Un cosaco, que cabalgaba una noche a través de
un oscuro bosque, se extravió y anduvo errante durante dos días y dos noches.
Al atardecer del día tercero, divisó un almiar que se destacaba entre los
árboles. Como estaba fatigado, saltó del caballo, se tendió a, un lado del
almiar y encendió su negra pipa.
Durante un rato fumó a placer, sin notar que
una chispa de su pipa había prendido en el heno. Después de descansar, montó en
su corcel y se dipuso a reanudar la jornada. No se había alejado diez pasos
cuando se dió cuenta del incendio. Vió el almiar en llamas y, arriba, una
hermosa doncella rodeada de fuego como de un anillo llameante.
La doncella tendía sus blancos brazos y
gritaba: "Buen cosaco, ¡líbrame de esta amarga muerte!"
El cosaco contestó: "¿Cómo podría yo
salvarte? Las llamas me devorarían antes de llegar a tu lado." "No
tienes más que alargarme tu lanza y me salvaré." El cosaco, en efecto, le
echa su lanza, pero en aquel momento la doncella se transformó en una serpiente
y fué deslizádose entre las llamas, se arrastró por la lanza hasta llegar al
cosaco y se enrolló a su cuello.
El cosaco palideció de terror y hubiese
intentado arrancar la serpiente de su garganta si sus fuerzas no le hubiesen
abandonado. La serpiente habló entonces con voz humana: "No temas, hermoso
joven; no te haré daño alguno. Has de soportarme, sin embargo, siete años y
siete días, pues todo ese tiempo permaneceré enrollada a tu garganta. Tendrás
que errar por los cuatro rincones del mundo en busca de un palacio de cobre,
preguntando tu camino a todos los vientos que soplen, a las tempestades del
invierno, a las ráfagas del otoño y a las brisas del verano y de la
primavera." El cosaco erró en busca del palacio de cobre muchos meses,
interrogando a todos los vientos.
Al fin, después de siete años, llegó el cosaco
a una alta montaña, en cuya cumbre brillaba un palacio de cobre rojo. Un muro
blanco rodeaba el palacio por sus cuatro costados. El soldado espoleo el
caballo y subió al alto monte. Al llegar, el muro se abrió como para recibirlo
y se cerró inmediatamente. Se encontró el viajero en el patio de la fortaleza,
y, ¡oh maravilla!, la serpiente cayó entonees a sus pies. Tan pronto tocó la
tierra, se transformó otra vez en la gentil doncella a quien el joven salvara
del incendio.
La muchacha llevó el caballo a la cuadra y al
cosaco a un lujoso cuarto cuyas paredes estaban cubiertas de grandes espejos y
cuyo suelo era de mármol, recubierto con alfombras y ricos brocados.
Dijo la doncella: "Yo soy la hija de un
poderoso Zar, víctima del encantamiento de un dragón. Durante siete años me has
servido fielmente, buen cosaco, y ahora te quedan aún siete días de esclavitud.
Aquí encontrarás manjares y felicidad y, si me amas, te ruego no te aventures
más allá del umbral de este cuarto, ni busques la manera de descubrir el
enigma. Cumple mis órdenes y cuando se rompa el encanto, dentro de siete días,
yo volveré a tu lado."
Dió un golpe en el suelo y quedó transformada
en una serpiente que se deslizó fuera de la estancia. El cosaco miró en
derredor suyo y suspiró diciendo: "¡Vaya un lugar! Veo muchos espejos,
tapices y brocados, pero no hay rastro de alimento! ¡Está claro que aquí me
moriré de hambre antes del plazo fijado!"
Mientras esto decía, apareció un casco de
cobre, rodó a la derecha del cosaco y en el mismo instante apareció ante él un
banquete magnífico, como no se lo había imaginado jamás. Comió y bebió cuanto
le vino en gana, pero las fuentes seguían llenas de viandas y las copas
rebosantes de cerveza.
El cosaco exclamó, al fin: "¡No puedo
comer más!" El casco, entonces, rodó de nuevo y la mesa desapareció.
Dijo el cosaco: "¡Caramba! ¡Qué lugar más
extraño! Sin embargo, puedo vivir aquí, no siete días, sino siete siglos,
puesto que la comida es espléndida."
