En un reino lejano gobernada un Zar que no
tenía esposa. En cambio poseía un regimiento de bravos arqueros, expertos
cazadores que hacían envidiable la mesa de su señor. El más hábil entre todos
era Yuri, de vista tan maravillosa y de mano tan segura, que gozaba de la
preferencia del Zar.
Un día, Yuri salió a cazar antes del amanecer
y se encontró, de pronto, en el claro de un bosque donde no se oía el canto de
los pájaros ni el rugir (le las bestias. Súbitamente advirtió una tórtola en la
rama más alta de un árbol. Lanzó su flecha con tanta puntería, que el pájaro
cayó al suelo. Cuando se disponía a recoger la pieza, la tórtola rompió a
hablar ante el asombro de Yuri: "Bravo arquero -le dijo, no me hagas daño;
colócame en tu ventana y vélame hasta que, para dormir, mi cabeza comience a
caer bajo mis alas. Entonces, tócame con tu mano derecha y, si lo haces, te
acompañará la fortuna."
El arquero cogió el pájaro, lo llevó a su
casa, lo colocó en la ventana y se quedó velándolo. Cuando lai tórtola quiso
dormir, el soldado le tocó dulcemente en las alas y la tórtola cayó al suelo.
Entonces, en su lugar, pudo ver Yuri una doncella de maravillosa belleza. Tan
hermosa era que aunque el lector intentase buscarla de país en país,
atravesando todos los mares del mundo, no encontraría otra tan bella. Dijo al
arquero: "Te has apoderado de mí gracias a tu arte. De la misma manera
aprenderás cómo has de vivir conmigo, porque está eacrito que seas mi
esposo."
Se casaron, en efecto, y Yuri vivía feliz con
su joven esposa, sin desatender el servicio del Zar. Todas las mañanas, antes
del alba, iba al verde bosque con el arco y las flechas para abastecer la mesa
de su señor. Todas las tardes, también, volvía fatigado o con los vestidos húmedos.
Esto apenaba a la esposa de tal modo que una noche le dijo: "Esposo mío: a
diario tienes que vagar por lugares y bosques sombríos. Cada anochecer te trae
a tu hogar rendido de cansancio. ¡Qué triste oficio el tuyo! Atiende mi
consejo. Si me traes sólo doscientos rublos tendrás oro en abundancia y no
trabajarás tan duramente." Yuri se dirigió a sus amigos y les pidió dinero
hasta reunir los docientos rublos, que entregó a su esposa. Ésta adquirió sedas
y bordados y luego le dijo a Yuri: "Ahora ruega a Dios y vete a descansar.
La mañana es más sabia que la noche."
El arquero se acostó y su mujer salió al
balcón, donde abrió su libro de magia. Al instante aparecieron ante ella dos
hermosos jóvenes, que después de saludarla dijeron: "¿Por qué nos has llamado?
¿Qué deseas?" "Tomad estas sedas y estos bordados y hacedme una
alfombra, tan maravillosa, que otra igual no pueda encontrarse en el mundo. En
el tejido ha de verse este poderoso reino con sus grandes ciudades, sus
pequeñas aldeas, sus montes de púrpura y sus lagos de plata, que duermen bajo
el sol." Los jóvenes obedecieron, y, ¡oh prodigio!, no en una hora, sino
en diez minutos, tejieron la alfombra. Se la entregaron a la esposa del arquero
y desaparecieron. A la mañana siguiente dijo la mujer al marido: "Vende
esta alfombra en el mercado. No pidáis precio; toma el que te ofrezcan."
