Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 24 de octubre de 2014

La princesa-serpiente

Un cosaco, que cabalgaba una noche a través de un oscuro bosque, se extravió y anduvo errante durante dos días y dos noches. Al atardecer del día tercero, divisó un almiar que se destacaba entre los árboles. Como estaba fatigado, saltó del caballo, se tendió a, un lado del almiar y encendió su negra pipa.
Durante un rato fumó a placer, sin notar que una chispa de su pipa había prendido en el heno. Después de descansar, montó en su corcel y se dipuso a reanudar la jornada. No se había alejado diez pasos cuando se dió cuenta del incendio. Vió el almiar en llamas y, arriba, una hermosa doncella rodeada de fuego como de un anillo llameante.
La doncella tendía sus blancos brazos y gritaba: "Buen cosaco, ¡líbrame de esta amarga muerte!"
El cosaco contestó: "¿Cómo podría yo salvarte? Las llamas me devorarían antes de llegar a tu lado." "No tienes más que alargarme tu lanza y me salvaré." El cosaco, en efecto, le echa su lanza, pero en aquel momento la doncella se transformó en una serpiente y fué deslizádose entre las llamas, se arrastró por la lanza hasta llegar al cosaco y se enrolló a su cuello.
El cosaco palideció de terror y hubiese intentado arrancar la serpiente de su garganta si sus fuerzas no le hubiesen abandonado. La serpiente habló entonces con voz humana: "No temas, hermoso joven; no te haré daño alguno. Has de soportarme, sin embargo, siete años y siete días, pues todo ese tiempo permaneceré enrollada a tu garganta. Tendrás que errar por los cuatro rincones del mundo en busca de un palacio de cobre, preguntando tu camino a todos los vientos que soplen, a las tempestades del invierno, a las ráfagas del otoño y a las brisas del verano y de la primavera." El cosaco erró en busca del palacio de cobre muchos meses, interrogando a todos los vientos.
Al fin, después de siete años, llegó el cosaco a una alta montaña, en cuya cumbre brillaba un palacio de cobre rojo. Un muro blanco rodeaba el palacio por sus cuatro costados. El soldado espoleo el caballo y subió al alto monte. Al llegar, el muro se abrió como para recibirlo y se cerró inmediatamente. Se encontró el viajero en el patio de la fortaleza, y, ¡oh maravilla!, la serpiente cayó entonees a sus pies. Tan pronto tocó la tierra, se transformó otra vez en la gentil doncella a quien el joven salvara del incendio.
La muchacha llevó el caballo a la cuadra y al cosaco a un lujoso cuarto cuyas paredes estaban cubiertas de grandes espejos y cuyo suelo era de mármol, recubierto con alfombras y ricos brocados.
Dijo la doncella: "Yo soy la hija de un poderoso Zar, víctima del encantamiento de un dragón. Durante siete años me has servido fielmente, buen cosaco, y ahora te quedan aún siete días de esclavitud. Aquí encontrarás manjares y felicidad y, si me amas, te ruego no te aventures más allá del umbral de este cuarto, ni busques la manera de descubrir el enigma. Cumple mis órdenes y cuando se rompa el encanto, dentro de siete días, yo volveré a tu lado."
Dió un golpe en el suelo y quedó transformada en una serpiente que se deslizó fuera de la estancia. El cosaco miró en derredor suyo y suspiró diciendo: "¡Vaya un lugar! Veo muchos espejos, tapices y brocados, pero no hay rastro de alimento! ¡Está claro que aquí me moriré de hambre antes del plazo fijado!"
Mientras esto decía, apareció un casco de cobre, rodó a la derecha del cosaco y en el mismo instante apareció ante él un banquete magnífico, como no se lo había imaginado jamás. Comió y bebió cuanto le vino en gana, pero las fuentes seguían llenas de viandas y las copas rebosantes de cerveza.
El cosaco exclamó, al fin: "¡No puedo comer más!" El casco, entonces, rodó de nuevo y la mesa desapareció.
Dijo el cosaco: "¡Caramba! ¡Qué lugar más extraño! Sin embargo, puedo vivir aquí, no siete días, sino siete siglos, puesto que la comida es espléndida."
