Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 24 de octubre de 2014

Elena, la que todo lo sabia

Hace mucho tiempo, en un extraño reino, mas no en el nuestro, podía verse a un soldado guardar, de día y de noche, una vieja torre de piedra. Daba veinte pasos hacia adelante y veinte hacia atrás. No veía más que el cielo cuajado de estrellas sobre su cabeza y la negra tierra bajo sus pies. La puerta de la torre estaba sellada con una placa de metal y el soldado ignoraba lo que pudiera ocultarse allí dentro. Tampoco lo sabe el autor de este cuento. Una noche, después de ocho años, acabadas de sonar las doce, el soldado oyó un grito muy fuerte en el interior y se paró un momento a escuchar. De nuevo se oyó el mismo ruido, que se repitió por tercera vez. Hizo el soldado la señal de la cruz, y dijo: "Defiéndeme, Señor, de todo mal. ¿Quien es el que así grita?"
"Un demonio, que está hace ya treinta años en es. te cautiverio"
"¿Para qué me llamas?"
"Para que rompas ese sello de metal y me libertes. Si me haces caso, seré tu esclavo toda la vida, y si alguna vez me necesitas, piensa en mí, y haré por ti todo aquello que sólo pueden hacer los espíritus."
El soldado, entonces, se decidió a romper el sello de metal y abrió la puerta de par en par. Salió por ella el demonio con la rapidez de un relámpago y desapareció como un torbellino.
El soldado se arrepintió entonces de aquella locura, y pensó: "Lo que hice está mal hecho. Me he deshonrado porque así me lo pidió un mal espíritu. Más difícil me será ahora echarle la vista encima que contemplar mis propias orejas. Es preciso que no me detenga aquí un momento, si no quiero ser azotado por traidor; así es que debo escaparme, ahora que puedo hacerlo."
El soldado se despojó de su espada y de su escudo y huyó camino adelante. Así viajó durante tres días, sin encontrar alimentos que calmaran su hambre, ni agua que apagara su sed. Al fin cayó a un lado del camino, lamentándose de su suerte. "Aunque se busque en todos los rincones del mundo, será imposible dar con un hombre más imbécil que yo -pensaba. Cerca de nueve años he hecho mi servicio con fe y lealtad, sin más pensamiento que el de tener mi espada bien limpia y comer lo que Dios, en su sabiduría, me proporcionaba. Ahora estoy libre; pero a pesar de mi libertad, será posible que me muera de hambre. Y esto por tu culpa, espíritu de las tinieblas, a quien maldigo." Y he aquí el demonio se le apareció y le dijo: "Deseo que tengas salud y todo acabe bien para ti. ¿Por qué estás tan preocupado?"
"¿Quieres que me alegre, cuando ya no puedo dar un paso y me muero de hambre?"
"Esto se arregla pronto" -dijo el demonio, y se lanzó a buscar viandas y vino, que colocó poco después ante el soldado. Tanto bebió y comió éste que, al fin, apenas podía recordar su nombre.
Habló, entonces el diablo: "Si quieres servir a un demonio, puedes venir conmigo a mi palacio. Allí tendrás festines, desde por la mañana hasta la noche, y dormirás sobre plumas de cisne. No te pediré más que un solo servicio: ser el guardián de mis hijas para protegerlas de todo mal." Contestó el soldado: "Iré contigo." Al oírlo, cogió el demonio al soldado bajo una de sus alas y atravesó así veintinueve reinos. Cuando hubieron llegado al trigésimo, vió levantarse de pronto un palacio de mármol negro, cuyos domos de oro resplandecían bajo el sol. Pero después salieron de él las tres hermosas hijas del diablo para darle la bienvenida. Éste las abrazó por turno y les dijo: "Hijas mías, no puedo detenerme a vuestro lado para protegeros del mal, porque mis deberes me llaman fuera de casa en todo tiempo. Os dejo, pues, a este soldado para que os defienda y proteja. Reconfortadlo con viandas y vinos, vestidlo con buenos trajes y haced cuanto sea necesario para atenderle, pues es un hombre sabio que ha servido al Zar."
