En
un pueblo vivía un matrimonio con tres hijos: al mayor le llamaban
«cabezota», porque tenía una cabeza muy grande; el mediano era «el
gordo», y el pequeño «el flaco», porque tenía las piernas muy
delgadas.
Un
día, el padre les mandó a la finca a recoger naranjas. Hicieron el
largo camino y, al llegar, el mayor trepó al naranjo y empezó a
tirar las frutas, que el flaco iba colocando en una cesta. El gordo,
como apenas podía moverse, se sentó junto al cesto y empezó a
comer naranjas con tal apetito que, cuando el cabezota terminó de
tirarlas todas, la cesta volvía a estar vacía.
Desolado,
el hermano mayor buscó todavía entre las ramas; y encontró,
escondidos entre el follaje, los dos últimos frutos. Así que
advirtió a sus hermanos: «Éstas serán las únicas naranjas que
podremos llevar a nuestro padre. Hay que cuidar de ellas y dejarlas
en el cesto, sin que nadie las toque». El flaco, efectivamente, las
recogió y las colocó en el lugar corres-pondiente; pero el gordo,
todavía hambriento, se las comió en un santiamén.
El
hermano mayor no pudo contener su rabia y se dispuso a bajar del
árbol para castigar al goloso. Pero se apresuró tanto que su gran
cabeza quedó atrapada entre dos ramas y, al cabo de poco tiempo,
pereció ahogado. El gordo, al verlo, se echó a reír; y lo hizo con
tantas ganas que su gran estómago se fue hinchando hasta reventar.
El pequeño flaco, al ver lo acontecido, quiso ir hasta el poblado
para contarlo todo: echó a correr y, más adelante, tropezó en un
hoyo de ñame y sus piernas delgadísimas se quebraron y quedó en el
camino, herido, hasta que murió.
Los
tres hermanos, pues, perecieron. Y su paseo hasta la finca resultó
una tragedia.
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
No hay comentarios:
Publicar un comentario