Yuri tomó la alfombra y se fué a la plaza. Un mercader se acercó a él
apresuradamente, y le dijo: "¡Eh! ¡Buen hombre! ¿Vende usted esa
alfombra?" "Sí, la vendo." "¿A qué precio?" "Es
usted mercader. Diga usted mismo el precio." El mercader se llevó la manos
a la cabeza y se puso a pensar. Pero no se decidía a valuar la prenda. Llegó un
segundo mercader, un tercero, un cuarto comprador, y se reunió, al fin, una
gran muchedumbre. Todos se mostraban admirados de la belleza de la alfombra;
pero ninguno se atrevía a hacer la olerla. El primer ministro del Zar fué
también al mercado, y al ver en él tanta gente reunida bajó del coche, y
exclamó: "¡Salud a todos, mercaderes, vendedores y traficantes que cruzáis
los mares! ¿Por qué estáis reunidos y sobre qué discutís?" Le explicaron
la causa, y el primer ministro, ante prenda tan rica, no pudo tampoco reprimir
su asombro: "Arquero, di la verdad. ¿Dónde has encontrado esta maravillosa
alfombra?" "Me la dió mi esposa." "¿Qué pides por
ella?" "No lo sé siquiera. Mi mujer me dijo que no pidiera nada, sino
que cogiera aquello que me fuese ofrecido." "He aquí diez mil
rublos." El arquero cogió el dinero, entregó la alfombra al primer ministro
y volvió al lado de su mujer.
El tal ministro, muy amado del Zar, comía y
bebía en su mesa, y cuando fué al palacio aquella noche llevó consigo la
alfombra. Le dijo: "Dígnese mirar Vuestra Majestad esta maravilla que
compré hoy en la plaza del mercado."
El Zar se fijó en la prenda, y vió extendido
ante sus ojos el reino que gobernaba,con sus grandes poblaciones, sus pequeñas
aldeas, sus montes de púrpura y sus lagos de plata, dormidos bajo el sol,
reproducido todo de tal manera, que parecía caber en el hueco de su mano. Lleno
de entusiasmo, exclamó: "Nunca pude imaginarme que hubiese artista capaz
de tejer una prenda así. Pide lo que quieras, consejero; mas esta alfombra ha
de ser del Zar." Entregó al primer ministro veinticinco mil rublos, y, en
cuanto a la alfombra, la hizo colgar de la pared de su cuarto.
El primer ministro pensó: "Compraré para
mí otra alfombra mejor que esta." Montó a caballo, y atravesando colinas y
valles, llegó a la casita del arquero. Cuando vió a la esposa de éste, olvidó
quién era y la causa por la cuál había cabalgado con tanta prisa. Tan grande
era la belleza de aquella mujer, que el primer ministro no podía dejar de
mirar. Pensaba: "¿Dónde se ha visto alguna vez o se ha oído decir que un
simple arquero posea tal tesoro? Yo soy un noble que camina a la derecha del
Zar y hasta ahora jamás había contemplado rostro tan puro." Se recobró, al
fin, y regresó lentamente a su casa. Desde aquel día recordaba constantemente a
la esposa del arquero de tal modo, que vivía sólo para aquel recuerdo. El Zar
se percató al fin del estado de ánimo de su primer ministro y le interrogó:
"¿Por qué estás turbado? ¿Cuál es la pena que te oprime?" Contestó el
primer ministro: "Majestad, he visto a la mujer del arquero y no hay nada
que desde entonces pueda traerme la paz." El Zar sintió curiosidad por
contemplar la causa de tal desazón, y ordenó a su coche que lo llevara a la
casita del arquero. En aquel instante, la esposa estba sentada en el telar, más
radiante que el sol. Todo aquel que la miraba, fuese joven o viejo, siervo que
dejara su cabaña o Zar que abandonase el trono, se veía obligado a arrodillarse
ante ella, a rendirle homenaje. Sintió el Zar que el corazón se le agrandaba en
el pecho por el amor y pensó: "¿Por qué he de permanecer soltero, cuando
puedo conquistar a esta mujer y hacerla mía? ¿Qué ha de importarme que sea
esposa de arquero? Su belleza está hecha para pertenecer al Zar."
Volvió a palacio, llamó a su primer ministro y
le dijo: "Me has hecho contemplar la belleza de la esposa del arquero y
ahora debes librarme de su esposo. Si no me sirves en esto, aunque seas en
otras cosas mi más fiel servidor, te haré colgar del palo de un patíbulo."