Una vez más besó a las muchachas y voló en busca de algún desafuero. Porque un demonio no puede estar en paz, sino que ha de rodar por el inundo en busca de gentes a quienes conducir por el sendero del pecado. En cuanto al soldado, las muchachas se lo llevaron a palacio, le dieron agua clara para lavar sus manos y lo llevaron a descansar después, en un lecho forrado de ricas sedas. El soldado vivió en el palacio del demonio tan agradablemente, que por su gusto hubiese vivido cien años de la misma manera. Pero se sintió turbado al notar que todas las noches, cuando se levantaba la luna, las tres muchachas dejaban la casa de su padre y no volvían hasta la madrugada.
Las interrogó un día: "¿Adónde vais todas las noches cuando se levanta la luna?" Pero ellas se echaron a reír y le contestaron: "Vamos donde queremos." Pensó el soldado: "¿Así lo tomáis, hijas mías? Yo sabré acertar este enigma con mi talento."
Aquella noche esperó, vigilante, el momento de enterarse del misterio. Se levantó la luna y el soldado dejó su lecho. Con una navaja agujereó la puerta de la estancia de las jóvenes y, arrodillado, miró. Entonces pudo observar que las tres hermanas habían extendido en el suelo una alfombra multicolor. Cogidas de la mano se colocaron sobre ella y quedaron transformadas, en el mismo instante, en tres palomas blancas, que batieron sus alas y volaron. El soldado las miraba maravillado y pensó: "¿Qué sucedería si yo también pisase esa alfombra?" Entró, en efecto, en el cuarto, pisó la alfombra y quedó convertido en un pájaro amarillo, que voló por la ventana y siguió a las tres palomas.
Cuando hubieron volado bastante tiempo, llegaron a una verde e inmensa pradera, en medio de la cual se levantaba un trono de oro. De todas partes llegaban a ella pájaros grandes y pequeños que oscurecían el cielo con el batir de sus alas. El pájaro amarillo se posó detrás de un arbusto y se asomó discretamente. Hacia el Oeste brillaba una luz que se fortalecía poco a poco. Más tarde apareció un carro de oro tirado por cuatro dragones. Una doncella estaba sentada en él; tan hermosa era que hubiera podido avergonzar con su belleza al sol y a las estrellas, si estos astros la hubiesen mirado. Descendió de su carro, subió sobre el trono de oro y todos los pájaros volaron en derredor suyo, posándose sobre su cabeza, su cuello y sus espaldas. Hasta en su pecho se refugió un pajarillo como en un nido. A todos enseñaba la doncella artes de magia, la manera de dar vuelta a la tierra en un momento y el modo de dar vida a los muertos con ciertos bálsamos. Cuando se fué la luna, volvió a subir la joven a su carro y desapareció súbitamente. Las tres blancas palomas volaron al palacio del demonio y detrás de ellas el pájaro amarillo. Tan pronto tocaron la alfombra mágica con sus patitas rosadas, las tres palomas se convirtieron de nuevo en tres preciosas doncellas y el pájaro amarillo en un arrogante soldado. Las tres hermanas lo miraron, llenas de admiración, exclamando:
"¿De dónde vienes?" Él contestó: "Vengo de una inmensa pradera, donde, bajo el claro de luna, una doncella, más hermosa que el sol y las estrellas, enseña artes de magia." "Es mayor tu felicidad que la del resto de los hombres, pues ninguno ha visto lo que tú, ni ha podido contarlo. Has de saber que la doncella admirada por ti es Elena, poderosa en encantos y misterios. Si ella hubiese conocido por su libro maravilloso tu atrevimiento, sus dragones te hubiesen despedazado. Ten cuidado, pues, valiente joven y, si aun quieres llevar la cabeza sobre tus hombros, no vuelvas a la inmensa pradera, ni a mirar el rostro de Elena, la que todo lo sabe."