Durante seis días se regaló como nunca. Al séptimo, pensó: "Hoy dejaré el palacio con mi novia y cabalgaremos, juntos. ¿Qué mal haré a nadie cogiendo este casco de cobre para vivir, en adelante, en la abundancia, sin tener que pensar en el porvenir?" Cuando apareció de nuevo el casco lo cogió en su mano; pero éste resbaló basta el cuarto prohibido. El cosaco lo persiguió hasta dentro y allí se apoderó de él. Pero en tul momento se oyó un ruido tremendo que hizo temblar cl monte y derrumbarse el palacio. El cosaco se encontró bajo la bóveda del cielo, con su corcel al lado y el mágico casco de cobre entre sus brazos. Encima de su cabeza, el dragón, invisible para él sostenía entre sus fieras alas a la princesa-serpiente.
Entonces recordó las palabras de la doncella, y, llorando por la falta cometida, juró buscarla por todos los reinos de la tierra y librar a la princesa del maligno poder del dragón.
Montó a caballo y emprendió su camino. Viajaba sin cesar y un día, al fin, se encontró con un anciano cuya barba era tan blanca como la leche. El viejo dijo: "¡Que vivas muchos años, cosaco! ¿Quieres darme yantar y vino?" El cosaco hizo rodar su casco hacia la derecha y apareció una mesa cargada con tres terneras enteras asadas y tres inmensas cubas de cerveza. El anciano comió las terneras, bebió la cerveza y dijo: "Alguna otra ternera no hubiera estado de más, pero hágase la voluntad del Señor. Te doy infinitas gracias buen cosaco, por haber compartido conmigo el pan y la sal y algo más aún. ¿Adónde te diriges ahora?"
"Voy en busca de la princesa-serpiente. ¿Sabéis, abuelo, dónde se esconde?"
"¿Cómo no he de saberlo, cosaco? Yo la conozco bien." "¿Podríais decirme dónde está?" "¿Por qué no? Que sepas dónde está escon-dida, o que lo ignores, ¿qué importa, si no has de encontrarla nunca?" "Dímelo, sin embargo, y te daré mi casco mágico. Te nombraré noche y mañana en mis oraciones." "Este es un casco magnífico, y yo me serviré de él con gusto. En cuanto a la doncella de que me hablas, te diré que para encontrarla busques a la bruja Baba-Yaga, la de las piernas hermosas, que es hermana del dragón. Todas las noches, cuando sale la luna, viaja cabalgando sobre una escoba, a través de un bosque, para visitar el antro de su hermano. Si pudieras seguirla, conseguirías lo que te propones. Este es el consejo que puedo darte. Toma, a cambio de tu regalo, mi poderosa espada, que necesitas más que yo. Nada puede resistir a su poder, como voy a demostrarte." Luego gritó: "¡Corta este bosque, espada!" La espada salió de su vaina y, de un solo golpe, cercenó los altos árboles y dividió inmensas rocas. En un instante quedó limpio de árboles el bosque. El anciano gritó otra vez: "¡Vuelve a tu vaina, espada!" Y la espada obedeció.
El cosaco cogió la espada, dió el casco mágico a su nuevo propietario, y se marchó en busca de Baba-Yaya, la de las hermosas piernas. Cuando cabalgaba, un oso atravesó su camino. Era tan alto como una montaña. Iba el cosaco a hundirle su espada en el corazón; pero la bestia gritó con voz humana: "No me mates, buen cosaco, que yo te serviré más tarde." El cosaco contestó: "¿Por qué no hacer lo que me pides?" Y siguió su camino. Un día, cabalgando, llegó a la orilla de un riachuelo y vió brillar, a través de las aguas, un pez tan largo, que parecía un cuento de esos que no acaban nunca. Quiso lanzar su espada para atravesarlo, mas el pez gritó con voz humana: "No me mates, buen cosaco, que yo te serviré más tarde." El cosaco contestó: "¿Por qué no hacer lo que me pides?" Y siguió su carnino. Cierta noche, después de aparecer la luna, el suelo tembló bajo los pies del cosaco, y de una abertura de la tierra salió una bala, sobre la cual iba Baba-Yaga, la de las hermosas piernas. El cosaco murmuró al oído de su corcel: "¡Síguela, caballo mío! La bala de la bruja corre más que el viento; pero el corcel de un cosaco es aún más ligero." El corcel siguió el rastro del proyectil con tal rapidez, que aunque ella lo borraba con su escoba, no conseguía hacerlo desaparecer. Al fin, el caballo del cosaco llegó y descansó a la orilla del azulado mar. Baba-Yaga se burló entonces de la triste condición del cosaco, porque ella podía seguir viajando por encima de las tranquilas olas. Gritóle: "¡Deja que tu caballo se eche al agua, cosaco! Quizás eso le refresque."
