Había
un hombre tan rico que consiguió que sus tres hijos fueran
gobernadores: uno de Mabána, otro de Awal y el tercero de Agandji.
Él se quedó solo con su hija, y al cabo de un tiempo quedó ciego.
Hizo
saber que haría rico al que le curara. Muchos probaron suerte, pero
solamente un médico de las montañas del sur de la isla consiguió
que recuperara la visión. Agradecido, le ofreció cuanto quisiera; y
aquel médico solamente quiso recibir la mano de su hija, que era una
muchacha preciosa.
Se
casaron y el hombre se la llevó. Al ver que se alejaban de la
ciudad, la golpeó y la metió en un saco. Y, con el saco a la
espalda, prosiguió su camino.
Al
llegar a Agandji, la joven empezó a gritar: «El doctor ha curado
los ojos a mi padre. Le han ofrecido muchas cosas, pero él sólo
desea una mujer con pechos». El gobernador, que era su hermano, no
comprendía nada; y dejó que el médico se fuera sin llamarle la
atención. Al llegar a Awal la chica gritó de nuevo; y nuevamente su
segundo hermano, que era el gobernador de aquel pueblo, no hizo el
menor caso.
Por
fin llegaron a Mabana. La muchacha gritaba con todas sus fuerzas y el
gobernador, su tercer hermano, ordenó al médico que le dejara ver
lo que llevaba en el saco. Como no hiciera caso le invitó a comer y
a beber hasta que estuvo borracho. Y entonces liberó a su hermana,
que le contó todo lo sucedido y las humillaciones que había tenido
que sufrir.
Entonces
el gobernador de Mabana, aprovechando que el médico estaba borracho,
mandó que le echaran a una gran hoguera. Y aquel mal hombre murió
allí, abrasado.
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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