Pero el soldado no quería oír las palabras de las doncellas. Pasó el día, vino la noche, y cuando se levantó la luna, el pájaro amarillo se colocó detrás del mismo arbusto que eligiera el primer día. Sus ojos y su corazón se extasiaba ante la belleza de Elena. No podía mirar hacia la derecha ni hacia la izquierda, sino siempre al hechicero rostro. Cuando la luna desapareció y se hubo sentado Elena en su carro de oro, salió el pájaro de su escondite y siguió a la doncella. Llegaron poco después al palacio de Elena, cuyas paredes estaban trabajadas maravillosamente, y el portal guardado por dos negros gigantes. Éstos llevaron a Elena desde el carro hasta una lujosa alcoba y la dejaron sobre su lecho de seda. El pájaro amarillo se posó sobre un verde sauce, detrás de su ventana. Cantaba con tal melancólicos acentos, que el corazón de Elena se llenó de pena, y el sosiego y el sueño huyeron de su lado. Llamó entonces a sus azafatas, diciéndoles: "Id a ese verde sauce y traedme el pajarillo  que canta al lado de mi ventana." Una de las azafatas puso un poco de miel sobre sus labios, para que el pájaro fuera a probarla, mientras llamaba suavemente. Pero cuando quiso cogerlo en su mano, el ave se alejó saltando de rama en rama. Elena abandonó su cuarto y fué en persona al jardín. Tan pronto extendió su blanca mano, el pájaro amarillo cerró sus alas y fué a refugiarse en ella, como en el nido materno. Elena, alegre por la predilección que le demostraba el pájaro, lo llevó a su cuarto y lo colocó en una jaula de oro, que colgó en la ventana. Desde allí cantaba tan alegremente, que todos sus hermanos los pájaros contestaban desde el jardín y los campos cercanos, de manera que el aire estaba lleno de melódicos sonidos. Cuando se levantó la luna, fué llevada Elena por sus feroces dragones a la lejana y grande pradera, hasta el amanecer, en que regresó a su palacio. Entró Elena en su cuarto, se quitó su traje, lleno de resplandecientes joyas, y se durmió.
El pájaro amarillo admiraba la belleza de Elena, y pensó: "Besaré a mi amada en los labios y luego moriré, si es preciso." Consiguió volar fuera de la jaula, y pisando la alfombra que se encontraba a los pies de Elena, se convirtió en un hermoso doncel. Besó los labios de la joven, más perfumados que la miel. Pero ella, levantando su blanco brazo, gritó como en sueños: "¡Pobre de aquel que bese los labios de Elena!" Mas la locura de un enamorado es algo que no atiende a razones es tan inmensa como los cielos y tan profunda como el azulado mar. Así que no atendió el joven a los gritos, sino que volvió a besar los labios de la doncella, mientras ésta levantaba su blanco brazo y gritaba de nuevo: "¡Pobre de aquel que bese los labios de Elena!" Después de besarla por tercera vez, el soldado pisó la alfombra, se convirtió de nuevo en pájaro y voló a su jaula. Elena despertó, exclamando: "¿De que ardid se han valido? ¿Qué sucede?" Abrió su libro maravilloso y allí encontró las palabras siguientes: "Interroga a aquel que has calentado en tu mano, amado en tu corazón y hospedado en tu cuarto." Se fué directamente a la jaula y exclamó: "Sal, vil pájaro, pues quiero saber quién eres." El pájaro voló sobre la alfombra, y en cuanto la hubo pisado se convirtió en un hermoso joven. Díjole Elena: "Ruega a Dios que perdone tus pecados, pues de este último tuyo darás cuenta con tu cabeza." El soldado contestó: "Me contento con mi suerte."
La doncella dió unas palmadas y los dos gigantes negros apare-cieron. Les dijo Elena: "Que preparen un patíbulo bajo mi ventana y avisen al verdugo para que se disponga a dar fin a un enemigo mío."
