La
mujer del rey y una vecina suya quedaron embarazadas y dieron a luz
el mismo día: la reina tuvo una hermosa niña y la vecina dio a luz
a un perro. Como no podía matarlo, ya que al fin y al cabo se
trataba de su hijo, lo crió y lo cuidó como si fuera una persona.
La
princesa iba creciendo y solamente quería jugar con aquel perro. Le
colmaba de regalos y pretendía estar con él a todas horas. Hasta
tal punto llegó su devoción por el animal que, cuando tuvo la edad
de casarse, rechazó a todos los pretendientes y anunció que
solamente se casaría con el perro de la vecina.
Los
reyes estaban desconcertados; pero la insistencia de su hija les hizo
ceder y empezaron los preparativos para la boda. Durante la víspera
de la celebración la princesa y el perro se quedaron a solas y del
cuerpo de este último salió una especie de rayo que le transformó
en un joven apuesto y hermosísimo. Pasaron la noche juntos y, a la
salida del sol, el joven tomó de nuevo su apariencia perruna.
La
ceremonia se desarrollaba sin novedad. Cuando llegó el momento de
consentir en el matrimonio, de nuevo aquel rayo salió del cuerpo del
animal y apareció a los ojos de todos la figura deslumbrante del
hermoso joven. Desde aquel momento todos envidiaron la suerte de la
princesa y los nuevos esposos vivieron con toda clase de felicidad.
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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