Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

viernes, 24 de octubre de 2014

Historia de un hombre pequeño

Sü-Ün-Shr era pobre, pero estudió con tal ahínco que llegó a comprender a los grandes maestros. Su inteligencia era muy despierta. Durante años se preparó para los exámenes reales. Siempre estaba encerrado en su casa y nunca salía.
¿No lo comprendes? -preguntaba a su madre. No tengo tiempo. Si no lo logro esta vez, jamás llegaré a ser oficial del reino.
Pero en la aldea donde vivía todos eran pastores y Sü-Üan-Shr no podía concentrarse. Se lo impedían los balidos de las ovejas.
-Mira -le dijo un tío suyo. Si quieres progresar en los estudios, es conveniente que vayas a la capital del reino. Allí podrás concentrarte mejor y, además, es el lugar en el que te vas a examinar. No estaría de más que te familiarizaras con él.
-Pero no tengo dinero para una estancia tan prolongada -respondió Sü-Üan-Shr. Tú lo sabes bien.
-GY eso qué importa? -replicó su tío. Alguien te ayudará.
Sü-Üan-Shr siguió su consejo y a las tres semanas estaba ya en la corte. Pronto pudo comprobar que su tío había sido demasiado optimista. Nadie quiso recibirle en su casa.
-¿Vivir aquí gratis? ¡Ni lo sueñes, muchacho! -le dijeron en todas las puertas a las que llamó.
-Yo podría educar a sus hijos a cambio -replicaba Sü-Üan-Shr. No soy tan aprovechado como pensáis.
-Mira, muchacho -respondían. Con eso de los exámenes las calles están llenas de sabios. Si quieres ganar dinero, es mejor que te dediques a otra cosa.
Sü-Üan-Shr estaba tan desanimado que decidió volverse cuanto antes a su aldea.
«Por lo menos, allí tengo un techo», se dijo.
Pero no había salido todavía de las murallas, cuando se encontró con una pagoda destruida. Su madera estaba carcomida, pero sus paredes se mantenían en pie. El silencio que en ella reinaba era absoluto. Además, estaba completamente vacía.
-¡Qué maravilla! -se dijo Sü-Üan-Shr. Esto es precisamente lo que andaba buscando. Aquí podré meditar en la sabiduría de los antiguos.
Durante los dos primeros días, en efecto, pudo estudiar de sol a sol. Su concentración era tan grande que ni del paso del tiempo se dio cuenta. No es de extrañar, pues, que a la tercera noche sintiera sueño.
-Es una pena que los hombres tengamos que dormir -dijo, boste-zando.
No terminó la frase. En seguida cayó al suelo dormido. Sin embargo, tampoco pudo pegar ojo. De todos los rincones empezaron a salir cucarachas, saltamontes y mosquitos. La madera crujía de una forma extraña y, pese al cansancio, se despertó; le fue imposible volver a dormirse.
«Será sólo esta noche -se dijo, esperanzado, Sü-Üan-Shr. Estos bichejos se hartan con mucha facilidad. No les gusta comer dos veces de la misma madera.»
Pero la noche siguiente volvió a repetirse el ruidoso banquete de los insectos. Sü-Üan-Shr tampoco pudo dormir y, cuando el sol salió, estaba tan cansado que le fue imposible estudiar.
-¿Es que nadie ama el silencio? -preguntó con amargura. Parece como si todo estuviera pensado para que sólo florezca la ignorancia.
Al tercer día no pudo resistirlo más y salió a la calle. Por primera vez en su vida se metió en una taberna.
-Te estaba buscando -oyó decir delante de él. Menos mal que al fin te encuentro. ¿Por qué te has ido de la pagoda abandonada?
Sü-Uan-Shr levantó la vista, extrañado. Ante sí tenía a un hombre tan alto que les sacaba a todos tres cabezas. Le acompañaba un perro tan grande como él. Por fin le preguntó:
-¿Y tú cómo sabes que vivo en la pagoda?
El gigante sonrió con picardía y respondió:
-Porque te he visto.
-¿Tú a mí? -volvió a preguntar el estudiante. ¿En dónde? Porque, como muy bien acabas de decir, la pagoda está abandonada.
-Así es. Pero no hablemos de eso y salgamos afuera cuanto antes, porque, si dejo de ver el sol, me vuelvo pequeñito y cualquiera puede pisarme.
