Tres
hermanos emprendieron camino a la casa del rey para pedir trabajo. El
más pequeño era un coco seco que iba rodando hacia el palacio. El
rey los aceptó a todos y les dio trabajo en su misma casa.
Las
tres hijas del rey estaban en edad de casarse y los tres hermanos se
habían enamorado de ellas. El mayor pidió al rey la mano de su
primera hija, y el monarca respondió que debía chapear una gran
finca en un solo día; el mayor no pudo realizar tanto trabajo y el
rey le concedió una segunda oportunidad: debía chapear una gran
finca en una sola noche; esta vez el pequeño coco le ayudó y, como
el trabajo estuvo listo a tiempo, pudo casarse con la princesa.
Con
el hermano mediano ocurrió lo mismo: pidió al rey que le concediera
la mano de la segunda princesa y éste le ordenó que chapeara una
gran finca en una sola noche; con la ayuda del coco, el hermano
mediano pudo casarse con la princesa mediana.
Y
le llegó el turno al más pequeño. El rey se enfureció al oír sus
pretensiones: «¿Cómo puedo conceder la mano de mi hija pequeña,
la que más quiero, a un coco? Pero te daré una oportunidad: tienes
que chapear, plantar y recoger una gran finca en una sola noche». El
rey estaba convencido de que aquel coco miserable no sería capaz de
realizar tanto trabajo. Pero lo hizo y el monarca, pese a las
protestas de la gente, tuvo que cumplir su palabra.
En
el momento de la boda sucedió que el coco se convirtió en un
apuesto príncipe: había sido encantado y ahora recuperaba su figura
real. De manera que el rey y todo el pueblo se mostraron felices por
esta circunstancia y la princesa no tuvo que casarse con un coco sino
con un joven hermoso.
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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