El primer ministro se alejó de la presencia del Zar con el corazón
apesadumbrado, pues no sabía cómo librar al Zar de Yuri el arquero. Recorrió
muchos lugares en busca de una estratagema salvadora, y por fin se encontró con
Baba Yaga, montada sobre su cerdo Svinka. Esta le habló: "¿Yo te saludo,
servidor del Zar! Veo que tu corazón está lleno de pesadumbre. El Zar te ha
ordenado que le libres de Yuri, el arquero. Eso es fácil, porque se trata de un
alma sencilla. Su esposa es hábil; le encomendaremos, sin embargo, una tarea
difícil que favorezca tus propósitos. Vuelve a tu palacio y dile al Zar que en
cierto país remoto hay una isla y en ella una cabra con alas de oro que come
miel y bebe ríos de leche. No hay persona humana que la haya contemplado.
Hagamos que el Zar apareje una vieja nave abandonada desde hace más de treinta
años, cuyo casco está carcomido por el tiempo. Que reúna una tripulación de
cincuenta marineros, entre pícaros y beodos, y que Yuri, el arquero, dirija ese
barco. El arquero deberá llegar hasta la cabra de las alas de oro en un plazo
que no sea corto ni largo, tres años aproximadamente. La nave resistirá una
semana o un mes; pero, al fin, marinos y arquero han de perecer."
El primer ministro se regocijó con las
palabras de la bruja Baba Yaga y le regaló oro y un collar de plata dorada para
su cerdo. Volvió de prisa a presencia del Zar, que estaba sentado en su trono
con las cejas fruncidas y el rostro sombrío. Tomó la palabra el primer ministro
y explicó lo sucedido. El Zar, entonces, ordenó al almirante de su flota que
aparejase una vieja nave, como la señalada por la bruja, que reuniese
provisiones para seis meses y que dotara al buque de una tripulación de pícaros
y beodos. El almirante reclutó, en posadas y tabernas, una marinería tan
pintoresca que excitaba a risa. Uno de los marineros contemplaba el mundo con
un solo ojo; la nariz del segundo estaba torcida, de tal manera que la parte
superior miraba hacia el Este y la inferior al Oeste. El tercero era de tan
monstruosa gordura que, al andar, parecía balancearse, como si la tierra
temblara bajo su paso.
Cuando la nave estuvo aparejada, el Zar llamó
al arquero y le dijo: "Tú eres el más bravo de mis hombres; por lo tanto,
quiero que me hagas un favor. Existe una isla remota, en la cual hay una. cabra
con alas de oro. Come miel y bebe ríos de leche y no ha sido contemplada jamás
por persona alguna. Yuri, el arquero, ¡tráeme viva la cabra de las alas de
oro!" El arquero se quedó en pie, confundido. Añadió el Zar con voz
atronadora: "Piénsalo; pero si no aceptas, tu cabeza rodará al golpe
mortal de mi espada." Yuri se inclinó ante el Zar y por la noche volvió a
su hogar. Pero no le dijo nada a su esposa por no entristecerla.
Ella le preguntó: "¿Por qué estás
apesadumbrado? ¿Qué pena nubla tu frente?" Yuri le contó entonces su
cuita.
"Amado mío -dijo la mujer, no te
disgustes. Ruega al Señor y échate a dormir. La mañana trae una sabiduría que
la noche no conoce."
El arquero durmió, en efecto. Su esposa salió
al balcón y abrió el libro mágico y por segunda ven aparecieron ante ella los
dos hermosos jóvenes, que se inclinaron diciendo: "¿Qué es lo que
necesitas? ¿Qué quieres que hagamos?" "Quiero que atraveséis
veintinueve reinos y que del trigésimo me traigáis viva la cabra de las alas de
oro." Contestaron los muchachos: "Antes del amanecer estará
aquí." Y con la rapidez del aire viajaron hasta la isla indicada. Poco
después aparecían con la cabra de las alas de oro. La esposa del arquero
despertó a éste, diciéndole: "¡Fíjate! La cabra se pasea por el jardín.
Llévala al barco, navega durante cinco (lías y al sexto vuelve a tu hogar."
Yuri colocó la cabra en un cofre de madera de cedro y la llevó bordo. Los
marineros preguntaron: "¿Qué es lo que hay en el cofre?" El arquero
contestó: "Toda clase de provisiones y viandas, pues es largo el camino y
aquel que se previene para la tempestad puede burlarse de su fiereza."
