A-Üe
era la muchacha más fea de la aldea. Su nariz era pequeña como un
guisante, y su piel, tan oscura como el humo. Sin embargo, su corazón
era tan grande como la inmensidad del mar. No había otro mejor en la
aldea.
-Es
demasiado fea y nunca se casará -decía, apenada, su madre. Pero no
podemos venderla. Su corazón es muy bueno y no merece ser la esclava
de nadie.
-Sí
-repetía su padre. Se moriría de pena, porque es como un gorrión.
Sin
embargo, pronto encontraron una solución. Un día se presentó en su
casa el hombre más rico de la aldea y dijo:
-He
oído que tenéis una hija muy hacendosa. Si aceptáis ponerla a mi
servicio, le dejaré en herencia el campo del otero.
Era
un pequeño trozo de tierra totalmente baldío, pero a la madre le
pareció bien y comentó con su marido:
-No
es que valga mucho ese campo, pero, como estos señores no tienen
hijos, A-Üe nunca será una esclava.
-Sí.
Tienes razón -admitió el padre. Nuestra hija será libre como la
brisa que se levanta al atardecer.
Sin
embargo, el matrimonio más rico de la aldea era también el más
mezquino y egoísta. Su miseria era tal que a A-Üe le hubiera ido
mejor de haber sido vendida como esclava. La mujer siempre estaba
encima de ella.
-Esta
chica no sólo es fea, sino que además es tonta. ¿En dónde habrá
aprendido a llamar a eso limpieza?
Pero,
desde que entró en ella, en la aldea no había otra casa más
pulcra, porque A-Üe le dedicaba todos sus desvelos. Una noche,
mientras la muchacha limpiaba las escudillas y los palillos de la
cena, un mendigo llamó a la puerta de atrás.
A-Üe
le hizo entrar y le dio la mitad de su comida. Pero, antes de que el
anciano mendigo pudiera agradecérselo, entraron los señores y le
arrancaron la escudilla de las manos.
-iHabráse
visto! -decía la mujer. Nosotros sacrificándonos por ti y tú
regalando nuestra comida a un desconocido.
-¿Cómo
te crees que hemos llegado nosotros a ser tan ricos? -preguntó el
hombre. Desde luego que no dando nada porque sí a los demás.
-Pero...,
pero si es mi comida -protestó A-Üe con dulzura.
-Si
es
así -dijo la mujer, enfurecida, no te importará recogerla del suelo
-y tiró la escudilla con el arroz.
Al
mismo tiempo, el hombre dio una patada al mendigo y le arrojó de su
casa.
-Esto
para que aprendas que aquí nunca damos nada de balde.
A-Üe
se
entristeció mucho, pero no pudo hacer nada. Sin embargo, cuando sus
señores se retiraron a dormir, salió a la calle e hizo regresar al
mendigo.
-No,
no -se disculpó el anciano.
No quiero darte ningún quebra-dero de cabeza. Ya he visto cómo se
las gastan tus señores.
-Son
viejos -les disculpó la muchacha, y volvió a darle su comida,
envuelta en una hoja de maíz.
Al
anciano mendigo se le saltaron las lágrimas. Después metió la mano
en los bolsillos y sacó un pañuelo de seda. Era bellísimo y
llevaba bordados unos caracteres extraños.
Tómalo.
Es lo único que puedo darte.
La
niña lo rechazó, diciendo:
-Soy
tan fea que no me caería bien una cosa tan bonita.
-Hará
juego con la hermosura de tu corazón -volvió a decir el mendigo.
Además, es bueno para lavarse. Lávate con él tres veces esta noche
y después átatelo al cuello.
A-Üe
hizo
cuanto le dijo el anciano. Aquella noche soñó con sus padres y la
sonrisa no la abandonó ni un segundo.
A
la mañana siguiente se levantó muy temprano y fue a coger agua.
Detrás de la casa había un pozo que frecuentaban todas las mujeres
de la aldea. Pero A-Üe acudía a él tan de madrugada que nunca se
topaba con ninguna.
«¡Seria
tan fantástico que mi señora no me hiciera levantar tan temprano!
-se decía, mientras caminaba hacia el pozo. Hace mucho que no hablo
con las chicas de mi edad. La verdad es que ni siquiera las conozco.»
Sin
embargo, al sacar el cubo del pozo vio reflejado en el agua el rostro
de una doncella bellísima. Su mirada era dulce, y sus labios, tan
rojos como el fruto del cerezo. A-Üe se sintió alborozada. Se dio
media vuelta y preguntó:
-¿De
qué familia eres? ¿Cómo es que nunca te he visto en la aldea?
Pero
detrás de ella no había nadie. Volvió a mirar en el cubo y otra
vez vio la cara de la doncella. Entonces cayó en la cuenta:
El
origen del mono
¡Aquel
rostro tan hermoso era el
suyo! A-Üe corrió hacia la casa, gritando como una loca.
