Había un gallo que vivía apartado de la
casa, en un árbol que él acostumbraba ir a dormir ahí. Y resulta que don Juan,
el Zorro, lu había bichado, porque nu hallaba cómo hacerlo bajar pa comerlo
-carne preferida de don Juan-. Y nu hallaba de qué artimaña valerse para
hacerlo bajar. Una vez halla un pedazo de diario y se lo llevó abajo 'el árbol.
Por cierto, don Gallo 'taba arriba acomodado pa dormir. Como tan temprano buscan sus locales pa
dormir. Y... llegó don Juan con el diario.
«Los zorros no comer a
los gallos, ni a las gallinas, ni a las aves. Y los perros no correr a los
zorros».
Mientras tanto el gallo
lo 'taba sintiendo di arriba 'el árbol, pero no se confiaba porque lo conocía
que don Juan tenía tantas mañas.
-Fijesé el decreto. Que
nosotros no comemos a los gallos ni a las gallinas, ni a las aves. Ni los
perros tampoco los corren a los zorros.
-No, ya es tarde. Ya es hora de que yo busco
donde acomodarme. Yo ya no me puedo bajar.
-Sabe que por
precaución, no vaya ser que estos perros no conocen el decreto del gobierno y me vayan
a querer correr, es mejor que me vaya.
Y salió el zorro
trotando, creendo que él nu iba en realidá para donde venía el arriero con los
perros. En lo que iba trotando, agachado él, pensando ponerse a salvo, cuando
mira que de ese lado venían los perros con el arriero. Y dio la vuelta don Juan
y ha agarrau... ¡sálvate patitas, que nadie te salva! Cuando venía abajo 'el
árbol ya los perros lo traían cerquita, y como
el gallo lo 'taba viendo di áhi, le gritaba:
Isidro Segundo Páez, 53
años. Los Sarmientos. Chilecito. La
Rioja , 1968.
Cuento 54. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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