Llegó la hora de hacerse a la mar. Las trompas sonaron, las blancas velas
fueron desplegadas y una gran muchedumbre se reunió en el puerto. El Zar mismo
bajó para despedir a Yuri el arquero. El viejo barco navegó sobre el mar azul
durante cuatro días; al quinto ya no se veía la costa. El arquero ordenó que
una barrica de vino donde cabían nueve mil quinientos veinte litros fuera
llevada sobre el puente y gritó a los marineros: "¡Bebed hermanos! ¡No
temáis rebasar la medida! ¡Bebed sin tasa!" Bebieron, efectivamente, los
tripulantes de tal modo que, a pesar de estar muy acostumbrados, se rindieron
al sueño esparcidos sobre cubierta. El arquero cogió el timón y el barco volvió
con rumbo al puerto de partida.
Todas las mañanas, antes de que los marineros
pudieran darse cuenta de la maniobra de Yuri, una gran barrica era llevada
sobre el puente y el arquero exclamaba: "¡Festejad y bebed, hijos míos! La
travesía es larga y el vino confortará vuestro ánimo." Y de nuevo caían
los marineros en la embriaguez y el sueño. Al undécimo día de navegación el
barco llegó al puerto de partida con la bandera desplegada. El Zar oyó un
inmenso clamoreo y bajó al muelle. Allí estaba el pueblo congregado, lleno de
júbilo por el triunfo de Yuri. El Zar, en cambio, bramaba de ira "¿Cómo te
atreves tú, infiel bribón, a mostrarte ante mí antes del tiempo señalado?"
El arquero contestó: "Majestad, sois el Zar y yo os he sido fiel. Un tonto
podría navegar siete años sin resultado. Nosotros en once días hemos cumplido
vuestro encargo. ¡Examine Vuestra Majestad la cabra de las alas de oro!"
Diciendo esto abrió el arca de madera de
cedro, y la cabra apareció con las alas de oro brillantes bajo el sol. Al verla
el Zar, no tuvo más remedio que permitir a Yuri que volviera al lado de su
esposa. A los marineros se les concedió licencia por seis años.
El Zar, negro de rabia, ordenó a su primer
ministro que se presentara ante él. Exclamó: "¿Soy yo el Zar, o un tonto
de quien te has burlado con palabras necias? Abandona el palacio y no te
presentes ante mí como no hayas encontrado un medio de acabar con Yuri, el
arquero." El primer ministro se fné en busca de la bruja Baba Yaga, a la
que encontró montada sobre su cerdo Svinka. Le preguntó: "¿Cuál es ahora
tu consejo, Babushka? El arquero ha vuelto y ha traído consigo la cabra de las
alas de oro." "Sin embargo, el arquero es un hombre sencillo. Su
esposa, en cambio, está llena de astucia. Es preciso inventar otra cosa.
Háblale al Zar y dile que mande a Yuri el arquero a un lugar que nadie conoce,
para traer de él lo que nadie sabe. Es éste un trabajo que puede necesitar cien
años y, al cabo, volverá Yuri con las manos vacías, o no volverá más." El
primer ministro regaló a la bruja monedas de oro, y para el cerdo Svinka un arnés
de plata dorada, del cual colgaban mil campanitas de plata. Volvió de prisa a
presentarse ante el Zar, que se animó al escuchar el consejo de la hechicera.
Poco después mandó comparecer a Yuri, el arquero. Le dijo: "Tú eres mi
mejor arquero. Has conseguido traerme la cabra de las alas de oro y necesito de
ti un nuevo servicio. Vete al lugar que nadie conoce y tráeme lo que nadie
sabe. Si no quedas bien ahora, mi espada mortal caerá sobre tu cabeza."
El arquero volvió al hogar más triste que
nunca. Su esposa le preguntó: "¿Por qué estás triste, querido mío? ¿Qué
penas te atormentan?" Él contestó: "Una pena pasa y viene otra. El
Zar me ha ordenado que vaya al lugar que nadie conoce a traerlo que nadie sabe.
Es ésta una tarea en la cual podría trabajar siglos y siglos y al fin no habría
conseguido nada. Tu belleza ha traído mi desgracia."
