El
rey de una ciudad tenía una hija casadera. Cada vez que se acercaba
un pretendiente, mandaba encender una gran hoguera; el pretendiente
debía soplar hasta apagarla y, si al cabo de diez intentos no lo
conseguía, era ahorcado. De esta manera, lo único que consiguió
fue que murieran todos los jóvenes de aquella ciudad.
En
medio del bosque vivía un matrimonio con un hijo único. Un hombre
de la ciudad se había metido en el bosque y le había contado que,
bajo aquella extraña condición, podría casarse con la princesa y
llegar a ser rey. Pero sus padres, prudentes, querían conservar a su
único hijo; y no le permitieron ir a la ciudad a probar suerte con
la hoguera.
Y
sucedió que, a partir de aquel momento, el chico salió al bosque
tres veces; y cada vez regresaba a casa con una hoja que, sin saber
cómo, se le metía en el bolsillo. De manera que guardó aquellas
tres hojas misteriosas y obtuvo el permiso paterno para ir paseando
hasta la ciudad.
Al
llegar allí, toda la gente se le quedaba mirando: ya no quedaban
jóvenes; en cambio él era guapo y apuesto. Regresó al bosque y, al
cabo de unos días, pidió permiso de nuevo. En la ciudad hizo
amistad con un hombre, al que invitó a su casa. Sus padres le
atendieron debidamente, pero no dejaron que su hijo regresara a la
ciudad con él.
El
rey, mientras tanto, ya estaba advertido de la presencia en la ciudad
de un joven apuesto. Y había ordenado a sus guardianes que le
prendieran en cuanto volviera. Y así fue: cuando, al cabo de unos
días, el chico se presentó de nuevo, los guardianes le llevaron a
la presencia del rey. Éste le propuso la prueba de la hoguera: «Si
consigues apagarla con tus soplidos antes de diez intentos, te
casarás con mi hija. En caso contrario serás ahorcado como todos
los demás».
El
chico y la princesa, en el mismo momento en que se habían visto, se
habían enamorado. Por eso la princesa le rogó que se sometiera a la
prueba; pero el chico quiso consultarlo con sus padres y los
guardianes acudieron al bosque a buscarlos: prendieron a la madre; y
el padre, al observar que también se lo querían llevar, cogió
aquellas tres hojas que su hijo había guardado y siguió a los
guardianes hasta la presencia del rey de la ciudad. Y ante él
proclamaron: «Estaremos de acuerdo en que nuestro hijo se someta a
la prueba, si él así lo desea».
El
chico se encontraba dispuesto, pero antes que nada quiso encontrarse
a solas con su padre. Éste le entregó las tres hojas y el chico se
las metió en la boca. Inmediatamente se dirigieron al lugar donde se
preparaba la gran hoguera; y, una vez encendida, el joven empezó a
soplar con todas sus fuerzas: una vez, dos tres... nueve veces... y
la hoguera no se apagaba.
Entonces
concentró todas sus fuerzas, se encomendó a Dios y sopló por
décima vez: las hojas que tenía en la boca salieron despedidas
contra las llamas; y el fuego, al instante, se consumió.
Tal
como había prometido, el rey le concedió la mano de la bella
princesa; además le dio la mitad de sus riquezas. Y los dos jóvenes
regresaron al bosque, donde pudieron vivir con toda suerte de
comodidades.
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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