Un
hombre y su mujer vivían felices y en armonía. Él iba a pescar,
ella trabajaba en la finca y cada uno de ellos reservaba la mejor
comida que podía conseguir para el otro.
Al
cabo de siete años ella quedó embarazada. El marido se enfureció
mucho, puesto que no quería hijos. La mujer probó de justificarlo,
pero chocó con su intolerancia y no pudo convencerle. Nació un niño
hermoso y sano; y desde aquel momento el hombre dejó de entregar los
pescados que conseguía. La mujer, pues, tuvo que criar y alimentar a
su hijo con lo que producía la finca y cangrejos del río.
Esto
fue así hasta que el niño creció. Entonces aprendió el arte de la
pesca y salía cada día al mar, consiguiendo mejores pescados que
cualquier hombre del pueblo. Siempre los compartía con su madre, que
continuaba yendo a la finca, y eran bastante felices.
El
padre fue envejeciendo y llegó un momento en que ya no podía salir
a pescar. Entonces la mujer le dijo: «Cuando eras joven y fuerte te
negaste a alimentar a nuestro hijo, que solamente podía comer
malanga y cangrejos. Ahora él podría alimentarte con su pescado,
pero no lo hará. ¿Te das cuenta de la utilidad de los hijos?».
Y
el pobre viejo, desesperado por su fea acción, fue languideciendo
hasta morir de hambre.
0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 050
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