Salió entonces del mar un pez, que era tan largo como un cuento que no se acaba nunca. y dijo "¿Cómo puedo servirte?" Contestó el cosaco: "Quisiera atravesar el mar y no perder el rastro de aquella maldita bruja, la de las hermosas piernas, que viaja sentada sobre un proyectil." El pez dió un golpe sobre el agua con su poderosa cola y un puente atravesó el mar. Era tan lujoso que ni el Zar mismo habría visto otro igual; sus traviesas eran de plata, sus puertas de oro y el suelo de brillante cristal. El caballo galopaba con tal rapidez que en un momento atravesaron el mar de una orilla a otra. Entonces desapareció el puente maravilloso.
El cosaco dijo: "Te doy las gracias por este favor, generoso pez." Este replicó: He cumplido mi deber, cosaco." Y se alejó nadando.
De nuevo el cosaco alcanzó el rastro de Baba-Yaga hasta que llegaron a una árida montaña. Baba-Yaga se burló de la triste condición del cosaco, cuando su bala se lanzó hacia la cumbre del monte y grito: "¡Deja que tu caballo escale ese árido monte, cosaco! Puede que en su cumbre encuentre pasto para saciar su hambre." Un halcón se lanzó entonces desde el cielo hasta el cosaco. Sus alas extendidas eran tan anchas como el inmenso mar azul. Interrogó al joven diciendo: "¿En qué puedo servirte?" El cosaco contestó: "Desearía atravesar el monte y no perder el rastro de aquella bruja, de cutis de cuero, que viaja sentada sobre una bala." El halcón llevó al cosaco y a su caballo hasta el otro lado del árido monte. El cosaco dijo: "Te doy las gracias, halcón."
El halcón contestó: "He cumplido con mi deber, cosaco." Y desa-pareció volando. De nuevo el cosaco siguió el rastro de Baba-Yaga hasta que llegó a un bosque tan espeso que ni una abeja podría penetrar a través de sus ramas. Baba-Yaga se burló entonces de la triste condición del cosaco, pues ella se elevaba por encima de los árboles, y dijo: "¡Deja que tu caballo vague errante por este bosque, cosaco! Puede que le convenga descansar bajo la sombra." El cosaco gritó entonces: "¡Siega este bosque, espada!" Y la poderosa espada segó el bosque de un solo golpe. Mas el cosaco no podía caminar, porque los árboles caídos eran tantos que amontonados alcanzaban el cielo. Salió entonces del bosque un oso tan alto como una montaña, que preguntó al cosaco: "¿Cómo puedo servirte?" Contestó el joven: Desearía atravesar este bosque y no perder el rastro de esa bruja perversa." El oso se tomó entonces el trabajo de abrir entre los árboles un sendero para el cosaco y su caballo. Era aquélla una tarea que hubiese cansado al más fuerte, pero el oso la hacía fácilmente. De vez en cuando, bebía en el riachuelo que cruzaba el bosque y volvía a la tarea. Al fin consiguió formar un sendero para que pudieran pasar el soldado y su caballo. El cosaco cruzó el bosque y dijo: "Te doy las gracias por este favor, oso." Éste contestó: "Era mi deber para contigo; mas he aquí un consejo: Tus pies están ahora en la orilla del reino del dragón. A todo el que llega a sus dominios lo sumerge en un sueño que nunca se acaba. Si puedes vencer el sueño habrás conseguido lo que te proponías y poseerás a la princesa-serpiente." Dicho esto se marchó.