Durante seis días se regaló como nunca. Al
séptimo, pensó: "Hoy dejaré el palacio con mi novia y cabalgaremos,
juntos. ¿Qué mal haré a nadie cogiendo este casco de cobre para vivir, en
adelante, en la abundancia, sin tener que pensar en el porvenir?" Cuando
apareció de nuevo el casco lo cogió en su mano; pero éste resbaló basta el
cuarto prohibido. El cosaco lo persiguió hasta dentro y allí se apoderó de él.
Pero en tul momento se oyó un ruido tremendo que hizo temblar cl monte y
derrumbarse el palacio. El cosaco se encontró bajo la bóveda del cielo, con su
corcel al lado y el mágico casco de cobre entre sus brazos. Encima de su
cabeza, el dragón, invisible para él sostenía entre sus fieras alas a la
princesa-serpiente.
Entonces recordó las palabras de la doncella,
y, llorando por la falta cometida, juró buscarla por todos los reinos de la
tierra y librar a la princesa del maligno poder del dragón.
Montó a caballo y emprendió su camino. Viajaba
sin cesar y un día, al fin, se encontró con un anciano cuya barba era tan
blanca como la leche. El viejo dijo: "¡Que vivas muchos años, cosaco!
¿Quieres darme yantar y vino?" El cosaco hizo rodar su casco hacia la
derecha y apareció una mesa cargada con tres terneras enteras asadas y tres
inmensas cubas de cerveza. El anciano comió las terneras, bebió la cerveza y
dijo: "Alguna otra ternera no hubiera estado de más, pero hágase la
voluntad del Señor. Te doy infinitas gracias buen cosaco, por haber compartido
conmigo el pan y la sal y algo más aún. ¿Adónde te diriges ahora?"
"Voy en busca de la princesa-serpiente.
¿Sabéis, abuelo, dónde se esconde?"
"¿Cómo no he de saberlo, cosaco? Yo la
conozco bien." "¿Podríais decirme dónde está?" "¿Por qué
no? Que sepas dónde está escon-dida, o que lo ignores, ¿qué importa, si no has
de encontrarla nunca?" "Dímelo, sin embargo, y te daré mi casco
mágico. Te nombraré noche y mañana en mis oraciones." "Este es un
casco magnífico, y yo me serviré de él con gusto. En cuanto a la doncella de
que me hablas, te diré que para encontrarla busques a la bruja Baba-Yaga, la de
las piernas hermosas, que es hermana del dragón. Todas las noches, cuando sale
la luna, viaja cabalgando sobre una escoba, a través de un bosque, para visitar
el antro de su hermano. Si pudieras seguirla, conseguirías lo que te propones.
Este es el consejo que puedo darte. Toma, a cambio de tu regalo, mi poderosa
espada, que necesitas más que yo. Nada puede resistir a su poder, como voy a
demostrarte." Luego gritó: "¡Corta este bosque, espada!" La espada
salió de su vaina y, de un solo golpe, cercenó los altos árboles y dividió
inmensas rocas. En un instante quedó limpio de árboles el bosque. El anciano
gritó otra vez: "¡Vuelve a tu vaina, espada!" Y la espada obedeció.
El cosaco cogió la espada, dió el casco mágico
a su nuevo propietario, y se marchó en busca de Baba-Yaya, la de las hermosas
piernas. Cuando cabalgaba, un oso atravesó su camino. Era tan alto como una
montaña. Iba el cosaco a hundirle su espada en el corazón; pero la bestia gritó
con voz humana: "No me mates, buen cosaco, que yo te serviré más
tarde." El cosaco contestó: "¿Por qué no hacer lo que me pides?"
Y siguió su camino. Un día, cabalgando, llegó a la orilla de un riachuelo y vió
brillar, a través de las aguas, un pez tan largo, que parecía un cuento de esos
que no acaban nunca. Quiso lanzar su espada para atravesarlo, mas el pez gritó
con voz humana: "No me mates, buen cosaco, que yo te serviré más
tarde." El cosaco contestó: "¿Por qué no hacer lo que me pides?"