"Éste es, sin duda, un servicio difícil
-contestó la esposa. Nueve años tardarás en llegar y nueve necesitarás para
volver. Sólo Dios, el Padre, puede decir si después servirá para algo. Sin
embargo, ruega al Señor, acuéstate y duerme. La mañana es más sabia que la
noche."
El arquero se acostó y su esposa salió al
balcón con el libro de magia abierto. Aparecieron los jóvenes y la mujer les
preguntó: "¿Podéis ir al lugar que nadie conoce?" Los jóvenes
respondieron: "No." Y de nuevo se hicieron invisibles.
A la mañana siguiente despertó la esposa del
arquero a su marido y le dijo: "Vete a presencia del Zar y pídele dinero
en oro para tu viaje." El arquero llegó hasta el Zar, que le dió una bolsa
repleta de oro. La esposa le entregó una bola de cristal y añadió: "Toma
esta bola de cristal, y cuando llegues a la puerta de la ciudad échala delante
de ti, síguela por dondequiera que te conduzca y que Dios guíe tus pasos."
Se despidieron y Yuri echó a rodar la bola delante de él.
Anduvo una semana, dos, tres. Pasaron varios
meses. Llamó entonces el Zar a su primer ministro y le dijo: "El arquero
vaga por el mundo y no volverá vivo de esta prueba. Además, lleva oro que será
codiciado por los salteadores, los cuales, para quitárselo, le darán muerte. Si
no es así, se morirá o será devorado por las fieras. Por lo tanto, tráeme a la
esposa del arquero."
El primer ministro obedeció la orden y se
presentó ante la esposa del arquero. Le dijo: "Te traigo los saludos del
Zar, que te ordena comparezcas ante él." Así lo hizo, y el Zar, al verla,
la llevó de la mano por lujosas estancias, hasta que, al fin, llegaron al trono
de oro, en el fondo de una sala inmensa. El Zar le dijo: "Quiero casarme contigo
y que seas mi Zarina."
Contestó la esposa del arquero: "Sois el
Zar y no puedo contra-deciros. Pero ¿cuándo se ha visto que una esposa sea
separada de su marido en vida de éste y casada con otro? Es, en verdad, un
humilde arquero, pero es mi marido a los ojos de Dios." Se oscureció la
frente del Zar y exclamó: "Yo te he hablado con bondad y tú me desafías;
si no cedes, recurriré a la fuerza."
Una sonrisa se dibujó en el rostro de la
esposa del arquero. Golpeó el suelo con un pie y se convirtió en una tórtola,
que salió, ligera, por la ventana.
El arquero atravesó muchos países y admiró
muchos paisajes. La bola continuaba rodando ante él. Cuando llegaba a un río,
la bola se alargaba inmensamente hasta convertirse en un brillante puente de
cristal, sobre el que pasaba el viajero sin mojarse los pies. Cuando estaba
cansado, la bola se convertía en un lecho de pluma de cisne. Un día se encontró
frente a una montaña desolada y árida donde se abría un abismo. La bola rodó
hasta él y desapareció en el fondo de la sima. Yuri se percató de que había
llegado al fin de su viaje. Siguió andando y entró en una caverna abierta en la
falda del monte, tan oscura, que cayó de rodillas y buscó a tientas algo donde
apoyarse. Entonces se hizo la luz y aparecieron dos viejos gritando: "¡Eh!
¡Shmat-Bazum! ¡Que empiece la fiesta!"
Inmediatamente, en el centro de la estancia
apareció una mesa con sabrosas viandas y vinos generosos, mientras unos laúdes
dejaban oír delicadas melodías. Los viejos comieron, bebieron, se regocijaron y
al fin gritaron de nuevo: "¡Eh! ¡Shmat-Bazum! ¡Qué acabe ya la
fiesta!" Antes de que el arquero pudiera respirar, cesó la música,
desapareció la mesa con sus fuentes y botellas, se apagaron las luces y el
lugar quedó tan tenebroso como al principio. Después el arquero oyó gritar:
"¡Eh! ¡Shmat-Bazum! ¡Guarda bien la caverna hasta que volvamos! "
Apenas hubieron desaparecido, el arquero gritó
a su vez: "¡Eh! ¡Shmat-Bazum! ¡Prepara otra vez la fiesta!" En un
segundo volvió a iluminarse la estancia y una mesa con viandas y vinos apareció
ante los ojos regocijados de Yuri. El arquero exclamó: "Excelente Shmat -
Bazum, ven y cena conmigo. Una fiesta que se comparte con alguien resulta más
deliciosa." Contestó una voz: "¿Qué ángel del Señor me ha mandado
aquí? Durante treinta años he servido a esos viejos avaros y nunca me han
pedido que cene con ellos."
