Dos
pobres ancianos tenían a un único hijo; éste era muy pequeño para
salir a pescar o para ir a la finca, por lo que se dedicaba a cazar
murciélagos: esperaba a que acudieran a alimentarse a los bananos
y, lanzándoles piedras, conseguía cada día un par de ellos. Éste
era el único sustento de la familia.
Una
noche el muchacho soñó que un anciano se acercaba a él para
ayudarle: de ahora en adelante podría cazar los murciélagos con más
facilidad, cantando esta canción:
Al
día siguiente esperó a los murciélagos bajo los bananos. Y, cuando
éstos aparecieron, empezó a cazarlos con facilidad. Aquella noche
apareció en la casa con un saco lleno de ellos. Y desde entonces
cada noche llenaba un saco de murciélagos. Hasta que el anciano
volvió a aparecer en sus sueños y le dijo: «Te enseñé esa
fórmula mágica para ayudarte y no para que abusaras de ella. Debes
cazar solamente los murciélagos que necesitas para comer. Si no
actúas así te castigaré».
Esta
vez el muchacho no le hizo el menor caso y el viejo cumplió su
palabra: desde aquel momento ya no pudo cazar a ningún murciélago.
Y el número de éstos aumentaba y aumentaba, hasta que hubieron dado
cuenta de todos los bananos. Se quedaron sin murciélagos y sin
bananas; y se murieron de hambre por culpa de la falta de moderación
de aquel chico.
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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