Hubo
una época muy dura en la que, en un pueblo de la isla, faltaba la
comida. Gobernaba el pueblo un hombre muy rico, que decidió convocar
a todos los vecinos para convencerles de que -para hacer frente a
tanta carestía- cada familia debía pagar un tributo mensual.
A
partir de entonces cada mes mandaba a sus soldados a todas las
casas para cobrar aquel impuesto que habían acordado; y a menudo
aumentaba el tributo para poder acumular más dinero. Hasta que por
fin hubo el suficiente para comprar comida para tres años enteros.
Un
barco había fondeado en el puerto. Y todo el pueblo acudió a
celebrar el encargo: entregaron el dinero al capitán para que, a la
vuelta, regresara cargado con aquel alimento que sería su salvación.
El hombre aceptó gustoso el encargo y al cabo de unos meses regresó
con las bodegas llenas de provisiones que el pueblo descargó y
almacenó en las casas del gobernador.
Éste,
alborozado al ver tanta comida, quiso quedársela; y anunció que la
vendería a un precio determinado. Entonces todo el pueblo se rebeló;
mas el gobernador mandó a sus soldados y la gente, amedrentada,
volvió a su casa sin hacerles frente.
Excepto
un muchacho soltero que organizó una partida de compañeros, todos
ellos muy valientes: se enfrentaron a los soldados, les vencieron y
echaron al déspota. A partir de entonces se terminó aquella
hambruna, porque todo el mundo podía disponer de los alimentos que
necesitaba.
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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