. Mi cuerpo es pequeño, pero mi ingenio, grande. ¿Verdad, carabao?
El carabao estaba agotado por el esfuerzo y sólo pudo afirmar con la cabeza.
-¡Número dos, el carabao! -gritó el alguacil celeste.
Aún no había terminado de hablar, cuando saltó a tierra el tigre. Dio un rugido y dijo:
-Felicidades por tu cumpleaños, Señor del Cielo. Es un honor para mí ser el primero en felicitarte.
-Te equivocas -respondió el Emperador Celeste. Eres el tercero. El ratón y el carabao se te han adelantado.
-¿Cómo es posible? -protestó el tigre. ¡Yo soy el rey del bosque! ¡A mí me corresponde el primer lugar! -pero hubo de rendirse ante la evidencia.
Al poco rato llegó, saltando, el conejo.
-¡Número cuatro! -gritó el alguacil.
-Ni siquiera vienes mojado -dijo, muy sorprendido, el Señor del Cielo. ¿Cómo lo has hecho?
-Muy sencillo -respondió el conejo. Como todos estaban nadando con la cabeza fuera del agua he ido saltando en cada una de ellas, toc, toc, hasta llegar aquí.
Nadie pudo alabar su ingenio, porque se oyó un ruido como de tormenta en el cielo y apareció el dragón.
-Me decepcionas -dijo el Señor del Cielo. Tú eres el más poderoso de todos los animales y sólo llegas en quinto lugar. ¿No te da vergüenza?
-En absoluto, señor -contestó el dragón. Como bien sabéis, mi oficio es traer lluvia a los hombres. Por supuesto que podía haber llegado el primero, pero tuve que ir a llevar unas nubes al oriente. Hacía mucho tiempo que no llovía en esa zona y los campesinos se estaban muriendo de hambre.
-Eres, en verdad, responsable -contestó, admirado, el Señor del Cielo. Siempre serás mi preferido -y todos alabaron su sentido del deber.
Quizá por eso pasó desapercibida la llegada de la serpiente y del caballo. No ocurrió lo mismo, sin embargo, con la de la oveja, el mono y el pollo. Los tres llegaron casi al mismo tiempo.
-No sé de qué os extrañáis -dijo con insolencia el mono. Como ninguno sabemos nadar, nos agarramos a un tronco y aquí estamos. La oveja ha sido más lista en saltar a tierra.
En esto, todos dieron un salto para atrás. El perro había llegado a la orilla y estaba sacudiéndose el agua.
-Podías tener más cuidado, ¿no? -protestó el mono.
-¿Qué culpa tengo yo de que no te guste el agua? -contestó el perro. A mí me encanta. Os he visto pasar a todos, pero me he entretenido jugando. Si hay un animal que envidio es el pato.
El alguacil gritó:
-¡Número doce! -y todos volvieron la cabeza.
Medio ahogado salió un cerdo del agua. Sin arrodillarse siquiera ante el Señor del Cielo, preguntó:
-¿Qué es lo que pasa? ¿Dan aquí algo de comer? He visto a tantos animales reunidos que me he dicho: seguro que dan algo gratis, y aquí me tenéis.
-¡Glotón, más que glotón! -gritaron todos a coro, y hasta el Señor del Cielo soltó la carcajada.
En esto el gato salió arrastrándose. Venía sin fuerzas y vomitaba agua como una fuente.
-¿Qué número soy? -preguntó, ilusionado. ¿Estoy entre los tres primeros?
-Lo siento mucho -contestó el Señor del Cielo. Llegas tarde. El cerdo ha sido el último.
-¡Yo venía el primero! -protestó el gato, llorando. Llego ahora por una mala jugada del ratón.
-Ni yo mismo puedo hacer nada ya -intentó consolarle el Emperador Celeste. Los hombres ya tienen sus doce animales.
El gato miró al ratón con odio. Allí mismo juró ser su enemigo perpetuo. Por eso los gatos se comen a los ratones, y éstos huyen al ver sus bigotes puntiagudos.

0.005.1 anonimo (china) - 049

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