Todos
los campesinos lo sabían: el tigre podía transformarse en una
anciana. Se habían dado varios casos en las aldeas vecinas y más de
un niño había terminado en su frío estómago. Por eso, nadie
dejaba a sus hijos solos en casa. Pero, por desgracia, aquella mujer
tuvo que ausentarse dos días porque su padre agonizaba en un lugar
al otro lado de las montañas.
-No
te preocupes por nosotros -la tranquilizó su hijita de siete años.
Te prometo que no abriremos la puerta a nadie. Vete tranquila.
-Si
mi padre muere, su espíritu vendrá a protegeros -dijo la mujer, y
se marchó camino adelante.
La
niña jugó todo el día con su hermanito de cinco años. A la caída
de la tarde estaban tan cansados que no oyeron los golpes que alguien
estaba dando a la puerta.
-¿Es
que vais a tenerme aquí todo el día? -preguntó una voz de mujer.
Los
niños se abrazaron, atemorizados. Tanto les había hablado su madre
de tía tigre que creían verla en todos los sitios, ahora que
empezaba a oscurecer.
-Vamos.
¿A qué tenéis miedo? -insistió la voz. ¿No os acordáis ya de
vuestra tía?
-¿Tía?
-la voz de la niña temblaba de miedo. Nosotros no tenemos ninguna
tía. Jamás la hemos visto.
-¿Cómo
que no? Yo soy la hermana de vuestra abuela, la viejecita que vive al
otro lado de las montañas.
Los
niños no quisieron creerla, pero tía tigre comenzó a meter por
debajo de la puerta pequeñas tartas de arroz cubiertas de miel.
-Bueno.
Si no queréis dejarme entrar -continuó tía tígre, comeos, por lo
menos, las golosinas que os he traído. Son tantas que apenas puedo
con esta bolsa y sería una pena tener que volvérmelas a llevar. Las
hemos hecho entre vuestra abuela y yo.
-¡No,
no te las lleves! -gritaron los niños a coro, y abrieron la puerta.
-Así
me gusta: Que seáis prudentes -dijo tía tigre, cuando se hubo
sentado en la mejor silla de la casa. No debéis fiaros de nadie. Dos
niños solos son uha pieza muy apetecible para cierta clase de
bestias -y los niños sonrieron seguros.
Tía
tigre
conocía muchos juegos e imitaba el sonido de todos los animales. Los
niños se los hicieron repetir muchas veces, hasta que la bestia
fingió tener sueño. La niña le dijo:
-No.
Tú duerme en la cama de mamá. Es la más grande y cómoda y,
además, conviene que hoy descanses bien.
Pero
tía
tigre
se negó, diciendo que la oscuridad le daba miedo, y se echaron los
tres en el mismo lecho: la niña a la izquierda, la fiera en el medio
y el niño junto a la pared.
La
luna se escondió tras una nube. Tía tigre sacó entonces un manojo
de hierbas y anestesió con ellas al niño. Después le arrancó el
dedo pulgar y comenzó a comérselo. Chupaba con tal fruición del
hueso que terminó despertando a la niña.
-¿Qué
estás comiendo, tía? -preguntó entre sueños. ¿No podrías darme
a mí un poco? Yo también tengo hambre.
Tía
tigre
arrancó al niño el dedo meñique y se lo pasó a su hermanita. La
niña se dio cuenta en seguida del juego de la bestia, pero no dijo
nada. Comenzó a hacer ruido con la boca, como si también ella
disfrutara de la carne fresca.
-¿No
tienes miedo? -preguntó tía tigre, dándose cuenta de la
equivocación que había cometido.
-¿Miedo?
¿A qué habría de tener yo miedo, tía? -respondió la niña e hizo
como si se durmiera de nuevo.
A
los pocos minutos intentó levantarse, pero tía tigre la retuvo con
su zarpa.
-Quieres
escaparte, ¿eh? Te encantaría despertar a todos los hombres de la
aldea para que me mataran, pero no voy a dejártelo hacer.
-¿Qué
dices? -la niña fingió extrañeza. Sólo quiero ir al retrete. Creo
que no me han sentado bien las tortas con miel.
-Ningún
cachorro humano es de fiar -apostrofó la bestia.
-¡Qué
cosas más graciosas se te ocurren, tía! Venga. Déjame ir -después
continuó: Si no me crees, mira, átame esta cuerda y así podrás
controlar todos mis movimientos.
A
tía
tigre
le pareció bien. Pero la niña, en vez de ir al retrete, salió al
patio y ató la cuerda a un tilo. Después se metió en la cocina y
empezó a hervir una enorme olla de aceite. Desde allí oyó
preguntar a la bestia:
-¿Por
qué tardas tanto? No estarás preparándome ninguna treta, ¿verdad?
-la voz de tía tigre sonaba somnolienta, porque también a ella le
estaban haciendo efecto las hierbas de la anestesia.
La
niña subió al árbol la olla de aceite hirviendo y la escondió
entre las ramas. El aire frío le cortaba el aliento, pero gritó con
todas sus fuerzas:
-iTía,
tía! ¿A que no sabes dónde estoy?
Tía
tigre
siguió la dirección que le marcaba la cuerda y llegó a los pies
del tilo. Levantó la vista y vio a la niña escondida entre las
ramas. Su furia era tan grande que inmediatamente comenzó a trepar
por el tronco del árbol. La niña vertió entonces la olla, y el
aceite le cayó a la fiera en plena cara. Tía
tigre
dio un alarido y huyó para siempre de la aldea. En su loca carrera
iba gritando:
-¿Por
qué me habré fiado de un cachorro de hombre? ¡Ninguno es de
fiar..., ninguno es de fiar!
Cuando
los aldeanos oyeron lo ocurrido, no querían creérselo.
-¿Que
una niña ha derrotado a tía tigre? -preguntaban, escépticos. Es
totalmente imposible. Estos niños han sufrido una pesadilla. Eso es
todo. ¿Qué otra explicación puede darse?
Pero
dejaron de dudar cuando la niña frotó la mano de su hermanito con
la sangre del tigre y comenzaron a crecerle los dedos perdidos.
Entonces parecieron entender el extraño lamento que traía desde muy
lejos el viento:
-¡Ningún
cachorro humano es de fiar...! ¡Ninguno ...! iFiaaar...!
0.005.1 anonimo (china) - 049
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