En
aquel bosque todos los animales eran presumidos. Se pasaban la mayor
parte del día acicalándose y criticando a los demás.
-¿Has
visto qué feos son los ratones? -se preguntaban los conejos. No
comprendo cómo no se cuidan un poco.
Los
ratones los miraban con compasión y se decían:
-No
merece la pena contestarles. ¿Cómo no se darán cuenta ellos de que
sus hocicos son de lo más repelente que existe en este bosque?
-¿Qué
podemos hacer nosotros? Los pobrecitos parecen estar ciegos.
-¿Por
qué no se miran en el ser que lo refleja todo? -preguntaba,
asombrado, un ratón joven, y todos los demás se encogían de
hombros.
El
ser que lo refleja todo era un lago de aguas tan cristalinas que
podían contarse las arenas de su fondo. El era la causa de que todos
los animales fueran tan remilgados. Si sus aguas hubieran sido más
turbias, a ninguno se le hubiera ocurrido mirarse en él.
-¡Ojalá
nunca se seque este lago! -repetía sin cesar el búho.
-¡Ni
se te ocurra decir una cosa así! -le reñían los jabalíes. ¿Cómo
podríamos saber entonces si nuestros rabos están bien enroscados?
-Eso,
eso -afirmaba son decisión una jabalina joven. Entre nosotros un
rabo bien enroscado es lo más hermoso que existe.
Entonces
se oyó una risotada y miraron hacia abajo. Como les gustaba tanto
mirarse en el lago, todos los animales de aquel bosque habían
aprendido a subirse a los árboles.
-¡Los
jabalíes hermosos! ¿En qué cabeza cabe una cosa así? El que eso
decía era un lince de pelambre larga.
-¿Es
que no tienes ojos? -le preguntó un verraco ya viejo. Mira en el ser
que lo refleja todo y te convencerás.
El
lince montó en cólera. Sacudió el árbol y el jabalí cayó al
suelo. Después se lo comió tranquilamente.
-¿Alguien
más está de acuerdo con él? -preguntó, cuando hubo terminado, y
todos los animales negaron con la cabeza.
De
esta forma, el lince se fue haciendo notorio en el bosque. En cuanto
le veían acercarse, dejaban de alabarse y decían con ansiedad:
-El
lince es la bestia más bella que existe. ¿No os habéis fijado en
su caminar rápido y en su dorada pelambre? Parece como si el sol
hubiera surgido de ella.
El
lince se inflaba como las nubes en época de tormentas.
-Así
me gusta -decía,
complacido. Me halaga saber que, por fin, habéis entrado todos en
razón.
Pero
había un animal que no se sometió a tan extravagante tiranía: el
topo. En aquella época el topo vivía en lo más alto de los
árboles. Aun así, por mucho que los moviera, el lince no conseguía
dar con él por tierra.
-Es
un bichejo demasiado atrevido -decían algunos. Acabará mal de
seguir así.
-Es
un valiente -afirmaban otros con respeto, pero en seguida se echaban
atrás, porque el lince tenía espías en cada rama.
Todos
los animales, sin embargo, odiaban al topo. El era el único que no
se miraba en el ser que lo refleja todo. Tampoco perdía el tiempo en
acicalarse y en presumir. Lo suyo era comer hojas en las copas más
altas de los árboles.
-¡Eres
despreciable! -le gritaban los pájaros. ¿Por qué no haces como
todos los demás animales de este bosque?
-Tengo
los ojos pequeñitos -respondía el topo. Si quisiera mirarme en el
lago desde aquí, no me vería -pero no le creían.
Sin
embargo, era verdad. Bastaba fijarse en sus ojos para comprobarlo.
Las oropéndolas lo sabían bien y le gastaban bromas muy pesadas. A
veces se quedaban suspendidas en el aire y el pobre topo se creía
que estaban posadas sobre una rama. Entonces, como quien no quiere la
cosa, comentaban a voz en grito.
-¿Has
visto qué hojas más hermosas?
-Sí.
¡Lástima que a nosotras no nos gusten tanto como a los topos! -y se
echaban a volar.
El
topo iba corriendo en seguida al lugar en el que habían estado
posadas. Pero, como en realidad no había ninguna rama, caía al
suelo. Tantas veces le jugaron esta mala pasada que decidió quedarse
a vivir en la tierra.
