Era
un ladrón tan atrevido que llegó a robar en el mismísimo palacio
imperial. Escaló las murallas con la facilidad de una araña y los
guardianes ni se enteraron. El Hijo del Cielo montó en cólera,
cuando le informaron de lo ocurrido.
-¿Un
ladrón? ¿Aquí, en mi palacio? -preguntó, incrédulo. ¡Que lo
capturen inmediatamente!
Pero,
por mucho que lo intentaron todos los gobernadores del imperio,
ninguno pudo echarle mano. El ladrón parecía poseer la astucia de
los gatos. En todas partes robaba y en ninguna le cazaban.
Entonces
el emperador ofreció por él una recompensa fabulosa.
-Quien
le capture y le traiga a mi presencia -anunció- recibirá su peso en
oro.
Sin
embargo, el ladrón seguía haciendo de las suyas. Tanta era su
pericia que empezó a ser conocido como el rey de los ladrones.
Además, siempre robaba a los que más tenían y, cuando alguna de
las alhajas que sustraía era falsa, en seguida se la devolvía a su
dueño.
-¡Es
increíble! -se quejaron los ricos. ¿Es que nadie va a detener los
pies a ese devorador de oro? Parece como si hubiera nacido en el año
del dragón.
Sin
embargo, su suerte también se terminó. Un día estaba meando junto
a una muralla, cuando dos guardianes le echaron mano.
-Está
bien -dijo el rey de los ladrones con calma. Me habéis cogido. Sólo
os ruego que me dejéis terminar. No hay cosa más enojosa que dejar
una meada a medias -y los guardianes accedieron.
Le
cargaron después de cadenas y le encerraron en la cárcel. Cuando se
enteró el emperador, hizo que en todas partes lo celebraran con
petardos y tracas.
-¡Por
fin! -exclamó, satisfecho.
Ese ladrón me estaba dejando en ridículo.
-Ciertamente
-le dijeron los consejeros. ¿Pero no creéis que es demasiado pronto
para celebraciones? El viaje hasta la capital es largo y ese ladrón
conoce muchas malas artes.
-¡Que
hoy mismo le traigan a mi presencia! -dijo, solemne, y ordenó que se
aplazaran todas las celebraciones.
Aquella
misma tarde, pues, partieron hacia la capital los dos guardianes y el
ladrón. No quisieron que nadie les acompañara.
«Es
peligroso -se dijeron. Como todos tenemos el mismo uniforme, es
posible que el emperador se confunda y les dé a otros la
recompensa.»
-No
sé para qué la queréis -se burlaron de ellos sus compañeros.
Estáis tan delgados que vuestro peso en oro a lo mejor no llega ni a
una sola moneda.
Pero,
cuando llegaban a una ciudad, salían las tropas y les recibían como
a héroes. Jamás se habían sentido tan importantes.
Un
día, hacía tanto calor que decidieron detenerse a descansar debajo
de un árbol. Era el único que se veía en varios kilómetros a la
redonda y su sombra era muy frondosa.
-Hacéis
bien -dijo el rey de los ladrones, que hasta entonces no había
hablado absolutamente nada. Después viene un gran desierto y ni las
serpientes tienen donde resguardarse del sol.
-¿Tú
cómo lo sabes? -preguntó uno de los guardianes.
-¿Que
cómo lo sé? -replicó el rey de los ladrones. Aquí cerca tengo
escondido todo lo que he robado.
Los
dos guardianes se miraron, asombrados.
-¿Y
es mucho? -volvió a preguntar uno de ellos.
-Tú
mismo puedes echar la cuenta. ¡Hasta he robado al emperador!
Los
guardianes se apartaron un poco y comentaron:
-Nuestros
compañeros tenían razón. Estamos más delgados que un bonzo.
Seguro que la recompensa será mucho menor que lo que tiene guardado
por aquí el rey de los ladrones.
-Sí.
Pero no podemos dejarle escapar. El emperador nos mandaría cortar la
cabeza, si lo hiciéramos.
El
rey de los ladrones había estado aguzando el oído para averiguar de
qué hablaban. Entonces alzó la voz y dijo:
-¿Y
quién habla de dejarme escapar? Si estáis interesados en mi oro, os
lo regalo. ¡Es una lástima que se pierda!
-¿Nos
lo vas a dar así, sin ninguna condición? -volvieron a preguntar los
guardianes.
El
rey de los ladrones enseñó sus cadenas y respondió:
-Con
esto encima no puedo imponer muchas condiciones. Además, como he
sido tan malo, ninguna mujer me ha querido y no tengo hijos a los que
dejar mi fortuna.
-Sí.
¿Pero por qué quieres dejárnosla a nosotros? -los dos guardianes
no acaban de entenderlo.
-Porque
parecéis personas honradas y, si continuáis de guardianes, nunca
saldréis de la pobreza.