El arquero miró en su derredor, arriba, abajo,
y, no viendo a nadie, se maravilló. Mas, al final de la mesa, notaba que los
platos se vaciaban y que el rojo vino desaparecía. Entonces pensó que
Shmat-Bazum participaba con él del festejo. Cuando hubieron comido y bebido dijo
el arquero: "¡Óyeme, Shmat - Bazum! Has debido de languidecer mucho tiempo
en esta caverna. ¿Quieres viajar conmigo? Tú servicio será fácil."
"¿Por qué, no, mi amo? Estoy cansado de
la montaña y usted es un muchacho bondadoso." "Entonces, recoge todo
esto y vámonos." El arquero salió de la caverna, situada en la falda del
monte, y vió que nadie le seguía. Preguntó, sin embargo:
"¿Estás aquí, Shmat - Bazum?"
"Sí, mi amo; aquí estoy. No dudes nunca
de mí. Yo no te dejaré."
El arquero repuso: "Está bien." Y
volvió su rostro hacia el hogar. Anduvo con pies ligeros y ojos brillantes,
hasta que, al fin, el cansancio le rindió. Dijo entonces: "Oh, Shmat -
Bazum! ¡Si supieras cómo me duele hasta la médula de los huesos! Creo que sa
caerán mis piernas si doy un paso más."
"Mi querido amo, ¿por qué no me dijiste
eso hace tiempo? Mis brazos son fuertes, y puedo llevarte a donde
quieras."
Sintió entonces el arquero que era cogido,
como por un torbellino, con tanta rapidez a través del aire, que su gorro se le
escapó. Gritó entonces: "¡Detente, Shmat - Bazum! ¡He perdido mi
gorro!"
"Entonces está completamente perdido, mi
amo. Lo hemos dejado a cinco mil "verstas" de distancia.
Atravesaron ciudades, aldeas, montes, ríos y
bosques, hasta que, al fin, llegaron al mar azul.
Shmat - Bazum dijo: "Aquí, mi amo, si tú
lo quieres, te construiré una casa de oro para el verano. En ella, con toda
comodidad, podrás esperar la buena fortuna." El arquero contestó:
"Sea como tú dices." Bajaron hasta el mar y, donde hacía un momento
jugaban las olas, se formó una isla. En medio de ella se levantó una casa de
verano, con muchas ventanas, que miraban hacia el mar. Shmat-Bazum dijo al
arquero: "Entra y descansa. Luego interroga el horizonte, verás venir de
lejos tres galeones. Sus capitanes desembarcarán; tú debes darles la bienvenida
y ofrecerles una fiesta en su honor.
Tratarán, entonces, de comprarme, pagando por
mi persona todo el oro que sus barcos puedan llevar. Tú no aceptes, sin
embargo, y no me entregues a ellos sino a cambio de tres tesoros, que obran
maravillas. Hazte poseedor de ellos, y déjalos que se apoderen de mí; yo
volveré a tu lado cuando haga falta."
El arquero se echó a dormir y se levantó libre
de la fatiga de tan larga jornada. Vió, entonces, que tres galeones navegaban
con rumbo a la isla. Los tres mercaderes, al ver la isla y el palacio,
exclamaron: "¿Qué milagro es éste? Hemos navegado por estos mares durante
treinta años y jamás hemos visto aquí otra cosa que cielo y mar. ¡Ahora nos
encontramos una isla y un palacio de oro! ¡Acerquémonos, hermanos, a esta
maravilla!" Llegaron, en efecto, a la isla; echaron anclas, y los
marineros lanzaron al agua un bote, que condujo a tierra a los tres capitanes.