-Cavaré
galerías -se dijo, entristecido. Así nadie me molestará -y, en vez
de hojas, empezó a alimentarse de hormigas.
El
lince se alegró mucho de lo que habían conseguido las oropéndolas.
-Después
de mí sois las más hermosas de este bosque -dijo, orgulloso, y las
aves se lo agradecieron con el mejor de sus trinos.
Pero
no estaba satisfecho. Odiaba al topo, porque era diferente.
-Te
ayudaremos nosotras -le dijeron un día las arañas-. Pero no
queremos que le hagas ningún daño; sólo que le castigues.
Entonces
tejieron una larga soga con su tela y se la ataron al topo en una
pata. Tiraron con todas sus fuerzas y le sacaron de su madriguera.
-¡Ya
está bien, ya está bien! -gritó el lince. No le arrastréis más.
Ahí está bien -y le tiró un nido abandonado de pájaro.
Pensaba
que el golpe le aturdiría y así podría comérselo tranquilamente.
Pero erró el golpe. Además, como el nido estaba lleno de hormigas,
el topo se dio un banquetazo.
-Gracias
-dijo, cuando se hubo saciado. Espero que repitas este juego más de
una vez -y el lince se quedó rechinando los dientes de rabia.
Un
día, un pez que vivía en otro lago llegó al ser que lo refleja
todo. Había nadado con enorme dificultad a lo largo de un pequeño
arroyuelo que los unía. Aunque era casi un alevín, sólo pensaba
en vengarse. Estaba celoso del ser que lo refleja todo, porque los
animales se miraban en él y no en el lago en el que había nacido.
-¿Cazar
a un topo? -dijo en una ocasión en que el lince estaba bebiendo
agua. Es lo más sencillo del mundo. Sólo los tontos y los feos son
incapaces de hacerlo.
-¿Cómo
te atreves? -aulló el lince. ¿No sabes que aquí todo el mundo me
respeta? Te daré el castigo que mereces.
Pero,
al meter la zarpa en el agua, el pez nadó en otra dirección y ni
siquiera le rozó.
-No
es para ponerse así. ¿No te das cuenta? Cada cual vale para lo que
vale -dijo, cuando comprobó que el amor propio del lince había
sufrido una severa derrota. Vuelvo a repetírtelo: Cazar a un topo es
la cosa más fácil de mundo.
-Sí,
pero ¿cómo lo haces tú? Porque los topos excavan galerías bajo
tierra y no se les puede echar mano.
El
pez entonces le entregó el ojo de una trucha que acababa de morir y
dijo:
-Cuando
sople el viento del norte, concentra los rayos del sol sobre unas
hojas secas y verás cómo el topo cae en tus manos.
El
lince esperó con impaciencia que se levantara el viento del norte.
Por fin, una tarde las ramas de los árboles comenzaron a bambolearse
hacia el sur. El lince cogió el ojo de la trucha y concentró sobre
unas hojas los rayos del sol. Inmediatamente surgió el fuego.
-¿Qué
es esto? -se preguntó, asustado, y empezó a correr.
Todos
los animales se pusieron a gritar, pero el viento era muy fuerte y en
seguida las llamas les cercaron. Sólo el lince pudo salvarse, porque
fue el primero que inició la huida.
--¿Qué
he hecho? -se decía, desesperado. ¿Por qué me habré dejado
engañar por un animal tan malvado como el pez?
Mientras
lloraba amargamente, vio que la tierra se removía y apareció la
picuda cabeza del topo.
-¿También
tú te has salvado? -le preguntó casi sin aliento.
-¿Salvado?
-el topo parecía extrañado. Me he dado el mejor banquete de mi
vida. Las hormigas asadas están riquísimas. Te digo que el fuego es
un gran invento.
El
lince comenzó entonces a imaginar lo sabroso que estaría un conejo
churruscadito y se dijo:
-Si
él, que es tan feo, ha logrado salvarse de las llamas, ¿por qué no
puedo hacerlo yo también, que soy mucho más guapo? -y regresó al
bosque.
Nunca
más se supo de él. El topo, por su parte, continuó excavando
galerías en el seno de la tierra. Allí, en la oscuridad, iba
diciendo a las orugas:
-¿Para
qué necesita espejos quien sabe cómo es su corazón? -y las orugas
asentían con la cabeza.
0.005.1 anonimo (china) - 049
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