Se levantó el patíbulo, y el verdugo, en pie, con su hacha reluciente, se disponía a matar al soldado, que colocó su cabeza para el sacrificio. Elena apareció, de pie, en la ventana de su cuarto; tenía en la mano un pañuelo blanco. El verdugo levantó el hacha sobre la cabeza del soldado y esperó la señal. Antes de que el pañuelo cayera de la mano de Elena, exclamó el soldado:
"¡Elena, un favor! ¡Un favor, antes de morir!"
"¿Qué favor quieres alcanzar, imprudente joven?"
"¡Cantar una vez más! ¡Luego, que caiga el hacha sobre mi cabeza!"
"Canta, pues; ¡pero pronto!"
El soldado cantó. Su canto hablaba de su amor y de su pena, y tan dulce era la melodía, tan tristes sus acentos, que el corazón de Elena parecía derretirse en su pecho como la cera. Elena lloró de piedad y de dolor.
El soldado acabó de cantar y colocó su cuello sobre el bloque del patíbulo.
Elena dijo: "Te concedo, en premio a tu canto, diez horas más preciosas para ti que el oro. En ese tiempo debes encontrar algún rincón del mundo que yo no conozca y donde nada puedan mis artes de magia. Si lo alcanzas, me casaré contigo; si no, tu destino es la muerte."
El soldado salió del jardín, se metió en un inmenso bosque y, sentándose sobre una piedra, se quedó cabizbajo y lloroso. Pensaba: "¡Ya podía haberte dejado, vil espíritu, languidecer en tu torre!" Inmediatamente se presentó el demonio ante él, diciéndole: "Vengo cuando tú me nombras, hermano. ¿En qué puedo servirte?" El soldado contestó: "En nada, si no puedes encontrar un rincón de la tierra que no esté bajo el poder de las artes de magia de Elena." "Nadie sabe -contestó el diablo- de lo que es capaz hasta haberlo intentado." El diablo golpeó la tierra con el pie y se convirtió en un águila. Luego dijo al soldado: "Súbete sobre mí y te llevaré a un sitio donde nada pueden las artes mágicas de Elena." El soldado subió, en efecto, sobre el águila, y se lanzó al cielo azul. Tan alto, que la tierra parecía un grano de polvo. Subieron más alto que las nubes, más que la tempestad, durante cinco horas.
Elena abrió su libro maravilloso, se rió y llamó al demonio y al soldado, diciendo: "Poderosos son los aires, ¡oh, rey de los pájaros! Pero más poderosa es aún la voluntad de Elena, la que todo lo sabe. ¡Bajaos de nuevo! ¡No podéis ocultaros a mi vista!" Bajó, en efecto, el águila a la tierra y le dijo el soldado: "¿Cómo podrás ayudarme ahora?" Entonces el demonio, por toda contestación, lo golpeó en un muslo y sólo pudo verse en lugar del soldado un alfiler, mientras en el del diablo se encontraba un ratoncito que parecía hecho de seda. El ratón cogió el alfiler entre sus dientes y salió corriendo por los aposentos del palacio hasta encontrar el libro maravilloso y pinchar con el alfiler sus páginas. Pasaron cinco horas más. Elena cogió el libro maravilloso y quiso leerlo; mas las páginas permanecían silenciosas, y por más que lo hojeaba en todos los sentidos, no encontró nada que pudiera venir en su ayuda, ni la solución que buscaba. La ira de apoderó de ella. Cogió el libro y lo tiró a las llamas de su blanca chimenea. El alfiler cayó de entre las hojas hasta el suelo, donde, ¡oh, maravilla!, se convirtió de nuevo en el enamorado, soldado.
Elena, la hermosa, puso su mano en la de él y le dijo: "Tú has sido más poderoso que yo; me has ganado para esposa."
No dejaron pasar mucho tiempo sin celebrar su matrimonio. Se unieron inmediatamente y vivieron enamorados el uno del otro hasta el fin de sus días.

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