Yuri estaba en pie sobre las gradas de su casa. Los mercaderes dijéronle:
"Salud, amigo." "Salud también para vosotros viajeros que
llegáis de tan lejos; os doy la bienvenida. Entrad para descansar el cuerpo y
el espíritu."
Apenas entraron, el arquero exclamó:
"¡Eh! ¡Shmat-Bazum! ¡Prepara el festejo!"
En seguida apareció una mesa cargada de
viandas tan suculentas y vinos tan ricos que los mercaderes confesaron no
haberlos probado jamás. Comían, bebían y se miraban entre sí llenos de
extrañeza.
Cuando terminó el banquete, los mercaderes
dijeron a Yuri: "Tenéis, en verdad, un sirviente incomparable en este
Shmat-Bazum, y hemos pensado comprároslo. Si nos lo cedéis, será vuestro todo
el oro que nuestros barcos pueden traer de los mercados de Asia." El
arquero contestó: "Todo el oro que puedan traerme y todo el que dejéis
detrás de vosotros no me bastará para vender a Shmat-Bazum." Los
mercaderes se reunieron en consejo y volvieron a tomar la palabra: "Aunque
creáis tener en Shmat-Barum un tesoro único, poseemos nosotros, no una, sino
tres maravillas que valen tanto como él. ¿Queréis cambiar vuestro criado por
una de ellas?"
"¿De qué maravillas habláis?" El
primer mercader sacó del bolsillo un pequeño cofre de marfil y lo abrió.
Entonces la isla se convirtió en un hermoso jardín, donde se oía el dulce piar
de los pájaros. Cerró la caja y el jardín desapareció. El segundo mercader
presentó un hacha de cobre. Golpeó la pared con ella y, ¡oh maravilla!,
apareció un barco. Volvió a hacerlo y apareció un segundo buque. Cien veces
repitió el golpe y cien barcos surcaron los mares, mientras los marinos subían
al palo, los cañones saludaban con salvas y el capitán de cada nave se
inclinaba ante el mercader esperando sus órdenes. Mas el marino volvió a meter
el hacha en su bolsillo y barcos, marineros y capitanes desaparecieron como una
nube. El tercer mercader hizo sonar una trompeta de oro y, de repente, un
ejército numeroso apareció ante sus ojos. Tocó por segunda ver y apareció un
segundo ejército. Cincuenta veces tocó y cincuenta ejércitos, con materiales y
vituallas, se disponían a entrar en combate. En los cascos de los oficiales
flotaban las plumas, las cornetas sonaban, los ayudantes de campo corrían de
aquí para allá y el general saludaba al mercader esperando sus ordenes. Pero el
mercader sopló en el otro lado de la trompeta y todo se esfumó como un sueño.
El arquero dijo: "Vuestros tesoros son
maravillosos, en efecto, y dignos de excitar la codicia ajena.
La flota y la milicia son elementos necesarios
para un Zar; mas ¿para que pueden servirle a un simple soldado como yo? Sin
embargo, si me dais los tres tesoros, podéis llevaros a mi sirviente."
"No, esto es demasiado. El valor de
Shmat-Bazum no es tan grande para tanto sacrificio." "Así será. Pero
yo lo cedo solamente a cambio de los tres tesoros." Los tres mercaderes se
reunieron en consejo y, por fin, pensaron: "¿Para qué nos sirven jardines,
milicias y flota? Con Shmat-Bazum podemos vivir, rodeados de lujo, el resto de
nuestra vida y librarnos de los peligros y trabajos de nuestra profesión. Es un
buen cambio."
Dieron sus tesoros al arquero y gritaron:
"¡Eh, Shmat-Bazum! ¿Quieres venir con nosotros?" Contestó éste:
"¿Por qué no? Lo mismo me da servir a un señor que a otro."
Los mercaderes volvieron a bordo de sus barcos
y ordenaron a Shmat-Bazum que preparara para ellos y toda la tripulación una
fiesta de las suyas. Obedeció Shmat-Bazum y la orgía duró tres días y tres
noches. La noche última no quedaba un hombre que no estuviera ebrio.
