Un
rey tenía una hija tan hermosa que decidió encerrarla en su
habitación para que nadie la viera. Un día llegó al palacio un
huésped muy importante, un príncipe, que le pidió audiencia: se
enamoraron y pasaron la noche juntos. Al día siguiente él le
entregó un anillo: si había quedado embarazada debía hacérselo
llevar.
Efectivamente,
la princesa estaba embarazada; pero no dijo nada a nadie y nació un
hermoso niño que mantenía escondido en su habitación. Hasta que un
día una sirvienta olvidó un pañal en la cocina y el rey, después
de interrogarla y saber lo que había sucedido, les mandó matar.
Sin
embargo los soldados del rey tuvieron piedad y, en lugar de darles
muerte, les abandonaron en el bosque. De manera que aquel niño
creció como un animal, permaneciendo allí hasta que su madre murió.
Entonces
empezó a deambular por muchos lugares, hasta que encontró a otro
chico que quiso ser su amigo y lo llevó a su casa. Los dos
compañeros eran felices, pero en aquel pueblo se dedicaban al
tráfico de niños; y un buen día llegó un barco y se llevó al
amigo de nuestro muchacho; éste, desesperado por la pérdida del
camarada, huyó a una isla desierta, resignado a vivir de nuevo como
un animal.
Un
día apareció en la isla una vieja y le informó que el rey de
aquellas tierras quería casar a su hija. El muchacho acudió al
palacio real, donde el monarca le exigió que realizara un trabajo
muy difícil si quería la mano de la princesa.
Era
una tarea casi imposible de realizar, y el muchacho no cumplió su
cometido. Cuando ya iban a ahorcarle, el rey advirtió que llevaba un
anillo que él conocía: era el anillo que había entregado a aquella
mujer que había amado tanto tiempo atrás, y comprendió que se
disponía a ahorcar a su propio hijo.
Como
es de suponer le perdonó la vida, y ambos se contaron sus historias.
El chico vivió desde entonces con su padre y obtuvo la felicidad de
ver resuelta su vida después de tantas peripecias.
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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