Entonces contó que era emperador de un reino de hombres pequeños y que sólo él poseía el poder de transformarse en un gigante durante el día.
-Si tuviera que vivir con esta estatura -terminó diciendo, no sabría qué hacer con mis piernas.
Pero Sü-Üan-Shr no le creyó.
-No estoy para bromas -le dijo. Llevo tres días sin dormir y dos sin estudiar. Los bichejos de la pagoda no me han dejado hacer ni lo uno ni lo otro.
-Esta misma noche te libraré de ellos -contestó el gigante. Además, te regalaré este perro, para que te enseñe toda la sabiduría que te falta.
Sü-Üan-Shr le tomó por loco y le dejó con la palabra en la boca. Aquella noche se acostó pronto, pero a las dos horas se despertó, sobresaltado. Sentía un extraño picor en la oreja.
«¿Querrán devorarme también a mí las cucarachas? -se preguntó, asustado. A lo mejor se les ha terminado ya la madera.»
Abrió los ojos y vio a un guerrero que no medía más que su dedo meñique. Vestía coraza y un yelmo con penacho de plumas.
-¿Es aquí a donde nos ha mandado venir el emperador? -preguntó otro que llevaba al brazo algo parecido a un halcón.
-¡Yo qué sé! -respondió el primero. Me han dicho que un amigo suyo tenía problemas con las bestias. que viven en esta pagoda. A lo mejor es este gigantón que está aquí dormido.
Sü-Üan-Shr volvió a cerrar los ojos.
«Si descubren que estoy despierto -se dijo, son capaces de matarme. A ningún soldado le gusta que le contradigan.»
Al poco rato, toda la habitación estaba llena de tan singulares guerreros. Se distribuyeron en filas y formaron un ejército en orden de batalla. Entonces se oyó un murmullo de alas y el general que los mandaba ordenó:
-¡Al ataque! ¡Nuestra vida y nuestra fortuna pertenecen al empe-rador!
La batalla contra las cucarachas duró cinco horas. Los guerreros se batieron valientemente y, al final, las derrotaron.
-¡Ha sido una gran victoria! -dijo un general, entusiasmado.
En ese mismo instante apareció un carro de oro. En él iba un hombre vestido totalmente de rojo. Sü-Üan-Shr reconoció en él al gigante de la taberna. En cuanto le vieron, todos los guerreros comenzaron a gritar:
-¡Viva nuestro emperador! ¡Que su vida dure más de diez mil años!
Entonces los dos generales del ejército se arrodillaron ante él y dijeron:
-Aceptad este ciervo y esta águila, como prueba de nuestro vasallaje.
Uno le ofreció un saltamontes y el otro un mosquito.
-Excelentes piezas -respondió el emperador, conmovido. Me honra vuestra victoria, pero, por encima de todo, me siento orgulloso de vuestra fidelidad.
Cuando a la mañana siguiente se despertó, Sü-Üan-Shr pensó que había sido un sueño. Pero la pagoda estaba llena de cucarachas y mosquitos muertos. Además oyó una voz que le decía:
-Ten cuidado. No me pises.
-Sentiría hacerte daño. ¿Dónde estás?
-Aquí. ¿No me ves? Junto a tus pinceles de escribir. Sü-Üan-Shr miró allí y vio a un perro tan pequeño como un diente. Era el mismo que acompañaba al gigante en la taberna.
-¿Cómo es que sabes hablar? -preguntó Sü-Üan-Shr, sorprendido.
-Ya te lo dijo mi amo. Yo entiendo a los maestros mejor que ningún hombre, porque fui el perro del más grande de todos.
-Está bien, está bien -dijo Sü-Üan-Shr. Te creo. Pero ahora me toca a mí estudiarlos.
El perro se calló y no volvió a hablar hasta el día antes del examen. Aquella noche ladró para llamar su atención y dijo:
-Desde luego, no lo necesitas, pero, si me metes dentro de tu oído, te diré lo que mañana no recuerdes.
Así lo hizo Sü-Üan-Shr y obtuvo el número uno. El emperador en persona le felicitó, diciendo:
-Hombres como tú hacen memorable un reinado.
Sü-Üan-Shr sonrió, pero su pensamiento estaba junto al emperador de los hombres pequeños que, por amistad, se desprendió de su perro sabio.

0.005.1 anonimo (china) - 049

No hay comentarios:

Publicar un comentario