Y siguió su carnino. Cierta noche, después de aparecer la luna, el suelo tembló
bajo los pies del cosaco, y de una abertura de la tierra salió una bala, sobre
la cual iba Baba-Yaga, la de las hermosas piernas. El cosaco murmuró al oído de
su corcel: "¡Síguela, caballo mío! La bala de la bruja corre más que el
viento; pero el corcel de un cosaco es aún más ligero." El corcel siguió
el rastro del proyectil con tal rapidez, que aunque ella lo borraba con su
escoba, no conseguía hacerlo desaparecer. Al fin, el caballo del cosaco llegó y
descansó a la orilla del azulado mar. Baba-Yaga se burló entonces de la triste
condición del cosaco, porque ella podía seguir viajando por encima de las
tranquilas olas. Gritóle: "¡Deja que tu caballo se eche al agua, cosaco!
Quizás eso le refresque."
Salió entonces del mar un pez, que era tan
largo como un cuento que no se acaba nunca. y dijo "¿Cómo puedo
servirte?" Contestó el cosaco: "Quisiera atravesar el mar y no perder
el rastro de aquella maldita bruja, la de las hermosas piernas, que viaja
sentada sobre un proyectil." El pez dió un golpe sobre el agua con su
poderosa cola y un puente atravesó el mar. Era tan lujoso que ni el Zar mismo
habría visto otro igual; sus traviesas eran de plata, sus puertas de oro y el
suelo de brillante cristal. El caballo galopaba con tal rapidez que en un
momento atravesaron el mar de una orilla a otra. Entonces desapareció el puente
maravilloso.
El cosaco dijo: "Te doy las gracias por
este favor, generoso pez." Este replicó: He cumplido mi deber,
cosaco." Y se alejó nadando.
De nuevo el cosaco alcanzó el rastro de
Baba-Yaga hasta que llegaron a una árida montaña. Baba-Yaga se burló de la
triste condición del cosaco, cuando su bala se lanzó hacia la cumbre del monte
y grito: "¡Deja que tu caballo escale ese árido monte, cosaco! Puede que
en su cumbre encuentre pasto para saciar su hambre." Un halcón se lanzó
entonces desde el cielo hasta el cosaco. Sus alas extendidas eran tan anchas
como el inmenso mar azul. Interrogó al joven diciendo: "¿En qué puedo
servirte?" El cosaco contestó: "Desearía atravesar el monte y no
perder el rastro de aquella bruja, de cutis de cuero, que viaja sentada sobre
una bala." El halcón llevó al cosaco y a su caballo hasta el otro lado del
árido monte. El cosaco dijo: "Te doy las gracias, halcón."
El halcón contestó: "He cumplido con mi
deber, cosaco." Y desa-pareció volando. De nuevo el cosaco siguió el
rastro de Baba-Yaga hasta que llegó a un bosque tan espeso que ni una abeja
podría penetrar a través de sus ramas. Baba-Yaga se burló entonces de la triste
condición del cosaco, pues ella se elevaba por encima de los árboles, y dijo:
"¡Deja que tu caballo vague errante por este bosque, cosaco! Puede que le
convenga descansar bajo la sombra." El cosaco gritó entonces: "¡Siega
este bosque, espada!" Y la poderosa espada segó el bosque de un solo
golpe. Mas el cosaco no podía caminar, porque los árboles caídos eran tantos
que amontonados alcanzaban el cielo. Salió entonces del bosque un oso tan alto
como una montaña, que preguntó al cosaco: "¿Cómo puedo servirte?"
Contestó el joven: Desearía atravesar este bosque y no perder el rastro de esa
bruja perversa." El oso se tomó entonces el trabajo de abrir entre los
árboles un sendero para el cosaco y su caballo. Era aquélla una tarea que
hubiese cansado al más fuerte, pero el oso la hacía fácilmente. De vez en
cuando, bebía en el riachuelo que cruzaba el bosque y volvía a la tarea. Al fin
consiguió formar un sendero para que pudieran pasar el soldado y su caballo. El
cosaco cruzó el bosque y dijo: "Te doy las gracias por este favor,
oso." Éste contestó: "Era mi deber para contigo; mas he aquí un
consejo: Tus pies están ahora en la orilla del reino del dragón. A todo el que
llega a sus dominios lo sumerge en un sueño que nunca se acaba. Si puedes
vencer el sueño habrás conseguido lo que te proponías y poseerás a la
princesa-serpiente." Dicho esto se marchó.