-¿Qué
le pasará a esa chica? Seguro que se le ha caído el cubo al pozo
-gruñó la mujer y salió al patio.
Pero,
al ir a reñirla, se encontró con aquella muchacha del rostro
hermoso y no supo qué decir.
-¡Soy
yo..., soy yo! ¿Es que no lo ves? gritaba, alborozada, A-Üe.
-Ciertamente
ésa es su voz y ésos sus vestidos -se decía, asombrada, la mujer.
¿Pero cómo es posible que haya cambiado tanto?
Entonces
A-Üe le explicó lo sucedido y la mujer llamó en seguida a su
marido.
-¿Te
das cuenta de lo que ha hecho ese pañuelo por una persona tan fea?
-comentó a solas con él. ¿Qué no podrá hacer por nosotros, que
somos infinitamente más guapos.
-Sí
-se lamentó el hombre, pero el pañuelo ése es de la muchacha y no
puede decirse que la hayamos tratado muy bien.
-¡Tonterías!
¿Es que no vas a atreverte a pedírselo?
A-Üe
se lo entregó, gustosa. Sin embargo, sus señores eran tan
avariciosos que no sólo se lavaron la cara, sino que se restregaron
con él todo el cuerpo.
-Así
nadie nos aventajará en hermosura -se dijeron y en seguida fueron a
mirarse en un espejo.
Pero
sus rostros comenzaron a arrugarse y todo su cuerpo se cubrió de un
vello oscuro.
-¿Qué
broma es ésta? -preguntaba, desesperada, la mujer.
-¡Te
haré azotar por esto, muchacha desagradecida! -bramaba, a su vez, el
hombre. ¿Tanto nos odias, para haber querido vengarte de esta forma?
Pero
A-Üe estaba tan asustada como ellos.
-¿Es
que vas a quedarte ahí todo el día con la boca abierta? -la regañó
la mujer. ¡Vete inmediatamente a buscar a ese mendigo que te dio el
pañuelo!
No
fue necesario. A los pocos segundos se presentó voluntariamente el
anciano. Ahora no vestía ropas de mendigo, sino túnica de sabio
celeste y les regañó con crudeza.
-Hicisteis
mal en lavaros con ese pañuelo.
-¿Por
qué? -protestó la mujer. ¿Es que acaso no teníamos nosotros
también derecho a ser más guapos?
-Sí
-asintió el sabio.
Pero ese pañuelo lo único que hace es exteriorizar la belleza del
corazón.
Y
miró, complacido, a A-Üe.
Entonces
el hombre y la mujer empezaron a lamentarse a grandes voces.
-¿Habremos
de tener para siempre este rostro horrible nosotros, que somos los
más ricos de la aldea? ¿Es que no hay ningún remedio para nuestro
mal?
-Por
supuesto que sí -les respondió el sabio. Sólo tenéis que
demostrar paciencia y dulzura de corazón.
-¿Eso
es todo? -volvieron a preguntar los señores. No creemos que nos
resultará muy difícil.
Entonces
el anciano sabio tomó dos ladrillos y se los entregó, diciendo:
-Si
pasáis un día entero sentados sobre estos ladrillos sin murmurar
contra nadie, vuestro aspecto volverá a ser el de antes -y se
retiró a conversar con A-Üe.
Los
señores hicieron cuanto se les ordenó. Pero el ladrillo era
incómodo y no podían soportar que el anciano charlara con la
muchacha, mientras ellos lo estaban pasando tan mal.
-A-Üe
es
nuestra sirvienta -dijo la mujer. ¿Por qué la distraes con tu
estúpida charla? ¿No sabes que tiene mucho que hacer en la casa?
-Al
anciano le gustan las jovencitas. ¿Habráse visto? ¡Jamás hubiera
imaginado que fuera un viejo verde! -se burló el hombre.
Entonces
el ladrillo se les pegó en el culo y comenzó a crecerles un rabo
muy largo. Además, el ladrillo les pesaba tanto que se vieron
forzados a andar en cuclillas, apoyando los nudillos en el suelo.
-iDetén
este maleficio! -gritaban, desesperados. ¿Es que acaso no hemos
hecho cuanto nos mandaste?
-Sí
-respondió el anciano, pero habéis murmurado de nosotros y ahora
sois el espejo de vuestro corazón.
Los
dos señores se echaron a llorar. Después se escondieron en el
bosque, porque cuantos les veían se burlaban de ellos. Se subieron a
los árboles y no volvieron a pisar el suelo.
-De
ahora en adelante se llamarán monos -dijo el anciano, porque son
perversos y en su corazón no anida más que el egoísmo.
-¿Monos?
-preguntó A-Üe. Es un nombre bonito. Suena casi a humano.
-A
demasiado humano -repitió el anciano sabio, y desapareció para
siempre.
0.005.1 anonimo (china) - 049
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