En
un pueblo de la isla de Annobón vivía un matrimonio de pescadores
que no tenían hijos. Ella solía ir sola, cuando el marido estaba
pescando, a un lugar llamado Palia donde podía conseguirse sal:
había allí unos pozos de agua salada; y, cuando la marea se
retiraba, el sol evaporaba el agua depositándose la sal.
Pero
además de la sal también podía encontrarse allí a un monstruo
que, por pura maldad, solía comerse a las mujeres que encontraba. La
mujer del pescador, que estaba embarazada, se tropezó un día con
él. Aterrorizada ante la perspectiva de la muerte, suplicó: «Si me
perdonas la vida te daré cualquier cosa que me pidas».
El
monstruo aprovechó la ocasión: «Recuerda que has dicho "cualquier
cosa que me pidas". Pues bien: ya que estás embarazada, tienes
que prometerme que me entregarás a tu hijo en cuanto nazca. Si no lo
haces así, cuando se acerque al mar acabaré con él». La mujer se
mostró de acuerdo y el monstruo la dejó tranquila.
Sin
embargo, el hijo que dio a luz era tan hermoso que de ninguna manera
quiso regalárselo al monstruo para que lo devorara. Y, a medida que
el niño iba creciendo, se extrañaba más y más de que su madre le
prohibiera la única diversión que existe entre los pueblos
pescadores: bañarse en el mar.
Su
madre, pues, tuvo que contarle su infortunada historia. Y el chico
decidió que, ya que no podía acercarse al mar, iría a la selva. Y
cogiendo su equipaje se dispuso a atravesar la isla hasta el pueblo
de Awal.
Por
el camino encontró a unas hormigas que se peleaban por una semilla
de dátil: el muchacho la cortó en dos pedazos y ellas, agradecidas,
le regalaron un anillo con el que podría convertirse en hormiga
cuando lo deseara. Más adelante encontró a unos perros que se
peleaban por un hueso: también lo partió y, agradecidos, le dieron
otro anillo que le permitiría convertirse en perro. Luego encontró
a dos gigantes que se peleaban por un pedazo de carne: el chico lo
partió y los gigantes le dieron un tercer anillo que le permitiría
convertirse en uno de ellos.
Por
fin llegó al pueblo de Awal. Y, sorprendido, comprobó que no había
más que una casa suspendida del cielo. Subió por una escalera y
encontró a una hermosa muchacha que le dijo: «El monstruo de las
salinas viene cada tres días al pueblo. Por eso la gente ha huido;
solamente quedo yo, porque ese monstruo no puede subir a mi casa
cuando retiro la escalera».
El
muchacho, al saber que se trataba del monstruo que quería devorarle, pidió a la chica que preparara dos comidas: una buena y
otra llena de piedras, agujas y cuantas cosas pudieran dañar al
estómago. Y le advirtió: «Verás que se pelean el monstruo y un
gigante; cuando éste te pida comida, dále la buena; si te la pide
el monstruo, ofrécele la otra».
Al
cabo de tres días el monstruo se presentó en Awal. Nuestro
muchacho, tocando el anillo que los gigantes le habían regalado, se
convirtió en uno de ellos y empezó una terrible lucha con el
monstruo. Agotado por el esfuerzo, el gigante se acercó a la
muchacha y le pidió comida. Ella, tal como habían acordado, le
entregó la buena.
Entonces
el monstruo también quiso comer. La chica le dio la comida mala y
poco después aquel ser malvado moría entre atroces dolores.
Los
dos jóvenes se casaron y vivieron felices y contentos.
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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