Cuando el cosaco entró en el reino del dragón,
sintió que sus miembros hacíanse más pesados y la cabeza de su caballo colgaba
como si le faltara la vida. Antes de que el encanto se apoderara de él, sacó el
cosaco una bolsa de rapé y aspiró una buena cantidad. El sueño desapareció
entonces del jinete y del caballo. El cosaco se rió a carcajadas y exclamó:
"Poderoso dragón: ahora quiero luchar y no dormir. En cuanto a tu sortilegio,
está bien para los niños, pero no puede con un cosaco." Al fin llegó al
cubil del dragón, defendido por rocas y troncos de árboles. Llamó a la entrada
con su lanza, pero nadie le contestó. Gritó entonces: "¡Separa toda esta
barrera, espada!" La espada cortó los árboles y las rocas, y el cosaco
entró en la caverna.
La princesa-serpiente, adornada con una corona
de oro y con un "sarafán" lleno de joyas, estaba sentada sobre una
piedra narrando cuentos maravillosos, mientras en su regazo reposaba la cabeza
del dragón. En aquel instante, éste levantó la cabeza y gritó: "¿Quién es
el atrevido que entra aquí para retarme? Encontrará la muerte entre mis
garras." "Es un cosaco a quien has causado mal y que está dispuesto a
luchar contigo." "¡Hola! ¡Un cosaco! Pues ahora sabrás cómo castiga
el dragón a los atrevidos." "Los Zares y los príncipes tiemblan ante
ti; los generales te tienen miedo; pero para un cosaco tú no eres más temible
que la liebre que corre en este momento por un sendero del bosque." El dragón
dió un salto para arrojarse sobre su enemigo. El cosaco, entonces, gritó:
"¡Atraviesa al monstruo, espada!" Y la espada salió de la vaina y
mató al dragón de un solo golpe.
El cosaco quiso apoderarse de la doncella,
pero notó que había desaparecido. En su lugar habia una serpiente enroscada a
una roca. Exclamó el cosaco: "He cruzado el mar azul, las áridas montañas
y los vastos desiertos; he matado al dragón que te tenía cautiva, ¿qué es lo
que debo haber aún para redimirme del pecado que cometí?
La serpiente contestó: "Hasta que me bañe
en las aguas del manantial de la vida no se romnerá el encanto." "Y
¿dónde encontraré las aguas de la vida?" "¡Pregúntaselo a Baba-Yaga,
la de las hermosas piernas!".
El cosaco vió entonces a Baba-Yaga que estaba
acurrucada detrás de una roca. La sacó de su escondite y exclamó: "¡Si
quieres vivir, llévame inmediatamente al manantial de la vida!" Contestó
ésta: "Así lo haré, mi señor." Y le mostró el camino. Entonces la
serpiente se enroscó en la garganta del cosaco, que, montado en su caballo,
siguió a Baba-Yaga.
Llegaron cerca de un manantial que estaba en
el claro de un bosque lleno de sol. Baba-Yaga exclamó: "Aquí está el
manantial de la vida." Y quiso huir volando; pero el cosaco la sujetó con
fuerza. Echó una rama seca en el manantial y quedó convertida en cenizas. Dijo
entonces cl joven a Baba-Yaga: "¡Ahora morirás!" Ella contestó:
"No, mi dueño, no harás tal. Si muero, ¿cómo encontrar el manantial de la
vida?" De nuevo la bruja enseñó al cosaco otro claro de bosque y exclamó:
"Este es el manantial de la vida." Quiso echar a volar; pero el
soldado se lo impidió por segunda vez. Echó otra rama seca en el manantial y
ésta se quedó convertida en polvo. El cosaco, indignado, dijo a Baba-Yaga:
"Ahora morirás de una horrible muerte." Ella contestó: "Suéltame
y te digo, en verdad, que te conduciré al manantial de la vida." El cosaco
volvió a aplazar el castigo y la bruja lo llevó a un oscuro bosque, donde había
un manantial encerrado entre dos rocas. Exclamó la bruja: "Aquí está el
manantial de la vida." El cosaco hizo la prueba de la rama y ésta se
cubrió de flores y de doradas frutas. Baba-Yaga desapareció entonces convertida
en humo.
El cosaco bañó a la serpiente en el
manantial. Poco después quedó convertida en una bellísima doncella, que puso
una mano en la del joven y le dijo: "Has expiado tu falta, cosaco, y ahora
te despo-sarás conmigo."
Emprendieron el viaje al reino que áohernaha
el padre de la doncella, donde fueron recibidos con gran regocijo. El Zar
regaló al cosaco un palacio real con muchos servidores, y en él vivieron
felices los esposos el resto de sus días.
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