Mientras tanto Yuri, solo, sentado en su
palacio, suspiraba diciendo: "¿Dónde estarás tú, Shmat-Bazum, mi
incomparable sirviente?" La voz de Shmat-Bazum, resonó en sus oídos:
"Amo, aquí estoy." El arquero se regocijó y dijo: "Vayamos más
lejos."
Apenas habían salido estas palabras de su
boca, fué llevado por un torbellino a través de los aires.
Los mercaderes despertaron y llamaron:
"¡Eh! Shmat-Bazum! ¡Vete al diablo con tus milagros! Trae por aquí una
brisa para refrescar nuestras cabezas."
Pero nadie respondía a sus demandas. Al fin
miraron hacia la isla y vieron que allí no había nada. Exclamaron entonces:
"¡Ay. de nosotros, hermanosl! Hemos sido engañados por un bribón."
Al fin, aburridos de tantas lamentaciones
estériles, atravesaron de nuevo el mar azul. En cuanto al arquero, llegó pronto
a su reino y pidió a Shmat-Bazum que lo dejara en un sitio desierto junto al
mar. Después le preguntó: "¿Puedes construirme aquí un palacio real,
Shmat-Bazum?" "¿Por qué no? Es cuestión de un instante."
Allí, a orillas del mar azul, se levantó un
palacio de mármol resplandecien-te, dos veces más hermoso que el del Zar. Yuri
abrió su arca de marfil y un jardín se desplegó alrededor del palacio.
Florecían en él alegres flores, los pájaros cantaban dulces melodías. Mientras
el arquero miraba el jardín sentado al lado de su ventana, pasó ante ella una
paloma blanca como la nieve. Cayó al suelo y se convirtió en la hermosa esposa
del arquero. Regocijáronse ambos, se besaron y abrazaron, y después Yuri relató
los peligros de su jornada. Ella le contestó: "Desde que te marchaste, una
paloma volaba por los campos hasta los bosques y vigilaba el mar azul para
verte llegar." A la mañana siguiente el Zar salió al balcón de palacio y
vió, con extrañeza, que enfrente había otro más hermosos que el suyo. Gritó con
voz atronadora: "¿Qué orgulloso esclavo es este que edifica su casa en el
mismo terreno del Zar? ¡Que lo traigan a mi presencia!"
El más rápido de sus criados corrió al palacio
de mármol y regresó aún con más prisa. Se postró ante el Zar y exclamó:
"Majestad, vuestro arquero Yuri ha vuelto y vive con su esposa en el
palacio de enfrente."
El Zar sintió tal ira, que todo el que le oía
temblaba. Ordenó a sus soldados que se dirigieran al palacio rival y acabasen
con él, castigando con la muerte al arquero y a su esposa.
El arquero vió avanzar el ejército enemigo y
golpeó la pared con su hacha mágica. Cien veces lo hizo y cien barcos se
balancearon sobre las olas. Los capitanes colocados a la derecha de Yuri,
esperaban sus órdenes.
Tocó entonces la trompeta mágica un centenar
de veces. Cien ejércitos de caballería e infantería formaron ante la escalera
exterior del palacio. Un general esperaba órdenes a la izquierda de Yuri. El
arquero ordenó que sus ejércitos empezaran la batalla. Las trompetas y los
tambores dejaban oír sus sones de guerra y las espadas relucían al sol. La
infantería de Yuri cayó sobre el ejército del Zar y la caballería persiguió al
enemigo muy de cerca. Muchos soldados fueron exterminados y los que escaparon a
las espadas cayeron prisioneros. Los barcos entonces cañonearon la ciudad del
Zar y cuando éste contempló la triste retirada de sus fuerzas, montó sobre su
corcel negro y cabalgó hacia el lugar de la lucha. El arquero, sobre un caballo
blanco, se fué en busca del Zar. Ambos lucharon con denuedo. Al fin el Zar cayó
para siempre y sus consejeros y generales se dirigieron a Yuri el arquero,
diciéndole: "Habéis vencido a nuestro Zar. Gobernad nuestro reino."
Así se convirtió el arquero Yuri en el Zar de
aquel reino y su esposa en Zarina. Shmat-Bazum, su criado, siguió sirviéndoles
fielmente, y a diario ocupaba un lugar en la mesa de sus soberanos.
0.062.1 anonimo (rusia) - 054
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