-Tiene
razón -se dijeron los guardianes. Llevamos treinta años siendo
personas cabales y nuestras mujeres siguen gastando los mismos
vestidos de entonces.
Sin
embargo, no acababan de decidirse. Entonces el rey de los ladrones
les dijo el lugar exacto en el que guardaba sus tesoros. Los
guardianes, no obstante, no se movieron del sitio.
-¿En
qué estáis pensando? -les preguntó el rey de los ladrones. Tenéis
una fortuna al alcance de vuestras manos y no vais a buscarla. ¿Acaso
creéis que es mentira?
-No
es eso -respondió uno de ellos. Pero no podemor ir.
-¿Por
qué no? -volvió a preguntar, incrédulo, el rey de los ladrones.
-Pues
es bien sencillo -replicó el otro. Porque, si va uno, es posible que
se quede con la mitad y diga que es eso todo.
-¿Por
qué no vais entonces los dos? Así solucionáis el problema.
-¡Oh,
no, no! ¡Eso sí que no! -volvió a decir el primero. Podrías
escaparte y eso sería nuestra ruina.
-¿Con
estas cadenas? -preguntó de nuevo el rey de los ladrones. Se quedó
después un momento pensativo y añadió: ¡Ya tengo la solución!
Mirad: me metéis en ese bolsón que lleváis y me colgáis de las
ramas de ese árbol. ¿Creéis que, de esa forma, voy a poder
escaparme?
Los
guardianes recapacitaron y dijeron:
-Tienes
razón. Ni un tigre sería capaz de soltarse -e hicieron cuanto les
había sugerido el rey de los ladrones.
En
seguida se perdieron en la distancia. El rey de los ladrones empezó
a moverse dentro del bolsón, pero no pudo desatarse. Entonces pasó
por allí un cheposo.
-¿Qué
haces metido en esa bolsa? -preguntó, extrañado. No me irás a
decir que vives ahí.
El
rey de los ladrones miró por el agujero y respondió:
-Por
supuesto que no. Simplemente estoy curándome.
-¿Curándote
dentro de una bolsa? -volvió a preguntar el
cheposo. ¿Y qué enfermedad tienes, si es que puede saberse?
-Verás
-contestó, muy
serio, el rey de los ladrones. Yo tengo chepa, pero un sabio me ha
dicho que, si paso media hora dentro de una bolsa, tendré la espalda
tan recta como este árbol.
El
cheposo no daba crédito a lo que oía.
-¿Y
cuánto tiempo llevas ahí metido? -se atrevió, finalmente, a
preguntar.
-Más
de hora y media -respondió el rey de los ladrones. Claro que el
sabio no me mandó que estuviera tanto tiempo, pero yo me he dicho:
si media hora me hará un hombre nuevo, ¿por qué no estarme el
triple y recobrar, así, un poco de mi perdida juventud?
-¡Bien
dicho! -exclamó, entusiasmado, el cheposo. ¿Me dejarás probar a
mí? Porque... Bueno... No te lo he dicho, pero yo también tengo
chepa.
-Pues
has dado con la solución. Bájame y lo verás.
El
cheposo así lo hizo y, cuando vio salir al rey de los ladrones de la
bolsa, se quedó de una piedra.
¿Y
tú tenías chepa? -preguntó, incrédulo. ¡Es maravilloso lo que
este saco de tela burda es capaz de hacer!
-Los
sabios conocen todos los secretos, amigo mío.
Entonces
le desató, se metió en la bolsa y el rey de los ladrones la volvió
a colgar del árbol.
-¿Así?
¿Estoy bien así? -gritaba desde dentro el cheposo. Si hay que mirar
hacia alguna parte en concreto, dímelo.
-No,
no es necesario -le respondió el rey de los ladrones.
Pero
su voz sonaba cada vez más lejana, porque había comenzado a correr
a través de los campos.
A
las tres horas regresaron los dos guardianes. Venían muertos de
cansancio. Pero aún tuvieron fuerzas para agarrar una estaca y
empezaron a dar palos a la bolsa.
-¡Así
que un tesoro, eh! -decían con rabia. ¡Menuda broma nos has
gastado! Hemos cavado como condenados en el sitio que nos dijiste y
no hemos encontrado nada.
El
cheposo se puso a gritar:
-Pero
¿qué estáis diciendo? ¡Bajadme de una vez! ¡Mi chepa tiene que
haber desaparecido ya del todo!
Entonces
uno de los guardianes se dio cuenta de que su voz era distinta y le
dijo al otro:
-Deja
de golpearle. Este hombre resiste tan mal el dolor que ahora habla de
manera diferente.
Pero,
cuando bajaron el bolsón y vieron aparecer al cheposo, fueron ellos
los que se quedaron mudos. Jamás volvieron a decir una palabra. Ni
siquiera cuando el emperador les condenó a la horca, por haber
dejado escapar al ladrón más temido de todo el reino.
0.005.1 anonimo (china) - 049
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