Había
un rey presuntuoso que quería que su hija se casara; pero pedía que
los pretendientes cumplieran dos condiciones: que le trajeran fuego
envuelto en un papel, y que le trajeran algo que no tuviera nombre.
Como
la princesa era hermosa y el padre rico hubo muchos jóvenes que
probaron suerte; sin embargo, ninguno de ellos logró cumplir los
requisitos exigidos por el rey y todos recibieron algún castigo por
su improcedencia.
Hasta
que un día el hijo de una viuda pidió permiso a su madre para
intentar conseguirlo. La mujer quiso disuadirle, pero fue en vano: el
chico cogió una brasa que ya se consumía sin llama y la envolvió
con sumo cuidado en un papel mojado; asimismo cogió una jaula vacía.
El
rey no estaba dispuesto a aceptar la primera prueba: le había traído
humo, y él había pedido que le trajeran fuego. A lo que el chico
replicó convencido: «Siempre se ha dicho que allí donde hay humo
hay fuego». Los consejeros dieron el resultado de la prueba como
válido y entonces el rey metió la mano en la jaula. Al ver que no
había nada se enfureció; y el muchacho comentó: «Lo que su
majestad ha sacado de la jaula no tiene nombre».
El
rey cumplió su palabra y concedió la mano de su hija a aquel
inteligente joven. Y los dos príncipes vivieron con toda clase de
prosperidad y fueron muy felices.
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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