Cuando el cosaco entró en el reino del dragón, sintió que sus miembros hacíanse más pesados y la cabeza de su caballo colgaba como si le faltara la vida. Antes de que el encanto se apoderara de él, sacó el cosaco una bolsa de rapé y aspiró una buena cantidad. El sueño desapareció entonces del jinete y del caballo. El cosaco se rió a carcajadas y exclamó: "Poderoso dragón: ahora quiero luchar y no dormir. En cuanto a tu sortilegio, está bien para los niños, pero no puede con un cosaco." Al fin llegó al cubil del dragón, defendido por rocas y troncos de árboles. Llamó a la entrada con su lanza, pero nadie le contestó. Gritó entonces: "¡Separa toda esta barrera, espada!" La espada cortó los árboles y las rocas, y el cosaco entró en la caverna.
La princesa-serpiente, adornada con una corona de oro y con un "sarafán" lleno de joyas, estaba sentada sobre una piedra narrando cuentos maravillosos, mientras en su regazo reposaba la cabeza del dragón. En aquel instante, éste levantó la cabeza y gritó: "¿Quién es el atrevido que entra aquí para retarme? Encontrará la muerte entre mis garras." "Es un cosaco a quien has causado mal y que está dispuesto a luchar contigo." "¡Hola! ¡Un cosaco! Pues ahora sabrás cómo castiga el dragón a los atrevidos." "Los Zares y los príncipes tiemblan ante ti; los generales te tienen miedo; pero para un cosaco tú no eres más temible que la liebre que corre en este momento por un sendero del bosque." El dragón dió un salto para arrojarse sobre su enemigo. El cosaco, entonces, gritó: "¡Atraviesa al monstruo, espada!" Y la espada salió de la vaina y mató al dragón de un solo golpe.
El cosaco quiso apoderarse de la doncella, pero notó que había desaparecido. En su lugar habia una serpiente enroscada a una roca. Exclamó el cosaco: "He cruzado el mar azul, las áridas montañas y los vastos desiertos; he matado al dragón que te tenía cautiva, ¿qué es lo que debo haber aún para redimirme del pecado que cometí?
La serpiente contestó: "Hasta que me bañe en las aguas del manantial de la vida no se romnerá el encanto." "Y ¿dónde encontraré las aguas de la vida?" "¡Pregúntaselo a Baba-Yaga, la de las hermosas piernas!".
El cosaco vió entonces a Baba-Yaga que estaba acurrucada detrás de una roca. La sacó de su escondite y exclamó: "¡Si quieres vivir, llévame inmediatamente al manantial de la vida!" Contestó ésta: "Así lo haré, mi señor." Y le mostró el camino. Entonces la serpiente se enroscó en la garganta del cosaco, que, montado en su caballo, siguió a Baba-Yaga.
Llegaron cerca de un manantial que estaba en el claro de un bosque lleno de sol. Baba-Yaga exclamó: "Aquí está el manantial de la vida." Y quiso huir volando; pero el cosaco la sujetó con fuerza. Echó una rama seca en el manantial y quedó convertida en cenizas. Dijo entonces cl joven a Baba-Yaga: "¡Ahora morirás!" Ella contestó: "No, mi dueño, no harás tal. Si muero, ¿cómo encontrar el manantial de la vida?" De nuevo la bruja enseñó al cosaco otro claro de bosque y exclamó: "Este es el manantial de la vida." Quiso echar a volar; pero el soldado se lo impidió por segunda vez. Echó otra rama seca en el manantial y ésta se quedó convertida en polvo. El cosaco, indignado, dijo a Baba-Yaga: "Ahora morirás de una horrible muerte." Ella contestó: "Suéltame y te digo, en verdad, que te conduciré al manantial de la vida." El cosaco volvió a aplazar el castigo y la bruja lo llevó a un oscuro bosque, donde había un manantial encerrado entre dos rocas. Exclamó la bruja: "Aquí está el manantial de la vida." El cosaco hizo la prueba de la rama y ésta se cubrió de flores y de doradas frutas. Baba-Yaga desapareció entonces convertida en humo.
El cosaco bañó a la serpiente en el manantial. Poco después quedó convertida en una bellísima doncella, que puso una mano en la del joven y le dijo: "Has expiado tu falta, cosaco, y ahora te despo-sarás conmigo."
Emprendieron el viaje al reino que áohernaha el padre de la doncella, donde fueron recibidos con gran regocijo. El Zar regaló al cosaco un palacio real con muchos servidores, y en él vivieron felices los esposos el resto de sus días.

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